Por: Julieta E. Libera Blas.
Mi guía.
Mi apoyo.
Mi consejo.
Todo lo encuentro en la paz de tu mirada.
En tu andar y en tu sonrisa, en la fe que irradias desde el centro de tu corazón.
En el amor que se asoma en ti en cada día de tu vida.
Julieta E. Libera Blas.
Queridos lectores, amables lectoras:
De su mano aprendí a no temerle a las afrentas que nos da la vida, a caminar con la cabeza en alto y los hombros echados hacia atrás. Mirando siempre al frente sin vergüenza, sin temor, estoica y dispuesta a llorar cuando más hace falta. De su mano aprendí a callar lo necesario y exponer todo aquello que no me parece pero con inteligencia y ecuanimidad. De su mano aprendí a utilizar el ábaco, atarme las agujetas, hacer ejercicio, amar la lectura, respetar el silencio y la distancia de los demás. Me mostró cuán fácil es andar en bicicleta aunque el miedo me provocara una caída aparatosa y regresara a casa con las rodillas raspadas o de muy mala suerte con la cara y las manos en lamentable estado.
De su mano aprendí que celebrar las Navidades, cumpleaños, aniversarios y demás, no siempre significa tener la casa llena sino saber estar con los más amados, con los más cercanos pero sobretodo comprender que la vida te lleva a distintos lugares y que las personas por mucho que te amen no siempre podrán estar a tu lado. No es falta de cariño, te quiero con el alma – como bien dice una canción llamada Nosotros que hace algunos años la popularizó de nuevo Luis Miguel.
De su vida aprendí a celebrar cada conversación y encuentro con aquellos que tienen un lugar especial en nuestro corazón. Entendí que el camino puede estar lleno de espinas y cielos atormentados por nubarrones pero con astucia y compromiso el andar se puede convertir en la mejor aventura de nuestras vidas. Con destreza, audacia, solemnidad, algarabía, tenacidad, es la vida y así él, que es mi padre, me mostró que el amor y el orgullo se puede manifestar de distintas maneras. Desde una mirada llena de satisfacción y dulzura, hasta una llamada de atención que cambió para bien el rumbo de nuestras vidas, reacomodando nuestras piezas, liberando nuestros temores, reforzando nuestros ideales, haciéndonos ser lo que hoy somos.
No recuerdo un festejo del Día del padre como lo eran las celebraciones para las mamás. Vagamente surge en mi memoria pequeños fragmentos de comidas tranquillas en casa de mi “mamá Carmelita”. Pollo con mole, arroz, tamales, pozole y eso sí, cervezas para los mayores, una Victoria helada “muerta” como algunos dirían. No había aquel vaivén de niños corriendo por los patios de la casa, subiendo o bajando escaleras, bailando. No, este festejo era más reservado, quizá privado. Mi “papá” Reyes departiendo la mesa con algunos de sus hijos y su yerno, mi padre. Podían platicar durante horas, se les veía reír con tanta gracia y soltura que envidiaba poder ser una adulto para al menos brindar con esa cerveza que se le notaba deliciosa. Aunque era notorio la diferencia de festejos jamás faltaron los abrazos y las palabras emotivas que se expresan con amor durante el brindis, sea para los padres ausentes o los presentes en esa mesa. La edad en donde uno cree que jamás morirán y siempre estarán con nosotros festejando cada aniversario, cada gloria personal. Sin embargo, la vida es otra y el sueño por más profundo que sea siempre nos hacen despertar. Una vez que aquellos festejos discretos culminaron con el fallecimiento de mi “papá” nos quedó la opción de celebrarlo en nuestra casa, sin más compañía que la sus integrantes, sin bullas ni aspavientos. Brindar por los padres presentes y ausentes, recordar los bellos momentos, anular los malos, olvidar las ofensas, continuar, saber soltar para que nuestro espíritu se alimente del maná adecuado para saber vivir.
