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Las calles de nuestras vidas: Jardín de San Fernando I

Por: Julieta E. Libera Blas.

Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros;
hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere,
soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.
Jorge Luis Borges

Queridas y amables lectores:

El silencio se rompe dentro de este jardín cuando el agua corre por las fuentes y los pájaros trinan con amorosa fuerza. Las hojas se mueven al compás del viento y pareciera que uno entra a otra dimensión cuando sentados en una banca apreciamos los árboles, la gente que va y viene con y sin premura.

El sol apenas si se asoma de entre los árboles, los pilares que te dan la bienvenida y la entrada al fugaz momento que te hace sentir éste jardín lleno de matices increíblemente paradójicos. Un lugar fresco, algunas veces tranquilo, otras más pareciera que la algarabía se va a desbordar de un momento a otro.

Uno se da cuenta ahí sentado que jamás estará solo porque no faltan ahí las mujeres que “venden su amor” por algunos billetes, por necesidad o por vicio, por vanidad o por alguna injusta obligación. Ahí están y cada vez que te miran te piden la hora, a medias te sonríen, se re pegan a sus bolsos viejos y maltratados, al final ellas también cuidan sus pertenencias, otras te miran con recelo y otras más hasta intentan correrte del lugar. Algunas usan su mejor perfume, se maquillan con desdén, otras solo miran pasar el tiempo paradas bajo alguna columna que embellece el lugar, apenas hablan con sus compañeras, comiendo sin deseo, perdidas en sus pensamientos, otras sólo ríen con otras, esperando un buen cliente para andar hacia alguno de los moteles que se encuentren frente al jardín.

También se encuentran los vagabundos, los sin techo, los sin hogar, los olvidados. Van y vienen y algunos hasta se bañan dentro de las fuentes sin importarles la gente que se encuentra en el jardín, el pudor se ha perdido quizá en las calles o en su propia desgracia. Dentro de su mundo se pierden en sus vicios ¡da igual cual sea! ¡Es su cura o su perdición! Es de ellos y de nadie más; por las noches unen sus cuerpos afuera del Panteón de San Fernando. No sé si dormirán o sólo viajarán por esos hedores que da la vida que ha sido maltratada.

Cuando era una niña y mi padre estacionaba su automóvil en esa calle, al volver de cenar los veía replegados en una banca, otros comiendo de lo encontrado en la basura del restaurante “Paris”, algunos dormían sobre las banquetas empedradas, otros nos miraban en silencio y siendo honesta me llenaba de temor, me sujetaba fuerte a la mano de mi madre, haciéndole caminar rápido hacia el auto. Dentro del auto los miraba desde el asiento con la ventanilla cerrada preguntándome por qué estaban viviendo en la calle. ¿Y sus mamás? Le preguntaba a mi mamá mientras el viene viene le decía a mi papá de manera despectiva “¡Jefe! ¡Cuidado con los niños rata! ¡Son un peligro!” – mi papá le agradecía sin opinar nada acerca de tan funesto comentario, luego nos marchábamos del lugar. En ese tiempo yo no comprendía por qué vivían en la calle, sólo sentía un nudo en el estómago. Hoy no lo acabo de comprender.

Un poco de historia

En el año de 1869, en que se depositó la estatua de Vicente Guerrero, fue bautizado como Jardín Vicente Guerrero en la Plaza de San Fernando.

Su maravilloso jardín arbolado, la Parroquia de San Fernando y el Panteón de San Fernando engalanan dicho lugar. Así como sus portales que nos dan la bienvenida para entrar al jardín, estos portales son idénticos a los que embellecen al panteón y fueron construidos al ser remodelado del jardín para curar el desgaste y abandono de dicho lugar y para embellecerlo por motivo de las Olimpiadas de México ´68. Dicho sea de paso este lugar ha tenido dos remodelaciones:

Una en los años sesentas tras la Olimpiada y otra en el año 2013 a pesar de que el gobierno se decidió a atender las distintas plazas del Centro Histórico desde el 2002 al 2007.

En tiempos pasados, en lo que hoy es la Colonia Guerrero que cruza con Avenida Hidalgo,  Av. México-Tenochtitlán y Rosales, estuvo el huerto del convento que desapareció al ser demolidos los muros del convento que dio paso a dichas avenidas.

