insomnio julieta

Decir insomnio, decir adiós

Por: Julieta E. Libera Blas.

Nunca puedes ser dueño de un gato.
En el mejor de los casos te permiten ser su acompañante.
Harry Swanson.

Queridas y amables lectores:

Me encuentro enfrente al ordenador, las letras protegidas por una manta de silicona color roja me arrullan al compás de la voz monótona del presentador de noticias, es casi la una de la mañana. No tengo ni pizca de sueño, mis ojeras me delatan, he estado pensando minuciosamente acerca de lo que significa en mí escribir. Sobre todo desde que terminé un libro llamado “Algún día te mostraré el desierto” de un tal Renato Cisneros. Narra con sumo desencanto el desamor y la desilusión que le causó su matrimonio. El espanto primero de la responsabilidad de convertirse en padre de una niña que por cierto lleva mi nombre: Julieta.

Toda su angustia la trasmite en sus doscientas páginas que se me fueron como agua, lo leí en una madrugada. Me percate, en la lucidez de sus palabras, en su miedo, en la obstinación tan humana de pretender que las cosas siempre serán igual aunque sepamos que todo tiene su ciclo. Algunos se casan, tienen hijos, forman familias, otros optamos por la sana ¿o insana opción? De no dar ciertos pasos que como sociedad se nos pide y algunos se les exige. Renato el escritor, depresivo, cuerdo, egoísta, analista, obcecado, vanidoso, narcisista nos deja ver lo que para él significa ser escritor. No cabe duda que casi todos somos iguales o tenemos ciertos gustos parecidos, actitudes similares. Ser papá le gusta, pero sus tiempos cambiaran, sus lecturas, salidas con sus amigos, viajes; todo cambiara y cómo le pesa.

Es una novela conmovedora, al terminarla me dio por buscar su Instagram para saber de su hija y lo encontré, por alguna razón mi alma descansó pues su idea de mandar todo al diablo se esfumó con el tiempo o al menos eso me pareció al ver sus fotografías al lado de sus hijas y de su esposa, celebrando un aniversario más de matrimonio.

Insomnio

Llevo varios días sin dormir bien, eso me recuerda que llevo años padeciendo insomnio. Cuando era una adolescente lo disfrutaba porque me instalaba en el estudio de la casa, sacaba mis acuarelas, lápices, cartulinas, pinturas y demás para dibujar cuanto se me ocurría. Todos esas “obras de arte” las tengo guardadas en un portafolios viejísimo. Después cuando veía la hora subía corriendo las escaleras para meterme a bañar para alistarme e irme a la preparatoria. Algunas noches dormía plácidamente desde temprano pero otras noches tomaba mi libreta, mi pluma y escribía durante toda la noche. Cuando me facilitaron una máquina de escribir me dedique a teclear durante toda la noche pero como en aquel entonces compartía la habitación con mi hermana, no podía escribir gran cosa por sus continuas amenazas de apagarme la luz y acusarme con mi papá; era lógico: ella tenía que levantarse temprano para ir a la universidad.

Ciertas noches cuando eran más de la una de la mañana y el sueño no había llegado, bajaba a la sala, sacaba del estudio un pequeño televisor blanco y negro, lo encendía con sumo cuidado porque emitía un ruido insoportable. Sintonizaba el canal cinco; llegue a toparme con buenas películas que jamás he vuelto a ver y a decir verdad, ni siquiera recuerdo cuáles eran sus nombres. A veces encendía la radio, hacia ejercicio o sólo esperaba a que llegara el sueño.

Hoy en día existen noches como esta en que los pensamientos me persiguen como almas en pena. Necesitadas de una oración, de la luz de una veladora, de la letanía final del Rosario.

Apago todas las luces, me enredo en mis sábanas o en mi edredón, cierro los ojos y espero a que llegue el sueño para arrancarme de esta desolación de falta de palabras. Sin éxito y un poco desesperada, enciendo la lámpara con su luz tenue para permitirme continuar con mi lectura. Últimamente he descubierto a escritoras como Mariana Enriquez quien me dejó con la boca abierta por sus cuentos aterradores, no por que tenga una carga fantasmal sino porque como humanos somos capaces de todo. Hallé en una compra impúdica de libros a Sara Mesa, su ambiente me recordó al gran Faulkner. Discutí nuevamente en mi imaginario con Eduardo Sacheri, ¿Por qué me pasa siempre lo mismo con él? Me llevó casi dos años terminar de leer Lo mucho que te amé  y el final me escandalizó por haber caído en el desenlace simplón y falso que no merecía. Leí de nuevo a Brenda Lozano y a Brenda Navarro. Me reencontré con Milena Busquets, sin embargo su novela He conocido a alguien, a pesar de su buen ritmo, Ginebra, la protagonista, no me llegó a cautivar, creo en mi una especie de aburrimiento muy distinto a otros personajes que Busquets ha desarrollado.

