alicia

Los sabores de la vida

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

Cada año hacia finales del mes de octubre la abuela Alicia preparaba su festejo del Día de Muertos. Para conmemorar la fecha preparaba mole con una receta de Oaxaca, un mole especial para la ofrenda.

Compraba diferentes tipos de chiles secos, chocolate, pasas, cacahuate y un montón de especias.

El proceso se llevaba varios días, desde desvenar el picante, freír las especias y molerlo a metate para empezar a sazonarlo.

Durante esos días la casa se llenaba de un sinfín de olores diversos, la mezcla de los ingredientes invadían el olfato, algo que despertaba un amor enorme por sus antepasados y por la vida en general.

Recuerdo que cuando tenía ocho años me acerqué a preguntarle porque hacía mole. Contestó con un gesto dulce. Me explicó la importancia del día de muertos y que cada año las almas de los fieles difuntos eran liberadas para bajar a compartir los alimentos en el mundo de los vivos. Me contó varias historias. Ese misticismo me cautivó.

Ese día hicimos un pacto: Todos los años yo la ayudaría a preparar tan exquisito manjar.

Próximas las fechas me decía que era tiempo de mole. Mi madre pasaba por mí a la escuela para ir a visitar a la abuela Alicia e iniciar el proceso.

Al llegar a su casa ella ya tenía todo listo, las especias molidas a metate, formando un polvo de color rojo oscuro que vertía en una cazuela de barro puesta al carbón, con manteca de cerdo para evitar que se pegara. Al caer el polvo se liberaba el aroma, mismo que se difundía con el  movimiento de la enorme cuchara de madera que utilizaba para empezar a batirlo, después de unos minutos de moverlo en círculos, la abuela Alicia me cedió el control de la cuchara, era mi iniciación, ese polvo rojo era pesado, después de un rato me dolieron los brazos, eso no detuvo el entusiasmo que me provocaba.

Después de un buen lapso de meneo se formaba una pasta homogénea para después agregar caldo de pollo y darle una consistencia espesa. Alrededor de la cazuela se hacía una verbena en donde los presentes bailábamos y todos riendo, hablándole al preparado para acelerar su cocción

Cuatro horas después teníamos el mole terminado. Mismo que rociaba con ajonjolí, algo que ella definía como echarle la “vacilada”.

Y lo dejaba enfriar, con las brasas aún incandescentes se ponía una olla de barro con café y así se disponía celebrar el feliz fin de día. Para después vaciar un poco en un refractario en el que ponía pollo para bañarlo con ese líquido de un color rojo, casi negro.

En una de aquellas ocasiones tuvimos que repetir el proceso ya que la mascota de doña Alicia un pastor alemán llamado “Oso” se metió a la cocina y durante la noche se dio un festín comiéndose lo recién cocinando incluyendo el pollo y el arroz que iban como complemento.

Los años pasaron, yo siendo un estudiante de bachillerato, en las fechas convenidas acompañaba a la abuela a cumplir el pacto que hicimos en la infancia, ella jamás empezó sin mí. Más que la preparación de un alimento, era una forma de asimilar mi propia identidad de darle un sentido a mi existencia. Una experiencia que me conectaba con una parte de mi árbol genealógico. Lo veía como mi mejor regalo de cumpleaños ya que festejo mi nacimiento veinte días antes de cocinar ese mole.

Cuando Alicia dejó el mundo, mi madre y yo continuamos el legado. El primer año fue una peripecia complicada ya que el carbón se resistía a prender, después de unas horas por fin ardió y empezamos. Una hora después el brasero se desfondó y le cuchara de madera se partió en dos, era como si el mismo cielo se opusiera a que consumáramos ese compromiso. Mi mamá elevó una plegaria y después le habló a la abuela Alicia para que nos brindara ayuda divina. Bajé al mercado a conseguir un brasero y reiniciamos el proceso que después de un retraso quedó completado.

El paso del tiempo me trajo algunas canas y mayor entendimiento acerca del simbolismo que encierra ese guiso para mi familia. Es una cosa que se lleva en la sangre, algo que no se puede olvidar. Y así cada año me hago un espacio para llevar a cabo esta tarea, que cuando queda terminado nos complace al liberar ese aroma que inunda toda la casa.

Una de esas noches en las vísperas de días de muertos he visto a la abuelita Alicia que llega a cenar de su mole sosteniendo una luz en la mano. Tal como me dijo que lo haría mientras yo le  pusiera su ofrenda y una vela junto a su retrato.

Deja un comentario