Por Enrique Fortunat D
A la memoria de mi brother Xavier Ponce, batmanfílico constante.
Este pequeño relato lo escribí hace años y por andar ordenando archivos en la compu lo reencontré, te lo muestro luego de darle una desempolvada.
Entré a la pequeña papelería a sacar unas fotocopias. Nada inusual.
Me entregaron el trabajo solicitado y pagué.
Ya para salir del local, vi una pequeña figura en el anaquel: era un torso de Batman, de esas representaciones clásicas, sin toda la parafernalia hipermodernista que fue adquiriendo.
Dudé un momento, pero me decidí rápidamente. La iba a comprar.
Pregunté el precio y no me pareció caro (tampoco barato, he de decirlo), pero era lo de menos. La pagué, la colocaron en una bolsa y me la entregaron. Me dirigí a mi bicicleta, anudé el paquete al manubrio y me fui batipedaleando animosa y alegremente.
Le tengo simpatía al hombre murciélago. De quienes integran la legión de súper héroes, es mi favorito.
Me gusta que no adquirió sus poderes por accidente. No lo mordió un bicho radiactivo, ni se estrelló en nuestro planeta, ni sufrió las consecuencias de una mega explosión de rayos gamma, ni le inyectaron una sustancia rara, ni fue sumergido por accidente en un caldo de pollo intergaláctico, ni come espinacas.
El pequeño Bruno Díaz venció su miedo, derrotó al espanto de sus recuerdos y sus fobias. Para mí eso sería bastante, pero además recuerdo con simpatía la estupenda serie de televisión de la década de los años sesenta, misma que mostró un héroe capaz de hacer una sátira de sí mismo (era genial ver un Batman panzoncito), de mofarse de sus propias hazañas con los puños (¡pow!, ¡zaz!), bailar a-go-go y de acompañarse de un ayudante decididamente desfasado del mundo (¡santos problemas!), amén de tener un mayordomo que, de tan estereotipado, resulta simpático y hasta entrañable.
Lo curioso es que el mismo personaje se fue convirtiendo en uno cada vez más oscuro, de entornos abigarrados y estética cuidada en el mundo de las películas, hasta generar un ambiente que puede llegar a ser omniabarcante, lleno de penumbra y atmósfera densa. Con antagonistas que resultan verdaderamente temibles y llegan a rayar en una locura amenazante, tangible y devastadora.
Pero regresemos a Batman. Me gusta su baticinturón, con todo género de sorpresas (¿de dónde saca esos maravillosos juguetes?, pregunta envidioso El Guasón), frutos del ingenio, así como su batimóvil, ese bólido en cuatro ruedas que es el sueño de cualquier aficionado a “enchular” su máquina. Me agrada que se valga de la inteligencia aplicada en técnica para defenderse y que el dinero que tiene a montones le sirve para ponerlo al servicio de otros y no solamente de sí mismo.
Pensaba yo estas cosas mientras rodaba por las calles.
Llegado a mi destino, saqué la figura de la bolsa y la coloqué en una pequeña repisa. La observé un rato y sonreí. Con Batman nos damos cuenta que el miedo puede adquirir la forma de un murciélago que acecha a que se muestren nuestras debilidades. Pero también nos enseña que vencer nuestros temores puede ser la máxima hazaña y que nuestro interior puede albergar al más horrible enemigo y al mismo tiempo al héroe capaz de rescatarnos de nosotros mismos.


