Manzanas doradas

Por: Julieta E. Libera Blas

I’m the heroe of the story, don´t need to be saved,
Regina Spektor.

Amables lectores y queridas lectoras:

I

Atlas, harto y desesperado por cargar la Tierra y el Cielo, ve la oportunidad de huir cuando Hércules, en su tremenda odisea por expiar su culpa a causa de los martirios constantes de su madrastra Era, la misma que le otorgó la locura al estar dormido para que asesinara a su familia. Le pregunta por el paradero de las manzanas doradas de Era, símbolo de su matrimonio con Zeus. Al instante Atlas se ofrece lealmente para ir en busca de ellas a cambio de que Hércules cargue el peso descomunal de la Tierra y el Cielo. A su regreso Atlas, ingenuo le hace saber a Hércules con presunción y alevosía:

-“Llevo un montón de tiempo intentando liberarme de esto y es momento de largarme”. Hércules le responde:

–“Tienes razón, lo siento mucho ¿te importa sujetar un momento? Es que quiero ponerme sobre los hombros la piel de mi león”.

Atlas carga de nuevo al mundo y Hércules se marcha para vengarse de Era arrebatándole sus preciadas manzanas doradas.

II

Hace algunas semanas al estar tomando un café me preguntaron de qué trataría mi siguiente columna, la verdad no supe responder. Entonces inició una intempestiva lucha de opiniones acerca de variados temas desde política hasta “Héroes” y aquí está. Pero no hablaré por entero de los héroes que hemos visto y/o leído por generaciones enteras en Comics, Animes, Cine o Televisión. Al escuchar hablar acerca de este tema me pregunté: ¿por qué jugamos a ser héroes? ¿Qué pretendemos al sentirnos con esa fuerza sobrenatural para rescatar a nuestro caballero de armadura dorada? ¿Qué se siente rescatar a la princesa de todo mal? ¿Y si en lugar de convertirnos en héroes terminamos siendo los villanos?

Nadie puede rescatar a nadie si la otra parte no está dispuesta a salir del abismo en el que se encuentra o en el que con nuestras propias manos le hemos construido por idealizar a la personas, por creernos infinitamente indispensables; lo sé, muchos dirán que las cosas se hacen por amor, sin recibir nada a cambio. ¿Están seguros que no queremos nada a cambio? Quizá una fibra mínima de agradecimiento o de amor. Una sonrisa, un abrazo y otros más buscarán otra clase de paga o la redención de nuestro propio ser. 

Al redescubrir la historia de “Hércules” me causa asombro saber que es una historia desgarradora, cruel, triste. Colmada de aspavientos, acompañada de una perpetua carga de soledad y culpa, la misma que termina con nuestro semidiós de forma fatal. Pero también pienso en Atlas, quien siendo un joven titán, Zeus lo condena a cargar sobre sus hombros los pilares que mantenían la Tierra separada de los cielos.

Aquí tenemos a dos tipos de héroes: uno es Hércules o Heracles, hijo de Zeus, y de la mortal Alcmena. Su desfortuna inicia y termina por el odio que Hera le guarda en lo más profundo de su ser al saberse traicionada por Zeus. Dentro de todo ese mar de odio, Hera le ofrece a Hércules durante el sueño, la locura y así, éste asesina a su esposa e hijos y de aquí parte las terribles afrentas a la que Hércules –no es digno de estar entre las personas ya que es incapaz de controlar su fortaleza- es sometido para la indulgencia de sus culpas y la tranquilidad de su alma. Sin embargo, al cruzar toda esta odisea se da cuenta que no habrá nada en el mundo que pueda sucumbir tal herida en el alma y decide buscar una salida: la muerte. Preparó una pira funeraria y así ardió su carne mortal, al morir se dirime y libera su alma. Zeus, su padre, piensa: ¡Gracias al cielo! pues es demasiado el sufrimiento de su hijo y decide convertirlo en un “dios” y lo invita a vivir en el monte del Olimpo entre los inmortales; Hera piensa que ya es el momento de perdonarlo.

