Por Marco Antonio Guerrero Hernández
Nos prometieron que los sueños podrían volverse realidad. Pero se les olvidó que las pesadillas también son sueños…
Oscar Wilde.
Y tú, ¿a qué le tienes miedo?
-A mi propia mente.
Somos presas de nuestras pesadillas.
II
El viaje en taxi de esa tarde parecía tranquilo. El operador de la unidad era un ex compañero de la escuela. Él se había quedado sin trabajo y su única opción fue emplearse como taxista de medio tiempo mientras busca otro empleo para poder llevar el sustento a su casa.
Había un poco de tráfico. Yo aún llevaba tiempo de sobra porque tenía la costumbre de salir con mucha anticipación para llegar puntual a trabajar. A pesar de eso el taxista tomó un atajo, subió por una avenida de terracería, forzó el auto al subir a un montículo de tierra sin darse cuenta que era el final del camino. El carro salió proyectado hacia abajo, no advirtió que había un barranco. El vehículo se estampa contra una piedra enorme, empiezo a escuchar como se retuercen los fierros y el toldo me aplasta. Me arde la garganta, no puedo respirar. Grito desesperado pensando en que estoy ante el momento de mi muerte. Despierto y estoy en mi cama, sudando en medio de la madrugada. Ha sido un sueño. Me siento muy asustado y permanezco el resto de la noche sin poder dormir.
III
La tarde está lluviosa, hoy me toca entrar a trabajar en el turno de la noche. Dormí unas cuantas horas durante el día para mantenerme fresco en mi horario laboral; también preparé de comer, en estos días hay que estar en plena disposición para asistir al turno que soliciten los directivos, nos han prometido un premio económico y no me quiero quedar sin él. Hay mucha competencia. En esta empresa las oportunidades son escasas por eso hay que sacar provecho de lo poco que nos ofrecen. Aspirar a un ascenso es privilegio de muy pocos. Ya que aquí predomina el nepotismo y si no eres amigo, pariente o conocido de alguien que tenga algún cargo importante en la compañía, lo único que queda es quedarte mirando a los que dominan y obtienen rápidamente posición de poder.
Después de levantarme comí y me di una ducha, me puse la ropa de trabajo y cargue con mis alimentos. La lluvia apretaba y las ráfagas de aire eran intensas. Por suerte vengo bien pertrechado. Un impermeable de plástico y mi sombrilla me ayudan. Bajé a la avenida a esperar el autobús que a esta hora pasa semivacío; subí y antes de tomar asiento me quité el impermeable y cerré el paraguas, ambos los guardo en una bolsa y los echo a la mochila. El trayecto inicia y yo saco un libro que empiezo a leer mientras dura el viaje. Diez minutos después el autobús se para, hay varias patrullas. La avenida está bloqueada, no hay paso en ningún sentido. Solicito bajar de la unidad, es necesario encontrar otra ruta para no llegar tarde a mi centro de labores. Al bajar del camión además de las patrullas hay muchos elementos de la policía, hay incluso un cerco militar y un oficial con altavoz tratando de negociar para que abran paso en la avenida. Avanzo y un oficial me impide el paso. Es tanta mi prisa y mi desesperación por salir de ahí que busco con la mirada alguna parte de la valla que no esté vigilada. También hay gente de la prensa transmitiendo en vivo. De esta manera me entero de que hay unos tipos que han obstruido el paso y tomaron rehenes. Prácticamente a empujones logro abrirme paso y encuentro el lado de la cerca que estaba buscando, sólo hay un oficial haciendo guardia. Un reportero se acerca a preguntarle algo y en ese momento pierde de vista su flanco, lo que aprovecho para colarme y avanzar. Voy a paso apresurado ocultándome entre los coches que bloquean la calle. De pronto escuchó que alguien me dice con voz firme:
-¿A dónde vas cabrón?
Tiene un arma y me lleva con el líder de los secuestradores.
Es un tipo espigado y con barba. Me da una bofetada y me pide que me identifique. Yo contesto:
-Por favor señor no me haga daño, solo quiero llegar a mi trabajo.
-¡No te hagas pendejo, eres policía!
-No señor se lo juro por mi madrecita santa, voy a mi trabajo.
-Eso lo veremos.
Me lleva al frente de la barricada, ahí solamente la valla lo separa de los militares y demás representantes de la autoridad.
-¡Miren lo que hago con su infiltrado!
Me empuja y caigo de rodillas frente a él, le hago una última suplica.
Un calor envuelve mi rostro y veo una bala…
Suena la alarma de mi despertador. Estaba soñando. Me tengo que levantar porque hoy me toca trabajar en el turno de noche.


