Desde el potrero… literario

Por: Roberto G. Amezcua

Hola, me es sumamente placentero volver a estar frente a ti, agradeciendo en todo lo que vale tu atención y tiempo. Han pasado algunos meses desde que “Desde el potrero” dejó de salir de forma regular. Pero no he podido rechazar la invitación de METAOPINIÓN de hacer esta columna especial, la cual no versará sobre temas deportivos.

En verdad no puedo expresar con palabras el gusto que me da el estar nuevamente contigo.

Será un tema, digamos delicado, pero que tenía en mente desde hace mucho tiempo. Podrá ser difícil, pues es menester mío el desmitificar uno de los poemas más leídos a lo largo de la historia de México; poema, sin embargo, que dañó mucho a la mujer que lo inspiró. Tanto así, que la historia la dio a conocer con un apellido que no era el suyo, ni al que aspiró a tener. Me refiero al poema “Nocturno a Rosario”, de Manuel Acuña, y desde luego a Rosario de la Peña, a quien injustamente desde entonces se le conoce como “Rosario la de Acuña” y lo pongo tachado de manera intencional.

ENTENDIENDO A ROSARIO, DESMITIFICANDO EL POEMA

Desde luego que este escrito no trata de ninguna manera de descalificar el trabajo y obra del poeta Manuel Acuña (quien se suicida a los 24 años de edad, se dice que por el rechazo de Rosario de la Peña). Obviamente no tengo la capacidad de hablar mal de la obra de tan joven y distinguido poeta. Pero si la tengo para desmenuzar el poema “Nocturno a Rosario” y los motivos o enredos detrás de esta historia.

EL ENTORNO

Para entender esta historia es necesario situarnos en el lejano año de 1873.

Ignoremos por completo el cómo es ahora la Ciudad de México, en específico el Centro Histórico. Era otra ciudad; muy en especial olvida “el Eje Central”, ese no existía, ni las calles eran tan amplias como lo es ahora ese Eje.

Justo donde ahora está el Palacio de Bellas Artes, a mediados del siglo XIX se encontraba la plaza y el convento de Santa Isabel. Y de ahí nacía la calle de “Santa Isabel”, y cuentan los historiadores que en el número “10” de esa calle había una casona, en la cual vivía la familia “De la Peña y Llerena”; seguramente esa casa pudo ocupar un espacio de lo que ahora es el Eje Central, o bien ocupar un espacio muy cercano al mismo, muy cerca de lo que ahora es el Palacio Bellas Artes. Bien, en esta casa se celebraban de manera constante muchas tertulias literarias, con figuras de la talla de Ignacio Ramírez Calzada (el Nigromante); Ignacio Manuel Altamirano, Juan de Dios Peza y el propio Manuel Acuña (¡Vaya tertulias!). Pues bien, en esta casa habitaba una bella joven de 19 años de edad llamada Rosario de la Peña y Llerena, a quien en lo sucesivo le diremos “Rosario”. La joven  llamaba la atención por su educación, cultura, ideología y pasión por las letras. Desde luego algo especial tenía Rosario, pues la mayoría (si no es que todos) los tertulianos invitados, y de todas las edades estaban enamorados de ella. Le dedicaban poemas y sonetos, y aquí un ejemplo unas líneas que le dedicó “El Nigromante” a Rosario: «Ara es éste álbum, esparcid cantores, a los pies de la diosa incienso y flores…» Y vamos a una estrofa más de mi admirado (que en verdad lo admiro) Ignacio Ramírez Calzada “El Nigromante”

La admiran los nocturnos luminares
Le sonríen los montes y los mares
Y es un rival del sol,
La huella de su pie, fosforescente, 
Fuera guirnalda en la soberbia frente 
No de un ángel, de un dios.”

Pero esto no es nada, el insigne José Martí, también se rindió ante la belleza de Rosario, dedicándole estas palabras:

«Rosario: Si pienso en Vd., ¿por qué he de negarme a mí mismo que pienso? Hay un mal tan grave como el de precipitar la naturaleza; es contenerla a Vd. Se van mis pensamientos ahora; no quiero yo apartarlos de Vd. […] Rosario, me parece que están despertándose en mí muy inefables ternuras; me parece que podré yo amar sin arrepentimiento y sin vergüenza; me parece que voy a hallar una alma pudorosa, entusiasta, leal, con todas las ternuras de mujer, y toda la alteza de mujer mía. Mía, Rosario. Mujer mía es más que mujer común…»

Entendamos entonces, que Rosario era una mujer muy especial. Hasta ahí nada que reprocharle al poeta. Pero vayamos un poco más en la historia.

