Diatribas de un escritor

Por: Julieta E. Libera Blas

“Mientras siga viviendo voy a escribir.
Cuando me muera yo seré recuerdo, si acaso”
Juan García Ponce

I

De pronto llega una calma ajena a tu vida cotidiana. Una mañana despiertas y te miras en una habitación llena de libros, papeles, recuerdos, plumas, lápices, bolsas, abrigos. Y te das cuenta que han pasado dos semanas y no has podido escribir nada. No tienes historias por contar, el pasado no se ha querido asomar, tal vez porque está harto de siempre estar presente. Te levantas de la cama y definitivamente piensas que ese día las sábanas se quedarán tal cual están, revueltas, sin forma ni gracia. Caminas hacia el ventanal y al correr la cortina te das cuenta que el cielo está nublado, llueve casi como aquel domingo en que la Ciudad de México se cubrió de una nostalgia envidiable; quizá ese domingo deseó ser como hace siglos; extrañó sus canales, el agua que corría, el verde que cubría su piel. “La región más transparente del aire» ahora luchaba porque sus habitantes no se ahogaran y sus edificios y casonas casi en ruinas, se mantuvieran de pie una vez más. Pero este día es distinto, no tienes ni frío ni calor, pero no deseas hacer ejercicio, ni tomar café, mucho menos tragarte tus medicamentos. Te duele todo, lo sabes, quizá hasta el corazón y no quieres escucharlo, no deseas exponerte más a nada y prefieres volver a la cama y olvidarte que este día no quieres hacer nada porque tu cabeza está cansada de tanto pensar, reflexionar y ordenar lo que aparentemente está en desorden.

Enciendes la televisión y vas directo a ver noticias; lo mismo de siempre pero mucho más violento y cruel. Guerras, recién nacidos abandonados, asaltos, mandatarios que están a punto de perder la cabeza y pienso: “Dales un poco de poder y construirán desgracias”. El tránsito a tope, manifestaciones, accidentes, casas que se derrumban por exceso de peso y posiblemente por falta de mantenimiento “Es que es una casa que ha pasado de generación en generación” pero a veces como el cuerpo, hay que llevarlo al médico, darle algún remedio, apapacharla, no olvidarla. Pero, ¿quién soy yo para juzgar a nadie? Sólo miro desde fuera y me doy cuenta que merecemos las lluvias y el calor extremo, el frio espantoso, pero me detengo a pensar en los demás: “Inocentes, ¡qué culpa tienen! Así dice mi madre, tiene razón esa señora que sólo respira paz, prudencia, dulzura, y una risa que contagia. Mi madre es todo eso y más, pero no sólo la mía sino la de todos ustedes seguro están contentas o tristes, o ligeramente atolondradas por la edad o enfermedad o cansadas del trabajo y de las deudas. De la casa que nunca tiene fin, porque cuando terminas de limpiar la sala te das cuenta que te falta aún todo por hacer. Te asomas al jardín y no tiene forma, caminas hacia el patio y todo está de cabeza y la gata Negra llora porque tiene hambre pero hace una hora ya le has servido la comida pero necesita sentir su tripa llena para que pueda ronronear a sus anchas.

Las personas nos cansamos hasta de pensar por lo que no hicimos. Le damos vuelta a temas que te arrastran desde hace días y te das cuenta que ya no quieres caminar por ese sendero. Te da pena, te entristece pero anhelas tu paz emocional y mental. Hay que darle un nuevo giro a la vida aunque dejes trocitos de ti en el camino, más vale eso a seguir intentando hacer las cosas perfectamente bien. ¿Cuántos giros de tuerca necesitamos para comprender que el amor debe de nacer primero en nosotros para poder amar a alguien? ¿Cuántas lágrimas necesitamos para soltar a esa pequeña bola de pelos que murió hace casi un año? ¿Qué esperamos para escribir en paz, sin distracciones, sin pereza o emotividad?

Cada vez que abro mi computadora miro mi teclado cubierto por gomina roja, lo acaricio, me gusta cómo se siente. Limpio la pantalla, verifico que tenga la batería suficiente para poder trabajar tranquila sin la necesidad de detenerme por algunos segundos, sacar del cajón el cargador porque recuerden: “Lo importante es el orden” – según quién. Soy extremadamente ordenada pero este día no quiero hacerlo, mis ganas se fueron a algún lugar fuera de este mundo, corrió hacia otra galaxia. Sin darme cuenta me quite la pijama, me vestí lo mejor posible aunque “ando distraída” – así decía mi abuela materna cuando sus hijas no se arreglaban de acuerdo al momento. Ahora me lo dice mi madre cuando nota que mis ganas se largaron a otra parte y no piensan regresar en no sé cuántos días. ¿Estoy preparada para recibir a esa neblina que arrebata el sueño, la paciencia, la prudencia, el desanimo, las ganas que incapacitan hasta de leer y de escribir? Dicen que las mejores obras literarias se han escrito en momentos complicados, oscuros, lastimosos. Lo confirmo, la mayoría se han escrito de esa manera. La pluma se suelta, no se complica, la mente no para. Caes en una rotunda lucidez, podría decir: envidiable.

No tengo nada que contarles, nada. Ni del pasado que no me corresponde o del presente que no termino por entender.

Sin darme cuenta ha pasado una hora desde que empecé a escribir y lo sé porque la contadora de noticias se despidió y la siguiente ha dado la bienvenida. Escucharé las mismas noticias una y otra vez, esperando a que me den ideas para un cuento que debo de entregar. Un cuento, dos o tres, las ideas ahí están pero mi bloqueo es tremendo y por más que le insisto a mi creatividad, ésta nomás se niega a salir. ¿En qué lugar se habrá escondido? Quizá aquella tormenta de aquel domingo todo se lo llevo dejándome exhausta, limitada, molesta.

