La diva del éter

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

Vi en la noche que se acerca la silueta de un hada que va por las esquinas, saliendo de un bar.

Que termina la jornada escuchando jazz e imagina cielos limpios. Tiene pies de terciopelo.

Debajo de los puentes del Bronx, a media noche, con la mirada perdida y la cara de espanto. Enciende una cerilla y prepara un porro para invocar a los poetas viejos (Dante, De la Viau, Esquilo, Mallarmé, Novalis).

Se acompaña de la banda de guerra del callejón del norte. Que ha robado sonrisas y ha consumido trementina en Hollywood Boulevard. También se pasea por las calles de la Ciudad de México, que pasó por Tijuana y por Laredo.

Con las uñas rotas de arañar memorias. Excitada a la luz de la muerte juega desnuda detrás de la ventana y escribe el Génesis de los locos. Se llena la boca de la indecencia de desconocidos desde el blues bar hasta la casta diva, ella intenta descifrar los glifos de la locura.

¿Quién es ella? Se preguntan los ebrios confundidos quienes la miran ataviada en telas de la India y noches de ajenjo mal logradas.

Es la Diva del éter, una niña mística. No conversa con los hombres, vomita sus pesadillas. Viaja en tráiler y en motocicleta. Husmea en los garitos, merodea mi cama llena de eternas promesas.

La Diva de éter, mi rio de la Estigia, me canta en lenguas desconocidas porque lo sabe todo. Viene del futuro y se retuerce en tonos melancólicos, en los acordes de mi guitarra, que compone un blues para erigirse como la reina de las divas, como la reina de las hadas.

II

Ella me pide otro cigarro.

-Ya no aguanto el dolor. ¡Dámela ya!

En su voz hay un quejido envuelto y me observa mientras preparo su dosis.

Me apura con una mirada que delata su ansiedad. Se toca el pie para tratar de encontrar una vena que aún no esté mancillada.

III

Su nombre era Tania (significa «La reina de las hadas” en idioma eslavo); eso me dijo. Nos presentó una amiga en común. Yo cursaba la mitad de la carrera de periodismo y acudí junto con mi amiga Joss a un taller de creación literaria. A mí ni siquiera me gustaba la poesía pero ese curso nos daría créditos para mejorar la evaluación semestral.

Ahí, Joss se reencontró con Tania, habían sido amigas en la infancia debido a que el padre de Tania había trabajado con el papá de Joss diez años atrás.

Al contrario de mi, Tania estudiaba literatura clásica en una prestigiosa universidad privada, me deslumbró más que su belleza, esa inteligencia mordaz, me sentí cautivado por su aura, al principio no hablaba mucho con ella porque me consumía la timidez, la veía como a una mujer inalcanzable, como esas divas del cine italiano. De a poco logramos la confianza y nos hicimos amigos en paralelo mientras cortaba sus vínculos con Joss, empezaba a ponerse celosa ya que decía que ella le robaba mi atención.

El taller de creación literaria se impartía una vez por semana, los días viernes, así que yo tenía que dividir mis tiempos entre la universidad y mi trabajo como cajero de medio tiempo en un banco para poder asistir. Después de hablar con mis profesores, acomodé mis horarios para poder ir a las clases sabatinas. Así no perdería el taller y vería a Tania sin complicaciones.

Me di cuenta que dentro de mí se estaba despertando un amor volcánico que no me atrevía a confesar. Tres meses después finalizó el curso, pero Tania y yo seguimos en contacto, intercambiamos números de teléfono y ella me llamaba los viernes por la tarde, como si estuviera aún en el taller conmigo, entre las brillantes charlas yo iba aprendiendo sobre poesía y su fascinación por los escritores antiguos. Era una lectora voraz. Admiraba a los poetas griegos y a los franceses, siempre buscando uno más antiguo. Las  grandes conversaciones se extendían hasta la madrugada y yo, a pesar de llegar desvelado a mis clases, era un entusiasta de escucharla hablar.

Un par de meses después las charlas dejaron su lugar a citas presenciales en las cafeterías del Centro Histórico, salidas a museos, exposiciones de fotografía y pintura y conciertos de jazz. Un día de su cumpleaños mientras apagaba la vela le dije que pidiera un deseo.

-¿Lo puedo decir en voz alta?

-No, porque si lo haces no se cumplirá.

-Deseo… Deseo que me des un beso y que seas mi novio.