Amé leer de nuevo a Piedad Bonet, su carga literaria tan cruda como dolorosa la plasma tan bien en las personas que te provoca siempre regresar a ella. No les miento al contarles que mi encuentro con Quiero comerme tu páncreas de Yoru Sumino me hizo lamentarme un poco de su mensaje: Uno cree que la obviedad es la realidad de las personas. Si alguien está gravemente enfermo, las personas nos damos a la creencia que morirá de ese padecimiento pero, ¿qué pasa si es otro quien pierde la vida o esa misma persona la pierde pero en muy distintas circunstancias? Me provocó cierta frustración que hasta la fecha me provoca cierta incomodidad y tristeza. Lo que uno debería de hacer es vivir, como lo pretende una y otra vez la protagonista. En mi viaje por mi insomnio también agradecí haber conocido como lectora a una mujer dura en palabras, metódica, fría: Ia Genberg, Los detalles.

Insomnio de película

Mi insomnio también me ha permitido ver “Vestida para matar (1980) con Michael Caine, Angie Dickinson y Nancy Allen. Al  ser una pre-adolescente, una noche la trasmitían por Canal 11 pero si la han visito sabrán que al inicio de la película hay un desnudo de Dickinson, mi papá al ver eso me mandó de inmediato a dormir con una fuerte llamada de atención “Estás muy chiquita para andar viendo eso”  Una noche la encontré y sin haber pegado el ojo me decidí a verla. ¡Gran película, gran actuación del encantador Michael Caine! En mi lista de función de cine para insomnes también se encuentran: Enamorándonos o Amor a primera vista (1984) con unos jovencísimos Meryl Streep y Robert de Niro. – la he visto una y otra vez, su final lo tengo en mi memoria guardado como tesoro: una noche encontré a papá mirándola por Canal 11, se terminaba la película. Recuerdo muy bien un tren alejándose mientras el rostro cautivador de Streep besa dulcemente los labios de De Niro. Papá solo atinó a decirme: Esa película es muy bonita.

Atracción Fatal (1987) con Michael Douglas, Glenn Close y Ann Archer, fabulosa película que te hace pensar dos veces las cosas antes de involucrarte con alguien. ¿Están bien los encuentros casuales? ¿Lo que esta mal es no hablar bien las cosas? Hablar bien las cosas pero, ¿qué hacer si el otro tiene disturbios mentales? Y si quiero estar en paz algo surge en mí que busco: El manto sagrado (1953), Los diez mandamientos (1956) Ben Hur (1959) que cada Semana Santa mi querida madre nos hacia ver durante la hora de la comida, en ese tiempo a mí me aburría de tal manera que comenzaba a bostezar y a repelar del por qué teníamos que ver eso cada año. No recuerdo las respuestas de mi mamá pero sé que le encanta verla cada vez que tiene oportunidad de hacerlo. ¡Ah! La historia de Ruth (1960) que miro casi sin aliento por la belleza de película.

Si quiero pasar una buena madrugada busco El exorcista (1973) cuando se estreno mi papá fue al cine sin mi mamá pues ella estaba embarazada de mi hermana, así que se fue con su hermana y cuñado, les gustó tanto que la vieron dos veces. Él lo recuerda con emoción así como mi mamá recuerda que ella lo esperaba en la casa, sola, con una niña dando patadas pensando que se adelantaría. Al final de cuentas en aquellos años no existían los celulares ni nada por el estilo, debían de aguardar hasta que llegaran a sus casas los más buscados y en este caso era mi papá que disfrutaba en el cine de la actuaciones de Ellen Burstyn, Linda Blair, Jason Miller el inolvidable Padre Karras y qué decir de Halloween (1978) y su eterno Michael Myers; confieso que mi querido primo cada Noche de Brujas se disfraza de este personaje, ahora acompañado de su hijo seguramente el evento le resulte de lo más amenoo La profecía (1976) con el adorable Gregory Peck.

En estas últimas semanas me ha dado por ver En vivo las Olimpiadas, Paris 2024. Digamos que son amenas mis madrugadas aunque sin mucho ánimo lo hago porque prefiero leer, escribir o ver programas de hace más de treinta años,  escuchar música de hace un siglo, ver caricaturas o ciertos noticieros nacionales y españoles de hace tiempo ¡Bendita tecnología que nos salva de la desmemoria incorregible cuando la distracción nos envuelve como mantita de bebé!

Este fin de semana fue distinto, el sueño no me llegó ni por error; leí, apague luces, el mismo ritual de cada noche, pero simplemente no vino a visitarme. Lo espere, no me fui a ningún lado pero él me abandonó.

Nina y un desfile de gatos

El insomnio me invadió por completo al recordar a Nina, una gatita intrépida y perezosa que llegó una mañana de sábado de hace más de diez años. Se metió al motor de la camioneta de mi hermana, de ese lugar provenía un maullido ligerito que mi hermano y yo buscábamos sin éxito hasta que papá abrió el cofre. Nina estaba ahí, chiquita, con sus patitas color rosa y su nariz pálida. Era naranja aunque mi hermana diga que era pelirroja; después de una ardua lucha de “Yo no quiero más gatos en mi casa”, al final se quedó y jamás se marchó, hasta el sábado pasado después de medio día. El silencio que dejan es inquietante, es como si la casa se quedara un poco vacía aunque sus pelitos nos recuerdan que un día estuvieron aquí.

