Por: Julieta E. Libera Blas
Luchamos con entidades imaginarias,
vestigios del pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos…
son intocables e invencibles, ya que no están fuera de nosotros,
sino en nosotros mismos.
Octavio Paz.
Cuando era una niña mi papá nos decía con cierto júbilo que la tumba de Benito Juárez se encontraba en ese panteón, nos indicaba dónde estaba pero la oscuridad de la noche y el poco alumbrado que existía en aquel entonces, no ayudaba en nada. Alcanzaba a ver unas estatuas blancas que realmente me daban miedo, el ruido de la noche y el silencio del campo santo me provocaban imaginar cosas inexistentes y como era clásico en mí en ese tiempo, corrí al automóvil. Me recargué en la ventana, mientras veía a mis hermanos cómo pretendían buscar tumbas desde fuera, leer los nombres inscritos en las tumbas y echarse a correr hasta donde mis papás los esperaban.
Al pasar el tiempo, el panteón se convirtió en un misterio resuelto, no recuerdo la primera vez que pudimos entrar a este lugar pero sí tengo en mi memoria cuando en familia lo visitamos una tarde de noviembre días antes del Día de Muertos. Las flores de cempasúchil y algunas nochebuenas embellecían el lugar, veladoras encendidas y una que otra apagada por el viento que arreciaba por el invierno casi cercano. Ese ambiente pesado, el aroma del encuentro o de la cercanía con la muerte me hacían temerle a algo porque a pesar de los siglos sabemos que hace tiempo hubo vida.
La guía nos iba narrando con total complacencia los detalles del panteón, su fundación, del cómo fue perdiendo su furor y encanto. Recuerdo bien leer los nombres de los difuntos, el año de nacimiento y su deceso, algunas lápidas con nombres casi borrados por el tiempo, otras con bellos epitafios, eternos, sensibles. Una historia de vida escrita brevemente sobre una lápida, agradecimientos infinitos; un simple guion que separa la vida de la muerte.
Al entrar, quizá como cualquier panteón se siente una tranquilidad inquietante, un silencio ya no sepulcral debido al trajín de la vida, tal vez en otros tiempos el silencio arrullaba el sueño eterno. La lejanía citadina, las arboladas existentes, la tranquilidad del convento y del templo, una vida distinta y muy lejana a lo que hoy conocemos.
Pero, ¿quiénes fueron los afortunados en descansar en paz dentro de ese maravilloso lugar? ¿De quiénes fueron los restos que trasladaron a otros sitios? ¿Quién fue el último personaje de la historia del Panteón de San Fernando que ahí fue sepultado? Pero primero, un poco de historia de este bellísimo lugar.
UN POCO DE HISTORIA
El panteón de San Fernando fue fundando en 1832 para sustituir al antiguo cementerio. Al inicio solamente podían reposar en el lugar gente del clero y aristócratas. En el año de 1860 el Panteón de San Fernando pasó a manos del Ayuntamiento debido a que el día 31 de Julio de 1859, un año antes, por motivo de las Leyes de Reforma fueron secularizados todos los cementerios y camposantos de la República. Al notar que en este cementerio se encontraban los restos de personajes de la política, cultura, así como de la milicia y del medio artístico consideraron llamarle “Panteón de los hombres ilustres.” En 1871 por decreto del Presidente Benito Juárez se clausuraron todos los cementerios que se encontraran dentro del limite de la Ciudad de México – se dice que por sanidad – pero en 1872 hubo una excepción, el día 18 de Julio fueron recibidos los restos del Presidente Juárez. Fue el último personaje ilustre que fue sepultado en dicho lugar. Su mausoleo fue mandado a construir por órdenes expresas de Sebastián Lerdo de Tejada. Los hermanos Juan y Manuel Islas fueron los encargados de su construcción. Fue inaugurado por el General Porfirio Díaz el 18 de Julio de 1880. Una bellísimo mausoleo que vale la pena admirar.
Este cementerio tiene una estética arquitectónica maravillosa y visible a pesar del tiempo y es el único en la Ciudad de México que tiene nichos y columbarios. Durante mucho tiempo se idearon proyectos para darle de nuevo vida a este lugar pero jamás se concretaron, entre ellos era crear una rotonda para los héroes que reposan en el cementerio. Tristemente el lugar se fue deteriorando aunque no perdió su belleza. Fue hasta el año 2006 que pusieron atención al cuidado de éste lugar, así que se dieron a la tarea de restaurarlo convirtiéndolo en el Museo Panteón San Fernando.
Algunos de los personajes ilustres que reposaron en este lugar fueron*
- Miguel Miramón “el joven macabeo” fue sepultado en ese lugar después de haber sido fusilado en el Cerro de las Campanas a lado de Tomás Mejía y Maximiliano de Habsburgo. Su viuda pidió que exhumaran su cuerpo al saber que el Presidente Juárez también reposaría en dicho lugar. Lo trasladaron a una de las catedrales de Puebla.
