Juan de Lobos
No es la primera vez que pasa: la ropa entra sucia, de una talla determinada y sale limpia y con pequeñas diferencias. Esto nos ha sucedido a casi todos. Sin embargo, a nadie le ha sucedido lo que a mí. Una vez metí a lavar una camisa, sin un botón, pero al sacarla, además de encontrarse limpia, finalmente para eso sirve una lavadora, traía los botones completos. Muchas veces he sentido que no es la misma ropa la que entraba y la que salía de esa máquina.
Me explico: Además de aquella camisa, noté más cambios en mi ropa: salía reparada o desaparecía para reaparecer después. Hace meses, después de pensar mucho en el asunto, decidí meter una nota en unos vaqueros. “¿Quién eres?, ¿Qué diablos haces con mi ropa?”. Lo sé, es una nota estúpida y nada ingeniosa, pero sabía que algo extraño sucedía al lavar mi ropa. Guardé la nota en una bolsa de plástico. Cuando saqué la ropa, los pantalones no estaban. Una semana después, al terminar el lavado, mis vaqueros aparecieron. Dentro del bolsillo había una nota escrita en bella caligrafía. “Carlos, deja de jugar conmigo, estas bromas no me agradan. Te amo, bobo. Sophie”. Terminé de leer asombrado. Traté de calmarme, pensar en una explicación lógica. Revisé mi departamento y la lavadora; leí una y otra vez la nota. Esa noche tampoco pude dormir.
Pasaron algunas semanas, ya me encontraba bastante paranoico. Todos los días antes de salir a trabajar verificaba que mi departamento estuviera cerrado; tiré talco en la entrada, coloqué pedacitos de papel en los marcos de las puertas y nada, al llegar todo estaba tal y cual lo había dejado en la mañana. Pensé varias veces que esto era una broma de Goyo, mi mejor (y único) amigo. Nos conocimos desde la secundaria y somos como hermanos.
Un domingo, como cualquier otro eché a lavar la ropa. Aunque me parecía un poco tonto, puse en mis jeans otra nota: Quería resolver ese misterio. “¿Quién eres? No conozco a ninguna Sophie. Solamente mi familia me llama Carlos. Gracias”. Encendí la lavadora, terminó su ciclo de lavado y los pantalones desaparecieron. Dejé abierta la escotilla y estuve vigilando. No sucedió nada. A la semana siguiente apareció el pantalón.
Encontré otra nota: “Bobo, soy yo, Sofía, tu esposa”. Una inmensa inquietud y curiosidad se apoderó de mí. Estaba seguro que nadie había entrado a mi departamento. Soy soltero, toda mi vida he vivido en este lugar que compró mi papá hace más de cincuenta años, y a la única Sofía que conocí fue una niña que me gustaba en la secundaria; ella murió una semana antes de graduarnos. Tantos años sin recordarla y de pronto la memoria la regresaba a mi vida. Recordé apesadumbrado que ella me gustaba mucho.
Esa tarde fui a visitar a mi abuela. Busqué entre los álbumes algunas fotos de esa época. Encontré una del grupo. Conchita, nuestra prefecta sonriente, junto a ella, sentada en la primera fila, me miraba Sofía, peinada de coleta, usando uniforme guinda con el escudo de la Escuela «Benito Juárez». Su sonrisa inocente y aniñada, sus ojos hermosos, sosteniendo el letrero de 3º B. Me busqué en la foto. Arriba, al extremo opuesto, estoy junto a Goyo Balcázar. Los recuerdos, la secundaria, las primeras fiestas, los amigos, el temor en las citas, pleitos… Comienzo a recordar. Tomé la fotografía, suspiré, sonreí y comencé a llorar desconsolado. Recordé que ese día en la tarde falleció Sofía.
Al regresar a casa metí la foto en el bolsillo del pantalón vaquero envuelta en plástico, y a su vez el pantalón a la lavadora, nuevamente al terminar su ciclo de lavado. La prenda simplemente desapareció.
Días después lavé unas sábanas. Al sacarlas apareció el pantalón. Emocionado, encontré una foto casi idéntica a la que puse. Estaba impresa en blanco y negro. Aparece la prefecta de pie en un extremo, sosteniendo un gallardete, con el nombre de la escuela «Generalísimo Porfirio Díaz Mori». Algunos compañeros no aparecen en la foto, aunque hay más personas. El letrero que sostiene Sofía dice 3º, solamente. Me busco en la imagen. Estoy arriba, más cerca de ella; no encuentro a Balcázar. Al verme en la imagen me siento extraño. Saber, sentir que no eres tú y al mismo tiempo reconocer esa mirada triste, no sonrío.
Escribo pidiéndole que me platique más. Busco una funda de almohada a manera de bolsa de tela. Me doy cuenta y me extraña no haber encontrado en ningún momento alguna prenda femenina. Meto una bolsa de plástico un periódico de hace tres días, la nota, la foto de Sofía y metí la bolsa en la funda. La eché junto con más ropa. Esperé. La funda desapareció. En ese punto, a pesar de tan inusual y extraña situación, ya había desaparecido la paranoia, pero me asaltaban más dudas, a esas alturas me parecía un juego misterioso y único. En esta época en que pocas cosas nos sorprenden, sonreí, consciente de que al lavar mi ropa algo muy fuera de lo común sucedía.
Pasaron varios días, lavé algo de ropa y al sacarla apareció la funda de almohada. Adentro encontré un diario llamado «Novedades» del mismo día del periódico que mandé, una foto de Sofía con dos niños José Gregorio y Carlos Eduardo, (Lo escribió detrás de la foto con su impecable caligrafía). Sorprendido y emocionado, observé la imagen bicolor. Sofía bellísima, con algunas arrugas alrededor de los hermosos ojos y el cansancio en la mirada; los niños idénticos a mí, pero con la misma belleza en los ojos heredados de Sofía, Había una nota, un pañuelo bordado con sus iniciales. De la prenda emana un aroma a azahares, su perfume sin duda y al fondo de la bolsa una barra de chocolate «Pancho Pantera». Leí la nota: «Carlos: Todo esto es increíble, todavía no comprendo lo que sucede, me intriga mucho. Al principio pensé que era una broma, pero al recibir el diario y las imágenes coloreadas me convenzo que no es así. De alguna manera nos contactamos a través de esta máquina. Descubro asombrada nuestras realidades distintas. Veo con sorpresa las maravillas de tu mundo, distintas a lo que nosotros tenemos. He esperado ansiosa tus notas y el recibir esta bolsa me causó una impresión mayúscula. Deseo saber más de ti, de tu mundo y, de ser posible, de mí en tu realidad. Con afecto, Sofía. PS. Disculpa la tardanza al responder».
Continuamos escribiéndonos regularmente durante años. Intercambiamos muchas cosas a lo largo de ese tiempo, me mandó almanaques, mapas, periódicos y cartas más extensas. Yo respondía y le enviaba revistas de moda, catálogos, juguetes e historietas para los pequeños. Me contó que Balcázar murió atropellado una semana antes de la foto del grupo, que eso me afectó en su mundo; jamás me atreví a decirle que en el mío ella había muerto de esa misma manera y que Goyo seguía siendo hasta la fecha mi único amigo.
Un día la lavadora se descompuso para no funcionar jamás.
Les comparto esto porque hoy regresó a mi mente ese episodio maravilloso e irreal, porque al abrir la nevera encontré una barra de chocolate «Pancho Pantera” en su interior.


