El recuerdo de todos nuestros años

Por: Julieta E. Libera Blas.

Cuando una puerta de felicidad se cierra, otra
se abre, pero muchas veces miramos tanto
tiempo la puerta cerrada que no vemos la que se ha abierto para nosotros.

Helen Keller.

Queridas y amables lectores:

Uno rompe en llanto cuando se entera de una mala noticia o se queda en absoluto silencio sin cuestionar nada. Uno tiene miedo de lanzarse al vacío con la esperanza de que el paracaídas se abra y nos mantenga a salvo sin pensar que éste por alguna razón ajena a nosotros, no se abra y nos estrellemos golpeándonos tan fuerte que nos deje aturdidos, heridos, con fracturas expuestas, en agonía pero con vida. Hay palabras que no se pueden borrar, miradas vacías, silencios tan incómodos como una pesadilla. Lecturas que nos transportan a ese momento en que el corazón se nos rompió, películas que nos llevan a recordar una sonrisa, el beso que nos detuvo el tiempo, una caricia que nos estremeció. Hay canciones que nos llenan el alma y nos ofrecen mera alegría, nos provoca bailar, sentir la vida de distinta manera pero hay otras que nos obligan a derramar lágrimas porque nos transportan a la pérdida de alguien amado, nos conminan a cantar a lado de ese recuerdo que está lleno de memoria, tal cual nos lo grita Benedetti.

Milito

Ignoro cuánto tiempo lleva curar un corazón herido; sea ante la pérdida de una amistad o un ser amado tan cercano que nos detuvo un poco el corazón. Están aquellos duelos al perder una mascota que más que eso los vemos como un miembro de nuestra familia.

Cuando el corazón de Milito – un perrito pequeñito de ojos grandes negros y lengüita rosa – se detuvo aquel octubre, una parte de mi corazón se rompió. Toda aquella entrega y cuidados, todas aquellas oraciones al parecer no habían funcionado; el milagro esperado no llegó jamás o al menos no como nosotros lo habíamos deseado. Cuando él se marchó la mañana era aparentemente tranquila. La última vez que lo vi con vida caminaba hacia mi habitación, se subió a mi cama, durmió a lado mío; los rayos del Sol cubrieron su rostro pero yo me sentía tan cansada que me quede dormida, a los minutos escuché a mi hermana pedirme ayuda desesperadamente porque Milito no respondía, el oxigeno no funcionó.  Después de 17 minutos de intentar salvarlo, el miedo ante lo irremediable se cubrió de un silencio total. Su pequeño cuerpo yacía sobre mi cama, el corazón se nos partió; aquel perrito tan pequeñito que llegó como milagro un febrero del 2018 por mera casualidad a los brazos de mi hermana fue el mismo que nos unió a ella y a mí. Cuando Milito murió no dormí en mi habitación durante un mes o tal vez fue menor el tiempo, no me sentía con la fuerza necesaria para entrar a mi cuarto y recoger los medicamentos utilizados aquella mañana, sacar el tanque de oxigeno, tender la cama. Abrir las ventanas, correr las cortinas. Fueron meses en donde pedimos un milagro para su recuperación pero entre más pasaba el tiempo su luz más se apagaba. Me sentía sin ánimo, sin ganas de volver a amar a ningún otro animalito porque sabía que al final de sus días padecerían de algún dolor y yo con ellos sufriría pero debía de arriesgarme, enfrentarme como en otras ocasiones lo había hecho al ciclo natural de la vida. No sería fácil pero afrontaría ese duelo, al que tanto temía porque él era mi compañero, un angelito de cuatro patitas como bien dicen. Dolía terriblemente pero con él había aprendido a conocer uno de los amores más puros y leales que existen.

Es cierto que cuando estás bajo estrés ni siquiera te percatas que el tiempo sigue avanzando y que tu vida aparentemente se detiene, como si fuera un sincope. Sin darte cuenta el corazón vuelve a latir lento, recobrándose poco a poco. Sin embargo, dependiendo del daño que tengas es el tiempo en el que te lograrás recuperar.

