Por: Julieta E. Libera Blas
Después de varias noches sin poder dormir Irene decidió ponerle punto final a esa pesadilla. Encendió la lámpara que se encuentra a su lado derecho, cogió un libro y lo tiró al suelo; estaba harta de leer para intentar conciliar el sueño. Encendió la radio de su celular, al no hallar nada que le agradara recurrió a YouTube, de un tiempo a la fecha sentía cierto consuelo al ver anuncios viejos y programas de hace más de una década. Ahí también escucha la programación de estaciones de radio que ya no existen pero que la llenan de recuerdos de una infancia muerta, de una juventud ya perdida. Mira el reloj, son más de las dos de la mañana y sus pensamientos parecieran como una granizada, amaría que al igual que un poema o una canción, el viento le arrancara las lágrimas pero piensa que ya ni siquiera tiene tiempo para llorar. Necesita un cigarro pero es muy tarde y hace tanto frío que prefiere apretujarse entre sus cobijas. Mira su cuarto, suspira, ya no le agrada nada de lo que hay dentro de él, todo le parece un estorbo. Los cuadros que tanto le gustaban ahora los ve como una simple inversión, vacíos, sin gracia. Las sábanas de su cama tan suaves, sus almohadas rellenas de sueños, todos sin esperanza. Se siente tan agotada de tantos vacíos y silencios. Solo tiene un pensamiento que le ronda por la cabeza, a pesar de los medicamentos, de los remedios naturales, de las distracciones. Todo en vano, ella ha ganado; necesita comenzar a regalar cosas, a heredarlas, a vaciar sus cuentas y saldar deudas. Se lo ha pensado bien, las noches pesan como una ola gigantesca que golpea y hunde. Toma el celular por enésima vez y un video cortito llama su atención.
Un perrito abraza a su dueña y ésta sonríe respondiendo de la misma manera. Después toca de nuevo la pantalla con la punta del dedo, en seguida un psiquiatra habla acerca de una mujer que asegura que pintar con ciertos colores te hace adelgazar o perder la timidez. Otro video más, una mujer exigiendo atención lanzando un vaso de café caliente a la chica del mostrador, ésta se defiende y se lanza sobre la desquiciada para golpearla. Irene se sorprende y decide ver más, la siguiente imagen es una maquilladora que hace lucir espectacular a una novia llena de alegría, luego una mamá viendo a su pequeña niña comer, gritar, dormir, decirle “mamá” – Irene se pregunta, ¿qué se sentirá ser mamá? Luego una mujer atlética enseña cómo hacer correctamente las sentadillas búlgaras. Los músculos de las piernas y del abdomen se le marcan perfectamente, Irene siente tanta pena por sus piernas que sin notarlo se las tapa con las sábanas – ¡Como si alguien me fuera a ver! – se dice para sí. Se jura así misma comenzar esa misma semana, le robará las rutinas o lo que es mejor, saldrá a correr con sus perros. Le causa molestia ver cómo un hombre explica el ciclo menstrual a cierto grupo de chicos y les pide no juzgarnos sino ser empáticos con nuestro malestar, mal humor, “berrinches”, asegurándoles que el infierno sólo durará tres días. Después volveremos a nuestro “estado natural” – Como si fuéramos monstruos – sonríe y recuerda aquella vez que se puso a llorar de la nada mientras desayunaba – ¿Sólo tres días? ¡Vaya! ¡Qué suerte tiene algunas! – bosteza y piensa que de un momento a otro podría quedarse dormida. Algo llama su atención, una señora le recuerda a su vecina anciana que hace algunos años murió, está cocinando una especie de pescado pero no sabe qué hay en la sartén, se queda viendo cómo aplasta unos ajos, acto seguido los lleva a un pequeña olla y les vacía aceite de oliva para después meterlos al horno. Entra al canal de la mujer y se le van más de diez minutos, está sorprendida que la mujer cocina platillos para toda ocasión, postres, gelatinas, panes rústicos, dulces. Se pregunta seriamente del por qué nunca se ha atrevido a cocinar si su madre lo hace tan bien. Se le hace un nudo en la garganta pensando en las veces que la invitó a aprender a hacerlo pero ella a regañadientes se acercaba a la estufa a mirar, con desgano picaba la cebolla o los jitomates pero su mente se encontraba lejos del lugar a pesar de escuchar la dulce voz de su mamá, ésta jamás la pudo convencer de hacerlo. Se arrepiente de no haberlo intentado aunque fuera por molestar a sus tías que la molían a regaños por no saber hacerlo. Deja de martirizarse y sale del canal, sigue pasando su dedo por la pantalla, se encuentra con una voz robótica y ésta cuenta historias de asesinos seriales, homicidios sin castigo, crímenes pasionales, desapariciones; Irene se aterra, todo eso le causa ansiedad y se levanta de su cama para cerciorarse que la puerta de la entrada de su casa esté bien cerrada. Checa las ventanas, todas están cerradas, regresa a la cocina y le echa un vistazo a las llaves de la estufa, todas están cerradas. Regresa a su cuarto no sin antes acariciar el bello pelaje de sus perros. Parece estar todo en orden, se mete a su cama pero esta vez no se tapa, coge el celular, bosteza, mira la pantalla de su celular, casi las tres de la mañana. Intenta dormir pero una voz interna le insiste entrar a otra red social que se encuentra en boga: Tik Tok.
