Desde el ventanal de mis sueños: Las espirales nebulosas – 1888

Por: Julieta E. Libera Blas

Lo sensato también es lo enigmático.
Vincent Van Gogh 1853-1890.

Queridas lectoras y amables lectores:

– Dicen que si abres los ojos por la madrugada y escuchas a los grillos cantar debes de correr hacia ellos y permitirte soñar. Abrazar un árbol, cortar el césped, escribir un libro, cantar un aria, ir al ballet, besar bajo la lluvia, jugar a esconderse pero jamás perderse. Escuchar música, quedarte en una cajita y saber que todo estará bien. ¡Vamos a escuchar grillos! arrullarnos con el golpe de las olas del mar, ver el amanecer, despertar, sonreír, reír y saber que la vida es una galaxia en donde se encuentran arcoíris, albas, ocasos e infinidad de placeres mundanos, espirituales y dentro de todo esto y más que esto, saber que hay algo que jamás, aunque deseemos, nunca dejará de latir hasta que cerremos los ojos para morir… – 

Hace tiempo conocí a una persona que amaba la vida y el amor que respiraba dentro de esta. Le apasionaba dibujar, y tejer pensamientos azules sobre mantos de seda a los que llamaba nubes. Recitaba en voz alta para nadie, fragmentos de poemas, hacía esculturas con sus dedos en el aire y besaba con tal tino que la mayoría se enamoraban de ella. Una noche desapareció sin dejar rastro, nadie la ha vuelto a ver desde aquella noche en la que se despidió para siempre de sus familiares y amigos. Un hombre alto dijo que esa noche ella llevaba puesto un vestido azul, zapatillas rojas y el cabello al aire, dijo entre sollozos que sonreía y que parecía feliz. Otra persona mencionó que entre sus brazos sostenía con celo un libro delgado por el cual preguntó afanoso – ¿De qué trata su libro? – a lo que ella respondió – Narra acerca de un viaje luminoso, pero para entrar en él debes de cerrar bien los ojos, permitir soltar tu alma y caminar por el horizonte lleno de estrellas, sentarte en una silla y permitirte soñar. El hombre un poco intrigado le dijo – pero ¿quién es el autor? – Van Gogh. 

La travesía

Cierren los ojos por un instante y sientan la madrugada sobre sus hombros. Froten sus manos, el invierno por fin ha llegado y una suave ventisca toca con ternura su rostro. La silla que alberga sus cuerpos no es más fresca que el clima o el temor. Sin embargo, la mesa que cobija sus brazos está tan fría que podría congelarles sus dedos, sí los mismos que han delineado corazones, nombres y rostros a través de sus vidas. No hay nada más placentero que sentir ese frío incierto que nos hace sonreír porque al mezclarlo con el calor de un suave beso, el mismo que nos ruboriza, nuestro cándido deseo se hace más certero y doblega a las pupilas por mirar una noche estrellada sentados en un café. La espesa nieve cae en nuestro cabello y cada copo de nieve se sumerge en nuestros poros que agradecen la sensibilidad de la naturaleza al recordarnos que goza del milagro de sensibilizarnos, recordándonos lo frágil que es el corazón ante la belleza absoluta y distante de nuestras almas. Quizá el café nos disuelva el titirito de los dientes, cómico disfraz del miedo ante lo inevitable, lo que negamos y quizá lo que soñamos, nuestras eternas pesadillas con final trágico. Correr, aprender, avanzar. 

Abran los ojos de a poco – como si un halo de oscuridad o de flaqueza nos arrebataran – ahora miren exultes la hermosa luna llena que se refleja en la mesa que acuna nuestros brazos y se anida en nuestras pupilas haciendo perenne el momento en que caen rendidos ante la mirada precisa de ese extraño amor que nos roba el aliento y nos otorga quizá el momento de sentirnos dichosos. Sientan la briza, toquen los copos de nieve, escuchen el barullo de la gente indecisa, pongan atención a los pasos débiles de las personas que transitan en un vaivén de ideas colosales los jardines antiquísimos de la “Ciudad Luz” que huérfanos de nosotros sólo hace por llamarnos de vez en cuando porque le hacemos falta y nos conmina a un palacio en donde sus jardines nos enamoran y perdona por no habernos permitido amar más.  El rocío de la madrugada les empapa levemente el cuerpo y sólo hacen por sonreír, porque se saben libres y un tanto felices. Un sorbo, una mirada, y entonces la noche es estrellada, luces fascinantes se reflejan en sus ojos y las manos se tocan, apenas si se rozan y ahora saben que son suaves y ese bullicio se vuelve ridículo ante el maravilloso milagro de sentir al corazón latir. Entonces el inmaculado paño de seda que cubre sus piernas albergará las iniciales de ambas almas; no habrá ventisca y lluvia que pueda borrarlas y el tiempo dirá nada y Dios guardará silencio y él también sentirá esa punzada noble dentro del corazón.

