cuentos martes 14

Una noche de perros II (El nahual)

Por Marco Antonio Guerrero Hernández.

Salí por la parte de enfrente, por la cocina, donde se había gestado el enfrentamiento, me acerque para ver si había alguien con vida, el señor Candelario con el pecho desgarrado, con su rifle en las manos; el cuerpo de don Filiberto con el cuello totalmente retorcido, de doña Jacinta solo vi un pedazo tela todo lleno de sangre, en la esquina al fondo vi un cuerpo desnudo que tenía tres balazos, uno en el abdomen, otro en el pecho y uno más en la frente, con sangre en la boca y los ojos abiertos aún enrojecidos.

II

Durante la comida de despedida, mis ex compañeros me preguntaron lo que pensaba hacer con tanto tiempo libre.

Conteste que lo primero que haría sería hacer un viaje de descanso a algún pueblo en la provincia para desintoxicarme del estrés, todos los presentes comenzaron a emitir su opinión  y recomendaciones. Fue la propuesta de Santiago la que despertó mi interés. Me habló de un lugar lejano en la sierra de Oaxaca donde el olor a pino se mezclaba con la comida recién hecha, un lugar con pocos habitantes mayoritariamente gente de tercera edad y aire limpio. La descripción se ajustó perfectamente a lo que yo había pensado; antes de irme a casa le dije a Santiago que lo vería al día siguiente para que me diera más detalles.

Nos vimos en una cafetería cercana a mi casa, ahí me siguió comentando sobre ese lugar, me dijo que ahí vivía su tío Candelario con su esposa y que durante sus días de estudiante era su lugar preferido para ir de vacaciones. Al comentarle que me interesaba ir ahí me contestó que no habría problema, le llamaría a su tío por teléfono para que me recibiera, me había contado que el señor Candelario era un hombre muy hospitalario y que me daría hospedaje con mucho gusto, ya que en ese lugar no había hoteles ya que la comunidad era muy pequeña.

III

Hacía las siete de la mañana abrí la maleta y rompí una camisa. Ese pedazo de tela se lo puse a Zeus a manera de vendaje, cargué mi maleta, caminé a toda prisa hasta la central de autobuses, compré un boleto y abordé.

Ya de regreso en la cuidad me fui a mi departamento, le lavé la herida a mi perro que empezaba a verse debilitado por la perdida de sangre.

Me di una ducha, me cambie de ropa y le llamé al veterinario para concertar una cita de inmediato, así me llevé a Zeus a recibir atención médica, unas horas después descansábamos en el departamento.

Al día siguiente recibí una llamada a mi teléfono celular, era Santiago que quería saber si yo aún seguía en el pueblo debido a que lo habían mandado llamar. Lo cité en la cafetería en la que nos habíamos visto la semana anterior, a las cuatro de la tarde.

Le suministre el medicamento a Zeus y salí a reunirme con Santiago.

Él estaba un poco alterado ya que le habían dicho que sus tíos habían muerto y quería saber que había pasado.

Le conté lo que había sucedido con una evidente consternación y me disculpé por no haberle informado sobre la situación, pues en aquellos momentos el miedo me cegó por completo. Me contestó que no había problema que sabía perfectamente que el viejo Nepomuceno y su tío ya habían tenido disputas con anterioridad y que él había escuchado algo sobre que era nahual aunque nunca lo había creído.

Nos despedimos, Santiago se veía afectado por la situación me dijo que en la noche se iría al pueblo y que me llamaría desde allá para mantenerme informado de la situación.

Durante una semana no supe nada de él, así que decidí hablarle por teléfono, no contestó. Me sentí preocupado.

Unos días después recibí una llamada, era mi amigo que me pidió que por favor fuera por él al pueblo ya que se había accidentado y no le era posible caminar.

Le dije que haría lo posible por salir esa misma noche. Algo raro noté en la voz de Santiago, supuse que era la tristeza de haber perdido a sus familiares.

Esta vez hice mi maleta pero fui a encargar a Zeus con el veterinario, ya que en esas condiciones era imposible llevarlo conmigo. Llevé conmigo un cuchillo cerré mi departamento y me fui a la central de autobuses en camino al pueblo.

Eran las nueve de la noche.

El amanecer me sorprendió llegando al mismo lugar, esta vez nadie me recibió, nada quedaba del brillo de la primera vez que estuve ahí, el aire era denso, pasé junto al río y esta vez el agua se veía de un verde oscuro, muy turbia, la hierba estaba seca, el panorama lucía bastante lúgubre, un escalofrío recorrió mi piel, pero seguí avanzando, llegué a la casa. Antes de entrar el miedo me paralizó nuevamente; después de unos instantes pude entrar, vi en los muros y en las puertas las huellas de la batalla. Me recibió un hombre de unos cincuenta años, era el hijo de Don Candelario quien me explicó que después del funeral de sus papás Santiago se había caído a la orilla del río lastimándose un tobillo , me llevo a su propiedad. Ahí estaba Santiago, tenía el pie derecho entablillado, comí con él, le  dije que se preparara porque me lo llevaría ese mismo día de regreso a la ciudad, aceptó sin reparos.

Unas horas antes de partir una turba presidida por el consejo de ancianos llegó a la propiedad, el hijo del señor Candelario salió a recibirlos.

El padre del viejo Nepomuceno exigía justicia ya que le habían matado a su hijo y quería una reparación de daño, sangre exigía sangre. Tomé valor y salí a decirles que mi perro había muerto en la ciudad y que la deuda ya estaba cubierta.

Eran cincuenta personas aproximadamente. El padre del extinto Nepomuceno, un hombre ya en los noventa años y habló en una lengua que no conocíamos con el primo de Santiago que solo asintió con la mirada.

El hombre nos miró y nos dijo:

-Lo siento muchachos la justicia es la justicia y los dejó entrar. La turba nos tomó presos, Santiago intentó defenderse pero a machetazos lo silenciaron, pude ver la sangre salpicando alrededor y un grito ahogándolo en el sueño profundo de la muerte.

A mí me llevaron a casa del viejo Nepomuceno, me tuvieron amarrado y amordazado por varias horas.

Al caer la noche se presentaron varias mujeres que llevaban hierbas, incienso y otras cosas entre la multitud pude ver al primo de Santiago. Iniciaron un ritual entre cantos en ese lenguaje que yo no entendía. El padre de Nepomuceno encabezaba el ritual, tomó un líquido de una vasija de barro y me lo escupió en la cara, sacó un cuchillo de obsidiana con el que me hizo un corte en el pecho, vi brotar mi sangre que cayó en un plato de barro que estaba en el piso, después trajeron ante mí el cuerpo de Nepomuceno en evidente estado de putrefacción, mismo del que extrajeron sangre descompuesta y mezclaron en el plato con mi sangre, después de unos cánticos y una especie de consagración todos bebieron esa mezcla. Yo no podía hablar me echaron humo de las hierbas que estaban quemando, me sentía mareado y mi visión se nubló, pude ver cómo una anciana acercó el plato con sangre a mi boca forzándome a beber esa porquería, no pude más. Me desmayé. Unos días me dejaron ahí amarrado en un camastro de piedra. Una de esas noches empecé a sentir que me ardían las entrañas, comencé a gritar pidiendo ayuda, una niña corrió a avisarle a los habitantes de la casa que comenzaron a gritar algo como:

“Xiquenda ku-zii kuxhii Nahual ti-nizhe layi”

El primo de Santiago se acercó a mí para traducírmelo:

“Se ha hecho justicia, él es nuevo Nahual”.

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