Hasta que la muerte los separe

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

-¡Ahí está, lo encontré! Decía Fabiola después de encontrar el suéter que le regaló su marido la navidad del año anterior. Al desdoblarlo se desprendió aquel cabello rojizo. Lo tomó con asco haciendo consciencia de que el color de su cabello era castaño oscuro y nunca se lo había teñido.

Juan de Dios de la Piedra Macías se había casado con Fabiola quince años atrás, después de pedir su mano a los padres de ella y consagrar el amor en un enlace religioso del que fueron testigos familiares de ambos lados, amigos y vecinos. Fue una gran fiesta. Tuvieron años de felicidad y estabilidad económica, pero los días de bonanza se terminaron después de su tercer hijo, que llegó en un mal momento financiero, seis años después de haber contraído nupcias.

II

-¡Rápido Fabi, apúrate o nos van a agarrar!

Gritaba Juan de Dios mientras arrastraba el cuerpo envuelto en cobijas.

Ella con un paño mojado limpiaba la sangre y con jabón tallaba el piso del baño.

-¡No tenemos mucho tiempo ya, muévete mujer!

Fabiola temblando de nervios acomodaba la habitación y trataba de eliminar toda posible evidencia del crimen.

III

Una semana después de encontrar el cabello Fabiola descubre el infame papel. Era un recibo de un motel barato, sus sospechas estaban siendo confirmadas, su esposo le estaba siendo infiel. Ese comprobante era ya algo sólido, ya que tenía algunos meses que Juan de Dios no llegaba a casa con el argumento de tener que hacer horas extras en su trabajo, a veces esas ausencias se repetían tres días por semana. Y al momento de reclamar por más dinero para el gasto y el pago de la renta, el hombre evadía su responsabilidad o le daba unos cuantos billetes más, no siendo lo suficiente para cubrir los gastos del colegio de sus hijos.

Fabiola sintió un hueco en el estómago, pues durante quince años ella le había aguantado pasar hambre y penurias, tanto para ella como para sus hijos. También se había quitado a si misma la oportunidad de terminar una carrera universitaria debido a que cuando Juan de Dios la pidió en matrimonio ella cursaba el penúltimo semestre de la carrera de Química, pensó en eso y todos los demás sacrificios que hizo para formar un hogar, incluso le toleró una infidelidad anterior, después de que ese tipo le pidiera perdón de rodillas, con la promesa de cambiar y no volver a hacerlo de nuevo. Ella tuvo la oportunidad de desquitarse de la misma manera pero era una mujer de valores firmes y no quería manchar su imagen de mujer decente, ya que tenía que dar a sus hijos el ejemplo de estoicismo y bondad.

-¡Esta si me la pagas cabrón! ¡Te perdoné que te metieras con la hija de la comadre de mi mamá, pero está vez yo te voy a enseñar a “amar a Dios en tierra de indios”.

En absoluto silencio comenzó a fraguar un plan de venganza. Y sería un escarmiento ejemplar. Al día siguiente le sirvió el desayuno a Juan de Dios quien le aviso que esa noche no llegaría a casa porque le tocaba hacer guardia en su trabajo. Ella le siguió la corriente y le comentó que iba a pasar a la iglesia ya que por la tarde daría inicio la fiesta patronal y quería dejar un arreglo de flores al santo de la colonia.

Espero a que él saliera de casa, se llevó una bolsa, las llaves y su teléfono, se dirigió a la parroquia.

Se persignó a la entrada, buscó una banca solitaria y se sentó.

“Dios te salve María llenas eres de gracia, el señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito el nombre de tu vientre Jesús”.

Estuvo unos minutos orando y pidiendo perdón por anticipado, al salir del templo fue al súper mercado y compró una botella de cierto producto de uso automotriz. Por haber estudiado química sabía que el elemento activo de ese compuesto es de un sabor similar al azúcar y sería muy fácil de verter en los alimentos y en pocas cantidades sería una solución infalible. La sentencia estaba dictada: pena de muerte por infidelidad.

Lo primero era investigar con quién le era infiel su esposo, así que después de ir por sus hijos al colegio y dejarlos en casa de su madre fue al lugar de trabajo de Juan, se paró a unos metros de distancia de la fábrica minutos antes de la hora de salida de él, una media hora después lo vio salir de la mano de una mujer, se dirigieron al estacionamiento contiguo, acto seguido vio el coche salir con la chica a bordo. Fabiola no supo que hacer, el pulso le temblaba, sus  manos sudaban, no pudo contener las ganas de llorar. Se fue de ahí y se refugió en la iglesia. La mujer con la que había descubierto a Juan era una chica delgada, no más de veinticinco años, de piel blanca, cutis terso y brillante y sonrisa perfecta. Al llegar a casa se miró al espejo a sus cuarenta y siete años, el rostro marcado con líneas de expresión y su cuerpo ya pasado por el tiempo hacia notar un exceso de peso, la espalda un poco encorvada y la mirada triste. Se dio ánimos, fue por sus hijos. En la madrugada llegó Juan y se durmió en la sala, por la mañana durante el desayuno ella le pidió dinero, la respuesta fue la de siempre:

-Ya no tengo, me pagan hasta la quincena y el patrón me debe el tiempo extra del mes pasado.

