JULIETA 15

Amor del alma

Por Julieta E. Libera Blas.

Queridas y apreciados lectores.

Recuerdo las oraciones de mi Madre y me han perseguido toda la vida. Se han aferrado a mí toda la vida.

Abraham Lincoln.

La fuerza de una madre es más grande que las leyes de la naturaleza.

Bárbara Kingsolver.

El festival de primavera del Día de las Madres, consistía en ir súper bien peinadita, con mi uniforme escocés impecable y los zapatos lustrosos. Mi mamá como todos los días me llevaba al colegio, me tomaba fuerte de su mano escondiéndome debajo de su chal color beige de florecitas, mismo que heredé. Cuando llegábamos a la escuela comenzaba a llorar, ella dulcemente me tranquilizaba, me daba la bendición y la miraba irse a casa.

Al entrar a la escuela, caminaba presurosa a mi salón cruzando el gran patio que estaba lleno de infantes que lucían alegres, nerviosos, ansiosos porque sabían que esa mañana los verían actuar en la obra de teatro en donde bailarían, cantarían y tocarían instrumentos o representarían a una flor del campo, como yo. Algunos de nuestros padres saldrían de sus trabajos para presenciar el espectáculo de sus retoños, estarían presentes la mayoría de las mamás y hasta algunas abuelitas.

Los obsequios hechos por nuestras manitas nos los entregaban dentro del salón: flores hechas de papel maché, casitas construidas con abatelenguas con tejas de sopa de codito, cartitas con letras de espagueti pintados de colores manifestándoles nuestros sentimientos: ¡Te amo mamá! ¡Gracias por ser mi mamá! ¡Feliz día de la mamá!. Por una extraña razón regalábamos de parte de las profesoras: tortilleros, delantales, cucharones, servilletas y agenditas de parte de la “Miss Alice”. Recuerdo que mi mamá recibía con mucho amor sus obsequios, yo la abrazaba y supongo la llenaba de besos.

Antes de salir a escena todos nos disfrazábamos; las niñas lo hacíamos dentro del salón, los niños tenían que irse a los sanitarios. El cabello nos los adornaban con listones multicolores y en mi caso la “Miss Cristy” me ayudaba a ponerme mi disfraz de “Flor de Campo” color naranja. Yo no tenía diálogos, mi participación junto a otras flores consistía en movernos con fuerza al compás de las notas estruendosas de piano que tocaría la profesora Eréndira, pues el viento arrasaría con todo el bosque, hiriendo a la protagonista: una libélula que solo pretendía cantar y ser feliz al lado de todos los habitantes del bosque.

Después de la catástrofe el bosque renacería, cantaríamos, bailaríamos, haríamos una ronda ¡todos alegres! – nos recordaba la “Miss Cristy” oculta en el telón – y finalizaríamos tocando nuestros instrumentos. Yo había escogido la pulsera roja de cascabeles y el triángulo que tanto me gustaba su sonido. Desde mi puesto buscaba a mi mamá y ahí se encontraba: atenta y sonriendo, pero papá no estaba -no porque no quisiera sino porque no le permitían ausentarse tan fácilmente de su trabajo-, ninguna de mis abuelas estaba con mi mamá y me daba mucha tristeza porque yo las quería ver ahí a su lado, disfrutando del festival, viendo a su nieta convertida en flor aunque fuera por algunas horas. Nunca pudieron ir a los festivales; la distancia, su salud, y demás etcéteras no se los permitieron.

El Día de las Madres era festejado en mi familia en casa de mi abuela materna, mi mamá nos alistaba temprano para estar en su casa a las dos de la tarde. Al llegar a la casa de Rupias yo miraba la felicidad de mi mamá al ver a su mamá, su emoción era tal que sus ojitos se llenaban de lágrimas, se abrazaban con ternura, después mis hermanos y yo nos “peleábamos” por los abrazos de “mi mamá”.

El aroma de mi “mamá” era especial tanto lo era que ni siquiera sé describirlo; cuando algo nos lo recuerda a mi hermana y a mi de inmediato lo decimos con cierta nostalgia. Yo quería estar abrazada a ella por siempre y para siempre pero tenía que saludar a todos mis tíos, tías, primas de mi mamá, sobrinos que no conocía y sigo sin conocer. Una vez hecho todo eso me iba corriendo con mis primas para jugar; sí, en la azotea de la casa. Sin embargo no nos duraba mucho el juego porque nos hablaban a comer; la mesa puesta con esos platos pesados blancos con figuras azules, vasos de vidrio; la música puesta, las risas y carcajadas de mis tíos resonaban en toda la casa. El ir y venir de mis tías sirviendo los platos llenos de arroz con mole y pollo, tortillas calientitas. En el centro de la mesa para los que quisieran había salsa cruda verde hecha en molcajete, ensalada de nopales con cebolla, pan, chicharrón, frijoles de olla y demás platillos que rápidamente se terminaban, éramos una vasta familia. No recuerdo si había algún postre pero sí que servían refresco, agua de sabor y cerveza a los mayores.

