Bailando con el diablo

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

Ella llegó del mercado con dos bolsas llenas de mandado. Se puso a cocinar para que cuando su esposo llegara del  trabajo encontrara un plato de comida caliente y servido en la mesa. En lo que se cocía el guiso puso en marcha la lavadora. Se sentó a tomar un café. Una hora después el ciclo de la ropa había terminado, el guiso estaba listo y comenzó a tender las prendas al sol.

Era su rutina diaria. Eugenia es  esposa y madre de un adolescente que cursa la preparatoria, es un ama de casa entregada a su familia y dedicada al hogar. Su única distracción son las telenovelas turcas que ve en televisión. Tenía la fantasía de que un golpe de suerte llegaría a cambiar su vida, se sentía sola y frustrada a sus veintisiete años pero pensaba en lo que le decía su mamá “está es tu cruz”.

Una tarde recibió una llamada telefónica que cambió su vida: era la trabajadora social  para informarle que su marido y su hijo estaban hospitalizados y se tenía que presentar en la clínica. Se dio una ducha a toda prisa y preparó los papeles necesarios, apagó el fuego de la estufa, cargó su teléfono móvil y sus llaves salió corriendo de su casa.

Abordó un taxi y en media hora estaba en la recepción pidiendo información de sus familiares. La pasaron a un consultorio y un médico ya avanzado de edad le dio las malas noticias. Su marido había fallecido y su hijo se debatía entre la vida y la muerte.

¿Qué sucedió? Preguntaba ella; el galeno no dijo más, la mandó nuevamente a la recepción. Ahí la trabajadora social le informó que sus familiares fueron golpeados por una turba enardecida ya que después de subirse a asaltar en el transporte público la muchedumbre harta de la delincuencia les frustró el robo y la intención era lincharlos, alguien llamó a la policía y llegaron en medio del conflicto para contener a la horda que enardecida seguía gritando e insultando a los maleantes. Eugenia no tenía idea de lo que estaba sucediendo, había visto que su hijo y su esposo habían tenido una cercanía extraña ya que nunca fueron muy unidos, pero jamás sospechó que ambos estarían haciendo algo indebido.

II

Como pocas veces la policía inició una indagatoria ya que el caso se hizo viral a través de los medios de comunicación, en un acto sin precedentes emitieron una orden de cateo en el domicilio de Eugenia, ella se opuso, pero los agentes entraron a su casa, tratando de defender sus pertenencias golpeó a uno de los uniformados, el “azul” le respondió con un puñetazo al estómago.

-Me las vas a pagar perra, esto no se va a quedar así. Gritaba el gendarme. Después de destrozar el ropero los agentes encontraron un alhajero de madera, dentro una medalla de oro con la imagen de la virgen de Guadalupe.

-Mire comandante, aquí hay algo, mientras se la metía a la bolsa del chaleco.

-Dame eso. Contestó el comandante mientras se limpiaba la sangre de la boca. Con esto ya la tenemos. La llevaron detenida a la agencia del ministerio público.

La prestarían como cómplice del delito de robo con violencia en el transporte público.

El juez no tuvo piedad y la declaró culpable, su sentencia fue de cinco años.

Los medios de comunicación festejaron “el triunfo de la justicia” Eugenia era inocente y todos la acusaron bajo la corrupción del sistema de justicia y el escarnio de los medios.

La llevaron al reclusorio femenil, dónde fue golpeada y vejada en muchas ocasiones. Le quitaron la potestad legal sobre su hijo que después de recuperarse fue enviado a la correccional juvenil.

Entre la población del penal ella era tímida y callada, no se metía con nadie. Hasta que un día la mujer que controlaba las drogas en el penal conocida como “La Perra” la increpó y después de no obtener respuestas ni dinero la agredió físicamente, esa fue la primera de muchas golpizas que tendría en ese lugar

Un día mientras limpiaba los pisos del baño un  grupo de reclusas lideradas por “La Perra” le volvieron a pegar pero Eugenia ya cansada de los abusos se defendió. Entre cachetadas, patadas y mordidas Eugenia pudo controlar por fin a su agresora, le quitó su arma blanca y cuando una de las compañeras de la perra se abalanzó sobre ella, Eugenia en un mero movimiento instintivo le clavó el cuchillo en el abdomen y con una furia que nunca antes había sentido, retorció el pedazo de metal entre las tripas de aquella mujer. Justo en ese momento llegaron las carceleras y al ver lo sucedido se llevaron esposada a Eugenia y esta vez la acusaron de asesinato en primer grado, la declaración de la líder delincuente la hundió. Esta vez la sentencia fue de cuarenta años en prisión. Eugenia sentía que su mundo se acababa a pedazos.

III

Un par de años después se aprobó en el senado una reforma y el caso de Eugenia pudo ser reabierto. Un grupo de mujeres activistas obtuvieron la carpeta de investigación y al detectar las anomalías decidieron iniciar su investigación. Expusieron el caso en todos los medios, la entrevistaron y grabaron un documental. En donde se le miraba pálida y con la mirada perdida. Le prometieron justicia y un año después la liberaron.

Al salir se fue a trabajar en una agencia de limpieza, trato de retomar su vida. Eugenia hoy camina con sus demonios a cuestas y nunca volverá a sonreír. Es difícil bailar con el diablo y volver a ser la misma persona, muchas veces la gente que va al infierno no se recupera jamás.

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