Los desafíos

Bestias salvajes. Reyes malvados. Monstruos terribles. Mundos desconocidos. En todos estos mundos Hércules debe de luchar pero son desgarradores y crueles, no cualquier ser humano podría hacerle frente a esta lucha sin tregua. Sin embargo, lo hace con valentía y gallardía. Es así que comienza a ser eco que resuena en admiración entre los dioses, y los mortales. Hércules se protege con una piel de león e hizo afrenta a diversas pruebas.

Nadie como él para combatir a la serpiente Hidra: un monstruo de nueve cabezas a la que intentaba decapitar pero estas no paraban de crecer: “¡Cuantas más cabezas cortes, con más tienes que lidiar!”

Hércules se enfrentó a una prueba en donde debía de limpiar un establo lleno de excremento, tenía mucho tiempo sin que nadie atendiera el lugar. Atendiendo a su fuerza e inteligencia, inundó el establo al separar dos ríos. Todos se quedaron maravillados al ver aquello.

Después vagó durante años para cruzar el arcoíris y poder vengarse de Hera y arrebatarle su mayor tesoro “las manzanas doradas” –símbolo de su matrimonio con Zeus-. En esa misma odisea se encuentra con Atlas, que pretendió huir de la carga de la Tierra y el cielo sin éxito y por un engaño certero de Hércules regresa su labor. Nadie como él para descender a la tierra de los muertos y hablar con Ades –señor de la muerte, guardián de las almas– para poder llevarse consigo a “Servero” éste le permite hacerlo pero antes debe de luchar contra este guardián de tres cabezas encargado de no permitir que los muertos regresen con los vivos. Hércules consigue traer a Servero del infierno, con esto pudo demostrar que un héroe griego puede desmoronar el ciclo de la vida y de la muerte. Fueron doce los desafíos encomendados a Hércules y ante cualquier adversidad logró vencer cada uno de ellos. 

Entonces ¿por qué algunos de nosotros no podemos permitirnos luchar ante adversidades terribles? Hércules a pesar de que completó su penitencia soportando el dolor físico y mental nunca pudo someter a su conciencia a la tranquilidad, a esa paz espiritual y carnal a pesar de la lucha constante y desgastante. La única manera en que pudo hacerlo fue, en cierto modo, quitándose la vida para poder respirar y sobre todo dejar que su conciencia fuera libre de cualquier culpa y remordimiento. 

Lo hace un héroe al enfrentarse sin miedo a lo más terrible: la culpa. Sin dramatismos combatió con todo su ser a su némesis Hera, que jamás le permitiría ser dichoso por no saber perdonar. ¿Quién de nosotros ha podido enfrentarse a su propio némesis para liberarse de la adversidad, el temor, miedo y sufrimiento? Quien lo haya hecho es digno de admirar.

Enfrentarse a la persona que nos roba el sueño y algunas veces hasta el aliento. A ese amor, al desamor, a la búsqueda constante de la verdad, del cuestionamiento de la carne misma. Día a día tenemos que luchar no por los demás sino por nosotros mismos. Ser nuestro propio héroe de carne y hueso. Encontrar la verdad en nuestro corazón y mente, aceptar las derrotas, los cambios intempestivos de la vida. Sí, llorar pero levantarse y luchar contra lo que nos abate. Nadie ha dicho que sea fácil y no puedo afirmar si yo he podido hacerle frente a mi propio némesis. Es difícil aceptar que alguien o algo es la causa de nuestro dolor y del duelo constante, pero eso no nos hace cobardes o débiles. Pienso sinceramente que para amar a los demás hay que ser libres de pies a cabeza, con cada poro y cada milimétrica parte de nuestra piel. 

Necesitamos un héroe en nuestra vida, tal vez. ¿Quien no lo espera? En ocasiones desvirtuamos un poco el camino, pensando que podemos ser un héroe para todos, y acaso la otra parte no nos necesita como nosotros creemos; entonces debemos de despegar a mejores horizontes y con esto no dejamos de querer o amar a las personas. Ahí estaremos para ellos cuando de verdad nos necesiten y deseen respirar a nuestro lado, viendo quizá un atardecer, platicando por la madrugada o sencillamente sonriendo, escuchando, apoyando.

