Objetos perdidos.

Por: Julieta E. Libera Blas.

Una noche descubrió una cajita de madera dorada dentro de un baúl de madera, ésta se encontraba cerrada y sellada. Registró algunas de las gavetas hasta que encontró lo que buscaba con ansias, la llave. Con ojos hambrientos de curiosidad la abrió a discreción; este hombre curioso deseó con todas sus fuerzas no haberlo hecho pero era demasiado tarde. Todos los secretos ahí guardados salieron a la luz; con desesperación buscó su imagen entre fotos o su nombre en aquellas cartas amarillentas. En ningún lugar se encontró…
Julieta Libera.

Queridas y amables lectores:

Deberíamos de aprender a hacer figuritas de origami y colgarlas en las puertas como móviles para después dejarlas en libertad. Pueden servir como separadores o para guardarlas dentro de una cajita, escribirles un nombre o tirarlas a la basura. Desde hace tiempo tengo un ave extraña guardada entre las páginas de un libro que hace tiempo no abro – a veces hay que tirar el pasado en el cesto de la basura y seguir caminando. Aunque pienso y creo, que el pasado se pude tirar, pero a las personas, no. ¿Por qué? Admito que a veces es bueno recordar, porque se supone que aprendimos la lección o el aprendizaje que nos dio la vida – hace poco recibí el mensaje de una persona que pensé nunca volvería a saber de él. Algunas personas me dijeron que no era buena idea responderle, sin embargo, lo hice, porque lo cierto es que no perdía nada haciéndolo. Fue como un trámite más en la vida. Sin daños, sin lamentaciones. Solo escribir. Quizá muchos dirán, ¿para qué respondió? Para cerrar un ciclo, solo por eso y continuar la vida – afortunadamente todos tenemos un pasado. El pasado es aquello que nos hizo vivir, amar y llorar.

Hace poco tiempo reacomodando mi habitación, encontré cientos de cosas que estaban perdidas en mi memoria. Cartas, fotos, flores secas, obsequios, etc. A decir verdad, no me acordaba que todo eso había vivido alguna vez con una persona. Releí algunas cartas, y diarios. Miré las fotografías guardadas celosamente dentro de una caja y me entretuve observando mi sonrisa, mis ojos. Observé con cierta nostalgia las sonrisas de ambos durante aquella vida que alguna vez tuve. Constaté que el tiempo pasó tan rápido, que al contar los años es como si todo hubiera sido un sueño. Por primera vez, le sonreí a ese pasado, lo abracé y supe en ese preciso momento que esa parte de vida me había enseñado algo y fue así como lo atesore: guardándolo; precisamente ahí: en el pasado. Sin rencores, sin lamentaciones y sobre todo, sin ningún atavismo trágico. 

Tal vez lo que nos haga falta es abrir las múltiples cajas que tenemos escondidas dentro del baúl de nuestra alma y de nuestra memoria para dar poder dar pasos firmes. ¿Qué será aquello que nos hace anclarnos a las cosas y a las personas? Quizá lo que nos haga sentir valientes durante la batalla, sea aquello que no hizo feliz durante un tiempo y por eso se nos dificulte tanto zarpar y dejarnos ir junto con la marea. Si lo pensamos, ¿para qué tener guardada una rosa seca, fotos, cartas llenas de un amor que murió con el tiempo. Ahora son sólo polvo, cenizas, el viento se lo ha llevado casi todo.

Mario Benedetti  bien nos dice en uno de sus poemas “El olvido está lleno de Memoria” y es cierto. Por más que intentemos ocultar algo, que finjamos estar tranquilos, siempre hay un motivo que nos hace tener “sentimientos insoportablemente actuales” ¿Cuántas veces hemos caído en la gratificante ventura de un recuerdo? Solemos escuchar a la persona como si estuviera en ese mismo espacio y hasta percibimos su aroma. Cuántas otras, los pensamientos nos golpean ante un triste acontecimiento que impactó nuestra vida, hizo que las lágrimas brotaran peor que un torrencial; otros, sencillamente se evaporan y sucumben con el tiempo. De alguna manera sabemos que los recuerdos viven dentro de la memoria y que descansan ahí: silentes, quietos, inmóviles, sin que nadie los moleste – creo sinceramente que la memoria es similar a la eternidad y siendo así, supongo, no tiene ni espacio, ni tiempo – siempre hay algo que la enciende, una chispa, una llamarada y es tan inevitable como el desear no dormir.  

