Por: Julieta E. Libera Blas
Individualmente, somos una gota.
Juntos, somos el mar
Ryunosuke Satoro, escritor japonés
Queridas lectoras, amables lectores:
Matías es un joven atractivo, inteligente, proactivo, eficiente, solidario. Sabe escuchar, en algunas situaciones intenta ser comprensivo pero le agrada ser lógico y racional. Es bondadoso, trabajador, pero también tiene un carácter fuerte, también como cualquiera de nosotros es terco y se enoja. Como dicen por ahí: “No se cuece al primer hervor” porque es exigente hasta en sus relaciones personales. Intenta estar presente como amistad pero sus horarios tan ahorcados no le permiten estar como a él le gustaría. Sus horarios son limitantes porque abarcan doce horas de su vida. Se ha convertido en una especie de hombre que despierta y se sienta en su silla ergonómica durante horas; cuando se lo permite se baña, se arregla, se alimenta. El cenicero se desborda a la par de las colillas. Las cajetillas permanecen quietas en el fondo del cesto de la basura. Cuando se lo permite el tiempo, pasa la tarde y la madrugada con su pareja. Su trabajo le ha robado casi todo, pero le gusta, ama su talento y sabe que lo tiene por los merecidos reconocimientos que ha recibido a lo largo de su vida. Le han aplaudido, le han exigido y ha salido avante. Ha aprendido de sus jefes, de sus experiencias en viajes, de las horas en vela perfeccionando cada detalle.
Un año como no cualquier año se desató una pandemia que detuvo a medio mundo. A él y a su familia les sucedió como a tantas otras en este país. Sin embargo, Matías siguió presentándose en la empresa en la que trabajaba, no claudicó en ningún momento pero a pesar de su entrega y entusiasmo, la pandemia le cortó su empleo. Fue de los tantos que perdió el empleo dos años después que la pandemia azotó al mundo. Con un “maletín” lleno de propuestas, fue “tocando” de empresa a empresa para saber a quién le interesaba su trabajo. Cada día que pasaba era como un mal sueño que al pasar un año se convirtió en una pesadilla. Durante ese año presentó proyectos que si no todos fueron aceptados, algunos fueron bien renumerados y eso le tranquilizaba un poco.
Si bien ya no podía otorgarse gustos si no lujosos, debía de comenzar a ser pertinente con sus gastos. El dinero bien dicen, no dura para siempre y apenas estaba aprendiendo a saber cómo invertir su dinero de manera exitosa y comenzó a hacerlo de manera pertinente e inteligente. Le fue bien, no ha generado una fortuna pero al menos sabe que su dinero o parte de éste, se encuentra a salvo.
En ese tiempo caótico no faltaron los problemas familiares, con su pareja, pero nada que no se pudiera resolver. La ansiedad, apatía, la nostalgia por desear que las cosas volvieran a su cause le hacían mella en su salud. El no poder dormir o hacerlo en exceso, las bajadas de peso, las noches inquietas por no obtener trabajo le provocaban pensar que no era un ser útil o que algo en él fallaba. Matías se preguntaba el por qué si su experiencia laboral era vasta desde los veintitantos, no podía conseguir trabajo. Estaba actualizado con distintos cursos y diplomados, no podía creer que no hubiera nada para él. Estaba harto, debía seguir pagando cuentas, tenía que seguir comiendo, moviéndose para encontrar trabajo y el dinero ya estaba escaseando de nuevo. ¿Quizá la edad era su peor enemigo? No era viejo pero no era un joven de veintitantos. Los cuarenta y tantos le habían dado a la cara directamente y si tregua.
Un día decidió buscar más allá de sus expectativas porque quizá ese era el problema, no atreverse; porque trabajar sabía, y el ego no le estorbaba en absoluto, carecía de él.
