Por: Julieta E. Libera Blas
Vienes a este mundo para ganarte el cielo.
María Estela Yépez Izquierdo (1940-2022)
Queridas y amables lectores:
Desde que tuve la dicha de conocer a la geóloga Antonia Malagón, siendo yo una chamaca de 15 años, me dio por ver con más ahínco la bóveda celeste. Nada más hermoso que apreciar su belleza, su color, su vacío. De niña contaba las estrellas y me preguntaba ¿En dónde se había metido el conejo en la Luna? Porque de plano yo, no podía encontrarlo por más que mi papá me dijera “¡Mira madre! Ahí está…” – mis hermanos bien que lo podían encontrar pero yo, sólo veía un círculo redondo, color blanco, al que después admiraría cada noche para pedirle un deseo, porque se supone que ella, eterna e infinita, cumple los deseos más difíciles para Dios.
No sé si fue Dios o la Luna quien me concedió un deseo que noche a noche pedía entre la ilusión de una adolescente y el amor a esa persona que pensaba, era inalcanzable; hasta poco tiempo la miré a su lado. Era un cielo estrellado, despejado, las estrellas titilantes, la vida presentándose. Cuando fui una niña miraba el cielo con asombro; una vez estando en una playa, miré con júbilo cómo el mar se tragaba al Sol o al menos mis padres me contaron que en punto de las seis de la tarde el Sol baja para ser tragado por el mar, es entonces cuando la Luna aparece y se refleja bellamente en el mar. En mi adolescencia, frente al ventanal de mi habitación, me sentaba en la cama vacía de mi mamá Carmelita, tenía meses de haber fallecido y ahí en silencio abrazaba su rebozo color rojo y miraba el cielo, el silencio del jardín se rompía de vez en cuando con el canto de los grillos, en otras ocasiones el viento o la lluvia lo hacían. En una de mis manos apretaba con fuerza la foto de ese amor tan grande, una imagen que guardo en una cajita de madera; ahí reposan mis sueños y mis anhelos, mi infancia y mi juventud. Al mirar la Luna le pedía con fuerza que él me mirara como yo lo hacía, que me sostuviera en su corazón como yo lo hacía desde niña. Sin embargo pasaron los años y la Luna desmemoriada olvidó el deseo profundo que nacía desde mi alma. Durante muchos años hice lo mismo, pedía imposibles a Dios y a la Luna, platicaba con mis abuelos y las lágrimas se me escurrían sin poder ni querer hacer nada. Era mi tiempo para pedir y recordar, hasta que mis veintitantos me sorprendieron hasta que dejé en paz el asunto. Uno suele madurar y desear otras cosas para su vida, llegan nuevos amores y deseos y de a poco uno se va alejando de todo aquello que lo ata sin reciprocidad. Pero un día, sin que uno lo imagine, se da cuenta que Dios y la Luna o sólo uno de ellos, sí escuchó aquéllos imposibles y mágicamente todos son cumplidos. A una le da por sonreír y agradecer que lo pedido se esté cumpliendo, esboza sonrisas y se piensa en un sueño, de los que no queremos despertar.
Sin saberlo, todas las noches nos escucharon atentos, solo que nos hicieron pensar que nos ignoraban. Aquellos sueños hoy son pura realidad; soñados hace años, cumplidos recientemente. Es que algunas veces debemos de madurar para poder mirar con otros ojos la realidad, una que no nos hace tanta gracia y mucho menos nos hace sentirnos tan felices como lo imaginamos. Un sabio escritor alguna vez dijo: “El amor, es como una rebanada de pastel de queso” – quizá tenga razón. Vivo en una felicidad que me arranca sonrisas, lágrimas, risotadas y el sueño que hermosamente voy tejiendo a tu lado.
ESTELA
Al abrir los ojos, cual bálsamo para el alma, siempre te encontrabas. Cada diciembre te esperaba en mi casa para compartir la vida y las risas. Tus ojos eran como un par de estrellas que titilaban infinitamente, justo como hoy lo hacen en la ermita del descanso eterno. Tu sonrisa abrigaban mi alma, doblegaban mi carácter, provocándome sólo ternura al tocar tus manos. Es que tu rostro me recuerda un océano dentro de la bóveda celeste. Las reuniones en tu casa, con tu familia; tres hijos, los tres varones, los tres una tierra distinta que echa raíces y se aligera conforme pasan los años y vuelven a enraizarse al percatarse que el halo de tu vida no puede pasar en balde. Tu alegría al recibirnos es la misma que sueño cuando entras en ellos, y ahí te abrazo y te busco las manos y la voz para no sentirme sola porque tu ausencia nos sigue abrazando como desde la primera noche que tu alma abandonó tu cuerpo. En los sueños te pregunto si estas conforme con la vida que hemos decidido, me sonríes diciéndome “¿por qué no habría de estarlo hijita? Sólo ten paciencia.” – en ese lugar me siento feliz, contenta por ser yo quien esté a tu lado, por ser tú quien me diga “Está bien, avanza.”
Años después, al caer la noche, hospedada en tu casa, intento escuchar tu voz sin éxito. Abrazo cada centímetro de ésta, miro tu habitación sola, sin ti, sin ustedes. Un hueco me hunde el corazón, entonces camino hacia la sala y encima de la chimenea que tantas veces te miró, carga sobre sus hombros tus cenizas. “Polvo eres” – eso me decías. Ahí te miro en una foto, con tu sonrisa, con tus manos juntas, tu cuerpo entero, tu cabello corto hermosamente peinado. Camino hacia la terraza en donde ya no te volví a ver, y te imagino cuidando tus plantas, regándolas, cubriéndolas de amor y de cuidados. El jardín que parece un bosque porque ahí me podría perder entre árboles y flores, ladridos de perros; el eco de sus voces y su andar. En mi mente bajo las escaleras para llegar al último nivel en donde nos recibías con tu abrazo. ¿Quién iba a imaginar que un día hablaría en pasado de tan maravillosa mujer? La vida te sorprendió y nuestros corazones tuvieron que aceptarlo.