Me quedé sin aliento porque en secreto la amaba y la deseaba. Solo pude decir «Si».

Desde ese momento todos los viernes eran nuestros. Me contó sobre su vida. Su padre era un empresario en ascenso y su madre, de ascendencia italiana, había estudiado artes plásticas en México y se quedó a residir después de que conoció a su esposo, aunque por negocios del señor se habían tenido que ir a Europa y tenían dos años fuera. Ella vivía con dos hermanos recibiendo el subsidio paternal cada mes. Después del café comenzaron los excesos.

Recorrimos cada bar, pulquería y cervecería clandestina por toda la ciudad, a veces terminábamos en las banquetas de Garibaldi, alquilando mariachis por cincuenta pesos, con un par de botellas de Jack Daniel’s de compañía. También experimentamos con distintas drogas.

Un día me anuncio que sus padres regresarían y con un gusto enorme me dijo que me llevaría a la fiesta de recepción. Yo decliné porque no tenía la ropa adecuada para un evento de tal magnitud ya que vendrían sus familiares europeos y estaría en un lugar muy exclusivo al sur de la capital.

Ella me regaló un traje excelso para acompañarla. Llegó el día, ella pasó por mí a una estación del metro y nos fuimos en su auto. Todo parecía marchar de maravilla. Me presentaron con los padres y sentí el desprecio que les generó mi presencia desde la primera mirada. Ella me dijo que eso no le importaba que estaba feliz a mi lado. Después de que los invitados se fueron yo también pensé en irme pero su madre me increpó.

-A ver muchacho ¿Tú qué le vas a ofrecer a mi hija?

Eso desencadenó una retahíla de gritos entre Tania y su familia. El padre amenazó con quitarle la manutención si seguía con la relación. Yo, como pude abandoné el lugar, ella no me siguió.

Días después me llamó para dar por finalizado nuestro vínculo. Informándome que se iba con sus padres a Italia.

Eso me partió el corazón pero la dejé ir.

Antes de finalizar el mes me llamó y me dijo que se iba a escapar de su casa, me preparé y fui por ella al punto dónde me indicó. Su padre llegó primero. Lo único que obtuve fue un golpe que me fracturó la nariz. Parecía el final.

Traté de seguir mi vida, pasó un año y un día abrí mi correo electrónico, mi sorpresa fue encontrar un mensaje de ella, me decía que se fue a Europa y que como pudo se escapó para regresar a la ciudad. Me citó pero el tráfico vehicular me impidió llegar a tiempo. No la encontré. Ella pensó lo peor y se alejó de mi.

No supe nada de ella hasta tres años después. Me llamó. Fui por ella a un «matadero», la llevé a un hospital, logró escapar de una muerte por sobredosis. Estuvo en mi casa un mes. Un día sin avisar se marchó.

IV

Me dejó un diario en dónde anotó todas las vivencias que tuvo el tiempo que no nos vimos. La  depresión la empujó a la adicción y el no haberla rescatado cuando me lo pidió la hundió más. Así pude saber que viajó por todo el país, que tuvo varios amantes a los que les sacó dinero y conseguía lugares improvisados para vivir. 

Los médicos me entregaron el diagnóstico. Su cuerpo estaba destrozado por dentro, demasiadas sustancias nocivas habían acabado con su salud. Era cuestión de tiempo.

Al cabo de siete meses me volvió a buscar, fui por ella a la salida de una estación del metro. Estaba demasiado maltrecha, flaca, sucia, con la mirada perdida y el rostro pálido. La llevé a mi casa. Yo sabía que el final estaba cerca.

V

Ella tiene diálogo con la muerte desde unos meses atrás. Me dijo que ha descubierto el secreto del hada que vive en el ajenjo.

Encuentra la vena. No puede esperar; sus manos tiemblan y su respiración es agitada. Termino la mezcla y ella ya está sudando frío. Por fin viene el pinchazo, acompañado de un leve gemido y una sonrisa que denota malicia. El líquido se introduce en su sistema. Se dilatan sus pupilas. Al tiempo que su temperatura corporal aumenta. Pronto comenzara a sentir un estado de sopor alternando con momentos de alerta. Miro esos ojos grandes y negros, antes de que se abandone a su ensueño a ese refugio dónde dice que viven sus amigas hadas. Se acurruca en mi regazo y yo le susurro al oído una canción de cuna.

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