La mecánica de la poesía (visión de un aspirante a escritor)

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

Algunas personas creen que cuando un individuo les dice: “escribo poesía”.

Es porque son cursis, enamorados del amor, incluso en los casos más extremos se puede llegar a etiquetar a quien escribe como alguien falto de carácter y blando de sentimientos. Cuando en realidad los genios de la poesía son locos, sonámbulos que deambulan por las noches con las cuencas de los ojos vacías ya que sus ojos se albergan en las vísceras. Muchas veces no se escribe con el corazón. Se hace con los riñones, con el hígado, el bazo y con las tripas, el corazón en ocasiones no tiene cabida al momento de liberar las letras. Tampoco hay musas o inspiración mientras se mira la puesta del sol o el amanecer en un paisaje solemne.

La verdad de los poetas habita en la falta de cordura, en el cúmulo de falencias humanas, en el hambre, la muerte o la decadencia. A veces en el deterioro mental. En la carencia de empatía con ciertos sectores de la sociedad. El escritor es un ser de sangre sucia y sabiduría infinita.

Por eso los más grandes acabaron sus vidas de formas lamentables: Baudelaire con una hemiplejía derivada de la sífilis como resultado de su afición a los burdeles y el libertinaje; Rimbaud presa del cáncer a los treinta y siete años con un balazo en la mano, el último regalo de su ex pareja Paul Verlaine. Edgar Allan Poe a un lado de las vías de un tren. Alfonsina Estorni devorada por el mar o Alejandra Pizarnik en una sobredosis ante una vorágine emocional. La poesía no es cosa de cursilerías, podría definirse como una carencia de ambigüedad. El poeta es un ser que vive y muere como un inadaptado social. A veces perseguido o juzgado sin piedad. Pero nunca un ser común y corriente.

II

Escribí mi primer poema cuando tenía quince años:

«Luna, tú que sabes de mis penas y mis noches eternas. Te pido no te ocultes porque es tu brillo mi consuelo».

Vaya proeza, lo hice para una niña de la que me enamoré, sin saber que a ella, ni la poesía le gustaba.

Lo dejé como un recuerdo adolescente, a esas edades tenía mis primeros escarceos con los libros, me clavé con la poesía latinoamericana de principios del siglo XX. Influenciado por la corriente modernista hice mis primeros textos, con exceso de miel y escasez de técnica.

Nunca consideré la escritura más allá de un pasatiempo, sin darme cuenta que me estaba encontrando a mi mismo en el universo literario.

El paso de los años me llevo a leer los clásicos en español y más tarde me abrió paso a otros autores con más grado de dificultad, a la par seguía escribiendo y estudiando una carrera que no era de mi agrado. Empecé a proveer de textos a algunos compañeros del colegio que buscan impresionar a alguna chica. Tiempo después ya en mis veinticuatro años, le tomé un poco más de seriedad al oficio de las letras, comencé a tomar cursos y talleres de creación literaria en casas de cultura. Complemento de mis lecturas. Así logré madurar mi estilo y pulir mi técnica. Se me quitó lo cursi y me llegó la decadencia después de que varias veces me rompieron el corazón. Descubrí la frustración de perder en el amor. Pero adquirí coraje para plasmar todos mis sentidos en una hoja de papel.

Después de una relación fallida fui a parar como asistente en un periódico de circulación nacional, el editor tenía una columna que salía los jueves. Un día harto y quemado me preguntó si yo sabía escribir relatos. Nunca lo había hecho pero terminó por solicitar mi apoyo. Tratando de mimetizarme con su forma hice mi primer relato. Un texto sobre la soledad y la venganza, pero una diferencia de ideas y una chica maliciosa que se le atravesó a mi editor evitaron que mi primer cuento viera la luz. Aunque no todo fue malo, usé ese relato para presentar en mi taller literario; siendo este tan bien recibido que me llevé los aplausos de mi profesor y un buen augurio para un futuro prominente.

III

Como poeta soy de una calidad regular. Poca gente gusta de lo que puedo producir al descargar mi ser en la hoja blanca. Evolución que me ha costado noches sin dormir y lecturas eternas en una vida que se distingue más por los fracasos que por los tiempos de bonanza.

No me considero un escritor, soy un aspirante buscando morir entre letras…

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