Si quieres saber más acerca de la historia de este lugar puedes visitar la siguiente dirección www.editorialrestauro.com.mx “Jardín Vicente Guerrero en la Plaza de San Fernando: patrimonio decimonónico.”

Las pérdidas

He de decir que por cada avenida abierta, edificio o estacionamiento construido,  se ha perdido una parte importantísima de la historia de nuestro país. Sea llamada modernidad o Reforma, pero se han perdido en un mar de nada, lugares históricos que hoy sólo nos quedan en el recuerdo de alguna pintura, litografía o fotografía.

En una noche de insomnio me di a la tarea de buscar en Facebook si alguna alma caritativa se dedicaba a la venta de libros “viejos” así que teclee, buscó y encontró, he ah mi perdición. Y si bien ya gozaba del amor a la literatura y de una pequeña colección de libros propios o heredados por mis papás, en esos grupos no solo encontré un vendedor y no solo la Calle de Donceles se dedicaba a esas ventas sino eran un sinfín de personas y grupos a los que rápidamente me uní con la esperanza de encontrar los mejores libros y editoriales; libros maravillosos que se extraviaron de los libreros de mis papás y con los que me volví a encontrar pensando que jamás los volveríamos a tener.

Entre los libros adquiridos y las cazas despiadadas, me deleitaba encontrar que habían sido subrayados, con ciertas anotaciones, algunos dedicados hermosamente, otros más con bellísimos Ex Libris. Bibliotecas adquiridas de particulares y otras más desarticuladas por el fallecimiento del o de los dueños de dichas bibliotecas y otras más simplemente lanzadas a la calle por falta de amor, de espacio o quizá de cordura. Otras simplemente donadas por sus propietarios o sus herederos y dentro de todo esto jamás se imaginan los tesoros invaluables que uno halla en esas torres de libros que se fueron adquiriendo al paso de los años.

Hace más de cinco años me dediqué a comprar compulsivamente libros a distintos libreros, al inicio la cita de entrega eran en algunas estaciones del Metro, después cada sábado era en el Metro Bellas Artes y luego vino la fundación de un grupo llamado El rincón de la Cháchara creado por Abraham Saldívar y Germán Camacho a quienes tuve el gusto de conocer  en algún momento de mi vida y que gracias a ellos y a los libreros que cada día subastaban sus ejemplares me hice de una vasta y maravillosa biblioteca. 

Debido a la gran afluencia que este grupo ocasionó tuvieron que migrar a la hermosa Plaza Santa Veracruz en donde cada sábado se reunían personas en busca del libro perfecto, barato y en buen estado, en algunas ocasiones la misión se cumplía y en otras se abandonaba el barco. Un sinfín de gente iba y venía, libreros que hasta el día de hoy se mantienen vigentes y otros que se han retirado buscando otros mares. En la Plaza Santa Veracruz se tejieron grandes historias, encuentros furtivos y otros más para el olvido. Se crearon amistades que hasta el día de hoy continúan creciendo a pesar de la distancia y de la ausencia. Si en el Jardín de San Fernando uno se maravilla porque se cree estar en otra dimensión dentro de la Plaza Santa Veracruz hay una verbena de emociones porque podría decir que ahí se encuentran dos de las iglesias más antiguas que la Ciudad de México puede conservar. Una Plaza rodeada de árboles, del bullicio de la gente por la cercanía del Palacio de Bellas Artes, y del Metro Bellas Artes y un poco más adelante el Metro Hidalgo.

No solamente la venta de libros estaba presente, también encontrábamos a nuestra querida y amada Elisa G. Castillo que hacia magia con sus manos al hacer ricas empanadas, galletas, pasteles, panqués y demás suculentos manjares porque la venta y compra de libros nos cansaba abriéndonos el apetito y ella llegaba radiante a ofrecernos comida deliciosa, algunas veces nos cobraba y otras solo nos sonreía sin decirnos nada. La recuerdo fugaz y eterna, abrazada y riendo con mi querido y talentoso Mario J.  o en plena carcajada con mi querida Sheila J. Siempre conversando con la mayoría, gentil como pocas. Su voz delicada y dulce me hace recordarla cada vez que rememoro nuestra ultima conversación sentadas en una de las bancas del Jardín de San Fernando. Sé que hoy está departiendo sus fabulosa vida a lado de su añorado “So”  dentro de esa eternidad en donde algún día todos nos reencontraremos.