Héroes

Estoy de acuerdo en serlo, pero no debemos de sacrificar la vida, el tiempo, las esperanzas y la sonrisa por alguien que seguramente es su propio héroe, porque ha podido enfrentar batallas aún más terribles que las nuestras. ¿Debemos de afrontar a una serpiente de nueve cabezas aunque éstas no cesen de crecer a pesar de que hagamos cortes constantes? Por supuesto que debemos hacerlo, no intentarlo sería una derrota anunciada. Pero enfrentarla para nuestro éxito no para nuestro ego o para demostrarle a nuestro mundo que pudimos sostenerle la mano a alguien sin que nos la pidieran o quizá sí lo hicieron pero no de la manera que pensamos, porque la vida da cambios infinitos y a veces con resignación debemos aceptarlos.

¿Entrar a un establo aunque sea el propio estiércol que nos embarre los pies o el cuerpo entero? Sí, también hay que hacerlo. No hay peor suciedad que tener inquieto el espíritu, tener poco coraje ante la derrota o el nulo amor propio. En muchas ocasiones debemos aprender de la manera más dura, hundiéndonos en un fango, pero ahí está la fortaleza, el estoicismo del ser frente al abatimiento y la tristeza. El dolor, ahí está, latente, pero no debemos claudicar, jamás. No por los demás, sino por nuestro bienestar. No podemos arreglar la vida de las personas por más cariño o amor les tengamos. Para reparar hay que enfrentar nuestros propios daños; como me diría mi hermano: “Esto es la consecuencia de lo que ha sido tu vida.”

Hay que pegar nuestras piezas rotas y si no hay cuadratura debemos de buscar piezas más hermosas, originales. Encontrar nuevas sonrisas, placeres, emociones; y si lo hemos tenido ya, entonces hemos triunfado y dado un paso más por la vida y si se ha ido, recordar que fuimos un pequeño eslabón en la vida de alguien, sin lamentaciones, sin lágrimas, aunque duela porque éste se irá, ni siquiera nos daremos cuenta cuando suceda. 

Todo héroe necesita ayuda, no podemos ser por siempre un Hércules porque siempre necesitamos de alguien, por más fuerte que pretendamos ser, y en algo estoy totalmente de acuerdo: a veces la soledad momentánea nos hace enfrentarnos a nuestros propio demonios. Nos permite respirar, aunque conlleve esto a enfrentarnos a un Servero, dueño de nuestras más terribles pesadillas, sólo por eso, nunca nos permitamos dejar de brillar. Hay que sacudir nuestro propio templo de adentro hacia fuera y no permitir que el miedo nos imponga un monstruo en la entrada de nuestro paraíso creándonos una penitencia, que como Atlas, nos hemos adjudicado a cargar por años, quizá alguien nos la impuso, pero debemos de quemarla sin que deje rastro. Lo sé, la culpa y las penitencias adoptadas son tan difíciles de desechar. Lo cierto es que no podemos cargarlas en nuestros hombros eternamente, no somos dioses, y muchos menos de capas rojas, martillos, armaduras, poderes arácnidos y demás. Nadie es perfecto, nadie piensa como nosotros, todos somos distintos y eso también debemos de aprender.

Hércules para mí es un semidiós por su fortaleza y entereza. Supo enfrentar lo más doloroso y al final miró el Sol en su máximo esplendor y su conciencia fue libre. Alguien dijo sabiamente: “La verdad os hará libres.” Pero decirla arrebata pesadillas, duele pero nos hace libres.

El último sacrificio de Hércules no es la muerte, mucho menos la cobardía, tampoco el hecho de que estuviera exhausto. Para mí es el desear enfrentar a su némesis cara a cara y decir: “Aquí estoy, lo hice, te arrebaté lo más preciado: tu ego. ¡Por fin descanse de ti!

¿Algún día tendremos el valor de enfrentar a nuestra propio némesis? Espero que así sea. 

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