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Don Lorenzo

Por: Julieta E. Libera Blas

Allá en mi pueblo los árboles son siempre verdes,
aquí todo es como en un sueño:
cambian los árboles y la luz es dorada.
…son como ésos días de Otoño.
«Días de Otoño»
Dir. Roberto Gavaldón.
Guion. Julio Alejandro y Emilio Carballido.
Clasa Films Mundiales (1963)

Amables y queridas lectoras:

Don Lorenzo caminaba presuroso bajo el Sol, el calor tan distinto al de su tierra Juchitán lo tenía exhausto, sus pasos lentos, su piel ardida. Extrañaba a sus hijos, a su gente que en caso de una urgencia le dan auxilio sobretodo le hacía falta Chamaco, su perro criollo que le evitaba golpearse en cada convulsión: “Se me pone enfrente y comienza a jalarme el pantalón, entonces me siento en una silla y reacciono ya cuando pasa todo. Allá ya me conocen, aquí estoy solito, sin nadie. Además que el calor no es como el de mi pueblo, en la costa” – ella y yo nos mirábamos con un dolor en el corazón, como una punzada infinita, incómoda, lacerante.

Don Lorenzo cayó bajo el sol indolente de mayo, su botella de agua se esparció por todo el pavimento, un señor detuvo su automóvil para auxiliarlo, otros dos le obsequiaron una botella de agua y corrieron a un establecimiento a comprarle comida. Ella y yo transitábamos por esa calle cuando lo vimos caer, se detuvo en seco dejando la camioneta cerca de Don Lorenzo y ahí estábamos preguntándole qué había pasado, qué tenía y él angustiado con su pómulo inflamado, con la voz entrecortada y sus medicamentos en la mano, asustado nos dijo que se había convulsionado.

Ella y yo nos quedamos con Don Lorenzo preguntándole si había alguien que pudiera auxiliarlo y el único era “su patrón” el mismo que lo abandonó en un hospital porque dos días atrás le había sucedido lo mismo. Ahí le atendieron precariamente dejándole la mano fracturada, ella lo revisó y efectivamente estaba así. No podía ni tocarle su mano sin que a él se le salieran las lágrimas. Ella se alejó de nosotros, yo la vi con su carita “descompuesta” como diría mi abuela. Mientras tanto yo le preguntaba cómo se sentía, él respondiéndome cómo se iba a regresar a su pueblo porque sólo tenía doscientos pesos ya que “su patrón” no le había pagado su quincena y lo que es peor: su celular nos mandaba de inmediato a buzón, y digo “nos mandaba” porque varias veces de nuestros teléfonos intentamos comunicarnos con él.

Don Lorenzo guardó su torta dentro de su mochila, quería comérsela porque el trayecto a su tierra era de doce horas “Allá no hay teléfonos niña, ni farmacias, ni veterinarios, no es como aquí que lo tienen todo, allá hay que caminar a otro pueblo que está lejos para ver al médico o para que atiendan a Chamaco si se llegara a enfermar. Allá tampoco hay teléfonos de celular, allá no hay nada de eso; allá sembramos café, y nos vamos al mar, aquí estoy solito sin nadie, yo por eso quiero regresarme a mi tierra” – mientras lo escuchábamos mi corazón se sentía inútil, tenía coraje hacia un tipo al que le decía Don Lorenzo con respeto “patrón”. Ése que le dejó de contestar las llamadas o cambio de número, que se robó su quincena y aparte lo abandonó a su suerte en un hospital en donde ni siquiera le enyesaron la mano, no le dieron ni medicamentos, tuvo que conseguirlos en una farmacia en donde se gastó lo único que le quedaba para su pasaje de vuelta a Juchitán. –respiramos un poco de todo aquello-, le ofrecí mi termo de agua que contenía té y que él “por vergüenza” no quería tomarla, le insistí hasta que lo convencí, me sonrió dándome las gracias a lo que yo le respondí que no debía de hacerlo: Don Lorenzo, para eso estamos, para ayudarnos.

Su cara se iluminó cuando ella con esa dulzura que la caracteriza le dijo que le compraría su boleto para que volviera a su tierra y ya no estuviera solito, a él se le salieron sus lágrimas, no sé si de alegría o de tranquilidad. Ella le dijo “además aquí hace mucho calor y le va hacer daño, se va a seguir estresando y sus convulsiones van aumentar. Allá ya va a estar con sus hijos y su gente, con Chamaco, va a estar tranquilo”. Así que lo subimos a la camioneta y lo acercamos a la estación del Metro que lo llevaría a la Terminal del Sur.

Cuando nos despedimos de él, no hubo fotos, ni abrazos largos de esos que te arrebatan lágrimas. Don Lorenzo se dirigió a la “mujer de cabellera negra y pies hermosos”, a ella, a la mayor, a la que llora encerrada en su cuarto para que nadie la escuche y nadie le pregunte nada porque es igual de fuerte que su padre: “Niña, lo que acaba de hacer usted que Dios se lo multiplique y la bendiga siempre”. Yo lo miré tomando su brazo sólo para decirle que se cuidara mucho, que fuera al hospital en cuanto llegara a Juchitán, que no se dejara su manita así y que Dios bendijera su camino, y su vida, que ya no volviera si no era acompañado pero mejor que se quedara en su tierra donde está contento y cuidado por su gente.

