cuentos martes 17

Una noche de perros.

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

Después de tres años de trabajo continuo y unos cuantos ahorros presenté mi renuncia en el trabajo. Mi jefe y el director general me pidieron no abandonar mi puesto, hasta me ofrecieron un aumento sustancial de sueldo. No acepté;  ya que tanto física como mentalmente me sentía muy agotado. Ellos entendieron mi situación y finalizamos la relación laboral en los mejores términos. Gestionaron mi liquidación con gran disposición y como mi labor en aquella empresa había sido muy buena, el señor director me planteó la posibilidad de regresar en un futuro, en caso de que mis proyectos no salieran bien.

Me brindaron una comida de despedida a la que asistieron todos los miembros de mi equipo de trabajo. Un momento muy emotivo que se prolongó hasta las diez de la noche cuando decidí regresar a mi departamento.

Al llegar me recibió Zeus mi compañero, que era un pastor belga que me había regalado mi papá antes de morir. Los siguientes días me dedique a descansar, al inicio de la siguiente semana y ya sintiéndome un hombre libre del estrés y los compromisos laborales; preparé un par de maletas y mi mochila. Decidí hacer un viaje a provincia con la intención de desconectarme del bullicio de la ciudad.

Me fui a la central de autobuses, compré un boleto sin fecha de retorno, abordé el autobús ya entrada la noche, me acomodé en mi asiento, apagué el teléfono celular, saqué de mi mochila un libro mientras se escuchaba el ruido del motor encendido del autobús que se puso en marcha hasta abandonar la cuidad.

II

El autobús inició el recorrido por la autopista, dejando los grandes edificios atrás, estaba absorto en mi lectura, abrí la cortina para observar por la ventana y ante mí un manto estrellado en una noche tranquila, me sentí contento.

Tres horas después hicimos una escala a unos metros de una caseta de cobro, aproveché para ir al sanitario y después pasé a la pequeña cafetería en donde pedí un café americano y un sándwich para continuar el camino. Al retomar la ruta, yo regresé a la página del libro en la que me había quedado.

El autobús se demoró cinco  horas más en llegar al pueblo. Era una comunidad de no más de trescientos habitantes. Uno de mis ex compañeros de trabajo me aconsejo ir ahí, en sus palabras era el mejor lugar para descansar y ahí vivían sus tíos a quienes previamente les había llamado por teléfono para que por favor me recibieran.

En punto de las ocho de la mañana arribé a la central camionera de aquella comunidad. Ahí me estaban esperando el tío de mi amigo y su esposa. Me estrechó la mano con un apretón firme como el de los hombres del campo. Su nombre era Candelario y su esposa Jacinta ambos rondaban aproximadamente los setenta años.

Me llevaron caminando una hora hasta llegar al pueblito, en el camino pasamos junto a un riachuelo de un color verde esmeralda hermoso, subimos una loma y al fin llegamos a su casa, era un pedazo de tierra enorme, con una cerca de madera, pude ver la finca en donde me iba a quedar, era una casa de un nivel. El señor Candelario me dijo que pudo construir porque sus hijos se habían ido a probar suerte a Estados Unidos y le mandaron dinero para hacer su “jacal”.

Al pasar al vestíbulo la hermana del señor me ofreció un delicioso champurrado a manera de bienvenida, me instalaron en un cuarto pequeño a un lado de su cocina. Dejé a Zeus amarrado a un lado del gallinero mientras el señor me llevó a ver la extensión de su terreno. Además de las gallinas tenían diez chivos y una mula que usaban para el arado. Después del recorrido quedé exhausto y me retiré a darle de comer a mi perro y me fui a descansar.

Me levanté en horas de la tarde, el señor Candelario no estaba, su vecino el señor Filiberto me dijo que se había ido a vender unas gallinas. En aquella comunidad estaba prohibido que las mujeres hablaran con extraños, entendí y por eso busque la ayuda de los hombres que tenía cerca. Las dos primeras semanas me la pasé leyendo al pie de la finca, aproveché para visitar el río. Zeus no parecía del todo cómodo, poco antes de oscurecer decidí regresar y en el camino me dijo Don Filiberto que no era bueno que anduviera tarde por el río ya que a veces los espíritus del monte salían a llevarse a las almas. Me disculpé y me metí a la finca pensando en que esas cosas eran meras supersticiones. Al llegar estaba ahí el señor Candelario quien me acompañó a cenar y de la misma manera me dijo que no me anduviera de noche por el pueblo porque había cosas malas en el aire y que tuviera cuidado de no dejar a Zeus suelto. Después de la aclaración me ofrecieron mezcal y una exquisita comida cocinada con leña. Entre el cansancio y el mezcal, me fui a mi cuarto y me quedé dormido.

