La ley apesta

Por Marco Antonio Guerrero Hernández.

¡El pueblo unido jamás será vencido, el pueblo unido jamás será vencido!

Era la consigna que se escuchaba mientras el tráfico estaba detenido por una manifestación, eran las ocho de la mañana, hacía un calor horrible y yo estaba atrapado adentro del autobús a mitad de la avenida. Un par de señoras que iban atrás de mi se quejaban. “Malditos revoltosos” decían expresando su descontento ante tal situación.

Diez minutos después me bajé del autobús ya que mi hora de entrada era a las nueve y no quería llegar tarde a mi trabajo. Era mi primer mes en esa empresa, me contrataron como auxiliar de contabilidad, había terminado mis estudios con mención honorífica. Ya había tenido experiencia laboral al tener que trabajar y estudiar era el pan de cada día para mí. Uno de mis tíos me ofreció una buena posición en su taller automotriz, misma que rechacé al igual que la propuesta de un ahijado de mis papás que era gerente en una empresa muy grande,  era un “peso pesado” en una empresa de nivel internacional, catalogada como una de las cincuenta marcas líderes del mundo. No quise aprovechar la oportunidad porque nunca me gustó depender de nadie o estar en un lugar gracias a las influencias de alguna persona. Mi idea fue la de ir a ganarme un sitio por mis méritos y mi capacidad, en todos los lugares donde me coloque fui a tocar la puerta y hacer exámenes a participar en las competencias y obtener un puesto por mi mismo. Por tal motivo faltar o llegar con retardo no era opción.

Decidí caminar e irme abriendo paso a través del contingente que seguían gritando enardecidos todo tipo de improperios hacía los gobernantes. Personas con pancartas, imágenes del Ché Guevara, Emiliano Zapata, Francisco Villa, los hermanos Flores Magón. Banderas con el martillo y la hoz (símbolo del comunismo por antonomasia) pedazos de telas negras con estrellas rojas.

Al observarlos me pregunté a mi mismo ¿De que va toda esta gente?

¿Cuántos de estos individuos sabrán de verdad los conceptos de socialismo-comunismo? ¿Entenderán lo que es morirse de hambre en países como Cuba, Venezuela o en Rusia después de la caída del muro de Berlín? ¿Tendrán una idea de que estas formas de doctrina/gobierno han generado miles de pobres y de personas huyendo de su patria, dejando todo lo que conocen para buscarse una vida mejor? Absorto en mis pensamientos no me di cuenta de lo que empezaba a suceder.

Poco a poco llegaron los autobuses, arribaron doce eran cinco cuadrillas de policías anti disturbios, pertrechados con escudos, macanas y pistolas de gas lacrimógeno. Bajaron de las unidades, formando grandes filas. Otros divididos en  equipos de quince o tal vez veinte granaderos.

Después de unos minutos se escuchó una voz gritando ¡42, 42!

(Código de arresto o detención)

Los grupos de uniformados se lanzaron al ataque, las células de veinte empezaron a encapsular a grupos pequeños de manifestantes. Empezó a salirse de control; se escucharon gritos de todos lados, algunos insultos, otros de angustia una que otra súplica. Los integrantes de la protesta se dispersaron, corriendo a lo largo de la avenida en todas direcciones mientras los policías que estaban en la gran fila detenían a las personas que pasaban corriendo. De pronto enfrente de mi pasó una joven como de mi edad con la cara llena de sangre.

-¡Compa, ayúdame por favor!

Saque un pedazo de papel higiénico de mi portafolio para que se limpiara. Justo en ese momento vi todo negro. No supe más de mí.

II

Crujía Número dos.

Nos sacaron al patio a las 6 de la mañana con un frío infame, los custodios nos proporcionaron una pequeña barra de jabón. A la orden de un policía que estaba observando desde un balcón otro elemento abrió la llave y la manguera soltó el chorro de agua a presión, el agua estaba helada. Al contacto con mi piel solté un gemido y un temblor se apoderó de todo mi cuerpo.

-¡Báñense bien putos cerdos!

El encargado de manipular la manguera apuntaba a la cabeza y a las partes nobles mientras se reía al criticar de manera morbosa a cada interno.

Al final nos dieron un paño áspero para secar nuestros cuerpos, no sin antes darnos un golpe a cada uno con un cinturón de cuero. Acto seguido nos arrojaron al piso los uniformes del penal. Me asignaron al taller de carpintería. Aún no entendía el motivo por el cual me llevaron preso.

Un policía me atacó por la espalda durante los disturbios, con la macana me golpeó en la cabeza y caí desmayado. Desperté cuatro días después en un hospital con golpes múltiples y esposado al camastro de la habitación, en calidad de detenido, me informaron que mis padres estaban en la sala de espera.

Les dieron el diagnóstico: contusiones múltiples, una cortada en la cabeza (producto de la agresión del representante de la ley) una costilla fracturada, hombro dislocado, pómulo derecho inflamado.

Los policías que me detuvieron estando inconsciente me subieron a uno de sus autobuses y me golpearon hasta que se cansaron provocando tantas lesiones.

Me presentaron ante el ministerio de justicia bajo los cargos de vandalismo, conspiración delictuosa, sedición, desórdenes públicos y ataques a las vías de comunicación.

Sin oportunidad de defenderme me pasaron derecho con el juez que sin expediente y con arbitrariedad dictó sentencia absoluta de veinte años en prisión, porque según él la justicia tenía que ser expedita e implacable y tenía que poner un precedente y un golpe de autoridad para demostrar que nadie está por encima de la ley.

Fui colocado entre los reos de mediana peligrosidad, tomando en cuenta que no tenía antecedentes penales.

Fue lo único que pudo conseguir el abogado de oficio que atendió mi caso.

Mis padres tuvieron que hipotecar su casa. El patrimonio de toda una vida para contratar a un defensor particular que pudiera ayudarme a salir del reclusorio.

Por medio de pruebas y testimonios de amigos y vecinos sumados al testimonio del representante legal de la empresa en la que yo trabajaba obtuvo una audiencia con otros dos magistrados que al evaluar mi caso decidieron revocar la sentencia y la dejó en solo un año. A pesar de mi inocencia.

Me dejaron aquí un año sufriendo golpes, hambre y frío, sólo por tratar de ayudar a una chica lastimada.

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