Tienes que despertarte temprano para irte a trabajar Irene – se dice a sí misma mientras mira en la pantalla a un chico de unos veintitantos años muy parecido a un novio que tuvo en su juventud. La invade cierta nostalgia, sale de sus pensamientos rápidamente cuando el chico responde una pregunta: Soy del norte, me llamo Donovan… – Irene se da cuenta que es arrogante, soberbio, clasista. Se queda por más de diez minutos, es testigo de cómo se dirige groseramente a una seguidora de su LIVE, entre una sarta de insultos la bloquea. “A mi me gusta la gente blanca, no las prietas ni las gordas” – y el tipo mira retadoramente a la pantalla por breves segundos. Irene lee los comentarios que le llegan al tal Donovan, algunos burlándose de su reacción, algunas chicas lo felicitan por haber corrido a la “prieta” de su LIVE, solamente dos personas le dicen: “Eso de que no te gustan las personas morenas es broma, ¿cierto?” pero éste dice que no es broma. A una tal Karen le increpa seriamente: “De una vez te digo morra, yo odio a las mujeres que salen como tú enseñando piel, no hay nada más despreciable que tener si quiera amistad con alguien así” – Irene hace una mueca, se siente incomoda. Desliza su dedo, a continuación se topa con un par de mujeres que están ebrias, una es blanca y rubia, de unos treinta y tantos, quizá cuarenta, al parecer norteamericana. La otra es de Morelia, lo acaba de decir, es una señora morena, de unos sesenta años, cabello cano. Ambas se insultan pero aceptan que son alcohólicas, una se dedica a los bienes raíces, la otra se dedica a la venta por catálogo o así lo intuye Irene por los comentarios que le hace a la mujer rubia. Ambas escuchan música, una a los Tigres del Norte mientras se prepara unas quesadillas, la otra se ríe estridentemente mientras pone en su celular corridos tumbados.
Irene se pregunta, ¿cuál es el propósito de exponerse en ese estado ante tantas personas desconocidas que se mofan de ellas? Ingenuamente reporta el LIVE, argumenta que el estado de las dos mujeres es deplorable. Avanza por más y más LIVES, algunos sólo duermen. Otros hacen ASMR, le causa curiosidad así que se queda en el canal. Mira a una chica que hace ruidos con la boca enfrente de un micrófono, después habla con voz bajita para intentar hacer dormir a su audiencia. También emite sonidos de lluvia, viento, pero ni siquiera le ha dado sueño. Agradece los regalos que le hacen; Irene supone que aquello es lo que les hace generar dinero. Avanza, hay un chico escocés radicado el Alemania que toca el piano, Irene se acomoda en su cama pero después de unos minutos éste se disculpa pero debe de ir a trabajar. Irene se entristece, tocaba a Bach, será para la próxima.