II

Por la madrugada escuché un programa acerca de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), esplendido escritor que les conmino a leer. No se pueden perder de sus excelentes narraciones. La mesa de comentaristas constaba de un eminente académico, un critico literario y dos escritores que en lo personal me maravillan. Al escuchar cómo fluía la conversación, la cercanía que tuvieron con este gran escritor, imaginé lo tremendo que hubiera sido haberlo conocido. ¿Qué tanto le hubiera aprendido, qué hubiera platicado con él? Seguro en otro mundo sí que lo sé.

Hace tiempo encontré un programa en honor a él; hace tiempo, durante la pandemia lo transmitieron en un canal cultural. Recordé la tristeza que me provocó enterarme de aquella última cena que tuvo con sus amigos y su esposa Joy Laville –dirán lo que quieran pero sus dibujos en las obras de Ibargüengoitia son sensacionales-. Era 1983, García Márquez le había invitado al Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana en Bogotá, Colombia. Se negó a asistir pero el destino intervino, como suele hacerlo en esos casos. Una noche antes de su viaje se reunió con sus amistades en el departamento que compartía con su amada esposa, al siguiente día abordó el vuelo 11 de Avianca un Boeing 747 en el aeropuerto de Francia, el famoso Charles de Gaulle París pero éste se estrelló cerca del Aeropuerto de Madrid-Barajas.

En dicho programa, un escritor amigo de de Joy Laville expresó con profunda tristeza, que se imaginaba aún los trastes sucios dentro de la tarja, las botellas vacías de vino sobre la mesa, las copas medio llenas por todo el comedor y la sala. Las colillas de cigarros dentro y fuera los ceniceros. El corazón desgarrado de su amada esposa, de esa inglesa que tanto le amó hasta el último día de su vida. Cuando fueron a reconocer sus restos se quedaron atónitos, sus zapatos lucían sino incorruptos, sí como una señal que sus letras a pesar de que su última novela se había perdido entre las llamas de ese avión que se llevó a 181 personas que pensaron que la vida siempre sería vida y no muerte, serian eternas.

Reza un dicho “Siempre imitado, jamás igualado” y tiene razón, como escritor sí que tienes influencia de otros, la admiración hacia algunos de ellos es inagotable. A mi criterio pienso que jamás podrás imitar ni igualar a nadie, posiblemente el deber es ser mejor que lo admirado y/o ganarte un lugar en este mundo de letras y que éstas a su vez te den un lugar en los gustos literarios de las personas. Tener el privilegio que seas del gusto de alguien, que uno de tus libros se encuentre en el librero, computadora, celular, que te disfrute y reflexione sobre lo escrito. Buscas que una de tus columnas sean recordadas al ir caminando en el Centro de la Ciudad, o al hacer la sobremesa, al acudir a uno de los recuerdos cuando a el alma le hace falta consolarse.

Espero un día ser recordada por mis letras, por mis columnas y cuentos, por estas líneas que escribo con esta deslealtad a mis letras porque mi mente en estas ultimas semanas no sabe qué escribir y no sé si sea por despiste, abatimiento, cansancio o una falta de creatividad terrible.

Hace tiempo me comprometí conmigo para serle fiel a mi escritura, a mis lecturas. Algunas veces le he sido infiel olvidándome de ella porque la mente esta transitando en otros lares y no le da para fijarse en el papel y en la pluma o en el teclado que fiel me espera hasta que vuelva. La promesa sigue en pie, a ella no la suelto aunque duela el alma, ella está ahí en silencio, esperando verse expuesta; da envidia de lo linda que se ve.

III

Ángel Amozorrutia me enseñó a ver la libertad de las palabras y me mostró un mundo literario que yo en ese tiempo desconocía, y hoy esto te lo dedico, esperando que aquella promesa de tomarnos un café nos vuelva recibir con un buena conversación, unos dedos de novia riquísimos y un mil historias que contarnos. Deseo que tus pasos vuelvan a andar por aquellas benditas calles del Centro de la Ciudad que tanto disfrutas y que tu voz sea más que eco.

Quiero recordar este día cuando me platicabas de García Ponce, Salvador Elizondo, Octavio Paz, del que me explicaste su poesía tan bellamente que daría envidia de cómo tu voz retumbaba de lo feroz que te parecía como persona y escritor. Releer a Javier Marías porque en ese tiempo lo tenía abandonado y me mostraste un camino distinto para volver a él o del cómo te embelesabas al hablar de Roger Von Gutten, Arnaldo Coen, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Alberto Gironella, Teresa del Conde, Pedro Coronel. Vlady y su magia en los murales que se encuentran eternamente en la Biblioteca Lerdo de Tejada o simplemente pasar a lado de la Librería Madero y detenerte a conversar con Don Enrique. Faltan días por conversar, por andar, por vivir. Libros por leer, por escribir. Tantos caminos cruzados como aquel paisajista que dibujo el rostro de García Ponce o un simple hoja que se sabe eterna.

La vida se presenta mientras que la muerte nos va rasgando de a poco el presente que se va quedando un poco vacío.

¿Lo ven? No tengo mayor cosa que contarles, hoy el pasado que no me corresponde no ha golpeado a mi puerta y si bien me contaron historias ninguna llegó a buen puerto. Me lamento que las letras se hayan inundado de otros quehaceres que al parecer no son importantes. Me niego a escribir sin alma, sin amor, sin alegría aunque el corazón se encuentre en remodelación. Cuando ellas regresen, vendrán con nuevos bríos, fuertes, y hermosas. Sin lamentarse ni sentirse en agonía, seré como Silvia Plath: un árbol lleno de ramificaciones, de frutos.

¡Gracias por la lectura, sean dichosos!


Deja un comentario