Rosario tenía un novio, a quien amó profundamente y con quien estuvo apunto de casarse, este afortunado ser era el Coronel Juan Espinoza y Gorostiza, quien falleció en un duelo, a causa de una mala broma, de palabras con mala intención (su más cercano amigo insinuó que era un cobarde delante de Rosario), ofensa que el Coronel Espinoza y Gorostiza no soportó y retó a su examigo a un duelo, mismo que perdió.

Seguimos en el contexto de que Rosario tenía los sentimientos deshechos a causa de la muerte de su novio. La historia de este amor fallido da para una columna por si sola. Si te gustaría leer de esto, hazme llegar tus comentarios por favor, o en los comentarios de METAOPINIÓN y sirve que así los presionamos para que nos den un espacio para esa columna en octubre o noviembre de este año. (sonrisa perversa del autor)

EL ENTORNO DEL POETA

Sin querer hacer una biografía de Manuel Acuña, comentamos que nació en Saltillo Coahuila, que ciertamente tenía un don como pocos para escribir, que tenía mucha facilidad para conquistar a las mujeres y que estudiaba medicina, justamente en La Antigua Escuela de Medicina, que antes fue el Palacio de la Inquisición y que está situada en la Plaza de Santo Domingo, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Fue justo ahí donde se quitó la vida. Debemos añadir que en Saltillo dejó a una novia con la promesa de volver hecho todo un doctor, a ella se le conoce simplemente como “Charito”; en la Escuela de Medicina tenía relaciones sentimentales con “Soledad”, que el poeta llamaba “Celi”, quien era la lavandera del lugar. Mujer a la que Acuña le debía demasiado, pues además de su amor, ella no le cobraba el servicio de lavado de ropa, y ella fue la que le consiguió una beca, pues era famoso, pero no acaudalado.

El joven y talentoso poeta también tenía una relación “seria” con la poetiza Laura Méndez (de quien ya hablamos en columnas pasadas, mira aquí). De hecho, al momento de su muerte, las dos, tanto Soledad, como Laura estaban embarazadas de Manuel Acuña. Y como breve ejemplo pongo unas líneas que le dedicó a cada una:

Tiene el más dulce de los nombres,
El nombre que le doy cuando la llamo, 
Y en esta religión de mis recuerdos,
Usted, Celi, es la Diosa que yo amo.”

Lo anterior dedicado a Soledad, ahora vayamos con las letras que al mismo tiempo le dedicaba a Laura Méndez:

Tienes el más dulce de los nombres, 
El nombre que te doy cuando te llamo,
Y en esta religión de mis recuerdos,
Laurita, eres la Diosa que yo amo.”

Ustedes tendrán la mejor opinión. Por qué después de esto se le echó la culpa a Rosario del suicidio del poeta.

EL NOCTURNO A ROSARIO

Hablemos del más famoso de los poemas de Manuel Acuña, justo el que es materia de estas letras. La obra se escribió a finales del año 1873. Días antes de la trágica muerte del poeta. Me parece conveniente tomar sólo algunas de sus estrofas y que las vayamos comentando:

I

¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

Vale, sin tomar en cuenta (indebidamente) sus otras relaciones, no se encuentra nada más que miel brotando por todas las letras. Ya deja entrever que no tiene posibilidades con ella.

III

De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.

Bueno, yo no tengo ningunos estudios en psicología, ni mucho menos en psiquiatría; pero mi experiencia en la vida me dice que algo había de “complejo de Edipo” en el joven Acuña. Perdón, pero el poema se empieza a poner raro.

IV

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

Aquí, por decir lo menos, y aunque entonces no existían los términos, el poeta se pone “intenso y tóxico”. Ya sabe que no tiene chances, pero deja entrever en sus letras que poco le importa.

