Como huellas en hierro

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

“Viviré en tu recuerdo como un simple aguacero de estrellitas y duendes”

-Ponle pausa para anotar, por favor.

Me dijo aquella noche Ricardito. Estábamos en casa de nuestra abuela, le pedimos a la prima Claudia que nos prestara ese casete, llevamos la grabadora hasta la habitación en la que nos quedábamos cuando íbamos de visita. Él me decía que le encantaba esa canción y que quería anotar la letra para aprendérsela.

Ricardito tenía dieciséis años de edad;  yo era un año menor que él. Nos veíamos poco pero éramos muy unidos, compartíamos los gustos musicales y la afición por el fútbol soccer. Estábamos muy contentos porque un mes antes empezó a jugar en las fuerzas básicas del Guadalajara, las famosas “Chivas” -equipo favorito de ambos-. Soñaba con un día llegar a la liga profesional, hacer su debut y anotar goles de tiro libre como Benjamín Galindo, quien era su ídolo. Salíamos a jugar en el patio de la casa de la abuela, un espacio enorme en donde con nuestras playeras rojiblancas practicábamos tiros libres y jugadas imaginando que con goles nuestros le dábamos un campeonato a nuestra escuadra.

INVIERNO 1996

Mi primo Ricardito llegó a casa de la abuela dos días antes de la Noche Buena de ese año, no iba a poder pasar con nosotros las fiestas debido a que sus padres se estaban separando y él iría con su mamá a festejar la navidad.

Era un domingo soleado, un aire frío soplaba y “La Macarena” era el hit radial, no paraba de sonar y era el tema principal de todas las fiestas con todo y su singular forma de bailar Niños y adultos haciendo la coreografía en medio de las risas de todos.

Mil novecientos noventa y seis en México, aún se usaban las videocaseteras VHS, los walkman eran la sensación de todos los que estaban “en onda” en ese año el internet aún era lento y escaso. La cadena de música MTV estaba en su apogeo mostrando los vídeos de los cantantes internacionales más destacados. Luis Miguel ya era un clásico, Caifanes, Soda stereo y  Héroes del silencio le ponían sentido al rock en español mientras que en el lado del pop las estrellas emergentes comenzaban a dar sus primeros pasos, cantantes como Enrique Iglesias, Mónica Naranjo y Martha Sánchez traían locas a las niñas de aquella generación que usaban grandes copetes en el cabello y un par de adolescentes con la ilusión de ser futbolistas.

Invierno del noventa y seis, el primer torneo corto de la historia de la liga mexicana de fútbol soccer; en la semifinal el Santos Laguna eliminó en una serie a los sorprendentes Toros Neza con un marcador de cinco a dos en dos partidos muy emocionantes. Del otro lado tenían como rival al Necaxa campeón defensor de la temporada pasada y ostentando el mote de “el equipo de la década” la final del torneo se llevó a cabo el veintidós de diciembre. Aquel día Ricardito llegó a casa de la abuelita, después de jugar a la pelota un rato en el patio nos metimos a sintonizar en la televisión el partido final. Ambos apoyando al Santos ya que Benjamín Galindo era el ídolo de mi primo. En un partido muy reñido el Santos se puso adelante en el marcador por dos a cero pero el Necaxa en una reacción bravía emparejó el marcador, sin embargo  el Santos retomó la ventaja; al minuto setenta y siete: Benjamín Galindo pasa el esférico a otro jugador que pone un pase milimétrico a la llegada del delantero del equipo lagunero quien se suspendió en el aire y con un espectacular remate de cabeza le dio el cuarto gol a su equipo sellando así el campeonato para los de Torreón.

Al termino del encuentro Ricardito y yo pedimos el casete de Juan Luis Guerra y pausando la reproducción obtuvimos la letra de esa canción “Estrellitas y duendes” con una lírica muy triste ya que ese tema es sobre lo difícil que es tener el corazón roto y soportar el dolor de la ausencia. Nos despedimos con un abrazo de navidad.

Dos meses después Ricardito sufrió un accidente, por ir colgado en el estribo del autobús que jugaba carreras con otro chófer, al pasar un tope de manera imprudente mi primo salió proyectado de la unidad y se impacto en un árbol para después caer sobre el asfalto ya herido de muerte. Doce horas después Ricardito falleció en la plancha de un hospital público. Traumatismo cráneo encefálico decía el acta de defunción.

Nunca me imaginé que después del final de aquel partido sería la última vez que lo vería con vida. Tan sonriente y lleno de ilusión, cada año en su aniversario coloco una veladora prendida junto a su fotografía y escuchó esa canción porque su presencia fue una huella que permanece como un aguacero de estrellitas y duendes.

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