Por Marco Antonio Guerrero Hernández
I
Prendí un cigarro entre la penumbra de mi habitación tratando de escribir algo coherente, a veces las ideas no llegan y la fatiga mental duele porque no siempre hay un sendero lúcido que conduzca a la aspiración deseada.
Miro la lluvia desde la ventana, se ha ido la energía eléctrica me queda la luz de los relámpagos y las velas que tímidas señalan al papel. Se escuchan las gotas que se estrellan en la ventana.
¿Qué hay en los ojos de un escritor? Me pregunto tratando de adivinar las señales de la noche.
Sacó mi viejo cuaderno tratando de buscar alguna línea suelta que me haga pensar en darle desarrollo y recuerdo que algunas noches tengo pesadillas que me despiertan de forma súbita y me levanto a cazar hadas.
Observo de reojo mi librero y veo las obras completas de Rimbaud y “Aullido” de Ginsberg.
¿Qué hay en los ojos de un escritor?
Hay lágrimas y ayeres, perlas tiradas en el suelo y veladas infames, donde se refugia el ansia del descanso eterno. Hay amaneceres amargos y tragos sin terminar. Hay café y recuerdos que se pierden al ritmo de blues. Hay desencuentros, nostalgias, incluso mucha ira porque no sólo se escribe con el corazón en la mano. Se escribe con el hígado y los riñones, con los intestinos y lo más importante se escribe con el razonamiento.
II
Rememoro las clases de literatura con aquel escritor cubano que nos decía que eso de “las musas” no existe, que son patrañas. Cuando se está atorado en un bache y las letras no salen lo mejor es tener a la mano un trago de vodka y una máquina de escribir.
III
Un viaje al pasado y me asalta la memoria. Empecé a escribir poesía a los dieciséis años como una distracción, tal vez para agradar a alguna chica. Haciendo mi servicio social en la biblioteca de la preparatoria leí a algunos poetas clásicos de las letras hispanas: Neruda, Octavio Paz, Salvador Novo, Sor Juana Inés de la Cruz, etcétera. Cuatro años después ya tenía mi primer poemario al que llamé “Cuando la ausencia hiere” con una marcada influencia de los autores ya citados. Después de una charla con un amigo psicoanalista quién me recomendó a un poeta francés llamado Charles Baudelaire descubrí la corriente de la poesía parnasiana, me maraville entre sus paraísos artificiales y conocí a otros escritores que me hicieron sentir el ser humano más pequeño del mundo. El cambio tan radical de lecturas me permitió una nueva visión, me expandió hacia una forma de escribir absolutamente visceral.
El paso de los años me trajo más y más poemas, algunos buenos; otros de muy mala calidad y en ese punto ingresé a un taller de creación literaria, ya que nadie puede tener un parámetro hasta que se mide en las palabras de otros.
V
Una ex novia consiguió trabajo como asistente del editor de la sección de deportes de un diario de circulación nacional, mismo que yo solía comprar todas las mañanas. Este señor además de ser el encargado de esa área tenía un espacio para publicar columnas con relatos de su autoría al más puro estilo de Bukowski, sus historias siempre hablaban de desamores y mujeres fatales que le fastidiaban la existencia a los personajes.
Un día el editor salió de vacaciones. Dejando al mando a la chica con la que yo salía, ella al no tener idea se como construir una narración corta y sabiendo que yo ya tomaba clases de escritura creativa me pidió ayuda. Un joven en sus veintitantos que sólo escribía poesía fue la única solución que encontró. Y dí el salto al cuento. Tratando de copiar su estilo nació “Delirios de indecencia” que hoy en día es un proyecto de novela que está enlatado y en espera de ser terminado. No me había percatado de que ese paso fue una evolución en mis letras. Al final después de una pelea con el editor a ella la despidieron para después acabar con nuestro idilio y mi historia jamás fue publicada. La dejé ahí y seguí en mis cursos hasta que un día la desempolvé y con los conocimientos que ya tenía la fui limpiando hasta eliminar todo lo que se parecía a la copia de un texto para alguien más. Le agregué algunos toques personales y la presente en mi taller donde fue recibida con mordaces comentarios y a fuerza de tablazos me dejó mi más grande lección.
Ante las críticas crueles descubres gente que posee un mágico sadismo para colgarte del mástil, es ahí cuando dejas de ser el chico tímido para convertirte en un asesino despiadado, afilando el lápiz para la siguiente víctima… el papel.