Duelos

Existen duelos en donde perdemos la confianza de volver a amar, entregarnos y creer que nos aman, que no están jugando con nuestras emociones y sentimientos. Supongo que cuando amamos con tal fuerza no nos percatamos en que nos podemos hacer daño, desde no poner límites hasta recibir malos tratos: golpes, infidelidades, abusos de cualquier índole. Aceptamos llevar una vida llena de restricciones con tal de “llevar la fiesta en paz”. Y cuando nos aman mostrándonos con acciones y hechos, queremos huir porque el miedo nos devora y pesa tanto que somos capaces de preferir la soledad que tomar la mano de esa persona que nos ama porque no nos permitimos amar. Acepto que hay heridas tan profundas que es inevitable el miedo, la mente es tan poderosa que nos ayuda a crear escenarios inexistentes, llevándonos a callejones sin salida en donde nos devoramos.

Hubo una vez una persona que pensó que tenía una relación única y perfecta, que su amor de adolescentes trascendería más allá de la muerte pero no contaba con aquella celotipia. Poco a poco se fue desmoronando su dicha gracias al control y manipulación que ejercía aquel tan buen amor y pronto se convirtieron las dudas en golpes e insultos. Después de tanto, aquel buen amor se consiguió otro amor que según sus palabras: sí sabía lo que era el amor. Antes de que ese amor desapareciera para siempre de su vida le llegó una breve llamada reclamándole del por qué de su comportamiento hacia su retoño. Aquel buen amor se encargó de decir a cuantas amistades en común pudiera, a su propia familia y a su nuevo buen amor que no había sido responsable de nada; es más, la violencia tanto verbal como física la había sufrido en carne propia y no la verdadera parte lastimada. 

Algunos recuerdos no deberían de crear ningún sentimiento después de cierto tiempo pero ¿por qué a pesar de la terapia, de las charlas eternas con amistades, de libros de autoayuda leídos y explicados, actividades varias, no se sanan esas heridas totalmente? ¿por qué no saldamos esas cuentas catastróficas y damos totalmente ese paso hacia adelante? ¿qué es lo que hace falta para darlo y no salir huyendo ante un nuevo amor que nos ofrece amor y confianza? ¿por qué dejamos de creer en nosotros? ¿la esperanza se nos murió o es la necedad de seguir anclados a lo que ya pasó? ¿es el miedo de intentarlo de nuevo?

Los propios infiernos

La verdad es que creo que nos construimos nuestros propios infiernos. Alguna vez me dijeron que un duelo no debe llevarnos meses ni años, si no se convierte en algo patológico. Tienen razón pero ¿qué procede si no somos capaces de enfrentar ese miedo y qué sucede si no hay nadie que nos guíe correctamente?  Una amiga muy querida me dijo seriamente cuando me anunció el término de su relación: ¨lo único que yo sé es que me voy con el psicólogo, no voy a permitir que me hunda esto¨ y así sucedió, asistió a terapia, enfrentó a sus monstruos, recolectó sus reales y buenos momentos con esa persona y se prometió así misma no volver aceptar ninguna relación en donde se inmiscuyeran otras relaciones so pretexto de haber sido únicas y especiales y… buenas amantes. Con esto no descalifico a las personas que pueden llevar una excelente comunicación con sus exparejas ya que crean otro tipo de vínculos y no descarto que terminaron sus relaciones en buenos términos. Existen otras en donde fue tanto el daño hecho que jamás se vuelven a cruzar en sus vidas, es válido y absolutamente respetable. 

