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Un sutil aroma a otoño: del Nuevo León al Juárez I

Por: Julieta E. Libera Blas

Cuando lees en los periódicos sobre estas tragedias que pasan en el mundo, piensas, “qué pena…”, pero no puedes darte cuenta de lo que es hasta que lo estás viviendo”
Plácido Domingo

Queridas y amables lectores:

Aquella mañana de septiembre Aurelio se levantó más temprano que de costumbre, se alistó para ir a la escuela. Se despidió de sus padres y se dirigió rumbo al Archivo General de la Nación. Una vez que pisó sus instalaciones miró su reloj, eran las siete en punto de la mañana. El prefecto Alejandro, un tipo amigable que poseía una carpeta en donde llevaba los horarios de profesores, directores, horarios de clases y demás; se asombró al verlo preguntándole qué hacia ahí si su grupo entraba a las ocho de la mañana. Aurelio lo miró extrañado, él le mostró la carpeta, efectivamente entraba a las ocho. Bien, ya estoy aquí, ¿qué hago ahora? se dijo a sí mismo mientras caminaba sin un plan en mente. Sin más caminó hacia la biblioteca que se ubicaba en el tercer piso del edificio. Al entrar se encontró con la simpática Anita, una bibliotecaria amigable, a esa hora nadie más que ellos estaban en la biblioteca. Se saludaron con una amable sonrisa. Buscó un lugar cómodo para pasar aquella hora cuando la tierra comenzó a cimbrarse estrepitosamente. Anita y Aurelio se miraron sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Sus rostros eran de horror al verse envueltos en esa marejada de miedo y de una extraña fuerza que los hizo caminar de prisa hacia las escaleras, alejándose de los ventanales y poder atravesar el largo pasillo. Casi al llegar a la planta baja Aurelio escuchó un fuerte estruendo, era el edificio que se cuarteaba. Su corazón se agitó, tenía miedo, pensó en su madre Delia, en su padre, en su familia, ¿estarían a salvo? Aurelio salió corriendo del lugar, no supo más de aquello. Caminó hacia Eduardo Molina, al llegar a su casa su madre Delia se encontraba bien, horas después llegó sano y salvo su amado padre.

En compañía de su amigo José Zapata escucharon por la radio el boletín informativo, quedaron impactados al saber la magnitud de la tragedia. Aurelio y algunos de sus amigos fueron rumbo al edificio Nuevo León con la esperanza de ayudar. El Dr. Efrén Fajardo se presentó al lugar con su equipo de alpinismo: piolets y cuerdas, pretendiendo participar en los rescates pero le negaron la entrada. Se encontraban soldados que habían instalado un cordón de seguridad que contenían con la mayor de sus fuerzas, viéndose sobrepasados por tanta gente que se presentó. Era una marea de buenos samaritanos intentando quitar piedra por piedra para salvar a todas esas almas que habían quedado atrapadas dentro de aquellos escombros. Nunca olvidarán con cierto dejo de incertidumbre aquel pedimento un tanto lastimoso cuando uno de los soldados gritó: “¡Si no tienen familiares, váyanse mejor! ¡Esto está de la fregada!

Todo era desconcierto, histeria y horror; un mundo de lágrimas y desconsuelo. Una vez que dijo eso el soldado la gente gritó desesperada pensando que se vendría abajo el edificio que estaba a lado del Nuevo León, todos corrieron hacia ningún lado. Después se percataron que sólo había sido la perspectiva, pues donde se ubicaban parecía que sucedería otra tragedia, ya que la nube de polvo les indicaba que el edificio pronto colapsaría. Se marcharon de aquel infierno rumbo a sus casas. Al llegar, Aurelio junto con algunos queridos amigos, Alejandro Benavides y José Luis Silva hicieron brigadas para llevar agua a la colonia. En la Secundaria número 5 se facilitaron grandes tambos para recolectar el agua y pudiera ser repartida.