Después de un tiempo todos nos trasladamos al Jardín de San Fernando, me incluyo porque para ese tiempo mi vicio por los libros era enorme. “San Fer” donde todo es algarabía y contrastes; fue el lugar indicado, ya que una arbolada, un templo y un panteón son testigos de nuestros próximos hallazgos: una joya literaria o una antigüedad, una revista, un disco, un juguete, alguna fotografía de una familia desconocida o la amistad entrañable con algún librero o vendedor. En un lugar tan mágico todos somos bienvenidos, hasta para aquellos que no les gusta leer pero sí socializar y crear lazos indestructibles con los demás. Bienvenidos todos, sea para hacer negocios, iniciar amistades y en algunas ocasiones testigos de momentos inolvidables.

Las horas ahí se nos van como agua porque cuando nos damos cuenta aquellas mujeres que venden caro su amor o sexoservidoras van ocupando las bancas del jardín, los hombres avanzan hacia ellas preguntando “de a cuanto el rato” y ellas dándoles precios, inmutadas si ellos la miran de arriba a abajo y se van como diciéndoles “como si fueras para tanto” al rato vuelven llevándoselas entre pereza, desdén, enfado y sólo las ganas de pasar el rato. 

El Jardín de San Fernando es una maravilla y si bien hace un tiempo que no puedo ir por diferentes causas a visitar a mis libreros de confianza: Alejandro Vásquez, Iván Guibar, Tonatiu Velázquez, Jeff Cavadrio y Karim YM les recuerdo con aprecio, cariño y agradecimiento porque gracias a ellos hoy tengo grandiosos ejemplares que ahora viven en mis libreros; algunos han sido ya leídos y otros esperan en su eterna fila para ser leídos por una servidora o por la persona correcta, una muy especial. No olvido a mis primeros libreros que me vendieron joyas literarias que descansan en una zona especial de los estantes de mi biblioteca.

¿Lo ven? El jardín Vicente Guerrero o el Jardín de San Fernando o “San Fer” está lleno de historia y de vida. En algún momento de sus vidas transitaron en ese lugar, sus hijos, sus padres o sus abuelos. Tal vez ahí han esperando a alguien o han mantenido una conversación con quien creían que era su amor más grande. Quizá hayan conversado con personas invaluables que tienen tanto por contar, tal vez un filósofo les mostró que el cielo no es azul y miraron caer la noche, compartiendo a su lado el viaje de regreso a casa. O tal vez se topen con poetas que enaltecen y embellecen a Villaurrutia o a Panero o les suceda como a otros que fueron testigos de afrentas, engaños o discusiones sin final, uno nunca sabe con quién se va topar estando en esos lares.

Posiblemente algunas de las bancas del jardín fueron testigos de risas y de lágrimas, dudas y carcajadas; una de las bancas de ese lugar guarda celosamente la risa de Elisa, Sheila, Mario, Miguel Ángel y de Rebeca. Nuestras conversaciones estaban llenas de una complicidad férrea e infinita. Amistades así siempre están cercanas al corazón aunque la ausencia y el cotidiano de la vida nos mantengan un poquito alejados.

Les invito a dar un paseo por ese jardín lleno de historia y de libros, de gente única y especial, trabajadora y servicial. De libreros que te mostrarán sus mejores ejemplares y sus mejores métodos para conminarte a unirte a ellos y quizá se les haga un vicio estar en ese lugar cada sábado o pujar por un libro durante la semana en la Cháchara para después recogerlos de mano del subastador. Y no olviden que se van desde un peso hasta cientos o miles pero es un agasajo que nadie les podrá arrebatar el momento. Después váyanse tranquilos y en paz a comer o tomarse un café, una cerveza o un pulque o hagan lo que yo hacía: llegar a mi casa, descalzarme, quitarme la chamarra y admirar cada uno de mis libros llenos de la historia de alguien, perciban su aroma y después denles un lugar privilegiado porque esos libros al igual que San Fernando ya tienen una historia. 

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