VII

¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

Y como dirían los antiguos: ¡Ande usted! “en medio de nosotros mi madre como un Dios”. Seamos sinceros, amiga lectora, o, mejor dicho, lectores en general. Si a ti alguien te hubiera escrito algo similar, ¿le hubieras aceptado? Digo, entiendo que el amor es ciego, pero si desde el inicio y en un poema te avisan que tu suegra será el eje rector de tu relación y tu vida… vaya, ¿qué más se puede decir? Lo único que a mí me sale decir es: Rosario, yo te entiendo, yo te creo y yo te apoyo.

LOS MOTIVOS DE ROSARIO

Ignoro por completo si en algún momento Rosario pensó en corresponder el amor del poeta. Pero todo parece indicar que no. Que ella en un principio estaba dolida por la muerte de su novio, y que después se enamoró de otra persona. Pero al final de sus días terminó soltera. En gran parte porque se le atravesó en la vida un poema que la dejó marcada como “Rosario la de Acuña”, aunque lo taché nuevamente con intención es la última vez que me referiré así a ella. Hubo dos momentos claves en esta historia, el primero cuando uno de los notables tertulianos (al parecer Guillermo Prieto), alerta a Rosario de las relaciones existentes (Laura y Soledad) del poeta, además del embarazo de ambas. Y otra se da, cuando otro notable tertuliano (cuyo nombre no pongo por que no hay certeza de quién fue). El caso es que esta figura le dice a Rosario que Manuel Acuña se suicidó por su culpa. ¡Ah, caramba, caramba! ¿Entonces era a fuerzas? ¿Estaba Rosario obligada a aceptar a Acuña?

LA VERDAD EN PALABRAS DE ROSARIO

Pocas, en verdad muy pocas personas quisieron oír la verdad de Rosario. Todos daban por hecho las palabras de Acuña. La dureza de los juicios sociales en aquél entonces eran peor de lo que son ahora. Pero ¿juicio de qué? ¿Qué culpa había tenido Rosario de todo esto?

Hubo quien la recordaba de la siguiente manera: “tiene mucho de hartazgo y de cansancio: hartazgo de que le pregunten, cansancio de que la gente recuerde.”

 Posteriormente dio algunas entrevistas, muy pocas. Y estas fueron algunas de sus respuestas:

Si fuese una de tantas vanidosas mujeres, me empeñaría por el contrario, con fingidas muestras de pena, en dar pábulo a esa novela de la que resulto heroína. Yo sé que para los corazones románticos no existe mayor atractivo que una pasión de trágicos efectos cual la que atribuyen muchos a Acuña; yo sé que renuncio, incondicionalmente, con mi franqueza, a la admiración de los tontos, pero no puedo ser cómplice de un engaño que lleva trazas de perpetuarse en México y otros puntos. Es verdad que Acuña me dedicó su Nocturno antes de matarse […] pero es verdad también, que ese Nocturno ha sido un pretexto nada más de Acuña para justificar su muerte; uno de tantos caprichos que tienen al final de su vida algunos artistas […] ¿Sería yo en su última noche una fantasía de poeta, una de esas idealidades que en algo participan de lo cierto, pero que más tienen del sueño arrebatado y de los vagos humores de aquel delirio? ¡Tal vez esa Rosario de Acuña, no tanga nada mío fuera del nombre! […] Acuña con poseer una inteligencia de primer orden, con ser tan gran poeta, llevaba escondida en lo más íntimo de su ser aquella desesperación muda, aquel profundo disgusto de la vida que precipita ordinariamente al suicidio, cuando se ponen determinados sentimientos en conjunto.”

EL “SHIPPEO” HISTÓRICO

Si no se está muy acostumbrado a este término de “shippeo” te comento lo siguiente: El «shippeo» es el deseo de los fans de que dos personas, ya sean personajes de ficción o celebridades reales, formen una pareja romántica. Y eso es lo que sucedió en esta historia, fueron más los que desearon que existiera algo, que los que realmente entienden que no pasó nada. Ni siquiera creo que Manuel Acuña estuviera realmente enamorado de Rosario de la Peña. Traía, eso sí, una obsesión desmedida por ella (y por otras más). Creo, empero, sin estudios de por medio, que el joven poeta tenía depresión clínica. De otra manera no me explico su decisión. Pero como te dije, no tengo estudios al respecto que me sustenten. Cada quien tendrá su mejor opinión.