Fue una noche larga; sin agua, sin radio ni televisión por la falta de luz; el silencio de la noche como plomo los abrazó estrujándoles los corazones, ahí se percató de la suerte que tuvo aquella mañana porque pudo haber muerto en aquel edificio. “Tengo la dicha de estar vivo y poder narrar lo sucedido aquel jueves cuando era un estudiante que haciéndole caso a su error se presentó una hora antes del horario de su clase. Tuve suerte porque muchas casas cercanas a la nuestra se cayeron y varias personas murieron. Gente que murió en el Nuevo León, en el Juárez, en el Conalep, en cientos de lugares, hoteles, restaurantes. La ciudad cambió, hoy lo narro. No me tocaba.”

Septiembre 19, el Nuevo León

Esta es una de las tragedias que sucedió cuando yo era una niña, a la fecha me sigue impactado de tal manera que aún se me estruja el corazón al escuchar las historias de horror y desgracia que se continúan descubriendo por personas involucradas directamente. Familias enteras perdieron la vida pues apenas se disponían a comenzar sus días, algunas quedaron en sus camas porque aún dormían o quizá miraban televisión, en los baños porque tomaban una ducha, en los comedores porque apenas tomarían sus alimentos antes de salir a sus trabajos o a las escuelas. Otras que se quedaron en las escaleras o pasillos al intentar escapar sin éxito. Mujeres y Hombres se quedaron solos, sin su pareja, sin hijos o hasta sin padres.

La vida se presentó aquel jueves 19 a las 7:15, la ausencia de la vida misma enlutó a los corazones para afligirlos.

Algunas heridas cerraron, otras cada año se abren, sangran, supuran. Algunas personas vivieron, otros renacieron, otros más apenas si tenían horas de nacidos. Personas que siendo ajenas a dichos lugares se prestaron a ayudar a su prójimo, sacarlos con vida era el objetivo, desgraciadamente algunos sólo se marcharon dejando un cúmulo de recuerdos. Cuerpos que fueron reclamados en esos mismos lugares o que tuvieron el infortunio de andar durante días y horas para poder reencontrarse con los seres amados. Ahora era el tiempo de descansar eternamente, el Campo de Beisbol Parque Delta sirvió como anfiteatro. Hoy, este lugar está vacío de aquel terrible suceso, es una plaza comercial que lleva el mismo nombre, no tiene ni un solo recuerdo de aquellos que perdieron la vida aquel jueves por la mañana. Una placa que nos haga recordar a los rescatistas, a los voluntarios. Una placa conmemorativa que nos haga pensar que ese lugar por algunas horas fue un anfiteatro y que gracias a éstas personas que ayudaron sin pedir nada a cambio, pudieron ser depositadas en ese campo para que sus familiares los reclamaran y así trasladarlas a un lugar de reposo.

Conjunto Urbano Nonoalco Tlaltelolco

Su nombre oficial es Conjunto Urbano Presidente Adolfo López Mateos de Nonoalco Tlaltelolco, conocido como Tlaltelolco que significa “montículo de arena.” En náhuatl se interpreta como Tlatelli, terraza o Xaltilolli, punto arenoso. El lugar en donde se asienta este conjunto de edificios se considera como Patrimonio de la Ciudad de México, está ubicado alrededor de la Plaza de las Tres Culturas, la Zona Arqueológica de Tlaltelolco y la Torre de Tlaltelolco en donde hoy se ubica el Centro Universitario Tlaltelolco de veinticinco pisos. Del otro extremo se encuentra la Torre Insignia diseñada por Mario Pani para Banobras.

Su construcción comenzó en 1960 por el arquitecto y urbanista mexicano Mario Pani y Ricardo Robina, en este lugar se encontraban los baldíos del Sindicato Ferrocarrilero, almacenes pertenecientes a la estación Buenavista y talleres de la empresa La Consolidada. El instituto de Ingeniería de la UNAM participó en el estudio de las estructuras de las cimentaciones del lugar; se utilizaron cascarones de concretos invertidos con una notable economía en costos.

