EL BASTON

El bastón de mi padre

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

¿En cuanto vende su bastón?

– Trescientos pesos señor

– ¿Es lo menos?

– Si jefe.

Al escuchar eso saqué mi cartera. Conté los trescientos y le dije a la señora:

– Démelo.

Un precioso bastón de madera, tallado con grabados artesanales.

Ese fue el regalo que le hice a mi padre antes de navidad. Aquel viaje sería la última vez que saldríamos como familia.

El cáncer de hígado tenía a mi papá al borde de la muerte. Unos días antes de salir vino a mi cuarto para decirme que se iría de viaje con mi madre. Preparé mis cosas, pedí permiso para ausentarme del trabajo y decidí acompañarlos. Salimos temprano y abordamos el avión: cuarenta y cinco minutos en el aire y tres horas en carretera. El aire olía a pino fresco y a tierra mojada.

Mi padre sabía que sus días estaban contados. No hubo disculpas ni conversaciones que acabarán en lágrimas. No. Un viaje de despedida y una alegría mezclada con nostalgia.

II

Cursé la secundaria en una escuela pública. En mi último año mi papá y yo fuimos al centro a traer papelería por mayoreo, ese año se había jubilado del trabajo y tenía mucho tiempo libre que ofrecer para la familia.

Durante ese año se agudizó su problema con el alcohol, su comportamiento era errático, a veces iracundo. Yo sólo quería jugar al fútbol al regresar de la escuela, a veces tomaba mi consola de videojuego después de terminar mi tarea y lo veía al final de sala, siempre con un trago en la mano, gritando cosas y arrastrando las palabras. Lo ignoraba. Pensaba que si lo hacía y me dejaría terminar la misión del juego de Mario Bros.

III

Miraba con nostalgia las fotos dónde mi papá se veía fuerte, joven y alto, yo lo veía muy alto; al escucharlo gritar de enojo yo me asustaba. Ahora sus mejores años habían pasado.

Día veintisiete de julio. El día de aniversario de bodas de mis padres. Fui a buscar un pastel, al regresar a casa vi a mi madre llorando mientras mi papá la consolaba diciendo que todo estaría bien. A veces una mentira es capaz de soportar el universo. El alcohol en exceso acaba familias.

Mi padre con las pupilas húmedas se paró frente a mi;

Sujetó su bastón y me dio las gracias mientras tomaba mi mano para agarrar la artesanía, misma que sujete con fuerza y dijo:

-Cuando ya no esté, tú me vas a representar. Te encargo a tu madre.

Unos días después regresamos a casa y yo volví al trabajo. Él orgulloso paseaba por la casa apoyándose en su bastón. Así lo vería por año y medio más. Tiempo que aprovechamos para sanar las heridas, ya que nuestra convivencia durante mi adolescencia había sido muy áspera.

Los días pasaron lentos mientras me contaba anécdotas de su infancia y juventud. Me di cuenta de que teníamos en común más cosas de las que ambos pensábamos. A pesar de que no apoyaba mi idea de ser escritor profesional y vivir viajando por el mundo, se sentaba frente al jardín a mirar sus rosas, tenía once rosales sembrados, todos abiertos ofreciendo una gama de colores mientras me decía que yo vivía en un sueño y que la vida era más dura y que mis lecturas eran una perdida de tiempo.

Yo lo miraba paciente porque sabía que su desacuerdo era más bien una forma más de parecernos. Él era persistente en su idea de alejarme de las letras y yo en mi afán de seguir escribiendo. Cada uno en su lucha, ambos de espíritu inquebrantable.

Veintisiete de julio en la actualidad, la cuidad está lluviosa y mi madre a veces llora. Mi padre se marchó hace diez años y nos dejó un negocio de venta de papelería. Mi mamá y yo fuimos al centro a traer material al mayoreo. Observo a mi madre; camina con la nostalgia en el rostro. Ella guarda el bastón y la última mirada de mi padre.

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