julieta 24 dulceria

Las calles de nuestras vidas: Dulcería Celaya, Calle 5 de Mayo No.39

La comida es un largo camino hacia el postre.
Ernesto de la Peña

Queridas lectoras y ambles lectores.

Justo a las doce del mediodía, el repiqueteo de las campanas de la Catedral da aviso del ángelus que abraza a los transeúntes que parecieran mas bien un enjambre.

Las calles del Centro de la Ciudad de México es una historia sinfín, no puedes abandonarla tan fácil. ¿Cuántas huellas imborrables existen sobre ellas? Caminamos sobre nuestros pasos y nuestras sombras en tan dichosas calles, de alguna manera nos han visto crecer y se han robado nuestra memoria.

¿Cuántas veces nuestros padres caminaron por estas calles en busca de algo o de alguien? ¿Cuánta gente ha caminado en ellas durante siglos? La vida en un segundo.

Hoy caminamos sobre la calle Cinco de Mayo a dos calles del zócalo de la Ciudad de México para encontrarnos con una dulcería tan antigua como llena de belleza, se trata de la Dulcería Celaya. Fundada en 1874 por la familia Guizar y ubicada en sus inicios en la Calle Plateros hoy Madero a un costado del Café Concordia, esta cafetería era frecuentada por gente adinerada de la capital y que gustaba de estos dulces sobretodo porque venían de distintos lugares del país, un gran atractivo.

Al paso del tiempo se fue consolidando, adquiriendo la mayor de las famas. En 1900 se trasladaron a la Calle 5 de Mayo cuando Porfirio Díaz la mandó a ampliar para que se conectara con la Alameda Central y el zócalo de la Ciudad. En aquel entonces esta calle se encontraba de moda ya que contaba con tiendas, cafeterías, restaurantes, boutiques, lugares en donde se podía socializar y pasar buenos momentos. También era una zona de callejones culinarios conocidos como “De la Olla” y “De las Cazuelas.”

Pero, ¿cuál es el atractivo de este lugar? Si ustedes han pasado por la Dulcería Celaya seguramente se han percatado de su encanto y si han entrado a comprar algún dulce o solamente para conocerla sabrán de qué les hablo. El lugar está inspirado al estilo Art Nouveau, sus grandes espejos afrancesados nos hacen imaginar aquellas épocas en donde la elegancia y la belleza de las mujeres era admirada con embeleso por los caballeros. Las vitrinas, estanterías, escaparates son de madera de encino tallada y cristales biselados. El piso esta lujosamente vestido por llamativos azulejos. Toda la Dulcería Celaya está decorada por aquella moda afrancesada que engalanó por algún tiempo el centro y sus alrededores.

Esta dulcería tiene una magia extra: la de elaborar sus propios dulces, repostería y confitería. La familia Guízar se dio a la tarea de rescatar algunas de las recetas caseras y comerciales para que no se perdieran en el tiempo, como en algunos casos ha sucedido. Al percatarse de que su clientela crecía decidieron comprar algunas de las recetas a sus proveedores. Sus clientes eran de paladares exigentes y lo que deseaban era tener productos de excelente calidad.

El resultado es el que buscaban, darlos a conocer a sus clientes para que fueran degustados con fervor o con parsimonia. Hoy cuentan con más de 150 dulces.

Algunos de sus vitrinas están llenas de jamoncillos, cocadas, dulces de leche, turrones, glorias, aleluyas de almendras, buñuelos, gaznates, príncipes de nuez, rompope, frutas cubiertas, mazapanes, puerquitos de horno, de piloncillo, queso de tuna, camotes, chocolatinas y demás delicias que ya no se consiguen tan fácilmente.

En los años cuarenta la Dulcería Celaya fue testigo de una rabieta y capricho, por no decir berrinche de mi papá.

Todos los días al pasar por la dulcería le pedía a su abuelita María y a su abuelito Miguel –mis bisabuelos- que le compraran un dichoso puerquito de dulce al que miraba con desconsuelo. Él sabía a su corta edad que los tiempos no daban para darse ciertos lujos, quizá con resignación aceptaba tal desgracia pero su inocencia era más grande que la realidad. Mi papá todos los días se ataba su manita a la trenza de su abuelita María para que ésta no lo dejara en la casa pues ella salía temprano al mandado. La treta en varias ocasiones no salía como él lo esperaba y lloraba desconsoladamente al percatarse que no había escuchado a su abuelita levantarse de la cama, su manita se había desenredado durante la noche o tal vez ella misma se la haya quitado para empezar un nuevo día. Quizá cuando ocurría eso la esperanza de tener su puerquito de dulce se desvanecía para quedar sólo en un sueño que jamás podría hacer realidad. Cierta mañana, según me cuenta, sus abuelitos llegaron del mercado con una grata sorpresa ¡El puerquito de la Dulcería Celaya! Él lo recibió lleno de alegría y emoción, el puerquito estaba dentro de una hermosa cajita decorada con esmero. Su dicha era tal que ya no podía esperar el gran momento de probar tan suculento dulce, lo abrió rápido sin importarle el fabuloso envoltorio y al dar la mordida, del sueño despertó. Abrió sus ojos profundamente, hizo un gesto de desaprobación miró a su abuela María y dijo: “No me gusta” –corrió al cuarto que compartía con sus abuelos y ahí se escondió-. Era un puerquito almendrado sin más sabor a dulce que el natural de las almendras. Al final del día sus abuelos comieron ese puerquito, lo deseo tanto que al final se convirtió en una anécdota de la que yo me enteraría años después.