El conjunto fue inaugurado el día 21 de noviembre de 1964 por el Presidente López Mateos y contaba con 11,916 departamentos, 102 edificios, 688 locales comerciales, 649 cajones de estacionamiento. Incluidas veintidós escuelas, seis hospitales y clínicas, tres centros deportivos, cuatro teatros, un cine, doce edificios de oficinas administrativas, central telefónica. Carlos Monsiváis la llamó: La utopía del México sin vecindades.

Estos edificios se concibieron pensando en que sería La Ciudad del futuro. Fatal error ¿cómo construir en una ciudad sumamente sísmica, en una zona lacustre? ¿Con un suelo tan inestable? Veinte años después se derrumbó el edificio Nuevo León dejando dolor, tristeza, angustia, desgracia, rabia. Algunos de los habitantes del lugar pudieron salir ilesos, otros no tuvieron esa oportunidad. Otros tantos que vivían alrededor se preguntaban con nerviosismo, ¿en dónde estaba el Nuevo León? la respuesta la obtenían al mirar hacia el suelo, atraídos por la nube de polvo que se había formado al desplomarse el edificio. Todo fue un desastre, la rabia de preguntarse sin obtener respuesta del por qué se derrumbó. Desde su construcción se sabía que algo estaba fallando en ese edificio sólo que sus voces no fueron escuchadas. Pocos fueron los días que tuvieron para intentar salvar a las personas que se encontraban dentro de los escombros pues la urgencia de limpiar el lugar era prioritario. No dejar ni una piedrecita para que no hubieran responsables, ni pruebas, nada que culpara a nadie y seguir esperando como si nada la fecha para recibir a cientos de invitados al país para celebrar el Mundial de futbol, México ´86.

A finales de 1969 e inicio de 1970 se detectaron hundimientos en el edificio haciéndolo inclinar a finales de esa década. En Noviembre de 1984 no se le había dado mantenimiento a los pilotes de control, el cajón de cimentación se encontraba lleno de agua tanto freática como pluvial y hasta aguas negras, se recomendó el urgente mantenimiento. Sin embargo y a pesar de los esfuerzos de los habitantes de este lugar fueron ignorados por las autoridades a pesar de que sabían que estaban en riesgo; fue hasta 1985 que decidieron agendar el mes de agosto para empezar con las cimentaciones pero llegó el 19 de septiembre y la desgracia ocurrió.

Lo único que quedó de pie del Nuevo León fue su Modulo Sur el cual demolería sin tener ni siquiera un peritaje, no podían derribarlo en esas condiciones. Sin embargo, el día 7 de abril de 1985 bajo la orden del regente Ramón Aguirre Velásquez se solicitó su demolición, para el día 15 de abril se solicitó nuevamente a pesar de que la Procuraduría General de la República no había comenzando ni siquiera las investigaciones, era evidente que nadie estaba interesado por esta situación tan lamentable. Se hicieron tres peritajes en donde confirmaron que la estructura del Nuevo León estaba construido con pésimos materiales, faltantes de éstos, pedazos de cimbra mezclados con concreto. Otros se encontraban corroídos, las columnas de hierro eran de tres tipos de materiales diferentes. El día 24 de Agosto de 1986 se demolió con explosivos el Módulo Sur del edificio Nuevo León, todas las pruebas para hallar culpables fueron desaparecidas. Se culpó a todos, menos a los indicados. Se culpó al terremoto, menos a los indicados. Al final, no hubo culpables ni responsables, sólo el halo de la pérdida y la desgracia quedaron para los dolientes.

Dato, ¿curioso?

