Noches de balón

Por Marco Antonio Guerrero Hernández.

-¡Hey! ¡Pásala estoy solo! Era el grito de Carlos a mi hermano, quien mandaba el balón hacía ese lado, jamás se imaginó que yo iba siguiendo la jugada y que interceptaría el pase para robarles la pelota y echar a correr a toda velocidad  y anotar el gol de la victoria en ese partido callejero que con ese tanto se concluyó.

II

La abuela Alicia nos daba permiso de salir a jugar fútbol en la calle de atrás de su casa. Yo tenía quince años, mi hermano trece, buscábamos a los vecinos quienes eran: mi primo Lalo de diez años, Rafa también de diez Carlos “el gordo” como le decíamos de cariño que era de mi edad,  Víctor “el güero” de catorce años a veces nos acompañaba  otro niño que solo conocíamos como “el pelón” siendo este último el más pequeño de nosotros tal vez con diez años. Formábamos dos equipos de tres elementos y se echaba a la suerte a qué equipo se asignaba el elemento sobrante que casi siempre era “el pelón” a quien poníamos de arquero.

Las porterías se hacían con una longitud de cinco a seis pasos, marcadas con pedazos de piedras o ladrillos tirados en la banqueta. Las reglas eran muy sencillas, los tiros a portería tenían que ser por debajo de la cintura para acreditar los goles, respeto al equipo rival, juego limpio  quién volaba el balón lo recuperaba. Balón ponchado, balón repuesto al momento o en el siguiente encuentro. Por lo regular yo hacía equipo con Lalo y Víctor “el güero”. Mi hermano, Carlos y Rafa eran los adversarios, el ganador de un volado se quedaba con “el pelón”.

Así daba comienzo la contienda, el equipo rival iniciaba con ataques furibundos que al pasar la media hora ya nos tenían bajo la lona con un cinco a cero contundente, no contaban con que “el güero y yo éramos delgados, muy veloces a la hora de correr y demasiado livianos en la carrera, así que cuando ellos pensaban en que nos tenían dominados, Víctor y yo al verlos ya jadeando de cansancio, comenzábamos un juego dinámico y vertiginoso basado en nuestra condición física y nuestra velocidad. Con facilidad les dábamos alcance en el marcador, cuando eso sucedía le metían más ímpetu y lograban revertir la situación llevando el marcador hasta 10 a 6. Nuevamente el güero y yo haciendo gala de nuestra velocidad -que era superior- podíamos igualar el partido, cuando alguno de los integrantes de ambos equipos se sentía agotado lo hacía saber al resto y así se pactaba el final del juego.

Nos despedíamos cansados pero siempre con una sonrisa. Porque el fútbol de la calle conserva el verdadero espíritu del juego, divertirse ante todo, no hay ganadores ni perdedores, únicamente un grupo de niños siendo felices.

III

Aproximadamente a las diez de la noche se escuchaban las sirenas, tres coches patrulla y una camioneta, con al menos quince elementos policiacos, con armas largas y chalecos blindados, el operativo dio como resultado el desmantelamiento de un establecimiento que fungía como almacén y tienda de drogas, cinco personas detenidas y armas de distintos calibres confiscadas por las fuerzas del orden.

Lo vimos al siguiente día en las noticias de la noche, ya que la abuela Alicia y el abuelo Manuel después de ver las telenovelas del horario estelar ponían el noticiero  mientras nos daban café y pan como merienda antes de dormir. El rumor estaba siendo confirmado mediante el informativo de Jacobo Zabludovsky. Tres adultos y dos menores de edad. Un matrimonio y el hermano de la mujer consignados por las autoridades, dos menores de edad, uno de catorce años y otro de diez. Los adultos se encargaban de vender estupefacientes y los menores eran utilizados como mulas. El más pequeño era aquel niño que nosotros conocimos como “el pelón”.  Una vecina estuvo  al tanto de las noticias y los chismes locales. Ya que decía que uno de  sus sobrinos era perito en la “procu”  (Procuraduría Federal de Justicia) del municipio.

