Por Marco Antonio Guerrero Hernández
Para Ramón mi querido hermano.
Recuerdo aquellos días en el carro de mi hermano, su primer auto. Era un sedán modelo ochenta y tres, color vino. En esas fechas tuve mi primera experiencia trabajando en el turno nocturno. Mi hora de entrar era a las once de la noche y él me llevaba hasta mi centro de labores, éramos dos jóvenes con ganas de devorarnos el mundo, aceleraba el carro hasta los ciento veinte kilómetros por hora. Con el estéreo a todo volumen escuchando canciones de Metallica y Molotov, nos sentíamos dueños del mundo, atravesando la ciudad de noche, al no tener que batallar con el tráfico mi hermano se pasaba los altos en cada semáforo, por fortuna no hubo accidentes que lamentar.
Antes de salir de casa compartíamos la cena. Él llegaba después de su jornada, siempre de buen humor y con la disposición de convivir un rato aunque sea ya que nuestros horarios estaban cruzados, cuando yo dormía él se iba a la refriega y yo regresaba justo cuando él iniciaba su día, así que había pocas oportunidades de vernos.
En esa etapa de nuestras vidas reencontramos ese vínculo de la infancia. A pesar de ser muy diferentes. Él siempre fue el sociable, el buen bailarín, el popular, de un carácter templado y mirada serena y yo en pleno enamoramiento de la literatura, el eterno soñador, el aspirante a revolucionario con ganas de cambiar el mundo y un discurso políticamente incorrecto influenciado por el socialismo y en medio de la paradoja siendo empleado bancario con ideas de levantarme un día en armas y reformar el país, alternaba mis días en la institución financiera y en los tiempos libres tratando de ser un luchador social apegado a las ideas de Marx y Engels tratando de hacer una rebelión por las letras con el poco entendimiento sobre los movimientos de izquierda sin reparar en que una revolución es un acto violento que se escribe con sangre y muerte (Lo sabía pero no lo podía comprender) él me escuchaba exponer estás ideas sin coincidir.
Ambos desde niños tuvimos fascinación con la adrenalina, nos gustaba columpiar de los árboles con un lazo y un pedazo de madera sujeto por dos argollas que mi padre nos construyó, varías veces salíamos proyectados por los aires para caer en un montón de hierbas que amortiguaban la caída. En otras ocasiones montados en bicicleta nos poníamos cada uno en un extremo de la calle después de una seña con el brazo a la distancia comenzábamos la carrera dándole con toda la fuerza de las piernas para acelerar y justo en medio de la calle chocar de frente y caer extasiados por la sensación que producto del golpe, llegábamos a casa con las rodillas sangrantes y la ropa rota. Había días en los que nos soltábamos de una pendiente a toda velocidad y sin apretar la manija de los frenos hasta impactar en una cerca de púas, el primero en hacer colisión era el ganador del reto, durante ese tiempo ganamos la mayor parte de nuestras cicatrices por todo el cuerpo, brazos fracturados y marcas de la batalla. Y cuando había desacuerdos se resolvían con una pelea a mano limpia para después dejarnos de hablar por unos días, ya pasado el enojo regresábamos a esas aventuras de “kamikaze”
Por ley de la vida crecimos y cada uno tomó su camino por desgracia uno nunca sabe cuando va a ser el último día de travesuras infantiles.
Mi hermano se casó y tiene tres hijos hermosos y yo decidí quedarme como el eterno soltero.
Ya instalados en los treinta y tantos años recibí una llamada suya.
-¡Carnal, se va a presentar Metallica en la cuidad, vamos a verlos, ya tengo los boletos!
Acepté su invitación sin dudarlo, hay momentos en los que el destino te regresa a los lugares dónde se han dejado huellas imborrables.
El concierto sería dos meses después de su llamada. Saber eso hizo que mi día pasará en total alegría ya que nunca habíamos acudido a un recital juntos y menos de una de nuestras bandas favoritas.
Un día antes de que se llevará a cabo el concierto, me despertó el timbre del teléfono, una voz femenina en la línea, se escuchaba temblorosa.
-Hola ¿Cómo estás?-
-Bien y tú?
Era la esposa de mi hermano, me sorprendió ya que por lo regular no hay mucha comunicación.
-Es que… No te vayas a espantar, todo está bien, pero tú hermano está en el hospital, ayer tuve que ir por él a su trabajo ya que se puso muy mal del estómago.
A veces la imaginación vuela muy rápido y hace que la gente especule con los peores escenarios.
Sentí como si me cayera un balde de agua fría y seguí escuchando.
-Por ahora lo estabilizaron, está despierto y consciente, su voz se quebró, dice que te quiere ver.
Salté de la cama y me metí a bañar, me puse el primer pantalón que encontré, ni siquiera estaba planchado (Mi madre nos educó a las formas antiguas y era de muy mal gusto para ambos salir desaliñados a la calle) una playera de algodón y una sudadera negra, saqué mi cartera, las llaves del carro y me fui de inmediato a la clínica. Ahí encontré a mi cuñada, su rostro estaba pálido y sus ojos húmedos, la abracé para reconfortarla, me dio detalles de como había sucedido todo y estaba en espera de un diagnóstico ya que lo habían ingresado de emergencia y justo cuando llegué se lo habían llevado para hacerle estudios.
Pasó un lapso de tiempo que yo sentí eterno, después el médico responsable del turno pidió hablar con la esposa de mi hermano, la acompañé y el parte médico ya tenía un diagnóstico: tenía muy inflamada la vesícula y tenían que practicar una cirugía de emergencia y en el transcurso de las siguientes veinticuatro horas ya que tenía el riesgo de reventarse y ocasionar su fallecimiento. Así que el doctor pasó el trámite a la trabajadora social para iniciar el proceso administrativo y firmar las autorizaciones necesarias.
Ya resuelto el papeleo, mi hermano fue ingresado al quirófano, era el día del concierto y a mí me invadió una tristeza colosal, después de varios años sin fumar prendí un cigarro para amainar mi tensión.
Entre lágrimas mi cuñada me dio los boletos del concierto, los doble restando importancia a la presentación del grupo de rock. Tres horas después nos informaron que el procedimiento había sido exitoso y que mi hermano estaba fuera de peligro y que dormía efecto de la anestesia, lo veríamos al siguiente día y en el transcurso de la semana y dependiendo de su evolución lo darían de alta. Así pasaron cuatro días y regreso a su casa, con extremos cuidados su recuperación fue lenta.
El año pasado se anunció nuevamente un show de la misma agrupación, sin pensarlo adquirí las entradas, ese fue su regalo de cumpleaños. Esta vez no hubo contratiempos y asistimos al concierto, en el clímax de la presentación dejé escapar unas cuantas lágrimas al recordar el sedan color vino y esas noches de música y semáforos que dejamos atrás…