Para mí no había nada más delicioso que comer aquello, el sabor era la alegría que me producía vernos ahí a todos reunidos pensando que siempre sería así. Cada hijo de “mi mamá” conforme iban llegando la abrazaban con dicha, y cada uno de ellos lloró desconsoladamente cuando ella partió de este mundo.

Al compartirles esta parte emotiva de mi infancia recuerdo la sonrisa infinita de mis abuelas; aunque “mí abuelita Elvira” la mamá de mi papá era reservada más que “mi mamá” le brillaban los ojos al ver llegar a su hijo, él la abrazaba con ternura para después besar su mano suavecita justo como ahora son las manos de mi papá.

Cuando llegábamos a su casa nos ofrecía a mis hermanos y a mi, dulces de anís, cocadas, dulces de leche, palanquetas; yo escogía una cocada pero no me gustaba su sabor. Ahí comíamos pan de dulce, café y leche. No recuerdo de qué platicaban mis papás con ella, yo me asomaba a su cuarto y veía siempre un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que perteneció a mi bisabuela María. El sombrero de mi abuelito seguía colgado en un armario, hace tiempo que él había fallecido. Recuerdo que le entregué a mi abuelita una cartita que había hecho en la casa, le pegué unas plumas naranjas y amarillas, le dibuje unas casitas y un sol esplendoroso, debajo de una nube blanca ella lucía sus trenzas largas con sus ojos dulces que hasta hoy me maravillan. Ella se cepillaba su largo cabello, a la hora de dormir y si estaba de visita en la casa, sacaba de su maleta un frasco de vidrio que contenía un líquido color verde y se lo ponía en su larga cabellera. Yo la miraba atenta, su cabello en realidad era suave y brillaba mucho. Dicen que me parezco a ella y no lo dudo, pero la realidad es que me falta mucho para tener al menos un parecido con su corazón.

Dicen que estamos hechos de pequeños fragmentos de nuestras madres y nuestras abuelas, algunos pelean por no ser como ellas, no tener ningún rasgo de lo que les produjo dolor, inconformidad, abandono. Tengo la fortuna de que mi madre siempre ha estado con nosotros, sus cuidados, mimos, apoyo, nos han ayudado para ser lo que hoy somos como hijos y familia. Mis abuelas me mostraron la tenacidad de luchar y enfrentarme a la vida. Mis padres son el vivo ejemplo de ello.

Cada Mayo de cada primavera la vida nos recuerda que tenemos la bendición de tener una madre única y especial, llena de amor y de consejos. Que si bien son distintos los caminos y los tiempos han cambiado y que la vida ya no es la misma como hace algunos años, hay algo que no cambia ni cambiará jamás: el amor infinito que una madre le tiene a sus hijos, esa entrega total que demuestran a pesar de los malos tiempos. El amor que nos provoca mirarlas y pedirle a Dios, a la vida, al universo, que nunca nos las arrebaten, que sean eternas, que siempre tomen nuestras manos.

Después de que fallecieron mis abuelas, las celebración del Día de las Madres cambió radicalmente, las reuniones cesaron por completo, los dejos de alegría se esparcieron como partículas en un horizonte que sólo la vida sabe adónde fueron. Mi mamá empezó a celebrar sus días en su casa, con su esposo e hijos y si bien no hay grandes comilonas y su casa no está llena de gente que va y viene, su mirada expresa eso que aquellos días yo le admiraba y que hoy sigo haciéndolo: su profundo amor y entrega a su familia.

Deseo para ustedes que el pasado 10 de Mayo sus hogares hayan estado llenos de dicha y de amor, que el recuerdo de sus madres ausentes no sea motivo de desesperanza sino de ejemplo y fortaleza para continuar y nunca dejar de ser para seguir adelante, que las heridas que provocaron por cualquier razón no sea motivo de amargura y de resentimiento. Deseo que su recuerdo nos siga haciendo sonreír, cerrar los ojos y transportarnos a esos días en los que pensamos que siempre estarían con nosotros, que sus manos cálidas aún nos siguen acariciado el rostro mientras nos dan su bendición. Para los que tenemos la dicha de tenerlas en nuestras vidas: sanas, fuertes, con la mirada llena de luz, que la vida nos de la sabiduría de comportarnos con ellas con dulzura y no con arrebato.

A mi madre le gustan los alcatraces, ve en las nubes figuras de animalitos, al ir por carretera contábamos las vacas y los borregos, me abraza cuando tengo pena en el corazón y me escucha por horas riéndonos y llorando. A mi madre le gusta ver a sus hijos tranquilos y en calma, dichosos y unidos, quizá como la mayoría de las madres quieren ver a los suyos.

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