De quinceañeras a los días de universidad

Por: Julieta E. Libera Blas

a Rachel y Eloísa.

Queridas lectoras y amables lectores:

Mi fiesta de XV años nunca fue llevada a cabo más que en mi imaginario, en éste mis chambelanes eran los Yépez y los Libera, bailaría con mi papá y mis padrinos. La ceremonia se celebraría en el Templo de San Felipe Neri (La Profesa) que se encuentra ubicada en la calle Madero en el Centro Histórico de la Ciudad de México. La fiesta sería cerca de mi casa o en el mismo centro, ahí me acompañarían mis primos, mis tíos, mi abuela, mi familia. El vestido no sería color rosa como solían ser, sino de un color sobrio, más bien café o verde militar, ¡sería fabuloso! Pero nunca se llevó acabo. He de confesar que me hubiera encantado que esa fiesta se hubiera celebrado pero mis papás fueron tajantes al negarse a dicho jolgorio; todo fue distinto a como yo lo había planeado en mi mente. ¿Me dolió? ¡Claro que sí! Yo hubiera querido ser la anfitriona, el centro de atención, la cereza, la muñequita del pastel pero mis XV años se realizaron lejos de mi casa, a lado de mis padres, mis hermanos y mi “mamá Carmelita” ¿qué si disfruté aquéllos días de mayo? Sí. Además de confirmar mi amor absoluto al vasto mar, a su fuerza y agresividad. A su color y a su rumor, y créanme que lo admiré aún más cuando a lado de mi padre sorteábamos olas y una de ellas me halo con tanta fuerza que pensé que no saldría viva de esa playa. Afortunadamente mi papá pudo encontrarme dentro de la furia de aquel oleaje, tomó mi mano y con todas sus fuerzas me arrebató del mar. Creo que fue una hermosa manera de darme la bienvenida a la adolescencia, a un mundo que no me recibiría con dádivas ni con caramelos de colores sino que sería una vida con altas y bajas, llena de colores, ruidos, risas y dolores. La vida se presenta, y el mar en esa ocasión me invitó a luchar por mi vida y no desistir jamás.

Hace unas semanas se celebraron los XV años de Daniela, una niña linda, risueña. En su rostro se podía percibir la dicha que le provocaba dicho evento, lucía tímida un vestido color rosa hermoso, me recordó a cierta Barbie que nunca me trajo Santa que tenía una cauda larga con grandes pétalos color salmón, el vestido de Daniela era similar, su carita no estaba demasiado maquillada, aún su rostro infante irradia en ella. No tuvo chambelanes sino bailó con una de sus amigas un tipo de reguetón pero no de esos tan de moda vulgares. No bailó con su papá el vals, mucho menos tuvo una fila sin final de tíos y padrinos que esperan su turno para bailar con ella. ¡Gracias al cielo! No hubo la entrega del último juguete o de la zapatilla de cristal que anuncia la entrada indiscutible de la adolescencia pero que representan con un dejo dramático para darle fin al calzado de las infantas que aparentemente ni siquiera saben combinar. Lo que sí hubo fueron palabras de agradecimiento que ofreció su papá a los invitados y lo más bonito fue cuando Daniela y su mamá bailaron una canción que a más de una hicieron llorar. Tal vez mi amiga se emocionó al recordar sus XV años que no quería tener pero que sus padres de cierta manera la obligaron a realizar. Sí, eran otros tiempos en donde los papás querían presentar a sus hijas a la familia, a los amigos para hacernos sentir queridas y admiradas o quizá envidiadas, no lo sé, pero confieso que a más de una quinceañera la he visto ilusionada, llena de nervios, más de una vez me contagiaron de su alegría y nerviosismo.

Como familia fuimos invitados en más de una ocasión a dichas conmemoraciones, me divertí, baile y siempre pensaba en lo maravilloso que hubiera sido mi fiesta pero la revolcada que me dio el mar, no lo cambio por nada. Como amiga acompañé a Paola y después a su hermana, fueron increíbles esas noches, al final de cuentas éramos adolescentes descubriendo el mundo, uno muy distinto al que estamos viviendo.