Entre los recovecos de mi memoria se encuentran las noches de los sábados, a media luz mis “papás” con una cerveza en la mano o con un café caliente, miraban la función de box – temo decir: cuando en realidad había funciones de box, pugilistas comprometidos, reales y no ídolos de barro-. No recuerdo bien a bien los nombres de aquellos hombres que dentro de un ring se molían a golpes, ensangrentados, en donde cada tanto se guarecían cada uno en sus esquinas como queriendo escapar de lo inevitable, esperando a que la campana sonara para obtener su gloria personal. La emoción nos las contagiaban a mi hermano y a mí, tanto que nos atrevimos en varias ocasiones a “jugar box” en la cama de mis padres. Una noche mi mamá al abrir la puerta de su habitación nos vio ¿horrorizada? ¿impactada? a los dos “golpeándonos”, claramente mi hermano iba ganando la pelea, mi mamá nos separó y me regañó advirtiéndome que un mal golpe podría dejarme incapacitada de por vida, cabe mencionar que mi papá le había comprado unos guantes pero jamás se imaginó que los utilizaríamos para hacer nuestra propia función. Si mal no recuerdo fue la ultima vez que jugamos; nosotros estábamos divertidísimos y mis papás enojadísimos.
Mis papás, mi hermano y yo, aún seguimos viendo las funciones de box, esperando lo predecible o “discutiendo” si la pelea del viernes antepasado fue un fiasco o algo digno para recordar. Si el actuar del retorno del hijo pródigo de J.C. Chávez había sido ventajoso o no. La “discusión” terminó cuando concluimos que había sido durante un clinch mientras el contrario se arreglaba el protector bucal, rematándolo con un gancho corto al rostro. Aunque la sentencia final la dio mi hermano al proclamar con seriedad, “¡fue un bulto!” como tantas veces nos los ha dicho con el otro boxeador fenómeno, imparable, pero al que casi ya nadie quiere ni le cree, según se dice por ahí.
Sé que este domingo algunos padres ya no se encontraran durante el festejo del Día del Padre, sus asientos por primera vez estarán vacíos, no los verán reír, dar el brindis, abrazarlos con todo su amor. Sé que algunos simplemente jamás volvieron a sus casas por las razones que sean, que no han sido ejemplo ni guía, padres ausentes que sólo abandonaron a los suyos sin pensar en las heridas que causarían. Padres que jamás han podido expresar su amor, su cariño, su orgullo para sus hijos, pero pensemos que ellos tienen sus propias heridas que no pudieron enfrentar, que no sanaron porque les fue más importante enfrentar una vida en donde su responsabilidad eran otras vidas y sólo querían darles lo mejor. Sé que hay padres tan amorosos que no desean repetir “la misma escuela” en donde difícilmente nos abrazaban o nos hacían saber que estaban orgullosos de nosotros. La primera vez que me publicaron un cuento en un periódico capitalino, mi alegría era tal que se lo trasmití a mi familia, expectante le mostré el periódico a mi papá, no sabía qué me diría, si le gustaría o no mi trabajo, y al ver su rostro lo supe todo. Mi papá estaba orgulloso de mí, recuerdo que le avisó a mi tío Alejandro, a mi padrino el doctor Sánchez Mejía, a algunos de mis vecinos. Mi corazón jubiloso no lo podía creer, ¡por fin, había logrado que él se sintiera orgulloso de mí! Lo que no nos damos cuenta los hijos es que ellos no nacieron con un instructivo bajo el brazo, ni tienen una varita mágica para ser los mejores y cumplirnos todos nuestros deseos. Son tan humanos que lo único que desean es vernos felices, contentos, estables. Tan humanos que tienen errores e intentan enmendarlos.
La pasada noche vieja al darnos el abrazo mi papá y yo, él me dijo: “Quiero que seas feliz madre” a lo que yo respondí con una sonrisa; estoy segura que él sabe que soy feliz, sé que lo sabes.
Supongo que los padres desean para nosotros la máxima felicidad, estabilidad, alcanzar nuestras metas y objetivos, que nos labremos un buen camino, y no tengamos sufrimientos.
