Por Juan de Lobos.
Queridos lectores, queridas lectoras. Esta semana, me gustaría platicar sobre aquella época en la que los sueños, los miedos, las fantasías y las cosas eran (o parecían) más fáciles a pesar de las contrariedades. Una etapa en la que hoy como adulto, me niego a que desaparezca por completo.
Todos tuvimos una infancia; algunos complicada, otros idílica y hay quienes la tienen completamente bloqueada o tratamos de preservarla a como dé lugar.
Hoy deseo compartir tres infancias cercanas a mí.
La infancia de mis padres:
Cuando mi papá nos contaba cómo había sido su infancia, a mis hermanitos y a mí, nos daba un poco de nostalgia y un poco de envidia. Jugaba con soldaditos de plomo y de plástico, con pequeños cañones que disparaban de verdad, vivía un sinnúmero de aventuras con sus compañeros los “Cimarrones”, un grupo de niños de su edad, quienes iban de excursión o jugaban campeonatos de futbol, nos contaba la fiesta de cumpleaños de Jaime Loco y la primera vez que probó el Delaware Punch.
Mi mamá tuvo siempre un espíritu colector, tuvo muchas muñecas en su infancia y de grande conservaba una colección de muñecas de distintas partes del mundo. Fue una curiosa lectora, convivió con grandes personalidades de la cultura de mediados del siglo XX. Cuando creció y volvió a descubrir la emoción de maravillarse, decidió convertirse en aprendiz de fotógrafo, se hizo pintora, artesana, vitralista y asidua a series de misterio, crimen y niñas patinadoras.
Mi mamá fue la cuarta de seis hermanos y hermanitas, se casó siendo una niña mimada y hermosa a los 18 años recién cumplidos con un gallardo Oficial del Ejército mexicano que solamente era dos años mayor que ella, cuatro años después era una niña madre de tres niños y pocos años después de una niña que heredó su sobrenombre de Muñeca.
Mi papá es el segundo de siete hermanos y hermanas, ingresó al Heroico Colegio Militar cuando todavía era un niño a los 15 años, con una enorme vocación y gran imaginación, se desarrolló con esa disciplina y años después, no dejó, a pesar de la edad y sus responsabilidades, de ser un niño encargado de criar y educar a cuatro infantes más.
Nuestra infancia:
Somos tres hermanos y una hermanita, jugamos en la calle a que éramos comandos o parte de los Dodgers del Toro Valenzuela, o espectadores o alumnos de una Maestra paciente y regañona que encarnaba mi hermanita. Tuvimos amigos entrañables que conservamos hasta hoy en día, gracias a las redes sociales y al recuerdo. Vimos He-Man, Thundercats, Súper amigos, el Pájaro Loco, Los Picapiedra, Escuadrón Clase A, El auto Increíble y Los años maravillosos. Jugamos con figuras de acción de Star Wars, Tortugas Ninja y GI Joe hasta la fecha. Compartimos con mi mamá juegos de mesa como las Damas Chinas, el Ocho loco y el Rummy.
Disfrutamos con los primeros juegos de video, tanto el Atari como el Intellevision hasta el Nintendo. Descubrimos y nos divertimos con el humor de la revista MAD. Vimos en cine E.T., El retorno del Jedi y Goonies, entre otras muchas películas que hoy, gracias a nuestra generación, son los nuevos clásicos.
Compartimos miedos y logros, los seguimos compartiendo y procuramos disfrutar juntos momentos especiales y logros particulares que se transforman en un logro común.
La infancia de mis críos:
Llegaron los Lego, Ben 10, Action Man y Max Steele, una nueva versión de los Thundercats y los luchadores de la WWE, regresaron los tazos, los trompos y el X-Box. Llegaron los disfraces cada año en Halloween, las NERF y los Megabloks, jugué con mi hijo y mi ahijado, les prestaba mis propias figuras de Star Wars y tratamos de disfrutar el tiempo que compartimos, jugamos Zombies!!! Y Star Wars Epic Duels Game. Vimos juntos Hora de aventura o Inazuma Eleven, Los Simpson o todas las películas de Marvel. Llegaron también los balones de futbol americano, luego los cascos y un campeonato, más juegos de mesa y comer sushi, picaditas, tamales de Ermita o tacos con agua de piña.
Les tocó jugar en la escuela y a veces en un parque cercano, pero muy poco en la calle, no tuvieron más hermanos o hermanas, pero se tienen ellos. Crecieron, pero a veces todavía los veo como niñitos pequeños, aunque me aventajen con más de diez centímetros de estatura y ambos sean fuertes como gladiadores y hayan cambiado los Goyas por los Huelums.
Siempre he sentido que no jugué lo suficiente con ellos, son los juegos que más añoro y que por diversas circunstancias sé que no estuve tan presente como hubiese querido, a veces quiero regresar el tiempo y abrazarlos más, llevarlos más veces al parque Tezozomoc o a los juegos mecánicos de la Feria de Chapultepec.
Espero el día que sus hijos o hijas me llamen abuelo y de esa manera sabré qué era lo que quería ser cuando fuera grande: Primero un Hijo agradecido. Segundo un Padre lo suficientemente competente para dar un buen ejemplo y finalmente un Abuelo lo triple de bendecido por la vida y por aquello que nos hace creer todavía en las utopías.
Quedo de ustedes y les deseo un increíble día del niño.