¿De qué iban los lugares a los que ahora acudía para cazar algún empleo? Aprendiz de panadero, tenía experiencia porque hace tiempo había trabajado con un familiar en su propia panificadora. Vendedor de aparatos electrónicos, auxiliar en farmacia, lo tomó porque decía: sin experiencia pero lo rechazaron porque no la tenía. Fue a una bodega de abarrotes, a pesar de que mencionó que siendo adolescente, su padre tuvo una tiendita en donde aprendió a seleccionar productos, cobrar, meter en nómina, hacer pagos, recibir productos. Mostró la evidencia, pero fue rechazado. Estaba desesperado, no dormía y su apetito había disminuido y los problemas crecían y crecían, por un momento pensó que se volvería loco. Su último esfuerzo fue mandar mensaje a una persona para pedirle una entrevista, el trabajo consistía en ser cajero en una de esas tiendas concesionadas que trabajan las veinticuatro horas del día. La señorita comenzó la entrevista por video llamada, Matías estaba emocionado, todo iba viento en popa hasta que ella se dio cuenta que tenía una profesión, tenía una maestría y varios diplomados. “Una vasta experiencia” – dijo la mujer que se quedó en silencio, torció la boca, lo miró por breves segundos y le preguntó: ¿No crees que le estas quitando el trabajo a otros? Eres profesionista.
Matías le respondió: Señorita, con todo respeto, tengo el derecho de trabajar como todos en este país. Sí, tengo estudios, he trabajado, no le digo que no a un trabajo, me gusta trabajar. He hecho casi de todo, no le veo el problema. Tengo que generar dinero, pagar cuentas, tengo que comer.
La mujer le respondió que tenía razón y que esperara su llamada; llamada que nunca llegó.
II
Desilusionado pero no desesperanzado se le ocurrió hacer algo que no era ético, vio un empleo más, mandó mensaje y agendó una cita. Lo recibieron un día después, la entrevista corrió de lo mismo, pero en esta ocasión Matías sólo había cursado hasta la preparatoria, su experiencia era la mencionada a la mujer de la bodega de abarrotes o a la señorita de la tienda concesionada. Estaba nervioso, no era su estilo mentir pues no le hacía sentir cómodo. Al final de la entrevista, la mujer que se la realizó, le sonrió diciéndole que podía comenzar al día siguiente.
Su trabajo sería ser auxiliar de limpieza en una plaza comercial en donde lo más interesante era un supermercado, un gimnasio, una cafetería de renombre, entre otros comercios. Su horario sería de seis de la mañana a tres de la tarde, un día de descanso los fines de semana. Todo bajo el amparo de la ley, recibiría casi todo, excepto vales de despensa. El grupo con el trabajaría serían sólo cuatro personas: él y dos hombres más y dos mujeres. Una de ellas, su jefa a la que llamaremos Lisa; una mujer que no pasaba los cuarenta y cinco años, no muy llamativa, pero sí jovial y alegre. Hacia excelente mancuerna con su compañera y amiga Rita, una mujer de unos cincuenta años. Con mirada cansada, no buenos modales, agresiva en su manera de hablar y dirigirse a sus compañeros, sobretodo con Matías. De inmediato él notó cierta complicidad entre las mujeres, eran amigas y vecinas.
Al inicio desayunaban juntos, platicaban, se ponían de acuerdo para realizar las actividades del día. Tomaban café, se saludaban cortésmente; Matías por su lado seguía buscando empleo, si bien estaba contento por haber obtenido el trabajo y estar percibiendo un salario, no podía quedarse por siempre en ese trabajo. Sus compañeros le caían bien, el trabajo era “fácil” “sin presiones” “ligero” hasta que un día no se puso de acuerdo con Lisa y Rita y toda la armonía terminó de una manera, digamos, fútil.
Sucede que hubo una confusión con las actividades a realizar aquel día, Matías cansado de hacer lo que ellas no terminaban reclamó quizá no de la mejor manera. Rita en medio de la ya acalorada discusión, se acercó a Matías para acariciar su cara con demasiada confianza y en tono dulzón expresó: Tranquilo, no te enojes, después vino una carcajada sonora al ver el descontento de éste. Matías no entendió por qué hizo aquello, esa caricia lo había hecho sentir totalmente incómodo. Confundido le preguntó a Lisa del porqué de aquella actitud, a lo que ésta le respondió: Así es ella, si te sirve un café, si te ríes con ella, pues ya sabes lo que significa. Cariño, aquí puedes servirte lo que sea.
III
Pasaron los días, las semanas y lo que había comenzado en armonía cada vez se convertía en un infierno para Matías. Las exigencias absurdas que Lisa le encomendaba las cumplía al pie de la letra, como el de limpiar y barrer más de una vez el estacionamiento del piso tres. Limpiar los domos cada vez que a Rita se le ocurría porque sin ser jefa, por alguna extraña razón podía dar órdenes. Encerar los pisos hasta que la gente prácticamente no pudiese caminar sin que se patinara, a más de uno salvaron Matías y sus compañeros pero Lisa así lo exigía.