  • El ingeniero Raúl Pérez Pereira fue un hombre que perdió a casi toda su familia en los edificios de la calle Tehuantepec no. 12. En ese lugar fallecieron casi la mayoría de sus habitantes. Él fue quien presionó a las autoridades para que esclarecieran la caída del edificio Nuevo León y hubieran responsables, sólo lo hizo en pos solidario a las víctimas y sus familiares.
  • El ingeniero se presentó al edificio Nuevo León el día 18 de Agosto de 1986 para hacer un cuarto peritaje pero el personal del Ejército Mexicano le negó la entrada por no ser parte del equipo de ingenieros que astutamente impuso el gobierno. Ahí se fue la oportunidad para tener pruebas contundentes para cazar a los responsables.
  • Para el Ingeniero Pereira el edificio Nuevo León se vino abajo debido a la falta de mantenimiento pero lo más grave es que los planos originales que se trazaron para esta obra no eran los mismos al que se construyó.
  • Uno de los fundadores manifestó, al desear proteger a las demás empresas que tuvieron que ver con su construcción: “El edificio estaba bien construido no se encontró ninguna responsabilidad, simplemente el sismo lo sobrepasó.”

El espacio en blanco, Plácido Domingo

Como recordatorio se encuentra un reloj de Sol que se quedó parado a las 7:19 am. Más de cuatrocientas vidas perdidas, más de cuatrocientas sonrisas apagadas. El enorme precio de haber querido ser La Ciudad del Futuro; de un futuro que nunca llegó. Tal vez el bullicio era ensordecedor, pero para las personas que sabían que sus familias se encontraban en el lugar probablemente sin vida, todo era silencio.

Plácido Domingo, tenor español, se encontraba en Chicago cuando su esposa Martha le comentó sobresaltada que en México había ocurrido un temblor, por un momento pensaron que no era algo de gravedad pues sabían que es un país altamente sísmico. Después la urgencia, el temor al ver la tragedia lo hizo viajar al país para saber de sus familiares y darle consuelo a su madre y tía, que esperaba noticias de su hijo, nuera y de su pequeño hijo que vivían en el edificio, así como de sus hermanos y su cuñada. La señal para encontrar los cuerpos de sus familiares fue un disco autografiado que estaba entre los escombros. Toda esperanza se esfumó, las lágrimas le brotaron como a un niño.

Desgraciadamente todos fallecieron en el lugar; al matrimonio Embil los encontraron abrazados, así como a los demás miembros de la familia. Dos de los sobrevivientes de ese departamento fueron la nuera de su tía que se encontraba embarazada, afortunadamente Agustín, hoy ya adulto, sobrevivió. El hijo del terremoto, así lo nombró Plácido Domingo durante una entrevista para una revista digital.

A pesar de que encontraron los restos de los familiares de Plácido Domingo no abandonó el campamento sino que utilizó su posición para seguir siendo voz para pedir ayuda a los ciudadanos, y herramientas que se necesitaban con urgencia. Trabajó en las ruinas sin importarle nada. Ayudó económicamente a los damnificados; el amor hacia el país y a su familia era enorme. Cuando el gobierno le otorgó una reconocimiento por su gran labor, Plácido Domingo se sintió conmovido pues él no pretendía ser vitoreado por ayudar a su prójimo, se supone que así debe de actuar cualquier ser humano. Además de este reconocimiento, en el lugar en donde se encontraba el edificio Nuevo León se instaló un busto con su imagen. Uno de los recuerdos que tiene Placido Domingo de admiración y respeto, son a Los Topos, del cómo tuvieron la capacidad de entrar y salir por donde quiera, arriesgando sus vidas, por puro amor al prójimo.

Treinta años después Plácido Domingo dio un concierto a todas las personas que estuvieron involucradas aquel jueves fatídico en Tlatelolco. Fue tan emotivo que la lluvia precoz de aquel momento no hizo mella en los presentes.

Sin duda la vida cambió, el paisaje de Tlatelolco; a mi parecer tiene un aire lúgubre. Es como si ya estuviera escrito que en ese lugar uno debe de recordar que la vida es una breve estadía en la Tierra y si no la aprovechamos, ya no habrá tiempo para arrepentirnos.

Gracias por la lectura, ¡Sean dichosos!

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