Ahora se encuentra en Sevilla, una chica de melena rizada se maquilla, siempre le ha gustado ver cómo lo hacen. Adoraba ver a su mamá maquillarse cada mañana para llevarla a la escuela. La sevillana canta, Irene se percata que tiene una estupenda voz. Sonríe, le ha caído bien y comienza a seguirla, de inmediato ésta pregunta desde qué país la miran, Irene sin pensárselo responde jubilosa: ¡México! pero la ignora. La mujer sólo agradece a los argentinos, colombianos, españoles y chilenos que están en su LIVE pero nunca le agradece a Irene o hace mención de México. Le causa una especie de incomodidad, sale de ahí desilusionada. A continuación un hombre muy atractivo se graba desde su auto, al parecer es ruso, está nevando, él está tomando algo parecido al café, lo escucha pero no sabe identificar el idioma, resuelve avanzar.
Hace a un lado el celular no sin antes notar que una mujer italiana desde su panadería saluda a sus seguidores, con amplia sonrisa da la bienvenida a la gente que se ha unido a su LIVE. Llama su atención al verla en acción, atiende a la gente con alegría, llena las bolsas de papel de panes que se notan suculentos, sirve cafés, cobra, da cambio, recibe varios euros cada diez minutos. Despacha con tanta energía que le da envidia. Mira su reloj, son casi las cuatro de la mañana, no tiene sueño y le queda una hora para levantarse. Intenta dormir, apaga el celular pero en menos de diez minutos lo enciende, arrastra su dedo en la pantalla. Chicas hermosas y atléticas en gimnasios muestran sus rutinas, también hay hombres que dan consejos nutricionales y dan métodos para bajar algunos kilos. Todos tienen un físico envidiable; Irene no comprende la apatía que tiene por hacer ejercicio de un tiempo a la fecha. De nuevo la vergüenza por haber ganado en los últimos meses kilos y por no ser lo suficientemente constante en sus rutinas. Cada vez que se mira al espejo quisiera desaparecer, dentro de pocos meses tendrá cierta edad en la que su organismo tendrá que readaptarse y ella no está haciendo nada para que esto sea más fácil. Cambia rápidamente de pantalla, ahora una mujer corre por un camino empedrado a lado de su perro, va tarde a su cita, cambia de pantalla con la punta de su dedo; una mujer asiática muestra con alegría los primeros pasos de su hijo, después enseña con orgullo sus coles recién paridas de la tierra, Irene cree que dice que las cocinará porque de pronto mira que las lava mientras enciende la estufa y vierte agua en una olla tipo peltre. Después de un rato se encuentra con un canal en donde una pareja muestra su día a día, muestran productos de limpieza, usan una aspiradora sensacional, ambientadores que van desde velas con aroma lavanda; Irene anota cada uno de los productos que muestran pero duda que los vendan en el país. Son casi las seis de la mañana y se levanta con una energía inaudita, similar a la que mostraba una jovencita. Irene se levantó de su cama, abrió las ventanas, corrió las cortinas, el Sol le iluminó su rostro pálido y ojeroso, se fue directo al baño, lavó su cara, cepillo sus dientes, y pensó que esa misma tarde compraría el enjuague bucal y la pasta dental que un chico inglés usaba con satisfacción, parecía una publicidad bien pagada y acepta que algo la convenció. Después se bañó mientras pensaba en dónde podría comprar el shampoo que una mujer española recomendaba para combatir la caída de cabello. Al salir sacó del cajón su vieja pistola de aire y recordó a la mujer rusa radicada en Los Ángeles que secaba su cabello negro con una secadora modernísima color naranja con gris. Emocionada recordó cuando puso un cepillo distinto para ondular su cabello lacio, casi no hacía ruido, eso le entusiasmó. “Hoy buscaré en dónde la venden y si la encuentro, la encargo para que me llegue esta semana” – se dijo a sí misma mientras miraba con cierto desprecio su secadora vieja.
