El sueño de Max

Por Marco Antonio Guerrero Hernández 

Cuando era niño, Maximiliano soñaba con aprender a andar en bicicleta, pero un problema en sus rodillas lo hacía imposible. Miraba en la televisión el Tour de Francia, se maravillaba con las historias de superación que escuchaba durante las transmisiones, soñaba con un día estar ahí y hacer la carrera.

Hijo de padre mexicano y madre austriaca, de ahí su nombre debido a que sus padres eran admiradores del emperador de los Habsburgo que vino a reinar a México. El niño vivió rodeado de libros de historia sobre el Primer Imperio Mexicano y de cómo aquel hombre llegó a gobernar y quedó enamorado de la cultura y sus costumbres. Este niño llevaba en sus genes una herencia de competitividad. En la escuela fue un alumno destacado en diferentes materias; matemáticas, literatura, historia pero su defecto de nacimiento le impedía participar en cualquier deporte, eso jamás le impidió soñar con un día verse tomando parte en ese enorme desafío.

Sus padres lo animaban con costosos regalos pero el único objetivo que Max tenía en mente era ser grande y poder pedalear en el país europeo. Sus padres hicieron un esfuerzo enorme para recaudar los fondos necesarios para poder rehabilitarlo. A pesar de las muchas cirugías,  no fue posible hacer que montará una bicicleta. Su sueño quedó desvanecido para siempre.

II

Recuerdo haber conocido a Maximiliano, cuando era el profesor de educación física en el instituto, dividía sus tiempos entre su vida familiar y sus clases. Era un hombre alto, delgado de tez blanca y semblante serio. Todo un estudioso del cuerpo humano, a pesar de impartir la materia de educación física y deportiva parecía tener un conocimiento más desarrollado, pudo haber sido médico pero su pasión por el deporte lo llevó por un camino diferente.

Un día, saliendo del instituto, sin querer atropelló a un joven que sin mirar cruzó por la entrada del estacionamiento, el frente de su auto impactó al muchacho que montaba una bicicleta, al verlo ahí tirado, salió a toda prisa de su vehículo y lo ayudó a levantarse, ofreció disculpas y lo llevo a la enfermería de la escuela, tenía la rodilla deshecha. Cualquier otra persona hubiera escapado, no el profesor, así que notificó a los padres y a las autoridades, se entregó y rindió su declaración, a pesar del enojo de los padres del muchacho atropellado, Max se hizo responsable en todos los aspectos, vendió su coche e incluso recabó fondos por medio de rifas y colectas entre el estudiantado con el fin de cubrir los gastos médicos del joven. Los progenitores al darse cuenta de lo que estaba haciendo decidieron retirar los cargos penales  y recibir las disculpas y los fondos recaudados.

El siguiente semestre lo asignaron a metodología y ciencias del deporte, ahí lo conocí, a pesar de ser un tipo muy serio su mirada escondía un fuego que no lograba encender, apasionado de la disciplina, después de que yo le contesté fuerte durante un debate empezó a tomarme más en cuenta.

Un día le sugerí hacer una charla después de clases en la cafetería de la escuela, me miró con cierta curiosidad y acepto con la condición de que yo organizará los pormenores, él se encargaría de que los directivos del instituto le prestaran el espacio. Un mes después se llevaría a cabo el evento que fue un éxito rotundo, los regentes de la escuela al ver los frutos le propusieron al profesor realizar esta actividad a fin de cada semestre. Me pidió que fuera su asistente. Tomé la oportunidad sin pensarlo. A pesar de que yo estudiaba y trabajaba para sostener mis estudios me complacía la idea de trabajar a su lado, así pude conocer su historia de vida y aprender mucho además de que eso le daba un extra a mis créditos estudiantiles.

III

-Vamos Pepe un poco más-

El profesor Max animaba a José el estudiante que tiempo atrás había arrollado con su auto. Unos meses después pudo caminar y se integró a su equipo de trabajo, las “charlas” de fin de semestre ahora eran ya una materia incorporada al programa educativo, José y yo éramos sus principales ayudantes.

Un año después el maestro nos daría una desafortunada noticia, sufría de cáncer cerebral, los pronósticos eran impredecibles: Un golpe muy duro para todos, con lágrimas en los ojos nos anunció que dejaría la docencia para dedicarse a su tratamiento y a descansar. José y yo lo convencimos para que no abandonará sus labores, Aceptó estar unos meses más.

IV

¡Agarren a ese puto ratero, se llevó mi monedero! Gritó una señora que caminaba por unas calles cercanas al campus. El joven huyó en una bicicleta, pero las autoridades lograron detenerlo. Era un muchacho menudo de cabellos largos, el profesor vio las habilidades que tenía el joven al maniobrar la bicicleta, sintió curiosidad y se acercó a tratar de abogar por el delincuente.

Emiliano Rodríguez decía la ficha policial, diecisiete años, se dedicaba al robo a transeúntes, tres años en la correccional de menores por los mismo delito, hijo de un padre soltero que trabaja como vigilante en una fábrica. Emiliano el mayor de ellos era la oveja negra entre sus hermanos, una vida en las calles y adicto a las drogas.

El profesor Max se interesó en su caso al verlo manejar con tanta soltura esa vieja bicicleta (que también era robada). Nos citó muy temprano en su casa nos expuso la situación y nos hizo una propuesta algo extraña.