Desperté al siguiente día, me acordé de que no había amarrado a mi perro, salí a buscarlo justo al claro del alba, no lo encontré, pensé que en el transcurso del día aparecería ya que era una mascota bien educada y nada agresiva.

Así pasaron tres días y mi amigo no había regresado, me sentí angustiado al pensar que lo había perdido para siempre, una semana después regresó a la finca, venía sucio pero sano.

El señor Candelario llegó a la casa dos horas después con un semblante de molestia, me dijo que mi perro fue encontrado en los terrenos de Don Nepomuceno, un señor muy serio y de mal carácter; que lo mejor era ir a su casa ya que Zeus se había comido tres gallinas y estaba furioso y había hablado de matar a ese perro a machetazos.

Esperé a la tarde hasta que el señor Nepomuceno llegará a su casa y muy humilde le ofrecí una disculpa por la conducta de mi perro y saque de mi cartera un poco de dinero para intentar remediar el daño.

Pareció ofenderse y me dijo que la única manera de remediar las cosas era que yo le diera al perro para que lo matará a machetazos, a lo que me negué rotundamente, opté por salir de su casa mientras él me gritaba en un lenguaje que yo no podía entender. Don Candelario me dijo que mejor hiciera lo que me habían pedido ya que ese tal Nepomuceno tenía fama de ser muy rencoroso. Aún con esa advertencia no accedí a sacrificar a mi perro ante la crueldad de un septagenario loco, que era hijo del líder del concilio de ancianos que dirigían al pueblo, la querella fue llevada hasta el consejo y se me ordenó entregar a mi mascota para ser asesinado y ahora ante la mirada de todo el pueblo, Don Candelario y Don Filiberto trataron de negociar la situación pero fue imposible y al final me dijeron que tenía que aceptar la decisión del consejo y me daban hasta el siguiente día a las siete de la mañana para hacer lo que me exigían, la justicia debía de ser igualitarias, la vida de mi can a cambio de las gallinas que se había comido. Cosa en la que no estuve de acuerdo. Así que decidí escapar del pueblo al anochecer, me metí a mi cuarto el resto del día a empacar mis cosas con Zeus amarrado atrás de la puerta, esa noche no asistí a la cena, nadie me buscó. Al estar leyendo me quedé dormido. Un ruido me despertó, revise mi reloj. Era la una de la mañana, de pronto escuché un balazo y un grito de mujer, permanecí atrás de mi puerta pero un ladrido de Zeus me delató, abrí la puerta rápido y salí corriendo entre la oscuridad tratando de escapar tropecé con algo al encender la lámpara de mi teléfono noté que era el cuerpo de la señora Jacinta hecho jirones una masa de sangre y carne totalmente desgarrado en el piso y don Candelario estaba tirado a su lado muy malherido y con un rifle en la mano. 

El miedo me paralizó, sentí un escalofrío y al voltear vi frente a mí un ente erguido en dos patas con los ojos rojos y las fauces abiertas escurriendo de baba y sangre, con un olor putrefacto con garras enormes.   Zeus ladró  furioso y escuché un gemido y sangre salpicando, era don Filiberto que le había disparado en la pata a  mi perro para evitar que se abalanzara sobre aquella figura demoniaca que tomo al señor Filiberto del cuello y con un fuerte movimiento le rompió el cuello. Yo caí despavorido; cuando pensé que ese ser espantoso me mataría.

Don Candelario se levantó y sacando fuerzas de flaqueza me apartó para hacer un disparo que se impactó en ese ser y me dijo:

-Salvase usted y su perro. Yo tengo cuentas pendientes con Nepomuceno.

-¿Nepomuceno? Pregunté desconcertado.

-Si, este maldito viejo es un nahual y me acaba de desgraciar a mi vieja.

Soltó otro disparo y este le dio en el pecho, tomé a mi perro que estaba herido y salí al patio. Una detonación más y un grito desgarrador. Después silencio.

Cuando me di cuenta ya había amanecido y mi perro estaba echado en  mi regazo, con una pata sangrante, pero aún con vida. Me revisé para ver si yo estaba herido, solo tenía una herida en mi brazo, entre a la propiedad por la parte trasera para sacar mi  maleta lo más rápido que pude, vi las paredes arañadas y manchadas de sangre, entré a la habitación dónde me hospedaba, tomé la maleta y la cartera que revisé para constatar que tenía el dinero suficiente. Salí por la parte de enfrente, por la cocina, donde se había gestado el enfrentamiento, me acerqué para ver si había alguien con vida.

El señor Candelario con el pecho desgarrado, con su rifle en las manos, el cuerpo de don Filiberto con el cuello totalmente retorcido, de doña Jacinta solo vi un pedazo de tela todo lleno de sangre, en la esquina al fondo vi un cuerpo desnudo que tenía tres balazos, uno en el abdomen, otro en el pecho y uno más en la frente, con sangre en la boca y los ojos abiertos, aún enrojecidos.

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