Icos y Sangre

Por Lenin Rojo Curiel

Al referirnos a algunos hechos en la vida del macedonio Alejandro, quiero hurgar en las motivaciones que lo guiaban. Sabemos que desde luego él se consideraba a sí mismo un Dios. Lo cual es una manera de aceptar que se ha nacido para ser excepcional: Alejandro es un ser humano potenciado hasta el mito.

Vale la pena intentar saber cómo lo ha logrado. En primer lugar, se cree todas las leyendas con las que creció y sobre todo las referentes a él mismo.

Olimpia, su madre, sostiene y persuade a su hijo de que él fue concebido en la cópula con una serpiente, y ella lo ve como una señal de que es un elegido de los dioses, para llevar a cabo un destino extraordinario. Entonces, en su fuero interno el repudia el ser hijo de Filipo- un guerrero extraordinario- y siendo un adolescente funda un culto nuevo con un solo devoto y un dios nuevo: él mismo.

El mismo se alaba y prende incienso y se canta, y al propio tiempo él recibe la alabanza y sonríe complacido con la veneración a su persona.

Claro que es Ego. Y diríamos hoy que, con todo ese reforzamiento en su fondo íntimo, le determinará en parte este su destino fuera de serie.

Al crecer vive encantado y fuera de sí, como los enamorados, pero él, enamorado de sí. Como otros en la historia se cree hijo de Dios y se comporta como tal. Aunque tiene la suerte de ser alumno de Aristóteles su temperamento colérico le domina y en esto se trasluce un rasgo salvaje de guerrero macedonio; indómito y vengativo hasta la locura. Ordena la destrucción de Tebas hasta los cimientos y sólo por habérsele resistido. Aristóteles lo repudia y no se lo perdonará nunca.

Otras veces, las más, aprende a separar el trigo de la paja, y lo suyo no es ceguera sino lucidez. Él ve más allá que los otros. Y es que sabe mirar sin miedo. Como guerrero vive un momento extraordinario, es la época en que los ejércitos se encabezan con los generales al frente de la batalla, se busca el enfrentamiento cara a cara, y él quiere ser el primero en entrar en combate. Alguna batalla se pudo comprometer por esa impaciencia. Y sus generales se quejaron de esa prisa absurda.

Además de este valor temerario, tiene un sentido de la oportunidad perfecto.

Posee algo especial en el arte de la guerra, y es el secreto de que, quien logra manejar la incertidumbre posee el futuro. Esto descarta el hecho de que una batalla se decida por el mayor número de elementos en el campo de batalla.

Así derrota y hace huir a Darío en Gaugamela. Tal y como descubre que a Bucéfalo –un caballo indomable- sólo se le puede montar con la cara al sol. Y guiarlo siempre y cuando no proyecte su sombra. Una explicación plausible de porque nunca conquistó hacia Occidente.

Los signos se develan a favor del príncipe: es capaz de domar un caballo terrible, y es que descubre que a ambos su propia sombra les asusta, su destino es avanzar hacia el sol. Incansables e invencibles.

Y ahora se suma la suposición crucial de que la sustancia que corre por las venas de los dioses es el Icor, no la sangre.

Los dioses y los hombres se alimentan de los animales y de los frutos de esta tierra, pero además los dioses beben néctar y comen ambrosía, alimento de la inmortalidad.

La guerra nunca es justa y los guerreros están consagrados a la muerte.

Aparece entonces el momento crucial en que Alejandro es herido en el campo de batalla, pierde el sentido y sus hombres   lo transportan a un lugar seguro. Al volver en sí, Alejandro palpa sus heridas y descubre que sangra.

“Este, amigos míos es sangre, no el Icor que fluye por las venas de los dioses inmortales”

El hombre está atado por la sangre y por la sangre odia. En nombre de la sangre mata y por la sangre se reproduce.

El hombre se ata en la culpa del recuerdo y así todo acto es impuro por la impureza que se guarda en el devenir de la sangre.

Los actos de los dioses no guardan culpa, y ésta no se guarda en su sangre, pues el Icor es el líquido de inmortalidad que corre por sus cuerpos. Y ahí no hay culpa ni remordimiento.

Todo aquel que se pretende de sangre pura pretende en el fondo actuar sin culpa, como Dios. Pretende que sus actos no se contaminen de reviviscencia, que sus sandalias no se cubran con el polvo del devenir, finge que sus actos quedan aparte y como por encima de la historia. Es un hipócrita.

Entonces, cuando Alejandro siente correr en sus manos su propia sangre, siente sorpresa, claro, pero mejor, siente alivio. Y es que la sangre se queda en la historia y con ella se escribe y a los actos que están por encima o a un lado de la historia, aunque sea fundacional lo llamamos mitología. A partir de ahora Alejandro encuentra que, en él, sangre y mito no son ajenos.

Se sabe un héroe, intercesor significa la palabra; intermediario entre lo humano y lo divino.

Y los héroes al saberse mortales han de meditar en la sangre, puesto que todo lo que es humano pasa por las venas, en ellas golpea. Una oración, una plegaria, un conjuro, una espera, todo viene de la sangre y a ella regresa.

La sangre son los otros en nosotros y nos-otros en el mundo. Lo más importante es no renunciar a la sangre, y escuchar: estás aquí mientras yo este contigo, estoy aquí y estas vivo. Como yo, tú también insiste. Vuelve a tomar aire y persiste; el héroe sólo lo es cuando puede hablar de que ha conquistado un instinto de superar el instinto.  A lo mejor si hay algo más que la oscuridad del origen y la certeza de la muerte.

Capaz que habitamos una nostalgia anterior y que somos más que un hueco en el pecho y ese retumbar lento del golpeteo en las venas.  A lo mejor sí somos nuestros propios dioses desconocidos.

Cuaxoxoco, Tepoztlan. Mor.

27 /X/2025    9:33 pm

Un comentario en “Icos y Sangre

  1. Sin duda, por la sangre somos seres perfectibles. El errar nos acerca más al nosotros, al contigo. Ese nosotros: cualidad de la humanidad que se ve amenaza por el indestructible yo.

    Qué maravilla leer a Lenin Rojo.

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