Pero no todas nacemos para usar vestidos de quinceañera o de novia. No todas queremos ser el centro de atención; pasados los años mi madre me confesó abiertamente que no quiso enfrentarme a un montón de personas porque bien sabía que mi timidez me crearía tanto estrés que ni siquiera hubiera disfrutado la fiesta. Sí, mi madre me conoce bien, al saber que no me gusta ser el centro de atención y que más bien eso me crea cierto repelús.

Daniela, que si bien la conocí cuando tenía unos cuantos meses de nacida y pocas veces la volví a ver porque cambié de residencia, me hizo pensar en lo rápido que pasa la vida. De igual manera lo confirmé este fin de semana cuando me reencontré con Raquel y Eloísa, para festejar su cumpleaños. Ambas, mujeres admirables que han sorteado situaciones complejas y pérdidas irreparables. La vida me dio la oportunidad de conocerlas cuando comenzamos nuestra carrera profesional, entre vaivenes de profesores increíbles y uno que otro iracundo, fuimos creciendo amando lo que hacíamos, pensando a lo que nos dedicaríamos cuando saliéramos de la carrera, adónde iríamos de viaje, a qué país nos iríamos a refugiar para pasar el resto de nuestros días. La vida era quizá sencilla y no tan complicada como lo creemos ahora pero es un hecho que las responsabilidades de hoy no eran las de ése ayer que hoy queda en un pasado increíblemente encantador, lleno de experiencias, cafés, confesiones, risas, enojos, contratiempos, y demás ciclos que la vida nos da cuando ésta sencillamente se presenta.

El sábado por la noche cuando miraba a Raquel mientras tarareaba una canción, me hizo una señal para que me asomara a las mesas de abajo, en una de ellas se encontraban dos hombres y una mujer, suponemos que eran amigos, se abrazaban reían, bromeaban. Raquel me dijo: “Nosotras hace unos años” – asentí con cierta nostalgia. ¿Tantos años pasaron? ¿Cuándo? ¿En qué momento saltamos de los quince a los veintitantos y a esta edad? ¿En qué momento sucedió la vida en Barcelona? ¿Cuándo sucedió aquel rompimiento agresivo con el hombre que pensé era el amor de mi vida? Aún recuerdo cuando Eloísa me mandó mensaje anunciándome que se desposaría con el mejor hombre, pero también me viene a la memoria el momento en que el cuento de hadas se convirtió en una realidad que dolió pero que la hizo renacer ahora no sólo como comunicóloga sino como psicóloga. Por otro lado, el hijo mayor de Raquel ya casi es un adolescente, y su pequeña hija, pronto comenzará a extender sus alas para forjarse un sendero, tiene una madre grandiosa que ha sabido brillar con luz propia, con voz clara y firme ha desatado guerras pero también ha mirado de cerca el sentido de la paz, una propia que le da aliento para continuar. Ambas me han visto también crecer, me han escuchado, me han visto en el filo de la navaja, me han sacudido y me han hecho crecer con su tenaz ejemplo.

Como pasa en la vida, nos hemos separado pero el amor, cariño y admiración que nos tenemos nunca ha cesado. Aquellos días en que nuestras preocupaciones, que no sólo se reducían a calificaciones, pero que sí eran una de nuestras prioridades: entregar a nuestros padres el mejor rendimiento escolar. Aún recuerdo a un par de “niñas” de 17 años entrando al salón de clases, llenas de sueños e ideales. Llenas de una inteligencia excepcional, con proyectos en la mano, con algunos hechos y cumplidos y otros más listos para continuar. Recuerdo las mañanas de clases, de horas muertas que se nos iban en pláticas o dentro de la biblioteca, algunas veces en la sala de cine viendo alguna película, desayunando o de plano en silencio leyendo algún libro porque alguna de nosotras pasaba por situaciones estresantes o que nos estaban rompiendo el alma o sólo era un mal día, como a todos nos suele pasar.