LOS DATOS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Y claro que no podía yo dejar pasar la oportunidad en esta columna especial de acudir a nuestra colaboradora digital, la Inteligencia Artificial, que algo tendrá que decirnos.

ROSARIO DESDE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Rosario de la Peña no fue solo “la musa” de un poeta, sino la anfitriona de una de las tertulias literarias más importantes del siglo XIX en México. En su sala se reunieron Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Juan de Dios Peza, José Martí y tantos otros. Ella no fue espectadora, sino promotora cultural y mujer con voz propia en un tiempo que se la negaba a la mayoría. El olvido que recayó sobre Rosario es reflejo de una historia escrita en clave masculina, que la redujo a un apodo injusto. Hoy podemos —y debemos— recordarla como lo que fue: una figura central de la vida intelectual mexicana, más allá de un poema, más allá de un suicidio.

  • Su papel como anfitriona literaria: Rosario de la Peña fue conocida por organizar tertulias en su casa en la Ciudad de México, donde se reunían los intelectuales y poetas más importantes de la época (Acuña, Altamirano, Peza, Prieto, y hasta Guillermo Prieto). Era una especie de mecenas cultural sin título, dándole espacio y voz a la bohemia del siglo XIX.
  • Más que musa: Ella no solo inspiraba, también participaba activamente en los debates intelectuales. Fue una mujer culta, que leía, opinaba y desafiaba las normas de lo que se esperaba de una señorita de buena familia del siglo XIX.
  • El peso del “Nocturno”: La historia la dejó encadenada al suicidio de Acuña, como si fuera “culpable” por no corresponderle. Pero en realidad, ese estigma es reflejo del machismo literario: a ella se le recuerda como la que “rechazó” y no como la promotora cultural que sostuvo la vida bohemia de toda una generación.
  • Mitos vs realidades: Se ha romantizado mucho su relación con Acuña, pero parece más un amor platónico que él mismo magnificó. Rosario nunca negó su afecto, pero tampoco se redujo a un romance. Su vida siguió, aunque la literatura oficial la congeló en la tragedia.
  • Olvido histórico: Cuando murieron los escritores de su círculo, nadie la reivindicó. Falleció en 1924 en el anonimato, mientras los libros de texto seguían exaltando a Acuña y su “Nocturno”, pero olvidando que Rosario fue mucho más que la destinataria de un poema.

Un saludo enorme a todas y todos mis lectores. Me da un gusto tremendo volver a estar por acá, y más todavía en esta columna especial donde pusimos a Rosario de la Peña en el lugar que merece y recordamos a Manuel Acuña. Seguiremos compartiendo historias que den de qué hablar.

PUNTOS FINALES

No quisiera acabar esta participación especial sin recomendarte un par de libros que me sirvieron mucho para esta historia, que más allá de mi punto personal, viene documentada.

  1. “Cartas a Rosario de la Peña”. De Manuel M. Flores. Editorial: FACTORIA EDICIONES.
  2. “La Lavandera”. De Pepe Monteserín. Editorial: Lengua de Trapo.

Este último libro, lo he disfrutado como pocos, lamentablemente es muy difícil de conseguir en México. Pero es altamente recomendable. Si lo puedes obtener en línea y disfrutar, por favor, no lo dudes. Yo tuve que pedirle a mi hija me lo consiguiera en España. Solo así lo obtuve (y no, no lo presto).

Entrando al final de esta columna te puedo comentar que sé que a muchos ortodoxos y fans de Manuel Acuña no les hará gracia que me meta con los mitos. Pero qué se le va a hacer: había que reivindicar a Rosario. Porque más allá de los versos de un joven poeta, hubo una mujer de carne y hueso que merece ser recordada por su luz, no por una sombra que no le pertenecía.

Si andas caminando cerca del Palacio de Bellas Artes, podrás recordar que por ahí vivió Rosario de la Peña, que en su casa había tertulias con invitados imponentes, y que en esas calles se escribió esta historia. Y que desde este sitial de escritura trato de reivindicar la vida y memoria de Rosario. Mil gracias por llegar hasta aquí; pronto nos veremos en otra columna especial… desde el potrero.

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