Las alas de cera

Por: Julieta E. Libera Blas

El tiempo de vivir es para todos breve e irreparable.
Virgilio.

Queridas lectoras y amables lectores:

En la isla de Creta hace algún tiempo, existió un rey llamado Minos, éste encomendó a Dédalo –que es padre de Ícaro y gran arquitecto – un laborioso y complicado laberinto para que su hijo, el cual posee una extraordinaria fuerza, no pueda jamás escapar. ¿Quién es su hijo? El Minotauro. 

Dédalo acepta gustosamente y junto con su hijo Ícaro construyen en la isla de Creta tal laberinto. Al concluirlo y dar aviso al rey Minos, desean volver a su casa, pero Minos cree que éstos podrían en un futuro violar el secreto del laberinto y hacérselo saber a todos los de la región, así que decide no dejarlos salir de dicha isla. Los encierra y les hace vigilar por tierra y mar, pero se le olvida un pequeño detalle: Dédalo es una persona lo suficientemente creativa para evitar estar toda una vida encerrado junto con su hijo, así que éste piensa en construir unas alas. Reúne junto con su hijo Ícaro varias plumas de aves y las pega con cera de abeja. Terminadas, pega en la espalda de Ícaro un par de alas y otro par, en la suya.  Le indica a Ícaro: ¡Volemos fuera de la isla! Pero debemos de tener cuidado de no volar demasiado alto, pues el Sol quemaría nuestras alas.

Al levantar el vuelo, Ícaro se embelesó al ver el mar desde aquella altura, y ansía tocar el cielo con sus manos, se le convirtió en el deseo más claro que jamás haya tenido. A Ícaro le pareció hermoso volar, sentir la brisa fresca en su rostro, así que voló y voló haciendo caso omiso a las advertencias de su padre. Al sentirse tan libre no se percató de los gritos desesperados de su padre al verlo volar tan alto, casi tocando el Sol. En aquel momento las alas de Ícaro comenzaron a derretirse y éstas no soportaron su peso y cayó bajo la mirada atónita de su padre. Las plumas de las alas del joven Ícaro se esparcieron en todo el mar y cuentan que en honor a éste joven que se dejó seducir por el Sol, hoy aquella isla lleva el nombre de Las Islas Ícaras.

Hermoso mito el de Dédalo y su hijo Ícaro, Se han de preguntar, ¿Qué tiene de hermoso un relato en donde la desobediencia de un hijo es castigada con su muerte? Creo que este relato tiene un más allá de lo que leemos. ¿A qué me refiero con que es una bella historia? Fácil: Ícaro siente la maravilla de la libertad.

Cuando somos pequeños nuestros padres o tutores nos advierten sobre los peligros de la vida. “¡No corras porque vas a caerte!” Cuando somos adolecentes intentan a toda costa protegernos de todo mal. Pero, como buenos hijos, no obedecemos. ¿Cuántas veces hemos escuchado a nuestros padres advertirnos acerca de los riesgos de tomar alcohol o hasta consumir drogas? De cuidar nuestro comportamiento con desconocidos y hoy en día y como toda la vida, no llegar tarde para evitar cualquier tipo de contratiempo o hasta de tragedia. Y cómo dejar de lado aquellas recomendaciones que nos dan nuestras madres o amistades muy cercanas acerca de la persona con la que estamos saliendo o que son nuestras parejas y que echamos en saco roto por aquello de “Es mi vida” y por supuesto que lo es pero, algunas veces hay que abrir bien los ojos.

Todo un fastidio ¿verdad? Mi madre siempre me advirtió acerca de los peligros de la vida y anheló con toda su alma que jamás me tocaran el corazón, he aquí lo complejo de éste mito -visto desde mi perspectiva-. 

El punto al que deseo llegar es que pese a que nos advierten de los peligros, el rumbo de la vida parece distinto. Cuando hemos recorrido una senda, deseamos que nadie experimente lo que nosotros padecimos. Creemos que intentando enderezar las ramas de un árbol éstas se enderezarán, pero no es así. La vida es como la casa del jabonero: el que no cae, resbala. 

Dédalo advierte a Ícaro del peligro que corre si alza el vuelo, pero no lo escucha y como sabemos, cae al vacío. De nosotros no depende salvar las vidas de los demás y creo que aquí es lo complicado, aunque nosotros sepamos del peligro que corren las personas, de las heridas que podrían sufrir en el trayecto, de los golpes que recibirán, no podemos hacer nada para hacer que nuestros seres queridos salgan ilesos. No podemos cerrarles la puerta del destino, de la vida, y sobre todo de que hagan el cúmulo de sus propias experiencias. ¿Qué pasaría si aquellos a los que amamos les cerráramos todas las puertas? ¿Qué sucedería si al querer rescatarlos, los hundimos? – Un día escuché en una película mexicana la siguiente frase Mi madre me protegió de todo mal, pero también me protegió de todo bien” – una frase dolorosa, pero certera. Tan certera que a más de uno nos erizó la piel. 