En el mes de enero de hace muchos año, me senté sobre uno de los escalones, ahí vi pasar la noche y recibir a la madrugada. El frio no me alejó del lugar, el cielo estrellado, la luna llena me anudó a él. Fue la primera vez que le pedí un deseo a Venus, a Orión y a la Luna. Él dormía en su habitación, yo sentía que el corazón de un momento a otro se me saldría para estallarme en las manos. Todo eso me recuerda a ti, a la estrella de la mañana que fuiste en nuestras vidas.
Dicen que los milagros son para alegrarnos el alma y tener consuelo. Una vez en la sala en donde reposaban ya tus restos, el mayor de tus hijos rezó como siempre y como nunca, porque son esos días en que la vida te encoge de hombros y te provoca miedo al no saber qué sucederá con tu vida. Recuerdo sus palabras: “Le pedimos un milagro a Dios, no era el que esperábamos, pero sí fue un milagro para ella y eso nos debe de consolar” – esa tarde supe que los milagros no fueron hechos para nosotros sino para el que más lo necesita, para el que está sufriendo, al que le duele.
Aquel año de pandemia, de miedo, y nudos desatados; tu alma corrió tan rápido que apenas dejó una estela que inevitablemente no pudimos alcanzar. Fue como un parpadeo en donde sólo pude recargarme en el auto al escuchar que tú ya no te encontrabas entre nosotros. Apenas pude llorar, debía de pensar en mis padres, en los años que tenían siendo amigos, compadres. De inmediato tuve el recuerdo de mi madre soportando el dolor de haber perdido a su padre; no podía llorar, el llanto se lo arrebataron de golpe porque tenía que dar el ejemplo de ser una mujer fuerte, dispuesta a tener coraje para enfrentar la muerte de su padre tan amado. De dar el ejemplo a sus hermanos y que sus hijos la miraran como una mujer entera, sin hacer dramas. ¡Qué tontería! Tontería que aún llevamos al pie de la letra muchas de nosotras.
Más de una persona me ha dicho que la muerte es sólo un paso a la eternidad, un suspiro. La ausencia que causa dolor durante mucho tiempo hasta que aceptamos que se han ido. Para mi la muerte no está muy clara, no sé adónde vamos, con quién vamos, si regresamos o sólo todo se termina. Creo en Dios, en el universo y en las estrellas, estoy totalmente segura que ella, está con Dios y que transita contenta por la Vía Láctea, ahí se convierte en mariposa, revolotea para visitarnos, abrazándonos con sumo entusiasmo porque sabe bien que a pesar de que ya no está pisando la tierra, ella vive en sus tres hijos y en su nieta. La vida es eso, una arbolada de encuentros y desencuentros que nos forman. Provoca que los más cercanos a nuestras raíces tengan un cimiento firma para construir amables y amadas memorias.
Estela significa en latín “Estrella de la mañana” – uno de sus hijos el día que ella se marchó publicó una imagen de una hermosa estrella, ésta me embargó entre una alegría efímera y una tristeza redundante. Marcó la ausencia, el ya nunca más. El adiós sin palabras, los Rosarios eternos, las letanías casi sin significado. El silencio del menor de tus hijos fue como rasgar una herida con una aguja, la misma que quita el aliento; arde, quema, duele y no para de sangrar. Cada vez que puede supura dolor, quebranto, soledad. La cicatriza con tu ejemplo y amor, y así ha andado desde que partiste. El silencio lo abrigó, lo tranquilizó y lo envolvió pareciéndose cada día más a ti. El mayor de tus hijos lo llevó a la pasividad, a la mirada casi vacía, casi sin retorno. La vida se presenta, lo dices bien. La vida y su estela de recuerdos a los que hay que cuidar bien antes que la memoria se olvide que hubo una vez alguien a quien amamos con todo el corazón,
Estela significa bíblicamente: “entre lo terrenal y lo divino, la conexión entre los seres humanos y la guía celestial” – para mi significaste ser como mi otra madre, una de mis guías, uno de mis amores que desde hace tres años me hace ver la entrada de la primavera de manera distinta. Cuando tu espíritu se separó de tu cuerpo, la primavera recién llegaba; aquel día caminaba en la calle pensando en ti, miré con curiosidad el cielo, caía la tarde pacíficamente, un vientecillo fresco corría sin prisa rozando mi cuerpo. Detuve mi camino, observé un árbol que se mecía alegre, al instante saqué mi celular y tomé una foto. Durante algunos minutos me quedé pensando en lo rápido que se había ido la vida, en ese instante supe que tú ya no te encontrabas con nosotros, mi corazón me lo anunció. La última vez que te vi fue en enero del 2020, tu sonrisa me la llevo grabada en la memoria pero sobre todo en el corazón que nunca te olvidará. Ha sido la bienvenida a la primavera más extraña que jamás había tenido. Sin embargo, entendí que los milagros sí existen y que permanece en ti, eres “nuestro milagro.” Pedimos con harta esperanza tu mejoría y el buen Dios, nos lo concedió.
Estela significa amor de esposa, compañera, madre, hija, hermana, amiga, de madrina y guía.
Estela significa ese mar infinito en medio de un bosque de estrellas…
¡Gracias por la lectura! Sean dichosos.

