Por Lenin Rojo Curiel
Sin duda el más grande despropósito de nuestros tiempos lo constituyó, a saber, la conocidísima «Fuga de la luna». Claro que hoy cualquier escolar se sabe el dato: el 24 de Junio de 1999 la luna desapareció. Y aunque se sepan el dato, bien poca reflexión los hombres han procurado del mismo. Y ahora que los suicidios se multiplican a granel por falta de luna, los hombres ven cuán injusto ha sido su comportamiento al atribuírselo a la que brilla para todos, o mejor… a su falta.
Aunque la historia es archiconocida, no deja de ser tentador, para quien la consigna, que mientras se relata de nuevo, se encuentren algunas sorpresas que la realidad siempre se guarda bajo la manga y que muy inoportunamente vienen a derribar nuestro castillo de naipes de certidumbres, nuestra perfecta teoría, nuestras convicciones más agrias.
Intentaré narrar lo que aquel día maldito para algunos, bendito para otros, trágico -eso si- para todos-, sucedió. Y para comenzar por el principio, debemos hablar del desesperado y triste amor de un poeta por la luna.
Parece mentira que en nuestro computarizado y virtual mundo siga existiendo gente tan cursi como para enamorarse de la luna… pero es verdad. Este tipo de personas constituye un peligro latente que habría que tomar en cuenta para el futuro en el que cualquiera que cediendo a una pasión excesiva (valga la redundancia) y contando con criminales medios, se deschavete otra vez y nos vuelva a desaparecer a la pálida Señora de la Noche.
«Te amo, te venero, te idolatro. Cómo puede haber algo más hermoso que tu luz, ni el sol, ni el arco iris poseen tu misterio; tú, la de falda azul con lunares blancos…
En efecto, ya la historia registró pasiones desmedidas por el astro de la noche tanto es así que definimos como lunáticos a los idos, a los perros, a los poetas…
Pero hasta la fecha, la adoración no había pasado de ahí y por supuesto a nadie se le había ocurrido la profanación y mucho menos el rapto.
Pero las épocas tienen los poetas que se merecen y ya veremos según se narre si tuvimos lo que merecíamos o si simplemente no hemos aprendido nada.
«…Tú eres nuestro primer muerto y nuestro primer y único amor, la primera verdad, la de cambio, la primera mentira. Por tu amor torturante yo me inflamo y aguardo y espero tus ciclos, soy tu lechuza como tú lo eres de la noche…»
La verdad es que hacía ya bastante tiempo que los hombres se habían dejado de ocupar de La Impar. Debo recordar que en los últimos tiempos, a la luna se la piso, nada más faltaría regar sangre humana y el fin de los tiempos habría de llegar
“…Tú la del agua, la del rocío, la de los besos inversos, la de las cucarachas, los perros y los gatos, tú Soberana, liebre marina, diadema de serpientes te evocan.
En efecto, hacía mucho que los hombres no habían tenido ya ningún gesto de afecto o consideración, y a La Bella de la Noche, hermana de los cuatrocientos conejos, se la consideraba, como a una propiedad de esas bestias que la habían conquistado. Desde ese entonces, se la consideró el primer escalón para la conquista del sistema planetario y ella, Señora de las arañas y las tejedoras, ha estado cada vez más triste. Y es que pasar de ser la Reina de la Noche a una estación central se entiende que a cualquiera se le amargue el corazón…
Por otra parte, esa misma indiferencia demoledora hacia la hija de Tláloc se iba haciendo cada vez más patente y habría que decir aceptando la triste verdad la luna importaba cada vez menos en el corazón de los hombres.
Repárese si no en el olvido cada vez mayor que le procuraron incluso los pueblos y culturas que la tienen por Manu Protectora. Los chinos hace tiempo que la han olvidado, como han olvidado tantas cosas en la búsqueda de volverse como Occidente, más solares, razonables, competitivos, y las fiestas en honor a la esposa incestuosa quedan cada vez más como un rito vacío que ya no llena ni a los niños chinos.
Por su parte, los gitanos han hipotecado ya del todo su arte y sus figurerías, ellos, legítimos herederos de la Engendradora de Estrellas, también la vendieron al mejor postor al grado de que hoy día cualquier imbécil da tres zapatazos y grita destempladamente «¡luna!» Y decimos de inmediato «¡flamenco!».
Incluso los árabes para quienes la noche es mucho más importante que el día, hace tiempo que enajenaron a su Reina en su sed de venganza de Occidente y en sus eternamente crueles disensiones, hace ya mucho tiempo que la perdieron y dan la vida por un satélite de comunicación que les permita espiar a gringos y judíos.