Dédalo puso en la espalda de Ícaro unas hermosas alas sostenidas por cera de abeja que no soportaron su peso, haciéndolo caer. Dédalo le mostró a su querido hijo cuán hermoso sería tocar la libertad y le explicó brevemente qué sucedería si éste se excediera al tenerla tan de cerca aunque sea para escapar. Pero Ícaro sintió el viento en su rostro, miró el mar desde lo alto, se impactó al ver la maravilla de la isla de Creta ¡podía volar sin importarle nada! Solo podía sentir su libertad. No tenía por qué hacer caso a las advertencias de su padre afligido que lo único que deseaba era verlo libre, sin el yugo de nadie – ¡qué podría pasar! El padre miró atónito la caída de su hijo, éste se quedó con los brazos vacíos, no quedó cuna alguna para proteger a su hijo de los peligros, el Sol había quemado sus hermosas alas. 

Quizá muchos de nosotros en nuestra juventud no entendimos a nuestros padres sobre las advertencias del peligro y tomamos nuestras propias decisiones. Algunos han obedecido al pie de la letra la receta de cocina de la vida, pero no han experimentado ese sentir bajo sus propias señales. La vida, como siempre lo he pensado, es un tejido hermoso de experiencias únicas, hermosas y aunque no lo deseemos algunas son dolorosas. Pero la vida es eso, debe ser eso, no podemos huir de las emociones, de los acertijos, no podemos evitar que en cualquier momento podamos caer en ese laberinto que nos lleva a ciertos caminos indescifrables, similar a la aguja en el pajar, pero todo tiene solución. Lo que nosotros hemos aprendido, en otro momento alguien más lo aprenderá y entenderá como nosotros lo hicimos en su momento. Mi madre dice que las cosas pasan por algo, y que el escenario se repite siempre, pero con diferente ropa y año, al parecer tiene razón. 

Al ser consientes de los riesgos de la vida y de todas maneras nos lancemos al vacío quizá seamos inconscientes o unos masoquistas, porque meternos en problemas gratuitamente tal vez sea sinónimo de desear atención constante o nos guste tener dulces problemas en nuestras vidas. 

Entiendo que como padres desean que sus hijos eviten los dolores “normales” de la vida y hacen todo lo posible para que no suceda y no los critico por ello, creo que es normal. Cuando nuestra libertad es respetada por aquellos que nos dieron la vida, y somos testigos del cómo no nos retienen al vernos extender las alas, es admirable. No cualquier persona está preparada para eso y mucho menos para dejarnos ir rumbo a nuestra propia felicidad. 

Supongo que para Ícaro fue encantador ver el cielo a tan poca distancia, confundirlo con el mar. Ser parte del aire. Ser parte de ese ser que nunca le permitimos ser por temor a que el Sol queme nuestras alas: ser libre.

Dicen que la libertad tiene un precio ¡Claro que sí! Pero cuando no sabemos cómo manejarla. ¿Cuántos de ustedes se han asustado al ver a una persona libre? Sí, esas mismas personas que les importa un bledo lo que uno piensen de ellas. Que viven el aquí y el ahora. Que desechan lo negativo en su vida y adoptan como bandera única lo positivo que tiene la vida. Aquellas que pese a cualquier objeción toman sus propias decisiones. Esas que experimentan, gozan, sufren, lloran y ríen sus fracasos y coronan sus triunfos ¿Por qué no nos gusta la libertad? ¿Por qué siempre estar atados a una cadena? ¿Por qué preferir vivir con los ojos vendados? ¿Por qué nos mutilamos? Lo que es peor, permitimos que lo hagan. 

Sea por amor u obsesión, permitimos que las personas interfieran en nuestro aprendizaje y no nos permiten vivir lo que nos corresponde. En su afán por desear ayudarnos a cruzar nuestro propio sendero, intentan a toda costa recibir los golpes que a nosotros nos corresponden, pero todo va al mismo cause, no permiten que despeguemos y en la comodidad de ese sentimiento, nos convertimos en simples espectadores de nuestras propias vidas.

¿Qué hubiera pasado si Ícaro no se hubiera embelesado con la maravilla de sus alas? Él jamás hubiera conocido lo que es la libertad. Si la conocen, gócenla y no la desperdicien, pero sobre todo no la desprecien. Ámenla y luchen por ella todos los días de su vida y no permitan que nadie corte sus alas. 

¡Gracias por la lectura, sean dichosos!

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