Por Marco Antonio Guerrero H
Fabián era un niño que vivía en la vecindad que estaba en frente de mi casa. Era un edificio grande y roído por las huellas del tiempo. Él tenía 8 años, su madre trabajaba como mesera-edecán o dama de compañía en un bar de mala muerte, su padre era drogadicto y se dedicaba a robar autopartes y a asaltar a transeúntes.
Esa mañana lo vi sentado en la acera, estaba llorando. No puedo describir la sensación que me invadió en ese momento al mirar su cara sucia y triste, me recorrió en forma de escalofrió por todo el cuerpo, así que me acerque a él y le pregunte por que lloraba y contestó:
-Porque nadie quiere jugar conmigo. Todos me gritan que estoy loco y mi mama tampoco me quiere.
Un día antes lo habían corrido de la escuela por haberle pegado a un niño que lo llamó del mismo modo, sólo porque no quiso jugar con ellos a los tazos. Como era de esperarse las vecinas no tardaron en hacer leña del árbol caído y esparcir la noticia como pólvora. Así que en la vecindad los demás niños que vivían ahí empezaron a burlarse de Fabián y a apartarse de él.
Le dije en un tono dulce:
-No llores, qué no te das cuenta que no estás loco, simplemente eres diferente a ellos, eso los hace sentirse inferiores a ti. Le dije que hiciera de ese desprecio una fortaleza, una virtud, lo miré a los ojos y le dije sonriendo: no estás loco, estas loquito, mientras le secaba el llanto de los ojos.
Después de ese día, nos hicimos amigos, él me esperaba todas las tardes afuera de la vecindad, nos poníamos a patear un balón, a platicar, solía contarle historias ya fueran los cuentos de Wilde o de Hemingway o alguna anécdota divertida.
Yo trabajaba en ese despacho de contabilidad, que siempre odié. Al llegar a casa me quitaba el traje, lo cambiaba por unos jeans desgastados y una playera.
Una de esas tardes me vio tocando mi guitarra y me pidió que cantara algo para él y empecé con una rola que me recordaba mucho a mi infancia.
“Uh, ah ah hubo un mago en la ciudad
Que actuaba en un local sin magia
Le robaron la ilusión
Su viejo truco le falló y se escondió
Uh, ah ah Lagrimas al suelo
uh ah ah Nunca más le vieron
Vi un payaso fracasar
Solo sabía hacer llorar
Vaya gracia
Una tarde en la función
Todo el público rió
Y yo lloré”
El pequeño exclamo ¡¡guau!! Me gusta mucho ¿cómo se llama?
“Lágrimas al suelo” contesté.
Le regalé un papel con la letra escrita, tardó menos de una semana en aprenderla y los viernes me insistía en que sacara la guitarra para cantarla juntos.
Así fue durante unos meses. Pero un ascenso en el trabajo de mi papá nos obligó a cambiar de casa, ya que las nuevas oficinas quedaban muy lejos de ahí, así que tuvimos que movernos a un lugar que le quedara a modo a papá.
El niño se puso muy triste cuando me fui, salió llorando a pedirme que no lo abandonara, que yo era su único amigo.
-Yo también te extrañaré le dije conteniendo el llanto, pero siempre serás mi loquito favorito recuerda y le deje el disco de Nacha Pop con la canción que le gustaba.
Así deje de ver a Fabián, mientras seguía mis estudios de contabilidad y mi vida fue cambiando, deje el despacho porque me di cuenta que un mundo lleno de gente tan fría, obtusa y cuadrada como sus números, no era para mí.
Un año después y por una vuelta de la vida, regresé al barrio pasé a la vecindad a preguntar por el pequeño, salió su abuela para decirme que habían encontrado el cuerpo de Fabián una semana antes. El padre ya muy drogado, lo había golpeado hasta matarlo, cuando hicieron la autopsia descubrieron que antes de matarlo lo violó varias veces.
Ella me estuvo buscando para que fuera al funeral, porque le había hablado mucho de mí y soñaba con volver a cantar a mi lado.
Solo atiné a darle el pésame y antes de soltarme a llorar me despedí, no sin antes recibir un agradecimiento de aquella señora que se hizo cargo del pequeño porque la madre de Fabián se fue a Tijuana con un tipo y dejó a su marido y a su hijo. El tipo al no soportar se tiró a las drogas y lo visitaba una vez por semana.
Al llegar a casa, me encerré en mi cuarto y saque la guitarra y a manera de condolencia me puse a cantar entre lágrimas y con la voz quebraba para recordar a Fabián mi amigo el loquito.