Cuando me enfrenté a la enfermedad de Milo, al compromiso que adquirimos con él, al estar atentas de sus medicamentos y de su alimentación, jamás pensamos que incluirían noches sin dormir, salir corriendo de la casa para ir con el veterinario porque respiraba con dificultad, días extraordinarios en donde nos llenábamos de esperanza por creer que saldría avante de su enfermedad. Jamás pensé que al verlo sin vida me quedaría en silencio, mirándolo sin atreverme a cargarlo porque el dolor era tan grande que me sentía incapaz de moverme. Nunca pensé que todo aquellos momentos de angustia, de pedirle a Dios que lo ayudara a sanar y que me ayudara a no claudicar, tenían un por qué. La vida te enfrenta a ciertos momentos llenos de alegría y de dolor, de cada uno de ellos aprendemos; el aprendizaje que tuve con Milo la vida me lo dio a saber un par de años después. Lo que aprendí con Milo me enseñó a enfrentar un dolor mucho más grande, de ésos que te congelan el alma y que te hacen sentir maniatada, sin salida, pero recuerdas que si una vez o tres o cuatro o más veces pudiste ser fuerte esta vez también lo serás.

Supongo que en el amor es igual; los golpes fuertes de algunas relaciones que nos dejaron heridas, malestar, desesperanza, miedo que no nos permiten darnos la oportunidad de mirar con otros ojos a ése nuevo amor, esa nueva oportunidad de ser felices. Las malas experiencias en lo personal, son aquellas que nos permiten estar alertas para no caer en nuestros mismos errores pero eso no significa estar a la defensiva siempre esperando lo peor, ver el final donde apenas se está construyendo el inicio del camino es penoso.  

Reconstruir

Creo firmemente en que el amor puede reconstruirnos; comenzando  a amarnos a nosotros mismos, aceptándonos, perdonándonos, responsabilizándonos de nuestros actos; aprendiendo de nuestra vida, dejándonos de culpar de todo y lo más importante, no cargar con culpas ajenas. El amor se trata de maravillarnos al ver una nueva luz y no opacarla a toda costa. El amor según yo, es caminar día a día a lado de la persona que amamos, siendo feliz en esos momentos que la vida nos regala, apoyarnos el uno en el otro pero no recargarnos para quitarles el aliento. Dicen los que saben, que el amor es un estado de locura y tal vez tengan razón pero es una hermosa locura y probablemente esté romantizando este sentimiento con el que muchas personas han jugado pero creo que a pesar de todo tenemos el don maravilloso de amar y aunque tengamos miedo a saltar, al final no nos vamos arrepentir porque si no nos atrevemos después de una o varias tormentas entonces, ¿qué hemos aprendido? ¿aprendimos a huir? ¿a darnos la vuelta y depositarlo todo en el bote de basura y fingir que nunca existió? ¿a vivir en el qué tal si sufro, si me pasa lo mismo, si lloro, si no funciona? Algunas personas se permiten el lujo de vivir anclados durante mucho tiempo a un recuerdo que los lastimó tanto que no les permite ver más allá de esa herida. Es un error, la vida no se detiene, mucho menos el tiempo y éste NO perdona. Cuando abran los ojos y cierran bien la herida quizá aún haya tiempo.

De todo esto también hay que recordar algo, en el amor también hay dignidad y algunas veces por más que amemos a una persona cuando éste nos humilla y nos violenta de cualquier manera, debemos de obligarnos por amor propio a irnos de ese lugar y no regresar.

Alguna vez alguien me dijo cortésmente: “levántate y ten dignidad” – me levanté de la banqueta en donde estaba sentada llorando por esa persona que alguna vez amé y que jamás pensé que me lastimaría. Al cruzarme con su mirada supe que ésa sería la última vez que lo vería, me fui en silencio caminando por las calles empapadas de Reforma a lado de mi madre y de una de mis mejores amigas. Aunque sentía que mi corazón se rompía en mil pedazos supe dos cosas importantes y valiosas para mi. Una, que jamás me abandonarían las personas que realmente me aman y la otra es que me había ido de ese lugar con toda mi dignidad y mi amor propio. El que jamás nadie ni nada deben de arrebatarte.

Nota que nadie pidió:

Seré honesta con ustedes queridos lectores y lectoras, mi columna trataría de algo muy distinto a esto que les he estado narrando acerca de pérdidas y aprendizajes. No sé qué me impulsó a escribirlo, supongo que los días infernales y lluviosos que hemos tenido en esta primavera o sólo sea la dicha de las letras que me dan la oportunidad de compartirles. Agradecida siempre de que me lean.  

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