Matías se percató que la seguridad del centro comercial le tomaba fotos sin su consentimiento. A los días Rita lo comenzó a hacer sin que Matías supiera el porqué de aquel ataque, al menos así él lo pensaba. Fuera en su horario de comida o laboral, sin más alguien de seguridad se acercaba y tomaba fotos a diestra y siniestra. Lo que antes había sido armonioso se convirtió en algo personal, ya no se reunían a almorzar como las semanas anteriores. Cuando Lisa y Rita compraban comida para convidarla con los demás, a Matías no lo tomaban en cuenta. Él al inicio quiso intentar una reconciliación, le dio disculpas sinceras a las dos mujeres pero Rita no le volvió a dirigir la palabra, cuando Matías llegaba a la cocina o a los vestidores y le saludaba, ella a regañadientes le respondía o de plano no le contestaba.
Unas semanas después cuando Matías tuvo que trabajar en equipo con Lisa, éste le preguntó por qué seguía Rita molesta con él, a lo que ella respondió: “¿Te acuerdas cuando estabas desayunando y llevamos pan? ¿Recuerdas que me preguntaste si podías tomar uno? ¿Qué te respondí Matías? No lo sé, no lo recuerdo – suspiró con cierta ansiedad Matías.
Lisa lo miró por un segundo, respondiéndole mientras resoplaba por el esfuerzo que hacía al limpiar el piso: “¡Qué lástima! Te dije: puedes tomar todo lo que tú quieras!” pero te esfuerzas para no hacerlo, podrías tener mejor oportunidades Matías.”
Matías se quedó mudo, no era la primera vez que pasaba por una situación así de incómoda. Continuó con su trabajo, Lisa antes de irse le dijo que cualquier cosa estarían en su oficina y que si lo deseaba se pasará por ahí un rato. Matías terminó su trabajo, guardó su equipo de limpieza, se alistó para salir y miró por un breve instante la oficina cerrada a piedra y lodo de Elisa. Tragó saliva, y pensó: quien lo haga es porque se le olvidó la dignidad por completo.
Matías se marchó a su casa agotado, comió algo, se bañó, y se quedó dormido profundamente.
IV
Los siguientes días fueron apabullantes, la creciente antipatía que Rita le manifestaba era evidente. Una mañana al preparar su equipo notó que le hacía falta un liquido desengrasante, se acercó a Lisa para pedirle más pues tenía que lavar el piso tres; Lisa le dio un cuarto de líquido, Matías sólo comenzó a reír casi en silencio para que nadie notara lo fascinante que se había convertido aquella guerra absurda. Él cumplía cada día con su trabajo, se esforzaba, llegaba temprano, salía a su hora. Ayudaba a sacar el trabajo a sus demás compañeros, incluyendo a Elisa que nunca terminaba porque se la pasaba platicando con los de seguridad o con algunos locatarios, pero con quien más platicaba era con el jefe de todos, un tal Edgar. Un jefe ausente, medianamente joven, quien sólo recibía información primordial y objetiva de su mano derecha, Lisa. Para este jefe, no había más palabra que la de ella, así que un día le mandó a hablar a Matías para llamarle la atención porque según Lisa y Rita, él no cumplía ni con sus horarios ni con su trabajo, a pesar de que cada uno de los empleados le mandaba a Edgar un reporte de sus actividades con todo y fotos individuales. Matías le explicó todo lo que hacía y Edgar le pidió ser empático con sus compañeras, que se relacionara y fuera prudente con ellas. ¿Pero cómo llevar una buena relación laboral con dos personas que tan sólo esperaban otra cosa con él? Porque una amistad, no querían. Matías no se sentía un adonis o un hombre altamente atractivo, no presumía de nada, era un tipo común pero ellas quizá lo veía de muy distinta manera, una que no deseaba indagar. Lo más importante era que él no tenía interés en ellas, mucho menos buscaba algo que pudiera comprometerlo a nada.
