Alicia

Por Marco Antonio Guerrero Hernández.

(Dedicado a mi abuela)

“Que llueva que llueva la virgen de la cueva los pajarillos cantan las nubes se levantan que sí, que no, que cae un ventarrón”

La lluvia no cesaba, desde la ventana miraba el intenso aguacero que caía y me tapaba los oídos cuando escuchaba los truenos.

Mi abuelita Alicia cantaba para apaciguar los cielos. Y para amainar mis miedos.

Tomo un café y recuerdo esa canción, en un instante vuelvo a estar ahí con ella mientras los relámpagos iluminan mi habitación. La abuela Alicia se fue hace casi veinte años, veinte años que parecen un mal sueño.

II

Aquella noche en el hospital platicando con ella me decía que quería regresar a su casa con sus nietos que jugaban a la pelota en el patio, tenía ánimos de escuchar las risas desde su cocina donde preparaba los alimentos. De pronto tuvo el antojo de una gelatina de piña o de limón. Me di a la tarea de hablar con la jefa de enfermeras para ir a conseguir esa gelatina.

Bajé por el ascensor, ya era tarde, más de las diez de la noche, era una misión complicada porque a esas horas es difícil encontrar una tienda o un minisúper abierto. Después de casi una hora de búsqueda infructuosa regresé a la clínica. Alicia se durmió esperando aquel postre. Días después recibí la noticia. Una noche de octubre ella se despidió del mundo, dejando un legado extenso bordado con lágrimas.

III

Pasé mi niñez en casa de mi abuela, entre aroma de café, cigarro y guisos que acarician mucho más que el olfato, que llegan a los lugares más profundos del alma.

La abuela Alicia era una cocinera de abolengo, muchas tardes la acompañé en su mundo culinario, me contaba historias de cómo su madre hacia de comer para los soldados que participaron en la guerra cristera y de cómo un capitán del ejército le pidió que se fuera con él porque sin su sazón no podría con el encargo de la milicia. Fue así como arriba del techo de un tren se cargó a sus dos hijos para iniciar una nueva vida en otro sitio

La abuela Alicia siendo todavía una niña aprendió a preparar comida con un brasero. Su madre había enviudado muy joven y nunca se volvió a casar, el amor que tenía lo derramó en sus dos hijos pequeños, con el tiempo su vástago más pequeño, el varón se marchó y ella se quedó al cuidado de una niña que con los años se convertiría en su mayor heredera.

IV

Alicia tuvo muchos nietos, pero cuatro de ellos fueron sus consentidos a ellos los tuvo siempre cerca, los educó y los entrenó en el arte de la cocina, les enseñó la música de su infancia, boleros de Álvaro Carrillo, Agustín Lara y Luis Alcaraz, en las voces de Pedro Infante, Jorge Negrete y los Panchos.

Entre humo de cigarro y café de olla recién hecho, en las vísperas de Todos Santos que es la previa del día de muertos se preparaba mole con la receta de su madre;  sazonado al carbón, con un montón de especias para poner en la ofenda y que sus muertos cenaran con ella una noche del año.

Yo la miraba siempre solemne, podría estarse derrumbando el mundo y ella de pie poniendo calma a los vendavales de la vida. Dando todo por sus nietos.

Había días en los que seducido por una pelota yo salía con mis amigos a jugar fútbol en la calle, podía estar toda la tarde y unas horas en la noche pateando un balón, hasta escuchar su llamada para regresar a casa, nos recibía con un café caliente y un bolillo para merendar.

En esos días de adolescente en medio de una rebelión personal nada era mejor que compartir el café a su lado.

Ya en sus últimos años Alicia sufría de insomnio que trataba de calmar rezando cada noche con la luz apagada, pidiendo a Dios que cuidará a su familia, en especial a sus cuatro nietos preferidos.

Yo la escuchaba porque a veces me hincaba a su lado para orar con ella.

“Dios bendiga la cama donde me voy a acostar, esta cama en que me acuesto mi sepultura será. Las sábanas que me tapó son la tierra que me han de echar, todos se han de ir y me han de abandonar, solo tú Dios mío me has de acompañar”.

Regresaba a mi cama y sólo así podía dormir.

Todos los años mi madre y yo participamos en la elaboración de su mole artesanal. Nunca me perdí un momento así, le pedí a la abuela Alicia que nunca lo hiciera sin mí.

Cocinar ese manjar se volvió un ritual, uno que la conectaba con sus antepasados, de igual manera contribuimos a levantar la gran ofrenda, en la que solía poner, agua, sal, azúcar y los platillos que degustaban sus ancestros.

Hoy Alicia ya no está en este mundo, la extraño demasiado, sobre todo en día de muertos y en las tardes de lluvia o en los días de mi cumpleaños. Alicia nos dejó precisamente unos días antes de mi fecha de nacimiento. Cuando hay una situación de crisis es la persona que más añoro porque era capaz de brindar una solución razonable con una sonrisa de por medio. En algunos lapsos siento su presencia en mi habitación mientras pongo los discos de acetato con la música que le gustaba, antes de empezar a preparar el mole para que llegue a cenar a mi lado cada día de muertos junto con la gelatina que no pude encontrar.

Conservo una cajita de madera donde guardo sus fotos que miro cada vez que cae la lluvia…

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