Correspondencias

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

-¿En serio le estás escribiendo un poema a esa tipa? Si a ella ni la poesía le gusta. -Me increpó mi hermana-.

Era un adolescente en secundaria, fascinado con los versos que había encontrado en los libros de texto gratuitos de segundo grado. No eran gran cosa. Fragmentos de textos de grandes autores latinoamericanos tales como Neruda, Benedetti, Octavio Paz, Amado Nervo o Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros.

El profesor de historia nos había encargado una tarea que requería una salida a la gran biblioteca de la cuidad. Situada afuera de la  estación del Metro Balderas.

Un edificio espléndido, un antiguo cuartel militar desde donde, en 1913, el general Victoriano Huerta urdió el derrocamiento, mediante un golpe de estado, a Francisco I. Madero. Inaugurado como biblioteca en el año 1946 por el presidente Ávila Camacho. Eso decía la placa histórica colocada a la entrada del recinto.

Al ingresar vi un vestíbulo enorme con varias mesas sobre las cuales estaban unas cajoneras enormes. Eran los ficheros. Divididos por áreas de estudio: Matemáticas/física. Ciencias naturales (Biología, química, genética) Ciencias sociales (Historia, geografía, paleontología). Recorrí todas las áreas, saque bolígrafo y cuaderno de mi mochila para tomar nota de la sala y el número de identificación de los libros que requería. Entré a la sala indicada. Me recibió un silencio sepulcral y un olor a papel viejo. Un olor que me enamoró y del que jamás me he olvidado. En las estanterías, los libros estaban clasificados por título, nombre de autor, editorial, año de ingreso al acerbo y cada estante tenía un número o letra asignada para acceder de manera más fácil a los tomos. Encontré lo que necesitaba. Copié a mano los fragmentos que pude. Hasta que me di cuenta que al otro extremo de la sala había un pequeño cubículo con un letrero hecho a mano en cartulina fluorescente que decía «Copias».

Entonces tomé los libros que tenía a la mano y pedí a la encargada todas las páginas que considere importantes. Salí de la sala y al regresar al área de ficheros busqué la sección en donde tenían los libros de poesía. De igual manera obtuve fotocopias de algunos libros que llamaron mi atención. Salí de la biblioteca y con la misión concluida hice un recorrido por el enorme pasillo en donde había un montón de puestos de venta de libros, revistas viejas, tiras cómicas, un montón de cosas relacionadas con la biblioteca. Desde ese día mi mente no dejaba de pensar en ese maravilloso lugar, a mis catorce años estaba descubriendo lo que hasta ese momento era mi lugar favorito en el mundo. Así que cada fin de semana que podía, pedía permiso a mis padres para ir, a veces mi papá me llevaba. Mientras él iba al centro histórico a conseguir cosas para el mantenimiento de la casa me dejaba ahí por dos o tres horas y pasaba por mí al regreso. Para mí era como estar en una juguetería enorme. A pesar de mi progenitor no lo entendía, verme feliz lo complacía y al darse cuenta de que mis aficiones eran diferentes a las de muchos jóvenes de mi edad, decidió apoyar mis salidas sabatinas.

Al finalizar el año escolar a veces acudía a mitad de semana y pasaba horas absorbiendo conocimientos. Estando en aquel recinto leí a los autores de la época dorada de la poesía en México y conocí a los grandes escritores clásicos del continente americano, algunos ganadores del premio Nobel y algunos otros olvidados pero bastante buenos. Viví mi propia época dorada estando ahí.

A veces me paseaba por el gran tianguis de la ciudadela, viendo antigüedades que ofrecían los comerciantes, incluso en trueques, tales como discos de vinilo de Frank Sinatra, de arias de opera de María Callas, también de agrupaciones de jazz, blues o de música clásica. Así me fui relacionando con una diversidad de cosas que me parecieron hermosas. Puedo decir que tuve una adolescencia bastante constructiva.