- General Tomás Mejía. Después de tres meses de su fallecimiento fue sepultado, ya que su viuda no contaba con los recursos suficientes para darle cristiana sepultura. Se dice que un alma caritativa le pidió ayuda a Juárez y éste pago por los servicios fúnebres. Un dato tal vez curioso: su viuda tuvo tres meses el cuerpo de su marido en la sala de su casa hasta que pudo trasladarlo al Panteón de San Fernando.
- General Ignacio Zaragoza, recordado por la gloriosa Batalla de Puebla el día 5 de mayo de 1862. Murió el 8 de septiembre de 1862. Sus restos junto a los de su esposa descansan en los Fuertes de Loreto y Guadalupe en Puebla.
- General Ignacio Comonfort, presidente interino de México de1855 a 1856. Murió en una emboscada el día 13 de noviembre en Chamacuero cerca de Guanajuato.
- Melchor Ocampo, sus restos descansaron en San Fernando desde su muerte en 1861. Sin embargo en 1897 sus restos reposan en La rotonda de los hombres ilustres en el Panteón Civil de Dolores.
- Miguel Lerdo de Tejada, sus restos se encuentran desde 1861.
- Santiago Xicoténcatl fue héroe en la batalla de Chapultepec durante la intervención norteamericana. Murió aquel 13 de Septiembre de 1847. Sus restos fueron depositados en tan dichoso lugar.
- Vicente Guerrero conocido como El benemérito de la Patria fue fusilado el 14 de febrero de 1831 en Oaxaca. A él se le atribuye la frase célebre “La Patria es primero”. Sus restos desde el año de 1925 descansan en la Columna de la Independencia.
No solo personajes ilustres reposan en este suntuoso cementerio también se encuentra un breve pasillo en donde se encuentra el Muro de párvulos en donde se encuentran exclusivamente los nichos de los infantes. Ahí encontramos epitafios llenos de amor, desesperanza, dolor, tristeza pero con la esperanza de algún día reencontrarse en el más allá. Un ejemplo es el epitafio de la niña Teresita Rosas quien murió a la corta edad de cuatro años en el año de 1862. Tan conmovedor y cual poema así se despedían de la pequeña.
“Como temprana flor que agota el hielo murió la que era nuestro dulce encanto. Cual ángel puro remontó su vuelo, a la mansión divina del Dios Santo” Existe un nicho en donde nadie reposa, ni su belleza, ni su encanto. Sólo un brevísimo homenaje a la que fue considerada como La madre de la danza moderna y que murió en un terrible accidente de automóvil en Niza, Francia, fue sepultada en Paris en 1927. Se trata de la encantadora Isadora Duncán. Su belleza artística fue alabada por quien tuvo el privilegio de tenerla a su lado y maravillarse con su persona. Se dice que Plutarco Elías Calles fue hipnotizado por su encanto y en conmemoración suya y como muestra de afecto y admiración, la llevó si acaso, en espíritu hasta el panteón de San Fernando.
Les comparto este dato que mi madre me contó siendo una adolescente. Sobretodo cuando me impuse amorosamente el usar mascadas y chalinas alrededor de mi cuello. Isadora Duncan murió en su auto estrangulada por su hermosa chalina, ésta se enredó entre la llanta provocándole una muerte espantosa, inesperada y que la lleno de un mito que a nadie le gustaría ni vivir ni revivir.
Hay una hermoso sepulcro lo suficientemente romántico para que uno se detenga a verlo en total silencio. De alguna manera es una historia de amor que duró diez años y que sólo la muerte pudo destruirlo y como tal fue quien pudo separarlos. Este sepulcro pertenece a Dolores Escalante y José María Lafragua. Ambos enamorados esperaron diez años para tener su enlace matrimonial pues el padre de Dolores no permitía que se desposaran pero al ver que sus dos anteriores prometidos murieron, le dio el permiso a Lafruaga para tomar a su hija como esposa. Sin embargo, la muerte los sorprendió cinco días antes del enlace matrimonial, Dolores tuvo la mala fortuna de contagiarse en la epidemia del cólera, murió dejando en la soledad y tristeza a su amado José María. Él le manifestó su amor visitando su tumba durante veinticinco años, sin más esperanza que la de reencontrarse con ella en la eternidad. José María Lafragua pudo reunirse con su amada en 1875 pero fue hasta treinta años después que sus restos pudieron trasladarse a dicho cementerio.
Les comparto el epitafio breve y simple, lleno de amor y desconsuelo, que Lafragua dedico a su amada Dolores.
Llegaba ya al altar feliz esposa… Allí la hirió la muerte. Aquí reposa.