Durante su vida había desarrollado un plan de entrenamiento especializado en personas con fallas congénitas en las piernas sin poder ponerlo en práctica, sus ojos se encendieron al hablarnos de lo que sería este plan aplicado en una persona sana. Había encontrado al candidato perfecto: ese chico asaltante. Así que después de un intenso cabildeo con las autoridades competentes tuvimos acceso a una visita a la correccional, ahí estaba el joven cuando comenzamos a hablar nos miraba con desprecio y se reía de nuestras intenciones, parecía no importarle nada. Hasta que le dijimos que eso lo ayudaría a salir más rápido del encierro.

Yo estaba por terminar mi carrera y José estaba a mitad de sus estudios, esto nos acarrearía trabajo extra, José tenía que hacer servicio social y a mí me faltaban las prácticas profesionales para poder titularme, así que decidimos ayudar al profesor en aquel proyecto. Lo difícil fue el comienzo, ir al reclusorio no era cosa sencilla ya que nos recibían de manera hostil con gritos, insultos y nos lanzaban agua y botellas de plástico. El muchacho no cooperaba mucho, su actitud era completamente agresiva y no hacía caso a las indicaciones.

Un día durante un motín lo hirieron de gravedad, salvó la vida de milagro, cuando despertó el profesor Max estaba a su lado y le habló de su cáncer.

-Muchacho, tú tienes una vida por delante, yo clamo  por una oportunidad de despertar al día siguiente así que aprovecha y valora lo que tienes.

Al final lo convenció y Emiliano abrazó el entrenamiento durante su estancia en prisión. Le habían dado tres años de condena, mismos que aprovechó, el profesor Max nos instruyó a José y a mí  para poner en práctica el plan de trabajo, teníamos el tiempo encima ya que el cáncer estaba haciendo estragos en nuestro guía, una cirugía complicada y el profe pudo tener un poco más de tiempo de vida, el tiempo pasó y Emiliano salió de prisión, su vida había cambiado, su cuerpo también, habíamos logrado que el programa funcionara lo inscribimos a su primer competencia. Emiliano llegó tarde el día de la carrera, sintió náuseas y después de vomitar un par de veces se subió a la bicicleta, con un comienzo incierto logró remontar y quedó en el segundo lugar. Un año después el profesor nos comunicó que el cáncer había vuelto y está vez más agresivo, cuando pensábamos que la había librado, está vez no había salvación el profe estaba desahuciado ya, pero eso no impidió que asumiera el cargo de director en el instituto y a la par nos siguiera instruyendo en el entrenamiento de Emiliano. Unos meses después llegaría una gran noticia, después de analizar el plan de entrenamiento unos profesores austriacos y el Comité Internacional de Ciclismo nos estaban invitando a participar en el Tour de Francia, el profesor se llenó de jubiló y preparamos todo para asistir. Emiliano estaba muerto de nervios pero ansioso por participar, era un momento histórico ya que sería el cuarto ciclista mexicano en ir a la competencia. Los entrenamientos fueron más intensos pero nada podía detenernos, incluso el profesor Max hizo un esfuerzo sobrehumano y como pudo logró embarcarse con nosotros a la Ciudad Luz. 

Dio comienzo el evento y la primera etapa nuestro muchacho la superó sin problemas. La parte más difícil fue la de montaña, el reto más grande y en donde pusimos en práctica el programa completo que desarrolló el profesor, la ganó Emiliano, una emoción demasiado fuerte para el profesor que cayó de súbito al piso después del triunfo, lo llevamos al hospital, los médicos nos dieron la triste noticia, ya era cuestión de tiempo para que la vida del profesor se acabara, pero como todo un guerrero sacó fuerza sobrehumana.

-Yo vine aquí a ganar y no me voy hasta llevarnos el trofeo a México.

Cómo éramos parte del equipo austriaco, los europeos convencieron a sus corredores de ayudar a Emiliano para ganar el campeonato, en la prueba de contrarreloj. El rival a vencer era un ruso, que peleó palmo a palmo con Emiliano y con una gran muestra de poder nuestro alumno logró con un pequeño margen ponerse al frente y en una reñida batalla se impuso al soviético.

Para la última etapa que era una competencia por equipos los austriacos trabajaron el conjunto y Emiliano salió avante. Ganamos el Tour, algo histórico para el deporte mexicano.

Un día después de la competencia el maestro Maximiliano tuvo una nueva crisis, estuvimos con él en el hospital, Emiliano llegó para entregarle el jersey amarillo, la medalla y darle su agradecimiento.

-El Tour de Francia, mi sueño. Gracias a ustedes por darle la última alegría a este viejo.

Eso dijo mientras acariciaba la medalla, dio un respiro fuerte antes de entrar en paro cardíaco.

Nos sacaron de la habitación para tratar de ayudarlo. Ya no hubo más qué hacer, nuestro guía había dejado este mundo.

Regresamos a México con una tristeza absoluta, nos recibió el presidente y los medios de comunicación. Nos premiaron pero ninguna recompensa podía sanar la tristeza de haber perdido a nuestro mayor baluarte.

Emiliano se retiró del ambiente profesional, puso un taller de reparación de bicicletas junto a su padre.

José se quedó a vivir en Francia en donde se casó y tiene dos hijos. No volvió al mundo del ciclismo.

Por mi parte yo acepté quedarme a trabajar en la universidad como profesor en educación física y hago labor en reclusorios, poniendo en marcha los proyectos inconclusos de mi benefactor, esperando un día encontrar otro talento a quien llevar a la gloria.


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