II

Durante el festejo de cumpleaños de mi hermana, conocí a aquella muchacha de cabellos rizados y sonrisa hipnótica. Su nombre era Nora. Salí a abrir la puerta para recibir a los invitados a la fiesta

-Buenas tardes, venimos a la fiesta de cumpleaños. -me dijo-

Iba acompañada de un grupo de varias niñas y niños que estudiaban en el salón de mi hermana Lucía.

Desde que la vi mi corazón se aceleró.

-Si pasen, en un momento le hablo a Lucy (así le decíamos de cariño)

Mi mamá se encargó de acomodarlas en una de las mesas que se habían rentado para el evento. Era su cumpleaños número dieciséis y mi papá organizó una pequeña convivencia para festejar a quién era su primogénita y su gran orgullo. A pesar de que nunca nos faltó cariño a ambos, su preferencia hacia ella era notorio, cosa que no me molestaba, al contrario, Lucía me amaba tanto como yo a ella, a veces me ayudaba cuando se complicaban las tareas escolares y yo a cambio hacía las labores domésticas que le encomendaba nuestra madre. Hacíamos equipo en los juegos de mesa. A pesar de que a ella no le gustaba el fútbol se ponía a patear la pelota conmigo. Era genial compartir los tiempos libres con ella.

Aquel día yo quedé prendado de Nora, trataba de hacerle plática cada vez que pasaba por su mesa, ya que durante el festejo la tuve que hacer de mesero. La muchacha parecía atenta conmigo por mera cortesía; mientras yo ya me veía compartiendo alguna aventura por ejemplo ir a la cacería de una gran ballena blanca, como en la novela de Moby Dick.

Al terminar la fiesta Lucy se dio cuenta y me miraba con una sonrisa maliciosa, me hacía burla porque era evidente que yo había quedado flechado por aquella niña amiga suya. Yo me sonrojaba y la mandaba a callar porque me avergonzaba que nuestros padres se dieran cuenta.

Llegó el fin de cursos yo ya con quince primaveras saliendo de la secundaria y mi padre muy entusiasta ya que sus retoños estaban dando resultados como estudiantes organizó una pequeña convivencia en casa. Lucia invitó a Nora supuse que para darme gusto. Así que preparé un poema para regalárselo. Mi hermana al enterarse no estaba muy de acuerdo ya que decía que yo estaba demasiado pequeño como para gustarle a esa niña. Yo hice caso omiso y me arreglé lo mejor que pude. Fui al cuarto de mi papá y me rocíe un poco de su perfume para oler a «hombre» decía en voz alta, tomé su rastrillo y me trate de afeitar, al no tener bello facial aún me irrite la piel generando en mi tono moreno claro una coloración roja, provocando las risas de mi hermana.

Tocaron el timbre. Eran los amigos de mi hermana, Nora incluida cuando la vi mis ojos se iluminaron, me saludo y me dio una caja de regalo. Lo recibí y con ansias lo abrí. Mi primera gran decepción. Era un carro a escala. Nunca me llamaron la atención los autos, aún así lo conserve. Ella lo notó porque no supe disimular.

Mi papá me sorprendió al obsequiarme mi primer libro. Una colección de cuentos de Oscar Wilde en tres tomos. Ahí Nora notó que yo tenía gustos muy diferentes a los de los niños de mi edad. Lucia me regaló ese disco de vinilo de Sinatra que había visto afuera de la biblioteca. Así que lo puse de inmediato. En un momento que salí al sanitario y cuando sonaba «Strangers in the night» me topé de frente a Nora y le dije que si podía seguirme a mi habitación, que le mostraría algo. Me acompañó hasta la puerta, sin entrar. Saqué el sobre con el poema. Se lo di. Lo abrió, se rió de manera burlona y me dijo:

-Ayyy ternura, te agradezco el detalle pero a mí la poesía ni me gusta. Salió de ahí. Fue la primera vez que alguien me rompió el corazón. Al enterarse Lucia le reclamó a Nora por su frialdad. Me abrazó y se quedó ahí levantando los pedazos de mi alma hecha pedazos.

