Por Juan de Lobos.
Queridas lectoras, apreciados lectores. El próximo domingo se celebrarán las elecciones en nuestro País; no me considero un experto en política, ni mucho menos (tal vez me faltó ambición, un padrino o constancia) sin embargo soy una persona mayor de edad, con una credencial que acredita mi ciudadanía y nacionalidad, así como un número electoral que me identifica como sujeto de derecho al sufragio universal (o mejor dicho nacional). Todas estas características más que brindarme ese derecho, me obligan a ejercerlo.
Por distintas razones de peso, no estoy de acuerdo con el gobierno actual (parte también de la democracia), perdí amistades y el contacto con varios conocidos después de algunos cuestionamientos al régimen actual, seguramente no serán los últimos, pero respeto su manera de pensar (aunque para mi realidad parezca inconcebible el apoyar las ocurrencias y enjuagues de un político cuando afectan de manera real a sus ciudadanos mientras otros viven esperanzados a que su situación cambie).
La preocupación que tengo, es la misma que me embarga todos los días; la incertidumbre del futuro de ganar una u otra candidata. Éste debería ser un momento de enorme alegría, un hecho histórico sin precedentes, ¡La primera mujer Presidente de México!, este hecho se ve eclipsado por la amenaza de un fraude electoral, aunado a la falta de capacidad (declarada) de ambas postulantes, un proceso electoral ensuciado por campañas turbias y nada transparentes, la injerencia diaria del presidente de la república y enlutado por la muerte de varios candidatos en varias partes del país y de personas (dudo de su militancia) que acudían a ver a un grupo en el cierre de campaña de una candidata en Nuevo León.
No digo que este sea el único gobierno corrupto que ha soportado nuestro País, al contrario, lo que más me asusta es que al parecer no será tampoco el último.
La próxima Presidente(a) tiene una tarea enorme: Rescatar lo que queda de las instituciones o terminar de acabar con ellas, crear una nueva constitución o defender a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, buscar la manera de pagar la enorme deuda externa e interna que se generó en los últimos seis años o definitivamente hacer de tripas corazón y que pague el que venga y tal vez la parte más difícil de todas el cumplir siquiera con la mitad de sus promesas de campaña.
Tengo la esperanza (afortunadamente no es una palabra con copyright) de que la ciudadanía votará contra lo que no desea y espero que en un futuro próximo (si es que lo tenemos) se vote finalmente por lo que todos deseamos.
Tenemos en la balanza una utopía disfrazada de distopía y una distopía enmascarada de utopía, no nos queda más que votar y después de votar, exigir a nuestros elegidos que cumplan con su trabajo, que se ejerza el poder del Estado y no los poderes fácticos, que se cumplan los objetivos de aquel olvidado Contrato Social, que se establezcan las condiciones mínimas para sentirnos seguros y no tan amenazados por criminales, militares o ambos. Que se acabe con las comparsas de politicuchos chaqueteros y acomodaticios, que se acaben los colores nefastos y el pago a los compadres para que pinten las bardas de un color u otro, que comprendamos los ciudadanos que somos quienes en verdad tenemos que presionar para que se cumpla con el trabajo político y por una verdadera y eficaz administración de los bienes públicos.
La próxima columna, la escribiré (tal vez) en una nueva realidad, en una realidad que, espero con todo mi corazón, sea la más adecuada para todos y nos brinde la certeza de que todos los crímenes confesos serán investigados, todas las omisiones, descuidos, ocurrencias, malos chistes, malos manejos, malversaciones, favoritismos, compadrazgos y tráfico de influencias sean juzgados. Esa sería parte de mi utopía muy personal.
Me preocupa tanto como le preocupó a don Luis Spota esta “Costumbre del poder” y deseo en verdad que suceda tal y como lo narra en “El primer día”. Aunque yo no estoy ni siquiera cerca de los altos círculos de la política como lo estuvo él.
¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano? ¿Qué se ha transformado? ¿El villano es el héroe de su propia historia? ¿Vamos bien? ¿En dónde está el verdadero negocio? ¿En dónde dejé mi pasaporte? Son parte de todas las cuestiones que me hago durante la madrugada y la mayoría no tienen, ni de lejos, respuesta alguna.
¡Votemos, involucrémonos de verdad! Y no solamente por una miserable dádiva que sale de nuestros propios bolsillos o por un partido o por una candidata, no tiene caso esperar un hueso en el ayuntamiento o un puestecito en la burocracia federal, tenemos algo más grande que defender que un partido, un eslogan de campaña o un color (ya ni siquiera hablar de plataformas políticas sólidas y respetables), ¡Tenemos un enorme compromiso con nosotros mismos, con nuestros hijos y nietos, con nuestro País, con México!
Quedo de ustedes.
“Los efebianos creían que todo hombre debería tener derecho al voto (siempre que no fuese pobre, extranjero o se considerase que no estaba cualificado para votar por ser un loco, un frívolo o una mujer). Cada cinco años alguien era elegido para ser Tirano, con tal de que pudiera demostrar que era honrado, inteligente, sensato y merecedor de confianza. Inmediatamente después de que hubiera sido elegido, por supuesto, todos se daban cuenta de que aquel hombre estaba loco de atar… Y cinco años después elegían a otro igualito que él, y lo más asombroso era que personas inteligentes continuaran cometiendo los mismos errores”.
Sir Terry Pratchett Autor británico (Fragmento de “Dioses menores”).