Así las cosas, al parecer hacía tiempo que La Bella de la Noche, patrona de los alumbramientos, había sido manchada, olvidaba, mecanizada, vendida, enajenada, olvidaba de nuevo.
Se me dirá que los poetas todavía la guardaban y yo diré que no es verdad; que con la misma fría mecánica se recitaban los versos de famosos poetas a la luna, pero estos eran calculados para recitárselos a un público que va a aplaudir eso mismo y no a la luna.
Los niños, por su parte, dignos hijos de sus solemnes y productivos padres hace tiempo que han olvidado a la Hija del Rey en aras de sus juguetes cada vez más sofisticados, sus héroes cada vez más gringos y sus juegos cada vez más cifrados y virtuales. ¿A qué niño le interesa contemplar la luna si puede jugar con su “estupidendo”?
Incluso los animales que tradicionalmente se le habían consagrado habían dejado de buscarla y respetarla. El mismo ladrar de perros a la luna ya no es cierto en las ciudades donde de esta se aprecia solamente una pálida excrecencia nocturna.
Así pues, los hombres llenaron la noche con anuncios comerciales luminosos que nos apartan de su única contemplación, contaminaron el cielo con otras luces para distraerse de su única luz, incluso crearon de luz una ciudad que no duerme, lo cual es el colmo de la afrenta para una luna que se precie de serlo.
Por último, la volvieron la sirvienta de la noche y están a punto de lanzarse sobre ella y a saber qué nueva perversión inventen. La Luna está triste como una caja de música destemplada, como una caja de cosas inútiles, como un poema que nadie lee, como un hueso que nadie muerde.
Así, el 24 de Junio de 1999, día de San Juan, La Luna se fugó como los adolescentes y los reos peligrosos y no supimos adónde. Al momento de su fuga, pretextamos, que no podíamos saber ya que ella y su amante aprovecharon claro el periodo de luna nueva. En la tierra, por supuesto, fue el caos y eso si fue lo primero que se vio, los satélites se precipitaron a Tierra al cambiar ésta su equilibrio de fuerzas con su satélite blanco, y por ende las computadoras se descompusieron con el consiguiente pánico. Los rusos creían que los gringos los atacaban y éstos que los rusos y los yugoeslavos o Kadafi y por supuesto hubo una que otra bomba atómica que se escapó, desgraciadamente, algunas ciudades fueron destruidas y ahí se vio que nuestro castillito de naipes se derrumbaba, aunque a todo esto se le llamó daños colaterales lunares.
En el desierto las arenas parecían volverse locas y empezaron a subir hasta cubrir todo el cielo, hasta ennegrecerlo. La aguas de los mares no se diga, aullaban y se agitaban vueltas locas, las gotas, desde el pánico desatadas, se azotaban unas contra otras y así el veinticinco, el veintiséis, el veintisiete.
Hacia el 28, La Tierra se había calmado un poco, los hombres miraban al cielo y sólo veían algo… «humo» lo llamaron pero no era humo en verdad. Era esa sustancia que venía del fondo de la Tierra, llena de nostalgia inmensa por la visible invisible, fuera de eso, la Tierra estaba notablemente más tranquila y no fue sino hasta los siete días que, en efecto, se despejó el cielo nocturno lo suficiente para que los hombres descubrieran con increíble estupor que la luna ya no estaba.
De inmediato, toda la humanidad se puso a buscar a La Bella convirtiéndose en ojos que vigilaban al cielo para verla aparecer, así como antaño, ella era nuestro ojo nocturno, nuestro consuelo… incluso al hombre más pobre…le queda la luna.
Más no, los hombres volteaban al cielo y éste, mudo como es, no daba razón de nuestro Jardín Secreto, no hay consuelo, la noche es un increíble agujero lleno de estrellas y vagamos en un planeta huérfano. Los perros se volvían locos furiosos y después se suicidaban, si es que antes sus amos no los mataban porque los malditos, pobres, no dejaban de aullarle al vacío
Como dije fue el caos, las plantas se morían quemadas de día por un sol excesivo y en la noche arrasadas por lluvias torrenciales que las arrancaban de raíz el caos del caos el infierno de la lucidez.
A los diez días -cosa notable- los genios de la ciencia han comenzado a suicidarse igual o peor que los perros, y los locos, estos se sienten ahora si desquiciados sin su patrona. A los once días no obstante, se supo, pues estas cosas son imposibles de ocultar.
El poeta se había raptado a La Luna, cómo, quién sabe, y la mantenía en su cuarto de única ventana, cuarto miserable de cuatro por cuatro y como la bella no había podido dejar de crecer ya las paredes se habían agrietado y por doquier comenzaban a aparecer las puntas de su sonrisa inmensa.
