Soledad

Por Marco Antonio Guerrero Hernández 

Una mañana de abril, con mi vida hecha un nudo -problemas en el trabajo, una relación de pareja fallida, deudas económicas que me tenían al borde de la asfixia-. Ese día la vi.

Era pequeña y sus ojos verdes miraron a  los míos como si en ellos buscara el secreto del universo. Fueron unos segundos y salió corriendo, tal vez me tuvo miedo y yo regresé a mis labores de casa.

Un mes después volvió a aparecer en mi casa, la encontré subida en la mesa de la cocina buscando qué comer, al verse sorprendida corrió antes de que yo la pudiera alcanzar, no dije nada. Me fui a trabajar.

Un sábado mientras preparaba mi desayuno llegó de nuevo, pero esta vez fue diferente, me miró a los ojos y se quedó ahí, quieta. Al abrir la puerta de la cocina corrió, buscando refugio en algún otro sitio y por fin le hablé:

-Ven no te haré daño lo prometo. Se perdió de mi vista por unos instantes, mismos que aproveché para ir a la alacena y sacar una lata de atún. Volví a salir mientras destapaba la lata.

-Mira tengo un poco de comida para ti -estaba debajo  de la escalera del jardín-, me aproximé con paso lento sosteniendo la lata mientras ella me miraba con un gesto cauto. Puse el alimento en el piso y poco a poco se acercó, no sin antes olfatear lo que yo estaba ofreciendo. Al darse cuenta de que era algo agradable lo empezó a comer. Me quedé ahí sentado en la escalera observando mientras devoraba el alimento.

Cuando lo terminó me miró y empezó a acercarse con pasos cortos, permanecí quieto y comenzó a frotar su cabeza contra el dorso de mi mano. Nunca había sentido el amor de un animal. Lloré al sentir su contacto porque sentí que había llegado a mi vida algo que entendía mi dolor.

II

Después de comer se marchó, trate de investigar a dónde se quedaba a dormir por las noches, sin poder precisar el lugar. Dos fines de semana después, me permitió tener más acercamiento físico y por fin pude cargar a aquel gato. Lo llevé al veterinario ya que era un saquito de huesos y estaba sucio. Después del examen correspondiente, le suministro algunas vacunas. Me dijo:

-Tienes una hermosa gatita, un poco baja de peso pero con los cuidados pertinentes en un par de meses estará bien. ¿Cómo se llama?

– Soledad, se llama Soledad.

No lo pensé dos veces, ese nombre era tal y como yo me sentía: en una soledad de esas que duelen, pero la vida me llevo a una nueva compañera de aventuras. Soledad;  una linda gatita carey.

III

Nunca me habían gustado los gatos, de hecho mi familia al ser sumamente religiosa los tenían etiquetados como animales «diabólicos» o portadores de algún maleficio. Sin embargo Soledad se comportaba muy cariñosa conmigo, aunque de pronto se desaparecía por tres o cuatro días y de pronto volvía para esperarme atrás de la puerta cuando llegaba del trabajo. Yo llegaba y le daba atún o croquetas mientras me preparaba de cenar. Yo me iba a dormir y ella se iba a buscar refugio, un día descubrí que se quedaba en la casa de al lado, que estaba abandonada, pero a veces permanecía en mi hogar buscando resguardo en un espacio en donde yo guardaba madera vieja.

Un día ya no la vi, no se me hizo raro. Así pasaron tres semanas, me sentí muy triste al pensar que también ella me había abandonado. Cené solo y pensé en que yo era una mala persona o que simplemente no le había gustado el trató que le di y por eso se fue. La tristeza nuevamente se apoderó de mis días, mi semblante sombrío la buscaba por todos lados. Seguí cenando solo; hasta que un día escuché un ruido. Salí al jardín y la vi regresar, fue la primera vez que me brindo un maullido, mi corazón latió de manera acelerada, le grité con alegría, la abracé. La mañana siguiente la llevé al veterinario, ahí me enteré de que iba a tener gatitos.

Poco a poco mi vida empezó a retomar el sendero, me ascendieron en el trabajo, mi relación de pareja volvió a darme alegría y Soledad se volvió mi mejor amiga, se quedaba conmigo a ver películas o se dormía en mi regazo mientras le leía mis textos en voz alta. A pesar de lo que mi familia pensaba, ella me regresó a la vida (en algún momento tuve ideas suicidas). Cómo dije antes: nunca me había sentido tan amado por un animal.

Unos meses después dio a luz a tres preciosos críos, yo no tenía espacio así que les conseguí hogar a dos de ellos. Me quedé con uno que unos meses después y en un descuido mío se escapó para nunca más regresar. Pero Soledad permanece conmigo y en mis días más grises ella me maúlla haciéndome ver que está aquí. Todas las mañanas me saluda tallando su cabeza en el dorso de mi mano. No sé que haré el día que ella se tenga que ir, por ahora disfruto mucho de su presencia aunque mis días estén nublados.

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