Por Marco Antonio Guerrero Hernández
El miedo es una emoción ante cualquier amenaza real o imaginaría, en donde cuerpo y mente se preparan para dar una respuesta ante un peligro. Algunas veces se usa para tener el dominio sobre otros o imponer una condición de vida o de muerte, algo que acecha oculto en los lugares más recónditos de la psique.
Toma posesión de las almas y las guía a transitar por caminos espinosos. Puede ser provocado por una situación para la que no se está preparado o por un acontecimiento que rompe con las rutinas diarias. Se pude presentar en los momentos de calma y algunas veces en escenarios de crisis volviéndose una pesadilla.
II
Durante mis vacaciones del año pasado, en busca de desconectarme de la vida caótica de la cuidad decidí realizar un viaje a las montañas. Preparé mi equipaje y renté una cabaña en el bosque, cargué con el equipo necesario para supervivencia en la vida silvestre, botas mineras con casquillo de acero, ropa gruesa, un cuchillo de caza y una carabina de cerrojo heredada por mi abuelo, una mochila de lona muy resistente, una cantimplora y unos prismáticos, me llevé un walkman y algunas cintas para escuchar música y un par de buenos libros para que no faltase el entrenamiento y el teléfono celular aunque en el bosque no hay señal (lo cargue únicamente por precaución). El plan era cortar momentáneamente con los vínculos de la agitada vida citadina. Partí rumbo a la central de autobuses y abordé el camión que me llevaría a aquel bosque, el viaje lo hice durante la noche, al comenzar la ruta vi a través de la ventana como poco a poco me iba alejando de las luces de la gran urbe, me puse los audífonos, encendí el walkman y puse una cinta con mantras japoneses para relajarme. Me quedé dormido en el transcurso del recorrido, cuatro horas después desperté, nuevamente me asomé a la ventana para observar la carretera durante la noche, un manto de estrellas nos cubría en un cielo despejado, saqué mi chamarra al notar el descenso de la temperatura. Así vi como el amanecer tendía los primeros rayos de sol acompañados de majestuosos pasajes, vi mi reloj eran las seis, treinta de la mañana y estaba a punto de llegar a la estación de destino, bajé del autobús con mi maleta a cuestas, pregunté en dónde conseguir transporte hacía el bosque, el chófer del autobús me dio las indicaciones precisas, al salir de la estación abordé una camioneta que hacía funciones de taxi comunitario, le pregunté al conductor sobre el bosque al que iba. Muy amablemente me indicó que tenía que bajar en un punto específico y ahí había guías que me llevarían a las cabañas. Siguiendo las instrucciones llegué al punto de reunión, encontré un grupo reducido de no más de diez personas y un par de hombres de gruesa complexión nos llevaron por el sendero a las cabañas, un trayecto de tres horas a pie, así que me colgué al cuello mi cantimplora y compré otras tres botellas de agua embotellada y me comí el sándwich que llevaba y una barra de chocolate para tener la energía necesaria. Cruzamos por los valles a campo traviesa, una vista espectacular nos rodeaba paramos junto a un río durante media hora para descansar, aproveché para enjuagarme la cara y limpiar el sudor, también me puse repelente de mosquitos en los brazos y las mejillas. Continuamos por un sendero cuesta arriba, vimos una meseta enorme, las montañas verdes coronaban aquel paraje y al final las cabañas. Los guías nos escoltaron hasta lo que sería nuestra morada temporal, perfectamente acondicionada con una cama enorme, chimenea y un improvisado escusado, una mesa y un par de sillas; pegado a la pared un clóset con entrepaños donde dejé mi maleta, al lado de la cama un buró con una lámpara de gasolina, el piso con una duela boyante y una alfombra a pie de cama. Era el lugar perfecto para alguien que busca la máxima tranquilidad. Después de instalarme salí y me integré con el grupo de personas que también habían hecho ese viaje.
Roberto y María un matrimonio de no más de treinta años que festejaban su aniversario de bodas, Severiano un hombre blanco alto, robusto y con barba que era más conocido como «el Vikingo», Antonio y su grupo tres amigos Jorge, Leo y Andrei (este último descendiente de rusos). Me compartieron unos tragos de vodka mientras encendían un asador portátil y cocinaron una carne deliciosa, después de comer cada uno se retiró a su aposento, no sin antes invitarme a cazar al día siguiente. La expedición fue un éxito, llevé mi carabina y el resultado de la cacería fueron tres venados de buen tamaño, teníamos carne suficiente para cubrir las necesidades de algunos días. Después de disfrutar tan delicioso manjar la noche nos cubrió, hicimos una fogata y con más vodka se animó la velada, Roberto y María sacaron sus guitarras para alegrar más la velada, nos pusimos de acuerdo para salir de pesca al día siguiente, seguimos el plan y todo resultó de maravilla, estaba haciendo nuevos amigos. Después de la cena me retiré a mi cabaña para leer un poco, a mitad de mi lectura, escuché unos ruidos extraños a los que no preste atención, absorto en mi libro me quedé pensando en que era el viento hasta que Severiano tocó a mi puerta:
-¡Hey amigo! algo extraño está pasando allá afuera-
-¿Qué pasa?
-Ven aquí y trae tu arma-
-Espera, dame un minuto por favor-
Yo tenía ya mi pijama, así que me puse nuevamente los jeans las botas y la chamarra, saqué unos cartuchos de mi maleta y cargué la carabina.