– Está bien Juan no te preocupes, decidí buscar trabajo porque la situación está muy difícil, ya no alcanza, es injusto que cargues con todo.

Al siguiente día comenzó a buscar empleo, vio que en un edificio a media hora de la fábrica se solicitaba personal de limpieza, ella aplicó, hizo la entrevista y se quedó, su madre le ayudaría con los niños y ella saldría media hora antes que su esposo, así podía monitorear sus movimientos. Le mostraron el edificio y le presentaron a los inquietos, su sorpresa fue saber que en el departamento seiscientos cuatro vivía la chica con la que su marido le era infiel, no lo podía creer, decía en voz alta “Dios sabe porque hace las cosas”. Era la oportunidad perfecta para tener su venganza por partida doble.

Empezó a suministrar el producto en porciones pequeñas en el desayuno de Juan, a la par que se hizo amiga de Ana, la mujer que le había quitado a su marido. Un día Ana le comentó que no tenía quien le hiciera de comer. Fabiola se ofreció a cocinar para ella con un bajo costo, así pactaron el acuerdo. Y Fabiola preparaba los alimentos de Ana, poco a poco empezó a ganarse la confianza des joven mientras adulteraba la comida.

Una tarde Juan regreso a casa, Fabiola lo recibió con unas enchiladas aderezadas con el “producto”. Justo antes de empezar a comerlas recibió una llamada y le dijo a ella que era del trabajo, había surgido una emergencia y que tenía que irse. Salió despavorido ante la disimulada risa de Fabiola. Después de escuchar el motor, salió de su casa y abordó un taxi hasta el edificio de Ana, al tener llave entró sin levantar sospechas, abrió la puerta del departamento y lo primero que vio fue a Juan de Dios angustiado sin saber que hacer, pasó hasta el baño y vio a Ana tirada en el piso vomitando sangre, llorando y retorcida de dolor.

Se empezó a reír y dijo en voz alta:

-¡Eso te pasa perra por meterte con un hombre ajeno!

-Fabiola. ¿Qué hiciste?

-La envenené, los envenené a ambos.

-Perdóname mi amor, Fabiola, no volverá a pasar, te amo.

-Si me amas termina con su sufrimiento ahora.

Juan de Dios no lo dudo fue por un cojín a la recámara y asfixió a Ana en cuestión de minutos dio el último suspiro y quedó tirada en el piso del baño. El hombre se dio cuenta de que nada podía hacer porque se había convertido en cómplice del homicidio. Juntos limpiaron la escena del crimen, esperaron hasta asegurarse de que los inquilinos estuvieran dormidos y sacaron el cuerpo durante la noche, envuelto en cobijas y bolsas de basura, lo pusieron en la cajuela del carro y salieron de ahí. Dieron varias vueltas entre las calles hasta encontrar un lote baldío, pero no tenían herramientas y fueron a su casa, cargaron un pico y una pala, regresaron al lote abandonado, sin ser vistos bajaron el cuerpo y se metieron entre la cerca de púas, Juan hizo una fosa con el pico, depositaron el cadáver y con la pala Fabiola echó la tierra. Antes del amanecer estaban de vuelta en su hogar.

Juan durmió un par de horas, despertó, se bañó y se fue a trabajar para no levantar sospechas. Fabiola no se presentó a su labor. No hablaron del tema.

Una semana después Juan de Dios sintió un dolor abdominal y náuseas, estaba en su trabajo, fue al baño y vomitó al ver la sangre en el excusado sintió miedo. Pidió permiso y se fue al médico, lo atendieron de urgencia, días después los estudios revelaron una insuficiencia renal irreversible, sus días estaban contados. El médico encontró los signos del envenenamiento y al preguntarle a Juan este se negó a hablar. El galeno solicitó hablar con la esposa y ella tampoco dio información a su esposo le hicieron un procedimiento de hemodiálisis, que fue inútil. Estaba desahuciado, regreso a su casa. Un mes después y en silla de ruedas Juan de Dios ayudaba a Fabiola a ponerle esferas al arbolito de navidad.

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