Por Lenin Rojo Curiel
Hace tiempo leí o escuché esta frase y la recuerdo así nomás, alevosa, como un cerillo encendido que se arroja con estopa y gasolina sobre el trigal inocente.
La sentencia me deslumbra y me choca. Tengo necesidad como Jack el Destripador de ir por partes: El loco y el artista ciertamente se parecen fuera de toda duda. Los dos a su manera intentan lo imposible y cuando no lo logran: ¿Cuál de los dos lo intentó a sabiendas? ¿Cuál de los dos saltó por encima de las estrellas?
¿Cuál es más profundo que un charco?
Pero no, vuelvo al tema, lo cito, enjaulo a la fiera y la miro largamente a los ojos.
«De músico, poeta y loco todos tenemos un poco»
Ignoro también si alguien sabe quién lo dijo algún día; si es frase de poeta o de pueblo, mi madre lo repetía, indulgente, de vez en cuando y como para reconocer que algún tipo de pasión loca, desbordada, era común a esa calaña capaz de emocionarse que en el fondo somos todos.
Así pues, lo mejor que sé, lo sé; de dónde, no sé. De la fuente del tiempo, de la oscura sangre, de un común entender que la música, los poetas y los locos van hermanados: la nave de los locos.
La música goza de buena reputación, su ser inmaterial su condición de estar materialmente en el aire provoca el carmen y el arrobo de lo que conjura el tiempo y sostiene firme la teoría de ser el más alto vehículo espiritual.
Aunque en esto se reconozca un peligro, el riesgo de lo banal, del encantamiento a la manipulación pues la música es «políticamente sospechosa» según nos recuerda Thomas Mann.
Los poetas, otros excesivos, se proponen nada menos que con el lenguaje rebasar al lenguaje y desde el silencio suscitar la presencia de las cosas, encontrar los nombres imposibles de lo cotidiano y las llaves, no de lo que se dice sino de lo que se recobra.
Y sólo así, ebrios y lúcidos, ahogándonos de luna y empeñados en no confundirla con el dedo que la señala; el poeta bebe y nos convida en su copa de horizonte y oro.
Imagen japonesa que me da otra clave, pues la figura imperiosa del loco aparece sobre el tapete nocturno para acomodar o desacomodar otra pieza del rompecabezas, porque queda pendiente: ¿Qué loco?
El mentalmente perturbado o el visionario, aquel que emprendió el viaje sin retorno o el pescador de peces imposibles, el que no puede hilar la coherencia o el que no se sostiene y abandona la casa de la razón después de una vida en la que decidió no dejar entrar la realidad.
¿El loco que huye o el que se encuentra? ¿El que nos anonada con preguntas sesgadas o el que se abisma en la beatitud, el que es muchos o el loco por ser, él, tan único?
El que nos tararea su canción incomprensible o el que nos revela una verdad cruda e inaguantable.
El que se desnuda o el que nos desnuda. El que se expone y me expone o el que nos mueve el tapete porque a él ya se le movió.
¿Tienen los ojos expresión propia o son la suma del gesto, el culmen de la facialidad? ¿Es verdad que el asesino pierde el brillo de los ojos, o es que mira más allá de la vida y su patria es muerte?
Y en esa mirada opaca reconozco que la historia humana no sólo comienza con Adán y Eva sino con Caín y Abel. Creación frente a crimen. Circulo completo. Aquí comenzó a moverse el reloj funesto, el que nos hizo conocer el tiempo y el horror. Y este tiempo que se inaugura con el asesinato, esto es lo que la manzana de Eva encierra y advierte; no la condena del gozo presente sino el abismo del crimen futuro. Y así pues la chocante ecuación creación, locura y crimen se funden y fundan el origen de este escándalo cósmico que es el hombre. Pues, en verdad, el artista es el hermano del asesino y del loco.



