navidad julieta

Noche de Paz

Por: Julieta Libera Blas

O Holy Night, the stars are brightly shining.
It is the night of the dear Saviour´s birth
Long lay the world in sin and error pining.
Till he appeared and the soul felt its worth.
The thrill of hope, the weary world rejoices.
For yonder breaks a new an´ glorious morn,
fall on your knees.
O hear the angel voices.
Oh night divine.
O night when Christ was born.
O Holy Night (1962)

Queridos y queridas todas:

A unas horas de unirnos todos a la tan anhelada Nochebuena miro a mi madre un tanto apurada. Desde que comenzó la semana comenzó a preparar el bacalao, lo desaló y hasta el medio día de hoy no sabía si encargar o no “los romeritos” hasta que mi hermana desde el supermercado empezó a ejercer presión. Yo fui la intermediaria no sin antes escuchar a mi madre decirme: “¿Tú quieres?” –Sí, pero si ustedes no lo van a comer para qué se compran, le respondí. Es el primer año que no los hace; uno de mis deseos para el siguiente año es aprender a cocinar. Mis hermanos lo hacen bien, tienen buena sazón. Yo escribo, pero no creo que eso sirva de mucho esta noche.

Hace algunos minutos bajé a la cocina para despedirme de mi hermano que se marcha esta noche con mi cuñada y su familia; le di un gran abrazo. Mamá le dio el abrazo a su único varón, papá hizo lo mismo. Afuera hace frío, ha estado lloviendo desde temprano, sabemos que la noche no mejorará, al fin y al cabo es invierno. Estos climas me recuerdan los días navideños en Amecameca al lado de mis tíos paternos y mis primos; al llegar, la chimenea estaba encendida, las manos de mis tíos estaban heladas y no olvido la nariz de gotita de mis tías Rosa y Rosenda que estaban frías. En cambio las manos de mi abuelita Elvira estaban siempre calientitas, su cara se delineaba como la de una niña, su trenza larga sujetada con listones la hacia verse hermosa. Estos días me recuerdan a mis dos abuelas, su fe inquebrantable, su alegría por ver a sus hijos y nietos. Sus lágrimas al recordar a los que en aquellos tiempos apenas habían partido.

Fueron navidades llenas de alegría, de juegos y secretos que sólo entre los más pequeños nos contábamos con suma discreción. El frío de aquella tierra es un recuerdo que guardo en mi memoria; lo habito cuando mi alma cree estar hecha pedazos y que necesita un mimo para que me vuelva a llenar de esperanza.

Esta noche significa mucho para algunos de nosotros, la reunión con aquellas personas a las que consideramos parte de nuestra familia sea o no de sangre. Convivir, conversar, recordar los años en los que siendo unos infantes esperábamos a Santa o al Niño Dios para sorprendernos con los obsequios. Papá nos insistía con fervor escribir la Carta para Santa, mi mamá; mi “Mamá Carmelita” y mi abuelita Elvira nos recordaban que no era precisamente para él sino para el Niño Jesús. Siempre nos decían que meditáramos bien qué le pediríamos y si en realidad nos merecíamos el regalo por aquello de nuestro comportamiento durante el año. Lo saben, todos nos comportamos bien, nadie había hecho travesuras y mucho menos jamás había dejado de hacer sus deberes en el colegio. Sin embargo, había algo que nos conminaba a decir la verdad de nuestro comportamiento. Por mi parte escribía en la cartita: “Querido Santa, bueno Niño Jesús, me he potado muy bien, bueno… no tanto pero sí he sido buena niña…” y remataba pidiéndole un obsequio. El Santa en cuestión nos dejaba a cada uno de nosotros una notita en donde nos escribía solemnemente que recordáramos obedecer a mamá, no ser flojos, cumplir en la escuela y demás sugerencias para el nuevo año. Extrañamente la letra de Santa era bastante similar a la de papá o al menos eso notamos mis hermanos y yo.

En alguna ocasión Santa dejó el aroma de su loción impregnada en la hojita en donde me hacía su recomendación para que el próximo año regresara con más regalos, la olfatee hasta el cansancio pero no le di importancia. Ese Santa sabía cómo darle gusto a mi papá, pensaba mientras quitaba de la mesita de la sala las galletas y la leche que le habíamos dejado y que no se comió –papá también nos pedía no hacerlo porque Santa llevaba prisa y no podría comerlas-. En otra ocasión regresábamos de la casa de mis “papás”, supongo que ya era algo tarde, estábamos adormilados. Miré a papá bajar del coche rápidamente mientras mamá le decía que no hiciera ruido porque podría despertamos, inútil, mis hermanos despertaron. Él tuvo que decir algo para justificar el que no nos permitieran salir del automóvil a pesar del frío que hacía aquella noche. Esa Navidad no recuerdo qué nos llevó Santa, sólo recuerdo que escribió una carta larga sobre un cartón, supe que era la letra de papá, mis hermanos también. No recuerdo haber dicho algo, sólo sé que hoy me da ternura, mi papá es como un niño, alegre y dulce.

Papá hizo todo lo posible para darnos las mejores navidades de nuestras infancias.

