Fotografías

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

“Y cuando somos fuertes nos devora el temor de seguir, cuando soy más débil…”
Fotografía, Jumbo

Una mañana del mes de enero mientras hacía una limpieza profunda de mi habitación me topé con un álbum fotográfico que tenía guardado en un viejo baúl, ni siquiera recordaba su existencia, al verlo me vi tentado a detener mi labor primordial de poner en orden la recámara, pero decliné la idea y lo dejé ahí, me concentré en remover el polvo del estante donde acomodo mis libros, barrer, trapear y limpiar las ventanas. Siempre que hago tareas del hogar acostumbro poner música y abstraerme entre las canciones y mi actividad, así con escoba en mano y unos jeans desgastados y una playera vieja; con el cabello desaliñado y los tenis de mil batallas. No hay cosa alguna que me distraiga.

Encendí mi viejo reproductor de cd’s, busqué cualquier disco y lo puse. Era un recopilado de éxitos de rock en español. Estaba apurado y disfrutando de las pistas que contenía. Cuando estaba a mitad de mi misión se liberó esa tonada:

“Mi vida entre fotografías se guardan y se olvidan porque dicen la verdad”.

No pude aguantar más, esa frase me llevo de nuevo al álbum fotográfico, lo empecé a revisar.

Encontré momentos de mi vida capturados ahí; mi propia cápsula del tiempo. Recordé que en mi adolescencia mi padre había comprado una cámara de revelado instantáneo, al no poder manejarla me pidió ayuda para leer el instructivo y aprender a utilizarla. Desde ese momento me convertí en una suerte de fotógrafo oficial de la familia y conserve cada una de las diapositivas que logré tomar con ese artefacto demasiado moderno para esa época.

-Hazte cargo de esa chingadera, porque yo nomás no le entiendo a esa madre-

Me decía mi papá, ahí supe que prácticamente me la estaba regalando.

II

No se necesita un curso para hacer las mejores tomas, no es necesario saber de luz, de encuadres o de ángulos. Para hacer una buena fotografía hay que saber atrapar el tiempo, el ritmo y la condición de un momento exacto en la vida para poder detenerlo.

Me encontré en ese álbum con una colección de algunas vivencias que no era capaz de recordar. Como un cumpleaños de mis padres (ambos nacidos el mismo día) mientras partían juntos el pastel, encontré otra toma en donde mis padres y yo nos damos un abrazo, pidiendo a Dios que nunca nos separase y una más que mostraba a mi padre sonriendo y con la cara llena de pastel.

Le di la vuelta a la página y descubrí una toma de la abuela Alicia junto a mi madre en un festejo del diez de mayo y una más de mi hermano y yo portando un uniforme deportivo, en uno de tantos equipos de fútbol en los que participamos en la colonia donde vivíamos. Una más con mi amigo  “el caimán” que se hizo adicto después de que su mamá lo abandonara y su papá hiciera vida con otra mujer. Murió de una sobredosis de estupefacientes al no poder superar sus pérdidas.

Después de una serie de capturas de un día seis de enero y partiendo una rosca de reyes y como caché a mi hermano tratando de ocultar dentro de la boca el tradicional muñequito que ponen entre el pan.

Uno a uno días de mi vida que estaban pasando frente a mí y me hacían reír.

También encontré remembranzas del día de mi graduación y de cómo por darle gusto a mi padre estudié una carrera que no me gustaba y que sólo ejercí durante ocho meses, la más grande razón para aceptar la imposición paternal fue el no quedarme sin estudiar, ya que al conocer mi papá el descontento que me generaba tal profesión amenazó con dejar de invertir en mi formación académica y mandarme a trabajar como vendedor de chicles en el transporte público o decirle a su compadre que era albañil que me ocupara como su ayudante, sentí pánico porque al observar al señor de la construcción me di cuenta que era un oficio demasiado pesado para alguien como yo que en esos días recién había superado la anemia y con problemas rebasaba los cincuenta kilogramos de peso. Acepté sus condiciones. Hice una carrera comercial y conseguí un trabajo sin dejar de lado mi gusto por las artes, con el salario obtenido comencé a comprar libros e ir formando una pequeña biblioteca personal, de igual manera los fines de semana me escapaba a conciertos, iba a recintos culturales a observar exposiciones de pintura, presentaciones de libros, largos paseos por los museos de la ciudad. Cursos de creación literaria, fue ahí en donde conocí a mis mejores amigos hasta ahora.

En la última página de aquel compilado vi esa imagen, una chica montando una motocicleta Harley Davidson a pie de playa, había sido un viejo amor, una mujer a quién quise mucho y por razones ajenas a nosotros mismos no pudimos establecer un vínculo más profundo, sonreí un instante al darme cuenta de cuánto ha cambiado mi vida, al darme cuenta de que esa persona ya no está en mi realidad, recordé que fui feliz en su compañía, los días compartidos y las noches en las que salíamos a la azotea y ella contemplaba la mirada de un chico triste observando el infinito. Días de supervivencia en un lugar hostil y tardes de café.

Pensé en que al final de los días somos arena en el mar, polvo lunar o tal vez un par de estrellas.

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