He caído en el laberinto de Vincent van Gogh. De belleza constante e infinita es un pecado ver con absoluto embeleso las dos pinturas – en forma personal y son más de dos las que me hechizan – más hermosas que mis ojos han visto de éste artista – “La noche estrellada” (1889) y “Frente al café nocturno” (1888),  si las miro con vehemencia puedo sentir el calor que emite cada pulsación del artista y de mis sentidos, los colores, mezcla de alegría ajena, y nostalgia. De tristeza infinita, la lucha entre la voluntad y la flaqueza, el dolor, la ansiedad, las personas y un poco de locura, la misma que Van Gogh adopto como una enfermedad normal.

Cerrar los ojos ante la divinidad es permitirse sentir lo que a veces no solemos hacer, quizá con el canto de una primavera que camina en medio de la calle sintiendo en sus finas patitas el agua que se ha quedado encharcada después de la lluvia. Mirar “La noche estrellada” o también llamada “La calma que precede a la tempestad”, fijar nuestra atención en sólo una estrella, tal vez sea una galaxia, o la vía láctea que con ese destello inolvidable asemeja la luz esplendorosa que nos obsequia el Sol. Con esta misma tregua que nos ofrece el alba aceptemos que es la misma que ya hemos obsequiado con amor, olvido y tal vez desaire a alguien que con suerte hemos amado en una noche tan oscura que nuestros párpados se perdieron en esa misma tempestad de agonía y estremecimiento que nos ofrece van Gogh. Perdernos en los colores, en el paisaje mismo, recorrer con la mirada una vida como travesía y capturar la esencia del tiempo, pensar quizá en qué es lo que pensaba van Gogh en ese instante mismo cuando capturó ese eterno momento y robarle las palabras a ese ciprés que firme ve pasar en silencio destellos y nubes convulsas que sólo conminan a soñar y a descifrar un mundo que caótico, aún alberga la magnanimidad de las montañas que se pierden en un laberinto de colores.

En contraste con “Frente al café nocturno” es para mí una ensoñación tal que alberga ese ruido inesperado de las personas, colores vívidos que aligeran la carga del día y el obsequio íntimo con nuestros deseos y pensamientos. Aunque al fondo de esta obra se mira un cielo estrellado, no se vislumbra la misma sensación de abandono o agonía. Precisamente es en esta obra cuando van Gogh trabaja al aire libre sin luz natural y hechiza de tal manera que hace escuchar los ecos perdidos de un Arles que entre la maleza de los siglos revive ante el paso de los siglos, aferrándose a las vivezas que exclaman sin cesar esa belleza que le fue arrebatada para hacerla un mar de ilusiones. Si miran con detalle podrán perderse entre las calles empedradas, escoger entre ser hechos de luz natural o artificial y pedirle a nuestra sombra que sea testigo de más especulaciones y devenires de la vida. La oscura noche, las estrellas como siempre fieles testigos del halo que penetra a la noche. El sonido de las tazas de café, el aroma de éste, el ir y sonreír de la gente y por supuesto la alegría de estar entre los comensales; reír y sentir, así de fácil o complicado, pero jamás dejar ser. 

Con singular algarabía toco el cielo de la noche estrellada y entonces me imagino lo fácil que ha sido sostener tu alma y capturar tus manos, mirar tus sentidos para soñar contigo e intentar obsequiarte como mariposas las estrellas navegantes que adornan la bóveda celeste de tus ojos de venturas épicas. Recojamos nuestras alas, es tiempo de regresar del mundo fantástico de ésta nuestra “Noche estrellada.” 

Van Gogh sabe del dolor, la ansiedad y el sufrimiento. Nos heredó un festín de sentimientos plasmados en las más bellas obras que sin duda capturan nuestros sentidos, resentimientos, nobleza, y un sinfín de ejecuciones ante la derrota y el regocijo que nos da la vida. Hechiza con momentos lucidos, nos embarga de tristeza, nos derrota ante la paleta inconstante de colores dadora de imágenes. Cierren los ojos y permitan hacer fluir ese encanto que sólo obsequia el alma.

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