Los recuerdos por algún tiempo se convierten en eso: una pila enorme de objetos perdidos dentro de baúles, cajas y dentro de las páginas de los libros. En los álbumes fotográficos. Entre las notas de una melodía, dentro de las almohadas, entre el dialogo elocuente de una película. De repente, cuando menos lo esperamos, reaparecen como magia y hechizo, y corren como caballos desbocados solo para golpearnos, y mostrarnos esas cajitas doradas que se abren de un solo golpe. Atraviesan la delgada línea entre el pasado y el presente. Desean anclarse, someternos. A veces suelen quedarse por mucho tiempo, y se van resignadas. Otras más, solo nos miran y se van…

Todo tiene un ciclo – para mí el ver ciertos objetos perdidos dentro de mi cabeza hacen que me inunde de una alegría extraña. A veces son un acontecimiento agradable. ¡Qué importa si mis cosas terminaron en la basura! Si mis cuentos quedaron entre una nube de polvo o hasta quemados. Mi libro quedó también guardado en una caja o empolvado en un librero. ¡Qué interesa si ese pasado está muerto y enterrado! ¿No creen que sea bueno ser parte del pasado de una persona? Sin excepción, todos dejamos algo en alguien en mayor o menor medida. ¡Alegrémonos! Nuestro recuerdo las hace tener un motivo en la vida: el de aprender. Pero no por eso debemos de vanagloriarnos y echar una carcajada. También de los malos recuerdos aprendemos a ser fuertes. Desafortunadamente, no todas las personas nos hacen sonreír, de hecho es lamentable su recuerdo; el mismo que desearíamos sepultar dentro del alma. 

Tengo la firme convicción de que los recuerdos se convierten en lastres porque no los sabemos enfrentar y los vamos guardando como minúsculas cerillas, hasta que se encienden todas de un chispazo y algo dentro de nosotros se ilumina. Algunas veces en ese tránsito de la memoria, caminamos solos, con las manos solas. La otra parte hace tiempo, quizá mucho antes de que se fueran de nuestras vidas, superaron esa delgada línea del “olvido al no me acuerdo.” Enfrentaron su destino, sin mirar atrás. Aún así, tenemos la osadía de guardar nuestro pasado tan celosamente que somos incapaces de dejarlo libre.

II

He pensado que el pasado, sus recuerdos son como un carrete de hilo rojo. Durante el trayecto de nuestra vida, acumulamos tanto hilo que a veces se nos enreda sin que nosotros lo deseemos y se va trozando. En nuestra aparente dicha, después del ocaso, lo anudamos tantas veces que se convierte en una maraña de simples especulaciones, de esperas interminables, de escritos ilógicos y olvidos forzados. Y se hace tan pesado el carrete, que una mañana al despertar cogemos las tijeras y sencillamente lo cortamos. En ciertas ocasiones sólo lo trozamos; así como cuando vas de prisa y solo halas con los dientes y se abre el hilo. En ocasiones mucho menos complejas, solo soltamos el carrete de nuestras manos, dejándolo libre. Llevándose consigo toda presión y maraña que acumulamos durante periodos interminables en nuestras vidas. El hilo es tan largo, que al verlo tan libre nos llenamos de un goce que aquieta el alma. Esa tranquilidad nos permite extasiarnos de aquellas remembranzas. Podemos mirar los nudos que le hicimos a nuestro hilo, se ha hecho débil. Sin embargo, siempre hay partes tan fuertes como el cáñamo.  

Los recuerdos son el alimento del alma, y creo que para superar ciertos “recuerdos incómodos”, debemos aprender a soltar y a mirar con amor, lo que alguna vez nos hizo estallar de emoción. Mientras no superemos nuestras propias barreras y miedos jamás sabremos el valor del simple esbozo de una sonrisa que se pierde en el horizonte, por tan solo cerrar los ojos y recordar una parte imborrable de nuestras vidas – estoy consciente que existen recuerdos dolorosos que jamás nos harán sonreír y ésos solo el tiempo los podrá sanar.  

Yo me quedo con mi caja dorada de recuerdos. Decidí exponerla, guardar y tirar las cosas que irremediablemente ya no tienen cabida en esta parte real de mi vida. La de hoy, la de un futuro. Todo tiene un ciclo y lo que encontré ahí, es una vida llena de historias que al parecer siempre me harán sonreír porque la imagen que capturaron, fue de una mujer que durante un tiempo fue feliz y eso es una bendición de la vida.

Verano del 2012. 

¡Gracias por la lectura! ¡Sean dichosos! 

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