-¿Qué pasa?
Salí preguntando a los presentes mientras Severiano señalaba el cielo.
-Mira eso-
Eran unas luces en el cielo, de diferentes colores que se movían en círculos.
-Es allá adelante, dónde estábamos cazando-
Dijo Andrei, mientras María contesto:
-A mí ya me dio miedo-
-Vamos a ver.
Sugirió Antonio con curiosidad.
Regresé a mi cabaña y saqué los prismáticos, ubiqué a dónde se veían esos objetos, amplíe el zoom hasta su máximo nivel apunté al cielo y vi unos discos luminosos se veían de mediano tamaño, después cada uno de mis compañeros a través de los binoculares pudo apreciar esas esferas de luz, inmediatamente después vimos un gran destello y esas cosas desaparecieron, nos quedamos un rato conversando y decidimos ir a dormir para ir al siguiente día a revisar el punto dónde calculamos que habían estado esas luces extrañas.
Confieso que pasé toda la noche despierto intrigado por aquella visión. Por la mañana Antonio y Andrei tocaron a mi puerta para decirme que Roberto y María no estaban, imaginé que presos de su temor habían huido de la zona, así que bajamos hacia el campamento de los guías para preguntar si nuestros compañeros estaban ahí. Severiano se quedó custodiando las cabañas por si en algún momento Roberto y María regresaban.
Llegamos con los guías, al preguntarles sobre el paradero de nuestros amigos, nos dijeron que no habían visto a nadie bajar por ahí, les comentamos sobre las luces y ellos nos advirtieron que a veces eso pasaba que podían ser luces de bengala ya que había algunos tipos que solían organizar cacerías nocturnas, algunos nativos del poblado vecino, nada de que preocuparse. Al regresar Severiano nos estaba esperando con la intención de entrar a la cabaña del matrimonio desaparecido. Así lo hicimos y encontramos sus pertenencias intactas. Eso nos causó extrañeza, bajamos hasta el pueblo, las tres horas caminando, preguntamos por todos lados sin obtener respuesta, un anciano afuera de un comercio nos dijo:
-A sus amigos se los llevaron las luces. La gente de aquí no habla porque tienen miedo pero esas luces son malignas. Ya no los busquen, no los van a encontrar, están bajo su propio riesgo. Lo mejor es que se vayan de ahí.
No lo podíamos creer. Regresamos las cabañas, nos habíamos olvidado de ir al punto dónde vimos esas formas raras y decidimos ir, pertrechados con nuestras armas, los cuchillos y lámparas. Decidimos ir allá, organizamos dos grupos y nos repartimos la zona, «el Vikingo» y yo en un lado. Antonio, Leo y Andrei en el otro extremo, no nos percatamos de que la noche nos cubrió y ya con lámpara en mano gritando sus nombres. De pronto vimos una de esas luces descendiendo, Vikingo y yo nos aproximamos, escuchamos un grito, guiados por el sonido nos aproximamos, vimos a Roberto tirado en el suelo. Cubierto por unas sustancia viscosa y amarilla. Balbuceaba y señalaba hacía el otro extremo.
-N, n, no va-y, no- va-yan, s, s-o-n e-s-a-s co, co-s-a-s.
-¡Vienen por nosotros, corran!-
Era voz de Leo
-Se llevaron a mis amigos-
Vikingo y yo corrimos y mientras vimos algo que se movía en la maleza, no nos detuvimos, pronto un grito y la voz de Leo se perdió, como vimos un halo de luz, Vikingo cayó al piso, se arrastró hasta llegar a mí, tratamos de ocultarnos detrás de un árbol y las luces desaparecieron.
-Creo que ya se fueron- Dijo Vikingo.
No podía caminar bien, tenía una quemadura en su pierna derecha.
-¿Y Roberto? Pregunté.
-No lo sé, se quedó ahí.
Caminamos de regreso a mi cabaña. Justo al abrir la puerta El Vikingo soltó un grito de espanto, era una criatura enorme con el cuerpo de un ciempiés y cabeza de reptil, nos miraba fijamente mientras de su hocico salía ese líquido amarillo que ya había visto.
Nos quedamos quietos por un momento, ambos temblando, sacando fuerzas de flaqueza, Severiano y yo decidimos luchar contra esa cosa, nos aventó una dentellada y disparé mi arma que le dio de lleno en las fauces salpicando un miasma pestilente y oscuro, Vikingo también detonó su pistola y el ente echó a correr, buscó refugió atrás de mi maleta, otro disparó mío que no le dio, estaba acorralado, eso me dio tiempo de cargar mi carabina y realizar otro disparó que fue certero y derribó el entrepaño; escuchamos un breve siseo, con temor nos acercamos pero no advertimos movimiento, así que moví la mochila humeante y vi a aquel ser retorciéndose en el suelo, Vikingo lo piso y el ente con la quijada desecha trataba aún de morderlo, en ese momento Severiano le metió otro disparó y quedó sin movimiento, acto seguido clavé el cuchillo a la mitad de su cuerpo, el último rictus de dolor y quedó muerto. Salimos de ahí y encendimos una fogata y quemamos a esa cosa mientras llegaba el amanecer, acompañé a mi compañero a su cabaña a recoger sus cosas, bajamos las tres horas a pie. Llegamos al pueblo, adquirimos un pasaje de regreso a casa y cada uno abordó su respectivo autobús sin decir nada.