Como buen conversador y debido a la profesión que por años había ejercido Matías, le provocó ser cordial con los locatarios, siempre con una buena sonrisa y un comportamiento admirable. Al hacer el “papeleo” recibía buenas observaciones de parte de los locatarios: siempre educado, cordial, trabajador. Varias veces le dieron cortesías para que comiera en algunos de los restaurantes o se tomara un café, asistiera a una clase gratuita en el gimnasio y hasta le dieron descuento en una de las estéticas. Un detalle absurdo: una mañana preguntó en una de las estéticas cuánto costaba el corte de cabello y a qué hora cerraban pues era sábado; le dieron el precio, más de 150 pesos, cerraban a las tres de la tarde. Matías respondió: Ojalá alcance… – la estilista le respondió ufana: No creo que te alcance. Matías la observó y ella no pudo sostenerle la mirada, le respondió tranquilo: Yo me refería al horario de la estética porque yo salgo después de las seis. La mujer no dijo nada.
V
Alguien se percató que Matías era altamente gentil con los visitantes de la plaza al darles información de dónde se encontraba tal o cual establecimiento. Conversaba unos segundos con un veterano de guerra que tenía poco tiempo viviendo en el país y se estaba adaptando a los horarios y costumbres del país. Las conversaciones duraban menos de tres minutos pero era el tiempo perfecto para que un mar de gente de seguridad le tomaran fotos y al poco tiempo le mandaron a llamar. Matías entró a la oficina de Edgar y éste le llamó la atención, recordándole que ningún personal de intendencia podía socializar ni con visitantes ni locatarios de la plaza. Matías le explicó el por qué lo había hecho pero Edgar le explicó que Lisa se sentía incómoda por todo eso, que ella era la jefa y que no podía ir en contra de sus decisiones ni sus órdenes. Antes de salir de la oficina le pidió Edgar un favor especial y una orden: A partir de ese día quedaban prohibidos los permisos, responder mensajes y llamadas, escuchar música, y hablar con la gente. Ante aquello Matías sólo le preguntó cómo haría para responderle a su jefa Lisa o contestar sus llamadas cuando no puede cargar las mangueras, o terminar el trabajo porque el tiempo se la come por estar platicando con sus amigos. Edgar, no supo qué responder. También le comentó que una tarde buscaban al personal de seguridad porque unos visitantes habían tenido un percance con su automóvil. Recurrieron al de intendencia, sí, a él, a Matías para que les ayudaran a buscarlos, no podía negarle la ayuda, así que le marcó al celular a su jefa, no respondió ni una sola llamada. Cuando pasó el percance, alguien de seguridad reportó a Matías por mal comportamiento y falta de colaboración. Fue todo, salió de la oficina molesto, angustiado, sin saber qué hacer.
Al concluir el turno, Lisa se le acercó con una enorme sonrisa para comunicarle que a partir del siguiente día estaría en el piso tres trabajando. Un lugar solitario, en donde no hay mucho que hacer, lejos del resto de sus compañeros. Sin poder escuchar ni siquiera música. Deseó hablar con Edgar, el supuesto jefe, pero la señorita asistente le dijo en tono serio: Ustedes no pueden estar en esta oficina – ¿Quiénes? Preguntó Matías cansado de todo aquello – los de intendencia. Todo lo que quieran con el señor Edgar háganselo saber a Rita o a Lisa. Por último le pidió cerrar bien la puerta.
VI
Los últimos días fueron como una pesadilla, mientras llovía a cántaros le ordenaban salir a barrer para que no se estancara el agua, situación que no sucedería ni por error puesto que se encontraba una coladera enorme en donde el agua libremente corría sin ni siquiera estancarse. Sabía que necesitaba el trabajo, el dinero, había adquirido una mínima pero certera estabilidad económica y si bien no quería quedarse a hacer carrera en el lugar, apreciaba su trabajo pero el ambiente cada día era peor y peor. A Matías le llegaron rumores escabrosos del comportamiento de sus compañeras pero hizo caso omiso ya que los consideraba sólo unos chismes aunque no lo dudo por lo que él estaba padeciendo por haber dicho, no. El colmo fue cuando el viernes pasado le anunciaron que entraría a partir de las tres de la tarde hasta las diez de la noche, ¿quiénes compartirían el turno con Matías? Nadie más, todos sus compañeros trabajarían en el turno matutino.
Matías no durmió en toda la noche, recordó las palabras de Regina, quien le dijo que sabía de sus necesidades económicas pero era mas importante su paz emocional y mental.