No sé en qué momento pasó la vida tan rápido, cuándo los sueños se convirtieron en realidad y otros sólo se quedaron en nuestras cabezas y nunca vieron la luz. La vida apenas es un suspiro, por ejemplo, Daniela ayer apenas era una recién nacida que nos presentaba su papá con harta emoción, una bebé que apenas abría sus ojos y se la pasaba durmiendo como un angelito. Hoy es una mujer de quince años que comenzará su vida dando pasos lentos, cortos, con prisa y sin ella. Tal vez la próxima vez que la vea se haya convertido en una profesionista o sólo esté viviendo la vida llena de luz, encanto y una belleza no sólo física sino emocional, espiritual e intelectual. Viviendo libre y tranquila.

Lo bello de vivir es el de sentir cada minuto sin culpas ni lamentaciones. Es amar con esa furia semejante a la de una ola de mar, dispuesta a todo. No solo amar a nuestra pareja sino a uno mismo, creyendo en nosotras, dejando a un lado recelos, curándonos las heridas. Si nosotros no creemos en todo lo que podemos hacer, no habrá un pasado que nos sirva de cimiento. No habrá esbozos de sonrisas o hasta de lágrimas que nos hicieran aprender. No habrá nada que nos haga reflexionar. No habrá amistades duraderas y mucho menos tendremos experiencias para compartir. Sobre todo, no existirá un presente para construir un futuro que está a una milésima de segundos de nosotros.

El sábado pasado 8 de Marzo fue el Día Internacional de la Mujer y me congratulo decir que he estado rodeada de mujeres admirables, prósperas, que han tenido la fuerza para enfrentar la vida con la mirada en alto, el cerebro frío y con el corazón en la mano. Desde mis abuelas hasta mi madre, mis madrinas, mi hermana, tías, primas y mis amigas, hasta las mujeres con las que he compartido un breve instante de su vida en la mía. Todas han sido ejemplo y gratitud, admiración y respeto. Cada una ha labrado un camino admirable, llenas de gloria y victoria, resistiendo ante la adversidad, el dolor y la injusticia. He visto en ellas el rostro inquebrantable de buscar y exigir lo justo, de no callarse, de sufrir en silencio y llorar en el mismo, pero también las he visto levantarse con mayor entereza, ya no pidiendo sino exigiendo equidad y respeto en todos los ámbitos de la vida.

Sí, la vida pasa muy rápido, es un suspiro de nada y cuando nos miramos al espejo quizá ya no somos las quinceañeras que tantas esperanzas tenían, tal vez algunos sueños e ideales cambiaron o sólo nos dejaron de importar pero hay algo que no cambia y nunca cambiará, el brillo infinito de nuestros ojos, la mirada, la sonrisa. Ahí se quedan eternamente, porque a pesar del dolor y del enojo, la frustración o la soledad. Si lanzamos una mirada a nuestras imágenes en distintas etapas de nuestras vidas podremos observar que hay una seña que nos indica que esa mujer o ese hombre lleno de vida y anhelos aún siguen viviendo en nosotros. Debemos revivirlos para que vea de nuevo la luz y goce lo que le negamos por alguna razón que a veces ni siquiera comprendemos.

Que este 8 de Marzo haya sido un día de reflexión para todos, un día tranquilo, con la esperanza de justicia, respeto y amor. Que aquellas madres que buscan a sus hijas y a sus hijos, alcancen la paz en su mente y su corazón, sobretodo que obtengan lo que tanto anhelan y que deben de tener por derecho. Yo espero lo mejor para todas nosotras, que nuestros derechos se respeten y que sigamos creciendo a pasos agigantados sin pisotear a nadie y que sea ante todo, recíproco.

¡Gracias por la lectura, sean dichosos!

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