III

Tres años después Lucia estudiaba arqueología en la universidad y su esfuerzo la llevo a ganar una beca de intercambio en el extranjero. Se tenía que ir a estudiar a Estados Unidos. Me llené de jubiló al saberlo, pero el día que se marchó fue un día triste porque me estaban arrebatando a mi hermanita la que me comprendía y con quién comentaba los libros que me gustaban, incluso leímos juntos una zaga juvenil que me daba vergüenza admitir. Se iba mi gran apoyo moral, ante la orgullosa mirada de nuestros padres. Prometimos no llorar y escribirnos cartas.

IV

Las correspondencias.

Después de un mes recibí la primera carta:

-Querido hermano. Llevo ya un mes en Boston, aún no lo puedo creer. Esta ciudad es tan grande y cosmopolita, el campus es enorme y viene gente de todo el mundo, es increíble ver como las mejores mentes del mundo se concentran aquí. El museo Smithsonian es genial, un día tienes que venir, hay restos de un tiranosaurio es impresionante…

Yo leía con emoción sus líneas mientras me imaginaba caminando en ese museo. Y contestaba la carta.

-Hermanita. Te extraño mucho aquí pero me da un gusto enorme saber que estás bien y disfrutas de esa ciudad, un día estaremos allá y me llevarás a ese museo…

Así estuvimos intercambiando cartas durante los años siguientes.

Le conté cómo Nora empezó a salir con un tipo que andaba en una pandilla de motociclistas y hasta me dijo que amaba a «los chicos malos, porque ellos hacen sus propias reglas» y que no eran aburridos como yo.

Sin darse cuenta de que el tipo era un auténtico criminal, poco tiempo después ambos fueron arrestados y encarcelados por robo a mano armada en un banco. En el asalto murieron dos personas.

Ella me contestó y me dijo que no me sintiera mal, que si no me había llegado el amor era porque habría una persona especial esperando a que yo estuviera listo.

Yo ingresé también a la universidad para estudiar literatura clásica y en menos de un año un profesor me invitó a una gira para impartir platicas y talleres de escritura creativa.

-Hermanita Lucy. Me llevaron a Ciudad Juárez a ayudar con un taller. Al estar en la frontera me sentí cerca de ti. Fue lindo aunque la cuidad tiene el mismo color sepia de las películas y nos teníamos que ir temprano a encerrar porque a pesar de ser un lugar hermoso está empañado por la delincuencia. No te preocupes estoy bien. Cuando regrese a casa te llamo aunque la lada es cara al menos un par de minutos para confirmar que todo está tranquilo.

Te quiero.

Ella contesto en una semana ya que contrato un servicio de mensajería exprés.

-Querido hermano. Me alegra saber que estás saliendo de la ciudad. Es importante conocer otros lugares y más personas. Es una pena lo de Nora, siempre tuvo malos gustos y se rodeo de personas de dudosa reputación. Te cuento que yo fui a Grecia y Dinamarca. En el país helénico vi un montón de lugares hermosos que sólo podíamos imaginar cuando leímos a Homero. En Dinamarca me acordé de ti y tu eterno amor por Moby Dick. Te mando este pequeño obsequio y un abrazo enorme. Cuídate mucho.

Abrí el sobre y era un llavero de una ballena blanca. Lo sujete con fuerza y lo puse en mi llave principal de la casa.

La correspondencia siguió así por años hasta que le dije que presentaría mi primer libro, fecha y hora exactas. Ella me mandó una felicitación.

Llegó el día. Mi primer libro de poemas. Mis amigos y mis padres presentes. Los profesores hablando  de mi desarrollo como joven escritor y mi profesora favorita dijo:

-Tengo aquí algo importante para leer y es para nuestro autor.

Querido hermano. Con orgullo te presento ante el mundo y está comunidad literaria que nos acompaña. Ha sido un arduo camino que ha valido la pena. Tu esfuerzo y sacrificio al fin son recompensados…

Acto seguido la profesora empezó a leer un poema que le había escrito a mi hermana. «Bajo la misma sangre».

De repente se detuvo y por detrás otra voz empezó a alternar la lectura, poco a poco se fue descubriendo que la otra mujer que leía el texto: era Lucia quien leyendo se aproximó hacia mí para darme un abrazo al terminar de leer mi poema.

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