La sentencia para los adultos fue de veinte años en prisión por posesión y distribución de enervantes y revocación de la potestad de los menores que eran hijos del matrimonio. Ya que durante el cateo encontraron al menos veinte kilos de marihuana, quinientos envoltorios de cocaína de un gramo cada uno y miles de pastillas conocidas como éxtasis o “tachas”.

Los menores de edad fueron canalizados la oficina en DIF para encontrarles un nuevo hogar.

Jamás volvimos a ver a nuestro amigo “Pelón”.

IV

Mi hermano y yo terminamos los estudios, conseguimos trabajo y después de que los abuelos murieron nos alejamos de la casa donde crecimos,  que fue heredada a las hermanas de mi madre. Un día durante el cumpleaños de una de ellas, asistimos como invitados al festejo, al salir a la tienda por un refresco, de pasada me encontré con Carlos “el gordo”. Se veía idéntico a aquellos días, le pregunté sobre su vida. Terminó sus estudios y entró a una empresa internacional, al cabo de unos años fue promovido a gerente operativo, después de casarse se fue a Panamá, nos encontramos ya que estaba de vacaciones y venía a visitar a sus padres. Estreché su mano con un apretón firme y una alegría enorme, me dijo que estaría un mes con sus padres, quedamos de salir a jugar algún día. Mi padre falleció el mismo año que el suyo, seguimos esperando el día de volver a jugar.

V

“¡Aterrador! La violencia azota nuevamente las calles, elemento del heroico cuerpo de la policía anti secuestros es acribillado afuera de una vinatería”. Titulaba un diario de circulación nacional.

Una noche antes una de mis tías llamó a mi madre  para informarle sobre una tragedia. Habían matado a los hijos de María a los “güeros”. Los balearon mientras se paraban frente a la vinatería. Mi mamá me informó, sentí un vacío en el pecho, me senté en la escalera, habían asesinado a mi amigo Víctor “el güerito” y a su hermano, más de cincuenta disparos. Víctor al igual que nosotros terminó los estudios y se graduó como abogado, hizo su solicitud en la policía y fue ascendiendo, era un elemento destacado en las fuerzas del orden, sus éxitos como agente lo llevaron hasta la policía anti secuestros, sus jefes admiraban su audacia y determinación durante las redadas. Fue eso lo que lo llevó a acabar con tres organizaciones dedicadas al rapto de personas, se había ganado muchos enemigos y esa fue la principal causa de su muerte. Fui a su funeral donde los elementos de su sector montaron guardias y tandas de disparos en su honor. Contemplé sus restos mancillados por los disparos, no podía dar crédito a lo que estaba mirando, había recibido impactos en la cabeza, la cara y el pecho, los encargados de amortajar el cuerpo habían hecho un gran trabajo ya que cubrieron las huellas de las balas mediante maquillaje en su mejilla derecha que dejaba ver un orificio de entrada, lo cosieron y cubrieron de manera que no se viera muy escandaloso y colocaron unas gafas oscuras a la altura de su frente para disimular el balazo en la cabeza que fue el que le arrebató la vida. Les di mis condolencias a sus padres mientras les contaba sobre aquellos días de  fútbol cada fin de semana y las tantas risas debatiendo sobre manos y faltas, con goles polémicos resueltos con tiros penales.

Ayer mientras llegaba del súper vi a un grupo de niños jugando en la calle, la nostalgia se apoderó de mí, al hacer remembranza de los juegos infantiles, sonreí al pasar frente a ellos, sin poder recordar cuando fue la última noche que salimos a jugar fútbol, sin nada que perder, anotando goles, regresando a casa con raspones pero con una felicidad infinita. Entendí que hay que jugar como si cada día fuese el último, la melancolía habita a veces en mi pecho porque no recuerdo cuando fue la última vez que compartí con mis amigos la dicha que es ver rodar el balón.

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