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Adiós, mi amor… ¡VIVE!

Por Roberto G. Amezcua

Juan se encontraba moralmente abatido; y en ese mismo instante se hallaba perdido entre una multitud que no reconocía de primera instancia. Las calles le parecían conocidas, pero al mismo tiempo extrañas y ajenas. Caminaba, con el caminar del que lo hace sin alma, sin esperanza; sin ganas de vivir y sin deseos de respirar. Las calles seguían ajenas a él y la multitud lo apresuraba a empujones en su andar.

No podía creer que hace menos de un mes había muerto su amada Ana; tenía apenas 40 años, la misma edad que Juan. Y desde hacía 20 años eran pareja, pues se hicieron novios desde la universidad. ¿Cómo era posible que una terrible enfermedad la arrebatara de su lado? ¿Cómo a esa edad? Aún tenían muchos sueños y metas por delante.

Recordó aquella fría mañana, aquel sombrío cuarto de hospital. Ana agonizaba y él no se separaba de su lado. Ella le tomó la mano y con grandes esfuerzos le dijo: “mi amor por ti es tan grande que en cualquier otro momento; en cualquier otro mundo te sabré reconocer. Pero tú debes seguir viviendo.”

Ana murió y junto con ella se fue todo el mundo de Juan. Toda su lógica, sus deseos y anhelos se marcharon con ella.

Juan seguía caminando entre la malhumorada muchedumbre. Había algo raro en todo eso. Lo último que él recordaba era haberse quedado dormido en su cama, entre sus sábanas que aún conservaban el aroma de Ana. De pronto se sorprendió a si mismo deambulando por la calle, caminando; al parecer sin un destino, sin ninguna cita.

Juan seguía extrañado; por alguna razón, que ni él mismo entendía, se detuvo ante un puesto de revistas y periódicos, leyó los encabezados; vio la fecha y se quedó asombrado: “19 de octubre de 1998”, justo un día antes de la fecha en que se hizo novio de Ana. Empezó a reír como un loco sin importarle que la gente lo viera. ¿Qué más daba? Esto seguramente era un loco sueño producto de su dolor. ¿Cómo podría viajar en el tiempo 20 años atrás? Esta era la locura más increíble de todo lo que había vivido.

Decidió seguir caminando hasta que el sueño pasara y regresara de nuevo a su triste realidad. Se detuvo en un parque, y sí, lo reconoció. Era el mismo parque en que casi 20 años atrás le había pedido a Ana que fuese su novia; buscó con la mirada la banca en que todo eso sucedió. Vio la banca vacía, decidió sentarse en ella y volver a recordar. Veía a la gente pasar y entendió el porqué de las ropas y peinados fuera de moda mismos que minutos antes se le hacían extraños y ajenos. No encontraba, ahora, mejor sueño para recordar a Ana.

En el parque, unos niños jugaban pateando un balón de fútbol, uno de ellos lo hizo con tanta fuerza, que le dio a un distraído y absorto Juan un balonazo en pleno rostro. El balonazo le había dolido mucho. Internamente maldijo, pues un dolor así seguramente que lo haría despertar de tan lindo sueño. Pero se sorprendió al ver que el dolor continuaba y él no despertaba. De pronto sintió una alegría inmensa y una gran duda lo asaltó ¿Es o no un sueño? ¿Estoy vivo o muerto? ¿La podré volver a ver? Juró para sí mismo que una sola vez más le bastaría, solamente verla una vez más.

Juan se paró tan rápido como pudo, el dolor en el rostro era fuerte todavía; pero nada de eso importaba. La universidad estaba a solamente cinco minutos de distancia, y en ella, seguramente estaba Ana. En vez de caminar, corrió y llegó a su vieja universidad. Para recuperar el aliento se recargó en un árbol que estaba a unos 15 metros de distancia de la puerta principal. El lugar era ideal, el árbol le permitía ver sin ser visto. Juan la empezó a buscar con la mirada.

De pronto, una linda muchacha que estaba platicando con sus amigas en la puerta llamó su atención; vestía con unos jeans ajustados y un suéter rojo cereza… si era ella, era Ana luciendo su juventud y belleza en plenitud. Sonreía y platicaba. Juan la miraba absorto, enamorado, dolido y oculto. Decidió no hablarle, no decir nada y quedarse escondido en su árbol. Desde ese lugar la había podido ver una vez más.

El viento pegó en la cara de Ana, de pronto ella volteó a ver el árbol; vio a Juan tratando de esconderse. Él observó que su amada lo miraba y se quedó inmóvil viéndola y le sonrió, al tiempo que en voz baja decía: “Adiós, mi amor”.

Ana a la distancia correspondió con una gran sonrisa a su observador. De su mochila tomó una hoja blanca y un plumón rojo. Escribió a toda prisa, y sin perder la sonrisa encantadora, alzó la hoja, que con grandes letras rojas decía: ¡TE AMO! ¡VIVE!

Despertar o no en ese momento dejó de tener importancia.

Un comentario en “Adiós, mi amor… ¡VIVE!

  1. El anhelo de viajar en el tiempo hasta ahora solo ha sido posible alcanzarlo a traves de la lectura y la literatura. Algunos osados dirán que es posible hacerlo hacia el futuro, pero el chiste es que sea hacia el pasado si no, dejenme aca. El autor de este relato, logra que se anhelo se nos antoje vivaz y creíble al dejarlo en un limbo en el que puede caer todo hombre abrumado entre el dolor y el amor. Que Bien!!

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