Como de entrada el poeta se negó a entregarla, la primera reacción fue de fuerza había que ir a rescatar al Farol de la Noche que un malísimo hombre nos había hurtado…
Y allá te van el ejército, la policía, los perros que quedan vivos, los locos que nunca faltan y ahora con estos días sin luna peor… en fin todo el que creyó que tenía algún derecho sobre la Bella de la Noche se fue para allá. Es decir, todo el mundo.
La llegada de los hombres a rescatar a la luna es digna de una superproducción y se puede adquirir hoy en cualquier tienda de video: helicópteros, altavoces, sirenas, cordones policíacos, periodistas y moscas… moscas y periodistas por todas partes.
-¡Que salga!
-¡Que nos devuelva a La Bella de la Noche!-¡Que lo maten!
-¡No, que antes se aseguren de que ella está bien!
-¡Salga con las manos en alto, no intente nada! está rodeado…
-Repito… (Salga con las manos en alto. Tiene diez segundos!
En eso un silencio dos, tres largos silencios más largos que 10 segundos y la ventana al abrirse, se enciende.
Es ella, desde luego, y viene vestida de luna y vestida para matar. Avanza y el increíble silencio que la rodea, la hace más soberana que nunca, como debiera ser, vamos.
Es ella y va a conceder una entrevista ha dicho -una y sólo una- pero quiere aclarar que desde luego, no ha sido raptada, que es ella la que ha huido con el amor de su vida, el hombre que la espera detrás de esa ventana… Y entonces la luna habló y dijo que nunca había dejado de hacerlo, que eran ellos -la humanidad- los que no habían querido escuchar. Habló bajo y con voz rasposa, voz de noche, garganta de cascada de estrellas. Voz del tiempo de la que conoce el tiempo y antes del tiempo…de la que acunó a dios mismo en su seno.
Dijo que sabía que éramos sus hijos y que ella no renegaba, que éramos nosotros quienes la habíamos desacralizado en centros comerciales, en zapatos, en chocolates, que éramos nosotros y no ella -La Protectora- los que como paganos, habíamos abominado de su dulzura para encerramos en nuestros espacios virtuales. Y dijo que como toda mujer que se enamora y se siente y está segura de haber sido abandonada por sus hijos, ella estaba en su derecho de hacer lo que hizo. Así que la perdonaran, que eso era todo lo que tenía que decir y que «con permiso».
La consternación quedó registrada, fue brutal. Se formaron consejos, comisiones, cartas, peticiones, citatorios, demandas, cumbres… La calle de la ventana única donde vivían en increíble amasiato La Pródiga y el poeta se tapizó de cartas y telegramas de amenazas y súplicas pues ni fax ni Internet había en casa del vate.
Pero los enamorados son inconmovibles, como bien sabemos todos los que nos hemos enamorado, y es más fácil desviar a un rio de su curso que a dos que fatalmente quieren unir, aunque sea para chocar, sus estrellas.
Las peticiones y las amenazas no hacían sino reforzar su mutua adoración y multiplicar las promesas de fidelidad eterna que tan peligrosas suelen ser.
La cosa se puso tan grave que los Usamericanos y los británicos amenazaron con intervenir en nombre de Su Seguridad Nacional y convocaron de inmediato al Consejo de Seguridad y a la OTAN. Se esgrimieron los consabidos y supuestos eternos derechos humanos a poseer nuestra parte de la luna y de inmediato se aprestaron a bombardear si era necesario (ellos tan delicados y humanitarios).
En la Casa Blanca el diálogo fue el siguiente:
-El presidente Bush-it: Se me ha informado del rapto de La Inconmovible por un grupo de yugoeslavos y fedayines iraquíes.
-Sí Sr. Presidente, aunque no tenemos confirmación.
-¿Y se puede saber a dónde se la llevaron?
-Parece que al Sur, Sr. Presidente…
-¿Y dónde es eso?
-Hasta el momento no lo sabemos con certeza señor y es que… si antes teníamos una vaga idea… ¿cómo podemos saber dónde queda el Sur, ahora que nuestros satélites han caído y las computadoras no sirven? Pero no se preocupe Ud. Sr. Presidente, nuestras informaciones se confirmarán de un momento a otro y parecen estar en Mauritania o en México. Aunque no lo sabemos con certeza, eso sí, están en el Sur. Sólo alguien como ellos se hubiera atrevido a tanto. Ni los rusos, ni los chinos, eso está confirmado señor y, por supuesto, ninguno de nuestros aliados.
(Por su longitud, esta historia está dividida en dos partes, la segunda de ellas aparecerá el próximo domingo 10 de agosto. No te la pierdas)