Bajó a desayunar, abrió su alacena, notó que las cajas en donde almacenaba las cosas eran horribles y entonces vino a su mente la mujer norteamericana que tiene una cocina espectacular o mejor dicho una casa impresionante. Elegante, ordenada, impecable a pesar de tener tres hijos, un perro y un marido. Irene pensó. “Nomás me faltan los hijos, el marido y la casa enorme y ya la hice” – comenzó a reírse. Abrió una aplicación, encargó un sinfín de utensilios de cocina, servilletas de tela, una vajilla similar a la de esa mujer. La misma cafetera blanca con letras doradas que le encantó, a pesar de su precio la compró junto con la prensa para café, la tostadora, y varios moldes para repostería. Encargó copas de vino nuevas, vasos, tazas de café. El delineador negro, la mascara para pestañas, la ropa deportiva, los perfumes que casi todas usaban. Una vez hecha las compras, le dio de comer a su perros, bostezó, checo las llaves de la estufa, dejó abiertas las puertas de los baños porque alguna vez escuchó que de haber un incendio los perros se podrían guarecer dentro de ellos. Abrió la puerta de su pequeño pero bien cuidado jardín, pensó en que podría hacerle algunos arreglos, total, había sido testigo de cómo una mujer había reconstruido en un santiamén su jardín y su cocina, ¿por qué no podría hacerlo ella? Sonrió, acarició a sus perros, les encendió la televisión, sintonizó su canal favorito, cogió las llaves de su auto, cerró la puerta de su casa no sin antes decirle a sus perros que cuidaran bien la casa y que a su regreso saldrían a pasear.
Dentro del auto encendió la radio, hacía frío, pensó en lo feliz que es la gente, en el cómo hacen ejercicio sin pesar, comen sanamente, sus casas siempre ordenadas, nada fuera de su lugar, algunas viven solas, otras como ella viven con sus perros o gatos. Algunas muestran sus casas lujosas, modestas o sus trabajos monótonos, pero también sus distracciones o sus visitas a la playa, a fiestas o ver cómo preparan un examen. Otras se encuentran enfermas y publican sus malestares, su agonía o hasta los funerales. Se le salieron las lágrimas mientras recordaba a una chica que hace poco tiempo había perdido a su perra que fue su compañía por más de diez años; Irene recordó cuánto había amado a su pequeña Mischa y lo mucho que le había dolido su muerte. No hay fin de semana que no sienta culpa y ansiedad, quizá es lo que me tiene tan desinteresada de todo, pensó con tristeza. Puso en marcha el auto y se dispuso a ir con desgano a su trabajo, tal vez al salir pasaría a ver a sus padres; pensó en sus piernas y optó por ir al gimnasio, su madre lo comprendería.
En su camino una señal de alto se topó en su camino, frenó despacio, miró cómo el sol brillaba mientras sus ojos se entrecerraban, y pensó en la felicidad efímera que las redes otorgan, en cómo todos sonríen porque sus vidas son perfectas y no hay nada que los detenga. Quiero una vida así – pidió Irene al buen Dios. Al darse cuenta de su petición se mordió el labio, tragó saliva y negó con la cabeza. ¿Una vida así? Se molestó con ella misma y aceleró al ponerse en siga el semáforo.
Por la noche Irene intentaba dormir, se sentía rendida, le dolía la cabeza, todas las cosas que había encargado haciendo un fuerte gasto se encontraban sobre la mesa del comedor, no abrió ni una sola caja. Impávida miraba el techo, la lámpara que colgaba de éste, la música que había puesto en su celular la escuchaba como si estuviera en un sueño. Deseó entrar a ver videos pequeñitos o entrar a los LIVES para ver si coincidía con las mismas personas de la madrugada pasada pero desechó la idea. Abrazó a sus perros y pensó que esa noche sería la noche en la que ella debería de abandonar su cuerpo, se levantó de su cama, miró el pasillo de su casa, se asomó a la sala, se dio cuenta que era una verdadera caída libre. La puerta del pequeño jardín se quedaría abierta, la comida de los perros estaba servida en sus platos, las cuentas pagadas, las contraseñas de sus redes sociales anotadas en una libreta que había dejado hace días sobre su escritorio. Su cuerpo temblaba, sentía tanto frío, comenzó a rezar, y cuando se sintió lista, un mensaje de WhatsApp entró a su celular, el silencio que habitaba en toda la casa se rompió, la hizo bajar de donde se encontraba, caminó a su habitación, miró la pantalla, respiró profundamente, sonrió respondiendo aquel mensaje. Se acomodó en su cama y abrazó a sus perros; por la mañana el Sol de nuevo iluminó su rostro; 5eran las diez de la mañana, fue el primer sábado que caminó tranquila por las calles que una vez recorrió acompañada de Mischa.
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