ciega justicia

Ciega justicia

Por Marco Antonio Guerrero Hernández

Un zumbido en la oreja es lo que escucha el joven y siente el cañón de la pistola atrás de su cabeza.

¡Dame todo lo que traigas! Le gritó el maleante. Así lo despojó del poco dinero que tenía, su cartera y un reloj. ¡Qué más, qué más! Decía el ladrón. El muchacho contestó que era todo y el asaltante le pegó en la frente con la cacha del arma y se alejó corriendo.

Jaime se quedó tirado, tenía dolor de cabeza. Cuando se vive en el lugar más violento del país según las estadísticas, los asaltos son el pan de cada día. Los candidatos a cargos públicos incluyen en sus promesas de campaña: acabar con el crimen y lo dicen desde su púlpito y pensando en desmantelar a grandes organizaciones criminales.

En uno de esos mítines, preguntó Jaime al aspirante en turno:

-Pero nosotros. ¿Quién se acuerda de nosotros?.  Ustedes no piensan en el ciudadano de a pie. En el padre de familia que se levanta temprano para ir a partirse la madre para sacar adelante a los suyos. A mí ya me han asaltado muchas veces.

El político evadió los cuestionamientos, llamó a la calma. Los porristas de su partido gritaron más fuerte para que Jaime no siguiera hablando.  

Hoy además está frustrado porque después de haber ido al ministerio de justicia a levantar una denuncia que le fue imposible por los montones de trámites burocráticos. Decidió quedarse así con todo y el descuento por haber faltado a su trabajo; el ratero le había quitado hasta los trastes donde transportaba su comida. Tuvo que regresar caminando a casa.

Se decidió a tomar justicia por mano propia.

-Esto no se va a quedar así. Me la voy a cobrar esta vez.

Regresó al sitio donde lo habían asaltado para tratar de buscar al sujeto que lo había agredido. Fue una búsqueda infructuosa. Hasta que el día de la quincena unas calles antes vio a un tipo flaco con gorra y pantalones deportivos. Le pareció familiar. Se arriesgó a seguirlo por entre las calles y a una distancia segura. Lo vio ejecutar su fechoría: está vez lo hizo contra un anciano al que también golpeó.

-Es este, este es el hijo de puta que me robó.

Permaneció ahí por unos momentos escondido en una esquina estático; con la respiración entrecortada. Y sin saber qué hacer. Espero a que el criminal terminara su mala obra del día. Regresó a su casa. Comenzó a pensar una forma de vengarse. Su primera opción fue meterse al cuarto de su tío que era policía y sacar la pistola que tenía guardada en un cajón para “proteger a la familia”. Recapacitó dijo para sí mismo: “Sacar la pistola a escondidas, es como robar, robar para ajustar cuentas con un ratero, eso no va”. Desistió de la idea. 

Durante tres días estuvo pensando qué hacer hasta que un día que regresaba del trabajo pasó por afuera de una estación del metro vio un pequeño puesto donde vendían artículos para defensa personal. Observo unos chacos con cierta malicia, también había cadenas y otros artículos. Lo que captó su atención fue una navaja pequeña. Siete centímetros del mango y seis de la hoja que era delgada, fina y muy afilada, la compró ahí mismo junto con una botella de spray de pimienta. Su plan estaba tomando forma. En los días siguientes pasó por esas mismas calles a horas transitadas para evitar que lo miraran sospechoso.

Espero hasta el último día del mes la “quincena”. Se puso un pantalón deportivo y una sudadera con gorro y lleva una mochila negra. Al llegar a la esquina donde se paraba el ratero, sacó su teléfono celular simulando una llamada. A los pocos minutos advirtió la presencia del tipo y la calle completamente sola; la luz es tenue porque el farol del alumbrado público está en muy mal estado e ilumina con timidez. Vuelve a escuchar el zumbido y el cañón de la pistola está detrás de su cabeza.

-Esta vez no- dice Jaime en voz baja mientras da la vuelta, con la botella de spray de pimienta en la mano, hace el primer disparo que cae en los ojos del malhechor, quien grita al sentir ardor en los ojos, intenta correr pero se tropieza en la acera. Es lo que Jaime había estado esperando.Saca su navaja, la empuña con todas sus fuerzas.

La primera puñalada cae en la pierna del sujeto que aún tirado se queja y trata de detener el ataque, pero su visión está bloqueada. Jaime le espeta:

-Hijo de puta el dinero que me robaste era para la medicina de mi mamá, no se la pude comprar y se murió. Ahora te la vengo a cobrar.

Ahora la situación era diferente, Jaime tiene la ventaja. Piensa en matarlo. Cuando estaba por clavarle la navaja en el pecho, escuchó una voz femenina en su cabeza, es muy familiar, le dice:

-¡Hijo no lo mates!

Jaime se observa las manos y hay sangre en ellas. Le ha estado pegando en la cara y después impactó su frente contra la acera. Identifica la voz de su madre pidiendo que no lo mate y le contesta a la voz.

-Está bien madre, no lo voy a matar, pero si le voy a dejar un recuerdito.

Toma impulso otra vez, navaja en mano. La hoja se clava en el ojo del maleante y sale un chorro de sangre. Jadeando le saca la navaja, la siguiente puñalada va directo al otro ojo, el maleante grita pero la calle está tan abandonada que nadie se acerca.

Jaime se levanta y corre a todo lo que dan sus piernas. Se detiene frente a una barranca, ahí lanza la navaja para que se pierda en la suciedad. Baja un poco para asegurarse de que nadie lo haya visto. Se quita la ropa ensangrentada y la mete a la mochila que quema al llegar a su casa.

Al siguiente día sale a trabajar, en el camino compra un ejemplar de la nota roja. Se sube al autobús mientras abre el periódico. Se detiene a ver un reportaje en especial.

“Ratero apuñalado. El terror de los vecinos fue encontrado con múltiples golpes y con lesiones en ambos ojos, nadie escuchó ruidos o vio algo. Los paramédicos señalan que ha perdido la vista”.

Jaime sonríe y dice en voz alta: “Ciega justicia”…

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