Santa siempre llegó cada Navidad sin falta, nunca nos faltaron las cartitas, los juguetes que si bien no eran los que habíamos pedido en la carta, al menos nos llenaban de alegría. Con el tiempo supimos la realidad de Santa, de cómo lucho con otros Santas para obtener alguna muñeca o por algún vestido o abrigo para sus hijas. Luchó por tener una autopista, carrito o muñeco para mi hermano. Sí, no nos equivocamos siempre fue él y su letra, siempre su loción porque llegaba de trabajar mientras nosotros dormíamos.

Esta Nochebuena es para darnos ese abrazo del alma y decirnos en secreto a voces lo importante que son nuestros padres, hermanos, amigos. Abrazar porque el tiempo en esta vida es tan cortito que cuando menos lo notamos ellos ya no están entre nosotros departiendo estos días llenos de dicha; no podemos negarlo hay algo en el aire que nos endulza un tanto el corazón. Hay Navidades distintas porque la vida dio un giro de más de noventa grados, nos hizo caer, nos provoca dolor y desesperanza pero si los que están a nuestro lado nos aman y amamos, ¿qué esperamos para sentir que no todo está roto por dentro? Hay que irse pegando de pedacito en pedacito y si nos volvemos a quebrar nos tenemos que reconstruir de nuevo. No sólo en Navidad sino todos los días de nuestras vidas. ¿Saben por qué? Pienso que es rendirles un homenaje de amor a esas personas que hoy ya no se encuentran con nosotros.

Yo tengo el nítido recuerdo de mi mamá Carmelita recibiéndonos en su casa con los brazos abiertos a lado de mi papá Reyes, ofreciéndonos café, ponche, chocolate. La casa tenía un aroma delicioso que jamás he vuelto a percibir; la casa de mis tíos y la calidez de las manos de mi abuelita Elvira. El frio terrible mientras el volcán era la postal perfecta para intentarlo alcanzar con sólo dar unos pasitos que según yo, me llevarían hasta él. Intentar acariciar a los borregos o montar al caballo Lucero, éste le pertenecía a mi prima Andrea. Me daba miedo, era grande, relinchaba y ella lo acariciaba mientras yo la miraba queriendo hacerlo sin éxito. No sé cuántas navidades estuvo con Andrea pero un día, ya siendo adolecentes lo dejé de ver, no quise preguntar, era obvio. Creo que su ausencia desencadenó las demás porque la mesa se empezó a reducir de forma casi inexplicable. Es la vida, y esta se presenta.

Ver a los amigos, leer sus mensajes, llenarlos de abrazos después de tanto tiempo sin verlos, ni hablar con ellos. La majestuosidad de saber que aunque no todos han tenido la dicha de tener un guía, sí han tenido a su lado el amor de las personas que desean estar a su lado para andar en esta vida.

Si son o no creyentes, que esta noche sea de “amarnos los unos a los otros” – tal vez los malos entendidos y los disgustos no se disuelvan del todo pero hagamos lo posible para enderezar el camino de todas nuestras relaciones, sólo para seguir haciendo las cosas lo mejor posible para llegar a este invierno con los menores raspones posibles, con la única fragilidad de ser puro corazón. Nota mental: ser puro corazón no es ser frágil sino tener la capacidad para saber disculpar errores, aceptarlos, enfrentarlos y amar, sólo amar como deseamos ser amados.

Hubo una Navidad en la que mi mamá Carmelita preparaba con suma alegría tamales; iba poniéndolos en una olla grande, la cocina estaba caliente; yo miraba cómo sus manos manejaban con destreza la masa. Dentro de la cocina que alguna vez fue costurero y salón de juegos, se sentía mucho calor. Dicho costurero se transformó por la salud precaria de los últimos años de mi papá Reyes. El vapor formaba una nube, mamá se unió a mis tías y a su mamá para hacer los tamales; durante muchas horas los esperé y por cierto me supieron a gloria. Esa noche abrieron una sidra, el corcho salió volando, se nos olvidó buscarlo. No podíamos interrumpir nuestra dicha por un “simple corcho.” Existe una foto en donde la familia luce feliz, alegre, riendo; algunos ojos llorosos. Todos levantando una copa, hasta los más pequeños, todos diciendo ¡Salud! – si existen los mundos paralelos espero que estemos en ese lugar infinito para seguir festejando. Mamá Carmelita, te prometo que el año que viene aprenderé a hacer tamales…

Esos recuerdos son los que me impulsan a escribir y compartírselos. La memoria me sostiene y el presente me hace sonreír ante la bendición de haber tenido una infancia multicolor. Hoy, espero a mi papás, han ido a misa, ya no de Gallo como a la usanza sino más temprano porque el frío hace mella. Cenaremos en paz y tranquilos, papá brindará por todos aquellos que hoy están ausentes pero eternos en nuestros corazones. Los miraré y pediré un deseo al buen Dios y espero con el corazón que así sea. Queridos todos, que hoy la paz y el amor los abrace e inunde su vida.

¡Feliz Navidad, sean dichosos! ¡Gracias por la lectura!

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