Hace unos meses le diagnosticaron leucemia felina, fueron pocos meses pero ésta la fue apagando como velita; el sábado pasado dejó de respirar en brazos de mi hermana. Se quedó dormidita, así como dicen de los humanos cuando gozan de la muerte de los justos, así decía mi abuela y otras conocidas. Siempre fue una gatita huraña pero en sus últimos meses buscaba refugio en el centro de la casa, la cocina. Su treta era encontrar quién la cargara para que se acunara en nuestras piernas o brazos; cada día su luz se apagaba, se mantuvo fuerte durante mucho tiempo hasta que su frágil cuerpo no le permitió ni siquiera saltar. Dormía más de lo normal, comía mucho, como si se le olvidara que ya lo había hecho. Todas las mañanas le exigía a mamá con maullidos lastimosos por lo aguerrido de éstos, comida. Mamá le preparaba pollito y le daba leche, un día ya no quiso nada, estaba cansada. Se le notaba en su extrema delgadez, en su andar más que despacio, lastimoso porque su vida se iba extinguiendo.

Las madrugadas sin saberlo la compartíamos, ella me pedía entrar al baño para tomar agua en una bandejita que la hizo propia. Con sus pocas fuerzas se asomaba a la ventana para observar la noche y sentir el aire en su carita finita; probablemente recordaba sus juegos con “Panqué”. Ambas salían a explorar la azotea, intentaban cazar pájaros, lagartijas o nos llevaban regalos que prefiero no mencionar…

Murió Nina pero no sólo ella sino nuestro último gato. Con ella se cierra un ciclo de más de veinte años en compañía de “michis” de cualquier tamaño y color: Robin. Kyria. Camila. Lolo. Samanta. Sabrina. Sid. Tita. Panqué, Leo. Valentina. Tomás que no está muerta sino que se la robó mi vecino y no quiso regresárnosla; Haru. Botitas y Coffe.

Este lunes temprano por la mañana limpié el área donde se encontraba el arenero de Nina, su baldecito de agua, las palitas para recoger sus desechos. Se quedó sin usar su arena; baje al patio la canasta de las bolsas para depositar todo lo que se supusiera que era de ella. Uno de sus juguetes lo dejé colgado en la perilla posiblemente a mi hermana le sirva de consuelo de esos que no existen. Después de limpiar el arenero papá se lo llevó al jardín. Supongo que lo regalarán o guardarán por si acaso un día un gato vuelve por estos lares.

La misma noche en que partió Nina, mi hermana le obsequio a mi hermano los sobres de comida húmeda que tanto le gustaban a “Gordinis” y que ya no comió  sinceramente se parecía a Garfield por naranja y gorda en sus mejores tiempos-. Dos costalitos de comida libre de sales y no sé de cuántas cosas más que se suponía no le causarían ningún mal. Pero dicen por ahí y bien dicho: Todo tiene un principio y un fin, un tiempo para nacer y otro para morir.

Ya no habrá sillones maltratados o sillas rasguñadas, mucho menos utilizarán las macetas de arenero o tirarán lo que les estorbe a su paso. No encontraremos vomitadas porque alguno de ellos comieron desaforadamente croquetas sin importar las consecuencias. No vigilaremos nunca más si hay un perro que pueda lastimarlos como le ocurrió hace años a Panqué, al intentar ser cazada le despanzurraron la panza, casi muere pero vivó muchos años más. Sin temer pasaremos por las escaleras sin sentir que una mini patita nos agarra a zapes sólo porque no le gustó que invadiéramos su territorio. Lo más triste es que siempre extrañaré el ronroneo suave de cada uno de ellos, sus maullidos exigiendo atención, comida, caricias o que los dejemos en paz de una vez por todas. No habrán más lagartijas o caparazones de caracoles en los sillones de la casa o en las escaleras. Sus miradas profundas ya no nos juzgaran; miradas llenas de dulzura que no se irán perdiendo en el espacio y tiempo de nosotros los mundanos. Los gatos viven eternamente, cogen el hilo rojo y nos los amarran a sus pequeñas patitas para jamás soltarnos.

Hoy mi insomnio tiene una lista interminable de nombres que por años nos hicieron la vida más fácil. Entre ojos verdes, azules, grises, cafés, nos recuerdan que la vida es infinita, llena de colores. Gatitos que tan sólo fueron a dar un breve paseo al espacio, entrarán a una galaxia y cuando menos lo esperemos estaremos a su lado departiendo su tiempo y espacio; seremos igual que los astronautas pero iremos detrás de ellos porque seguramente también querrán dirigir en el cielo.  

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