Después le suplicamos que se guardara bien el dinero y que no se desviara del camino por ningún motivo; afortunadamente sabe leer y moverse en el metro porque años atrás había venido pero casi de entrada por salida; esta vez lo convencieron para que probara suerte en la Ciudad o en los alrededores, le dijeron que la paga era buena así que cuando llegó a la construcción aquí cerca de donde vivimos o al menos hicimos esa conjetura por las señas que nos hizo y por los lugares donde había estado. Tal vez todo estaba bien hasta que el martes pasado se convulsionó, cayó al suelo golpeándose al grado de fracturarse la mano. Lo demás ya se los he narrado aunque con ciertos dejos de tristeza al no haber hecho más por don Lorenzo, de piel morena, voz apacible sí asustada por el mismo terror a sentirse desamparado en un lugar al que no pertenece, donde no conoce a nadie, ni sabe de sus calles o de la gente que camina, va y viene con premura, torpeza, arrogancia, hartazgo, y una que otra vez con tranquilidad. Su andar me recordó al de mi padre, su voz bajita, sus manos suavecitas, su mirada distante llena de dulzura y añoranza. Don Lorenzo el pasado martes con su andar busco su senda hacia su tierra amada, con sus hijos, su gente y con su Chamaco, perrito criollo que le hala los pantalones y le ladra genuinamente para avisarle que una crisis convulsiva se acerca.

Me imagino a Don Lorenzo en su tierra, tranquilo, refugiándose por las tardes cerca del mar, a lado de su Chamaco. Disfrutando de su gente, de sus hijos, alegre porque sabe que está donde su corazón, su andar y sus pensamientos pertenecen. En donde sabe que el sol no quema sino apacigua el alma, el calor no asfixia sino que la humedad lo envuelve y lo hace sentirse vivo. No como aquí que lo aprisionaba y le provocaba sentirse mal, triste, solito.

Aquella tarde al regresar de la clínica, ella y yo nos sumergimos en nuestros pensamientos, pensando en Don Lorenzo, en “los hubiera” y que ya no podrán ser. Recordar su rostro, sus lágrimas, la angustia que nos trasmitió al saberse solo, enfermo, lejos de los suyos y no tener el dinero necesario para volver, no tener un trabajo, ni dónde dormir, ni qué comer, creo que siempre nos estrujará el corazón porque se ayuda no para sentirse una heroína o para ganarse cientos de visitas o Likes, no para transmitir un Live y recibir aplausos o al menos yo así lo veo y no es que esté mal, quizá hubiera sido una manera de reunir más dinero y que él llegara más cómodo a su tierra o que lo tratara un buen especialista ¡o qué sé yo!. Además que la sorpresa nos rebasó, la urgencia por ayudarlo y que se sintiera lo más tranquilo posible era nuestra prioridad.

Supongo que se ayuda porque nos nace del alma y del corazón hacerlo y lo último que pensamos fue en tomarnos una foto o hacer un Live, mismo que jamás he hecho. Los tiempos cambian, lo sé, las cosas son más prácticas con sólo apretar un botoncito pero la satisfacción de haberlo ayudado, de tranquilizarlo y mirar su rostro lleno de cierta alegría por saber que en unas cuantas horas por fin iba a estar a lado de las personas y de un Chamaco, que lo cuidan y protegen.

Yo sólo pido que si Don Lorenzo se encuentra bien, la vida nos lo haga saber de alguna manera La falta de líneas telefónicas o acceso a internet nos cortaron toda esperanza de que él nos mantuviera informadas de su llegada a Juchitán y aclaro algo: él vive todavía más delante de dicho lugar. Sólo puedo pedirles una cosa, cuando en su camino se encuentren con un Don Lorenzo intenten ayudarlo con lo puedan, sea poco o mucho, con un vaso de agua – como diría mi “Mamá” – o con sólo preguntarles si se encuentran bien, que no se sientan solos sino acompañados en esos momentos álgidos que la vida nos otorga quizá para crecer, para redimirnos, para hacernos entender algo o solamente para saber qué tan fuertes podemos ser.

A veces la vida o Dios o el Universo nos dan lecciones y aprendizajes que no logramos comprender y desearíamos que no nos hubiera tocado el número ganador para tal “aventura” pasar de largo, desapercibidos, pero la vida se presenta y ante eso supongo que no es válido huir y hacernos de la vista gorda

En algún momento de la vida alguien me dijo que la vida gira; da y quita. Yo espero algo y pido a Dios por eso: si en algún momento de mi vida o de las personas que amo, necesitan del auxilio de alguien porque algo les suceda en un lugar ajeno o porque la memoria me falle y me extravíe, de corazón espero que un alma bondadosa intente protegerme hasta que esté a salvo con los míos.

Deseo para ustedes amables y queridas lectoras que la vida siempre les tienda la mano con un alma buena que los oriente y ayude, que los libren de todo mal.

Don Lorenzo sé que no me leerá pero siempre pediré y pensaré que usted con su mirada infinita e inocente se encuentre en su tierra, goce de buena salud, que los suyos le hayan recibido con harto entusiasmo y que su Chamaco lo acompañe siempre. Que la brisa del mar lo empape como bálsamo a su cuerpo y el Sol con su calorcito lo llene de vida y de alegrías. Gracias porque encontrarnos con usted, haberlo asistido sin afán de heroísmos nos acercó a conocerle y saber que la vida nos grita “¡Vive! ¡Ama!” y que Dios se manifiesta en todos lados, a cualquier hora y lugar, que ayudar no es para vanagloriarnos con otros ni con nadie sino de permitirnos alimentar nuestro espíritu con la alegría de haber ayudado con un granito de arena.

Don Lorenzo, que el infinito amor que se le miraban en sus ojos sea esa fortaleza para continuar cada día y las olas se lleven ese trago tan amargo que tuvo que tomar sin haberlo deseado. Si en algún momento la vida nos hace saber de usted nuevamente me encantaría darle un abrazo largo o tomar su mano y volverle a decir: Que Dios lo bendiga siempre.

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