Sé que hay papás que todos los días les hacen notar a sus hijos e hijas lo valiosos que son, que su esfuerzo y trabajo son admirables dentro y fuera de la escuela. Hacen lo posible para manifestarles su amor con palabras y hechos. Los hacen sentir importantes y únicos, sin que caigan en una catastrófica vanidad. Tal vez algunas generaciones no corrimos con la suerte de tener un padre amoroso que nos llenara de besos, abrazos, elogios y demás emociones. Su manera de manifestar su amor fue distinta, tanto que alguna veces pensamos que no éramos del todo queridos y aceptados. Con el paso del tiempo hemos comprendido que no era falta de cariño y que siempre nos han querido con toda el alma pero su educación fue distinta, las prioridades en algunas familias eran otras, las manifestaciones de cariño eran pocas, parcas, o nulas. El tiempo nos mostró que ellos tienen sus propias heridas, que tuvieron carencias, y esto nos hace comprender su manera de actuar. La vida se ve distinta desde ese ángulo. Sé que algunos hacen lo posible para reivindicar el camino, queda en nosotros darnos la oportunidad de abrir nuestro corazón y mente. Algunos tristemente jamás lo hacen, provocando que el dolor jamás cese y el rencor crezca día a día.
Ignoro cómo celebraran el Día del Padre o siquiera que haya festejo. Sé que estaré con mi familia, a lado de él, de ese hombre que me mostró que la vida es dura pero queda de uno sobresalir de aquello que nos genera dolores de cabeza. Me enseñó a ser una mujer fuerte, dedicada y constate, puntual, comprometida a lo que desee en la vida. De él aprendí el orden, la delicadeza de saber administrar el tiempo. El amor al prójimo, el respeto hacia la vida, la gratitud a las personas y momentos únicos que ésta nos otorga, el amor que se siente hacia los animalitos y el cuidado y la protección que les debemos de tener. Me mostró que con agallas nos podemos enfrentar a un Goliat porque pesa más un David inteligente y prudente, que un acelerado, enfurecido y colérico ser que no piensa ni razona. Me enseño a amar la lectura, a mirar los árboles desde su copa hasta sus raíces, escuchar música Big-band, clásica, instrumental, boleros y demás, a mirar de frente sin agachar los hombros, a no tener vergüenza. Me enseñó lo inagotable del valor único que tiene la familia, los amigos, las macotas, los recuerdos llenos de amor. Él me enseñó a amar las calles del Centro de la Ciudad de México porque de alguna manera busco sus pisadas de niño, de adolescente, lleno de juventud o cargando a su primogénita mientras tomaba de la mano a su único hijo varón mientras mamá me llevaba en su vientre y una vez nacida, él me cargaba, protegiéndome como siempre lo ha hecho a pesar de que ya no soy una niña.
El día domingo celebren la vida de sus padres ausentes porque han cumplido su misión en esta Tierra, presentes porque la vida aún nos bendice con su presencia infinita o ausentes porque sólo se marcharon sin decir adiós y aunque el aprendizaje fue doloroso, gracias a eso ustedes son hoy una luz que brilla intensamente. Si aún no han podido enfrentarlo llegará un día en que ya no duela el alma, solo déjense ir para ser libres.
Yo les deseo a todos ustedes un domingo lleno de amor y de alegrías, no repriman sus emociones ni sentimientos, abracen a a sus hijos e hijas con todo su amor haciéndoles saber que las aman infinitamente, nunca dejen de decírselos. Les deseo un momento de reflexión que los haga saber que el amor que ellos nos dieron fue lo que nos construyo.
Yo puedo agradecerte papá, tu sonrisa, tu voz, tu calidez pero también tu carácter, tu fuerza y esa férrea voluntad de seguir en este camino sin claudicar un solo segundo. De tener ambiciones y mostrarnos que el amor se manifiesta de distintas maneras. Gracias por tomar de mi mano y nunca soltarla.
¿Qué desean ustedes heredar de sus papás? No importa que ellos ya no estén a su lado. Yo deseo tener un poco de tu fe, la misma que veo reflejada en tu rostro y en tu mirada todos los días cuando te acercas al altar de la Virgen. Deseo seguir construyéndola con ese mismo amor con la que tú la has ido formando.
¡Feliz Día del padre! Un abrazo a la distancia.