Algunos ingeniosos, por no decir bromistas comentaban:
“Si diez años no hubieras enchinchado
a tiempo al altar
hubieras llegado”
Historias maravillosas reinan en este cementerio, la paz se siente en cada paso a pesar del ruido de las calles y de la cercana Avenida Hidalgo. Dicen que el ambiente algunas veces es tétrico por algunos “fantasmas” que se han dejado ver o sentir. Díganse los que alguna vez fueron héroes o infantes que buscan sólo jugar. También hay gatos que se manifiestan de una manera bastante agradable. Hace algunos años visitando el cementerio en compañía de una persona y muy cerca del mausoleo del General Zaragoza vi con emoción un bellísimo gato blanco que lucia su elegancia moviendo su cola con singular ¿alegría? Entusiasmada me acerque a él y lo acaricie amorosamente mientras ronroneaba y maullaba. A mi acompañante le pedí que me tomara una foto, posé con el gato, sonreí alegremente. De pronto una señora ya entrada en años se nos acercó, era un día tranquilo con pocos visitantes, vendía dulces, sonriente nos dijo si ya habíamos conocido al gato fantasma. La miré sorprendida preguntándole a qué gato se refería. Al gato blanco, respondió seria. ¿Un gato blanco blanco? ¿Uno de cola pachona y grande, blanco blanco? Sí, ese mero. Nerviosa le respondí que lo había acariciado y cargado para tomarme una foto con él. Ella rio discretamente, tapándose la boca porque estaba prácticamente desdentada. ¡Canijo gato! ¡Ese tal por cual siempre se le anda apareciendo a las chamacas! Pero ya está difunto como otros que viven dentro del panteón. Nomás quieren que los vean para consentirse. Mi acompañante le dijo burlonamente: Es que está cuidando a los muertos…
- Lo dirá de vacile pero sí los están cuidando.
Busqué al gato hasta el final de nuestra visita, nunca lo volví a ver, sólo me percaté que “los gatos vivos” estaban chimuelos, tuertos, sucios, con el pelo desprolijo pero no como aquel que cargué y acaricié, inmaculadamente blanco. Fuerte y sano.
La colonia Guerrero está llena de historia, es un ramillete cultural de la Ciudad de México.
Mientras camino sobre la hermosa Plaza de San Fernando miro con cierta nostalgia el templo que se encuentra cerrado por los daños terribles que le ocasionó el terremoto del año 2017. La tarde ha caído, la lluvia ha cesado de a poco, el suelo está mojado, piso sin darme cuenta algunos charcos. La calma va abrazando el agonizante día que da la bienvenida a las mujeres que se dedican al oficio más antiguo del mundo. Los clientes salen a la caza, las risas y las conversaciones que son cuchicheos apenas si me atemorizan. Los árboles testigos de todo lucen majestuosos, eternos. Ajenos a este presente y atados a un pasado que se niega a morir; lo dicen las tumbas, las piedras, el campanario, el templo eternamente cerrado, los feligreses huérfanos que pasan de largo y miran sin ver.
La lluvia vuelve a arreciar y yo aprieto el paso, mis padres seguramente ya están esperándome dentro de San Hipólito, es día 28 de mes y cada mes San Judas Tadeo es celebrado. Mi cabello está casi empapado, me detengo casi solemne frente al portón de lo que algún día fue el Hospital San Hipólito, el primer psiquiátrico de América construido en la época colonial y llamado con sorna “Plaza de los locos.”
La vida ha ido demasiado de prisa, algunas historias se niegan a morir y yo celebro eso porque de otra manera todo lo que fuimos ya hubiera desaparecido. Las memorias de mis padres, de los suyos, de alguna manera sigue viva gracias a nuestras vivencias y recuerdos que han sido compartidos por aquellos que anduvieron en las calles del Centro de la Ciudad y de sus alrededores.
Respiro profundo, en el atrio compro una veladora, entro a la iglesia, miro de reojo a mis padres sentados en una banca, enciendo rumbo al altar la veladora, la deposito en el lugar de siempre, me arrodillo en un reclinatorio. Cierro los ojos no sé si de cansancio o para pedirle al buen Dios un milagro.
NOTAS
- La Plaza de San Fernando y la parroquia de San Fernando se encuentran ubicadas en la Colonia Guerrero sobre Avenida Hidalgo, Eje 1 poniente y la Colonia San Fernando. La Plaza se encuentra abierta ya que se encuentra al aire libre. Sin embargo la Parroquia se encuentra cerrada por los daños ocasionados durante el terremoto de 2017.
- Museo y Panteón de San Fernando se ubica en la Colonia San Fernando a un costado de la parroquia de San Fernando en la Colonia Guerrero. Se encuentra abierto de Lunes a Domingo de 11 a 17 horas. Con algunas excepciones en donde el horario puede cambiar.
- Si ustedes desean visitar a los libreros gustosos los esperan en la Plaza de San Fernando, los encuentran todos los sábados. Sus horarios arrancan aproximadamente de las 10 hasta las 17 horas. Ellos les guiarán para que salgan del lugar más que contentos por sus adquisiciones que, recalco, varían de precios. Estoy segura de que además encontrarán otra serie de actividades.
Fuente de apoyo
Paseos históricos Ciudad de México presenta: “Museo Panteón San Fernando”, Secretaría de Cultura Ciudad de México. Recorrido virtual – Youtube.