Al siguiente día trabajó esmeradamente como solía hacerlo, a las doce fue a ver a quien se suponía que era su jefe o al menos el que tenía mayor jerarquía: Edgar. Al entrar a la oficina, escuchó a la asistente recordarle que no le quería ver ahí porque no era su lugar, pero Matías con una enorme sonrisa le explicó que sólo deseaba entregar su renuncia. Ella anunció con enfado su presencia al señor Edgar, éste lo recibió con cierto dejo de antipatía. Matías fue claro y educado. Su aparente jefe parcamente le mencionó que desgraciadamente no se había acoplado al equipo, no era sociable, era arrogante y que nunca había cooperado con sus compañeras. Le pidió entregar todo a Lisa, se despidió después de firmar el papeleo correspondiente. Su jefe le advirtió que se le descontaría el uniforme que ya no utilizó, las horas que ese día ya no trabajo, la semana que no terminó y un sinfín de cosas. Matías dijo sí a todo, él deseaba largarse de ahí y no volver jamás.
Al salir se sintió libre, sin un peso que cargar. Sí, tenía un plan B, debía de volver a hacer grandes cosas en su área profesional o fuera de ésta. Lo importante era moverse pero no sufrir de nuevo humillaciones, ni un acoso que se notaba a leguas. Se despidió de sus compañeros, a los que valoraba y con quien sí había hecho equipo. Extrañaría su rutina, saludar a algunos locatarios. Antes de abandonar el centro comercial, se despidió de algunos de ellos, preguntándoles a discreción del porqué tal o cual reporte y si su actitud había sido tan impertinente le daba sus sinceras disculpas. De los cinco lugares a los que fue, sin dudarlo los locatarios desmintieron tales reportes o al menos ellos no habían hecho ninguno; uno de ellos, dueño de un restaurante le dijo sin chistar: ¡Aguas con tu jefa y su comadre! ¡No te quieren nadita! –pero a Matías ya no le importó-. Él sabía su comportamiento, siempre estuvo consciente que trabajó bien hasta su último día.
FINAL
Después de una larga historia me pregunto, ¿quiénes se creen algunas personas para permitirte o no socializar con los demás o decirte en donde sí puedes o no entrar? ¿Qué hay del acoso laboral y sexual? ¿De tomarnos fotos sin nuestra autorización? Ser vigilados, cuestionados, menospreciados. Dice mi padre que la gente abusa de la necesidad de las personas, los doblegan porque saben que necesitan el trabajo a toda costa. Si bien Matías pudo salir de este trabajo, jugándosela de nuevo, hay otras personas, cientos, que no pueden abandonar el trabajo por distintas razones; es lamentable encontrarse con personas que sólo no te dejan trabajar, relacionarte, y no se trata de perder el tiempo y no hacer lo que debes de hacer. Se trata de no sentirte un esclavo, de poder estirarte cuando lo necesita tu cuerpo sin que alguien te tome una foto e invente que estabas perdiendo el tiempo.
Un trabajo debería de ser un lugar en donde puedas estar tranquilo, cumpliendo con tu deber, esforzándote para ser mejor cada día y no convertirte en una presa que está a punto de ser cazada. Si bien un trabajo consiste en esfuerzo, horas álgidas, disfrutar de lo que haces, amar lo que haces y no detestarlo como a tantos les pasa. ¿Es necesario que una jefa o un jefe nos truene los dedos? ¿Es válido que una jefa te intente convencer por cualquier medio o presión para que vayas a su encuentro? ¿Es necesario humillar a una persona que limpia pisos, baños, recoge basura, sólo por hacer esta tarea? ¿Por qué tendría que ser una persona invisible por el trabajo que ejecuta? Temo decir que nos falta mucho que aprender y sólo cuando se está de ese lado se entienden muchas cosas que estando del otro, porque no lo alcanzamos a ver.
Hace poco le pregunté a Matías si demandaría a la empresa y a esos tres elementos y a pesar de que es consciente que es necesaria, prefiere su paz mental. Yo deseo cambie de opinión porque algunas personas cuando se sienten con el mínimo poder en sus manos, se creen dueños de nuestras vidas, de nuestro tiempo. Se creen con el poder de hacer y deshacer a su antojo.
¡Gracias por la lectura, sean dichosos!