El recuerdo de infancia

Hace algunos ayeres caminaba por la calle 5 de Mayo; regresaba del Palacio de Minería con algunos libros comprados en la Feria del Libro. Recordé la infancia de mi papá y que esta calle era su camino para llegar a su casa al lado de sus abuelos. Al pasar por la dulcería la mire con emoción, siempre me ha maravillado su letrero espectacular que anuncia “Dulcería Celaya: casa fundada en 1874” y que más que un simple letrero es un viaje breve al pasado.

Me decidí a entrar, en cuanto pisé el lugar y a pesar del gentío pude admirar sus grandes espejos, los techos y las estanterías. El bullicio me hizo pensar en las incontables personas que han visitado el lugar. Al reflejarme en uno de los espejos pensé que la historia que han vivido y al bajar la mirada un puerquito almendrado reposaba en una bandeja junto otros tantos. Sonreí porque recordé la historia de mi papá, sin pensarlo lo pedí para que lo envolvieran junto con otros dulces que mi amiga ya había pedido. Al llegar a mi casa busqué a mi papá emocionada, llevaba la cajita en mi mano, le daría una sorpresa. Lo encontré en su estudio escuchando música, le saludé anunciándole mi estadía en la Dulcería Celaya, él se limitó a sonreír. Triunfante le extendí la cajita: “¡Mira lo que te traje!” sonrió alegre, creo que pensó que eran dulces o chocolates. Al abrir la caja su rostro fue de sorpresa, le quito su envoltorio dándole una mordida. En seguida lo dejó sólo para decirme: “Es que tiene mucha almendra madre”.

El puerquito pasó un par de días en su respectiva cajita, mamá fue la que se lo comió con un gusto envidiable. No cabe duda que mi papá así como algunos de nosotros, somos niños disfrazados de adultos.

Mudo testigo

Esta emblemática dulcería, es la misma que vio pasar el Porfiriato, la Revolución Mexicana; ha sido testigo de sucesos tristísimos como los terremotos de 1957, 1985, 2017 en donde se perdieron tantas vidas e incluso parte de la historia del Centro de la Ciudad de México al dañarse o caerse varias edificaciones modernas y antiguas.

Un lugar que también ha sido testigo del tiempo y sus movimientos sociales. Ahí, en esa calle emblemática la Dulcería Celaya ha echado raíces, han ido y venido visitantes y clientes frecuentes. Empleados y colaboradores, una historia que se abre para todos y que está mirándonos cada vez que pasamos a lado suyo desde hace 150 años.

El sabor de los dulces, su precisa elección, el aroma de éstos, el recuerdo de una niñez que nos lleva a degustarlos. El deleite de la memoria se manifiesta involuntariamente para abrazarnos con el alma y recordarnos que la vida es un suspiro, el más bello y el más profundo.

Nota:

Después del cierre obligatorio de la Dulcería Celaya –durante tres meses debido a la pandemia en el año 2020– se vio obligada a recortar a su personal y cerrar la tienda que se encontraba en la Calle de Orizaba en la Colonia Roma. También tuvieron que reducir la producción de dulces y prescindir de algunos de sus proveedores. Regresaron a sus inicios produciendo en bajas cantidades dulces de leche, de coco, polvorones, buñuelos entre otros debido a que son productos hechos al día y el tiempo de exposición era poco así como los clientes eran escasos. Según una entrevista que otorgaron el año pasado a la desparecida Cristina Pacheco (1941-2023) aún siguen reponiéndose de aquel cierre forzoso e inevitable. Un lugar sin igual en donde un dulce sabor nos espera para deleite personal.

Fuentes de apoyo:

  • Aquí nos tocó vivir. Tan dulce como el tiempo. 2017.
  • Aquí nos tocó vivir, Arcoiris de sabores. 2023.
  • Dulcería Celaya: Los dulces que han visto pasar 3 siglos en la CDMX. Redacción, El Financiero. Diciembre 03, 2022.
  • Dulcería de Celaya, el templo de los dulces típicos en CDMX. Nicolás Triedo, México Desconocido.

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